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El Manifiesto Comunista

El Marx sin ismos de Francisco Fernández Buey (XXIV)

Fuentes: Rebelión

«Un fantasma recorre Europa…» es el título del sexto capítulo de Marx sin ismos [1]. Unos versos de Brecht –El Manifiesto en verso [1945]- lo abren: «El Manifiesto./Las guerras destruyen el mundo y un fantasma recorre campos de escombros./No nació en la guerra; también ha sido avistado en la paz, desde hace mucho./ Terrible para […]

«Un fantasma recorre Europa…» es el título del sexto capítulo de Marx sin ismos [1]. Unos versos de Brecht –El Manifiesto en verso [1945]- lo abren: «El Manifiesto./Las guerras destruyen el mundo y un fantasma recorre campos de escombros./No nació en la guerra; también ha sido avistado en la paz, desde hace mucho./ Terrible para los que gobiernan, pero amable con los niños de los suburbios./ Asomándose a una pobre cocina y meneando la cabeza ante platos semivacíos./ Esperando luego a los agotados junto a la verja de minas y astilleros./ Visitando amigos en la cárcel, y pasando allí sin salvoconducto./ Ha sido visto incluso en oficinas,/ oído incluso en salas de audiencias,/ a veces ascendiendo a gigantescos tanques/ y volando en mortíferos bombarderos,/ hablando muchos idiomas, todos. Y callando en muchos./ Huésped de honor en los tugurios y temor de los palacios./ Venido para quedarse eternamente: su nombre es comunismo».

Marx escribió (con Engels) el Manifiesto comunista a finales de 1847, recuerda FFB. «En los meses inmediatamente anteriores las consecuencias de la crisis económica empezaban a hacerse patentes en varios países de Europa y la guerra civil en Suiza parecía anunciar un nuevo ciclo de conflictos sociopolíticos.» Cuando el texto alemán del Manifiesto vio la luz, en Londres, donde Marx estaba exiliado, a finales de febrero de 1848, ya había comenzado, en Italia y en Francia, «la más europea de las revoluciones de la historia». La insurrección popular triunfaba en París, la monarquía de Luis Felipe era derrocada y se formaba en Francia un gobierno republicano con participación socialista.

El capítulo, tal vez uno de los más excelentes del libro, presenta los siguientes apartados: «Un texto excepcional», «Un clásico para los de abajo», «En la tradición liberadora, más allá de la utopía», «Un texto perturbador», «Manifiesto, no catecismo», «Dar nombre a las cosas», «1848», «Partido», «Democracia y revolución». De recomendación obligada, me centro en los dos últimos apartados.

«Vayamos, pues, al significado de las palabras, ya que éstas importan», apunta FFB en la sección «Partido». El Manifiesto es manifiesto de un partido: del partido comunista. En nuestros días asociamos la palabra «partido» a un tipo de organización política, una organización que «los europeos hemos llegado a conocer muy bien en las últimas décadas». Sea como fuere, las palabras tienen su historia. ¿Qué se entendía en 1848 por partido y qué entendían por ello Marx y Engels?

Antes de las revoluciones de 1848, durante ellas e incluso después de su derrota, apunta FFB, «partido» es término polisémico, designa cosas diversas. En primer lugar, se daba a veces ese nombre «a un conjunto de ciudadanos que se veían y trataban en base a afinidades filosóficas o político-ideológicas sin organización, ni periodicidad ni estatutos compartidos». Marx, por ejemplo, había hablado, en este sentido, del partido filosófico en Alemania. «Partido» era también, en aquel contexto, prosigue FFB, «el conjunto de partidarios de una determinada personalidad con influencia ciudadana o cívica». No el partido tal o el partido cual, con un programa definido, determinado y explícito, sino el partido de. Por «partido» también se entendía «el grupo que formaban determinadas personas en torno a revistas de orientación vagamente político-cultural». En un sentido más amplio, y más abierto, partido «se identificaba con tal o cual clase social o fracción de clase; se denominaba así la organización de una clase o estamento social con intereses definidos en su enfrentamiento con otras clases» [Marx (y Engels), sostiene FFB, emplean la palabra en esta acepción en el Manifiesto]. «Partido», finalmente, es esta nuestra noción, es la organización política o sociopolítica estructurada de una manera estricta: con afiliación, estatutos, reglas internas de funcionamiento y programa propio.

La mayor parte de las organizaciones de trabajadores demócratas, socialistas o comunistas, de aquella época han sido todas esas cosas o varias de ellas a la vez sin llegar a autodenominarse «partidos», comenta FFB. «Unas veces porque los poderes existentes no las habría permitido mantenerse con ese nombre en la legalidad vigente; otras porque sus dirigentes tenían asumido el carácter clandestino y conspiratorio de la organización y preferían relacionarse y actuar de forma parecida a lo que hoy llamamos «sectas»; otras, tal vez, porque tales organizaciones aspiraban a ser «enteros» o «uniones»». En cualquier caso, esas mismas organizaciones se habían llamado a sí mismas «sociedad», «asociación», «comuna», «comunidad» o «fraternidad», «casi nunca partido en el sentido propio o restringido que hoy día damos a la palabra».

Lo más parecido a un partido -en el sentido actual de la palabra-, señalaba FFB, entre las organizaciones socialistas de la época era precisamente la asociación que había encargado a Marx y Engels la redacción del Manifiesto comunista. Pero ésta, recuérdese, tampoco se llamaba partido, sino «liga», la «Liga de los Comunistas».

Hablando con propiedad, el autor solía hacerlo así, «Marx no tuvo partido nunca». Podía parecer paradójico a todos aquellos que durante algún tiempo habían asimilado el término -«partido»- a la realidad del partido comunista. Pero era así. «Las dos únicas veces en su vida que Marx se ha dedicado a la política activa, primero entre 1848 y 1850 y luego entre 1864 y 1872, lo ha hecho en el marco de organizaciones que no son asimilables al partido político en sentido moderno». Si hubo un momento en que la Liga de los comunistas pudo ser eso, remarcaba el ex militante del Partido Socialista Unificat de Catalunya, entonces miembro activo de IU, «la verdad histórica es que no llegó a serlo». La Primera Internacional fue, como rezaba su nombre, «una asociación de trabajadores con vocación mundialista, secciones que eran algo más que corrientes internas y una organización más parecida a la de los movimientos sociopolíticos que a la de los partidos». Además, por si fuera necesario recordarlo, después de haber sido miembro de su comité central por unos pocos meses (no más de seis), «Marx volvió la organización de la Liga comunista, en Colonia, durante el verano de 1848 y volvió a apartarse de ella (disolviendo su propia corriente) cuando, ya en Londres, un par de años después, se produjo un intento de reconstitución de la misma que no compartía. «

Desde 1970, apunta FFB, gracias al trabajo de investigación de Bert Andreas, se empezó a conocer bastante bien lo que había sido «la historia de la Liga de los comunistas entre 1847 y 1852, el papel que jugaron en aquella organización Marx y Engels y los motivos por los cuales éstos llegaron a pensar que la Liga no era, en las circunstancias dadas, el partido de la revolución». Estos motivos, los de Marx y Engels, los aducidos por ellos, matizada FFB, podían o no ser compartidos y podían ser o no ser considerados razonables, pero, en cualquier caso, no eran motivos abstractos «contra el partidismo en general, sino que tienen que ver precisamente con el desarrollo de la revolución y la contrarrevolución en Alemania y Francia». Marx no había argumentado en esos años ni contra la existencia de los partidos políticos, así, en general, ni a favor del partido único, así, en concreto. Considerando lo que entonces existía, señala FFB, «argumentó sencillamente a favor de un tipo o forma de partido que todavía no existía.»

Hay un elemento de continuidad, en opinión del autor, entre lo que se dice en el Manifiesto que había que hacer y lo que realmente hicieron Marx y Engels entre 1848 y 1849. El siguiente: «en el apartado cuarto del Manifiesto, al tratar de la posición de los comunistas, es decir, de la Liga, frente a los diversos partidos opositores, Marx y Engels habían escrito que en Francia se adherían al Partido Socialista Democrático de Ledru-Rollin y de Louis Blanc y que en Alemania actuaban conjuntamente con la burguesía contra la monarquía absoluta [OME 9, 168-169]». Como Marx y Engels consideraban una cuestión básica el que los comunistas no ocultaran a nadie sus ideas, en ambos casos, prosigue FFB, al declarar su adhesión a otros partidos, o su colaboración con ellos, se habían regido por un principio que se podía expresar como «aliados pero críticos». O sea, «declarando en cada momento y en cada caso los objetivos propios, autónomos, que se persiguen y las diferencias tácticas y estratégicas respecto de los otros». Eso mismo es lo que habían hecho ellos mismos en los meses que siguieron, con ese mismo criterio habían actuado «en los lugares en que les cogieron los hechos, en Bruselas, en París, en Colonia, otra vez en París y luego en Londres; y ateniéndose a ese criterio han analizado el desarrollo de los acontecimientos y han intentado influir en ellos.»

En los primeros meses de 1848 la Liga de los comunistas creció, recuerda FFB. Algunos de sus miembros, particularmente en Alemania, «llegaron a jugar un papel de cierta importancia en los levantamientos revolucionarios». Sin embargo, el total de los efectivos de la Liga nunca llegó a rebasar la cifra de cuatrocientos (contando las redes o comunidades establecidas en Colonia, París y Londres). En Alemania, los miembros de la Liga debían ser aproximadamente un centenar, algo más tal vez: «muy pocos para un partido de obreros con objetivos tan altos como los proclamados en el Manifiesto; y, además, divididos acerca de la mejor forma de intervenir después de la insurrección de marzo en Berlín, de la abdicación de Luis de Baviera y de que empezaran a tomar cuerpo las promesas de reforma política». En esas condiciones Marx se vio obligado a concretar la fórmula del Manifiesto «sobre la actuación conjunta de los comunistas con la burguesía contra la monarquía absoluta y contra la propiedad feudal de la tierra, en la revolución democrática». Es en ese contexto, señala FFB, al hilo de los acontecimientos de 1848 y mientras trataba de propiciar con los suyos la consolidación de las revoluciones democráticas, cuando Marx había hecho su elección en lo que concernía al partido:

En vez de potenciar aquel partido, organizado pero muy minoritario, que era la comunidad alemana de la Liga de los comunistas, Marx había optado por una publicación periódica que permitiera aumentar la difusión de sus ideas: la Nueva Gaceta Renana. Y, desde ella, a través de un periódico que se presentaba como «órgano de la democracia», había propuesto a los miembros de la Liga «actuar políticamente como ala izquierda del partido demócrata alemán manteniendo al mismo tiempo las asociaciones o comunidades propiamente obreras».

El partido demócrata, recuerda FFB, era en la Alemania de entonces un conglomerado de fuerzas sociales y políticas, intelectuales y pequeño burguesas, también de extracción popular, que aspiraban a la democracia representativa y constitucional. En la perspectiva de Marx, «actuar en aquellas condiciones como ala izquierda de este otro partido significaba intentar radicalizar sus objetivos (sobre la forma del sufragio, sobre la forma de Estado y sobre el tipo de impuestos alternativos a los feudales, principamente) para llevar la revolución alemana en curso a sus últimas consecuencias». Lo cual suponía reconocer, de un lado, que el proletariado era todavía en Alemania una minoría y proclamar, de otro lado, «que la minoría organizada en las asociaciones y comunidades obreras era el sector más consecuentemente interesado en acabar con el antiguo régimen absolutista y feudal.»

Con tal composición de lugar, con esta perspectiva disolvió Marx el comité central de la Liga de los comunistas del que formaba parte. Nada menos. Su argumento principal para actuar así, señala FFB, no había sido doctrinario sino circunstanciado: «aunque el proletariado aspira a ser una clase autónoma y, por tanto, a la propia organización política, el sentido común exige unirse a otro partido igualmente de oposición para impedir la victoria del adversario, en este caso para impedir la permanencia de la monarquía absoluta y del burocratismo prusiano o su restauración de hecho». El sentido común crítico.

Con esa idea, y en los meses que van de mayo de 1848 a enero de 1849, Marx había desplegado, a través de la Nueva Gaceta Renana y de la Asociación democrática de Colonia, «una intensa actividad política tratando de coordinar simultáneamente diferentes asociaciones obreras de los estados alemanes.»

La pregunta esencial: ¿disolver la Liga y constituir su sección alemana como ala izquierda, radical, del partido demócrata no significaba renunciar al proyecto de autoorganización autónoma del proletariado? ¿Fue Marx un derechista? «Algunos compañeros de Marx en la Liga responderían afirmativamente a esta pregunta», señala FFB, y algunos otros, partidarios igualmente de la autonomía política proletaria, además, se lo habían echado en cara. En esos meses, y luego en Londres, Marx había sido acusado varias veces de «reaccionario» y de «liquidador». Nada menos. Debía añadirse, sin embargo, sostiene FFB, que el propio Marx, en la época de la Nueva Gaceta Renana, «ha seguido escribiendo sobre la necesidad de consolidar el partido de los proletarios, sobre todo a partir del momento en que el reflujo de la oleada revolucionaria se hizo evidente tanto en Francia como en Alemania. «

Toda la documentación disponible acerca de los debates en las varias asociaciones de las que formó parte y el contenido de sus artículos y sueltos en la Nueva Gaceta Renana [Obras de Marx y Engels [2] 9, 235 y ss. y OME 10, 73, 156, 284, 319, 345, 371 y ss.] inclinaban a concluir (¡qué forma tan elegante de decir!) que, en esa época, «Marx no ha considerado excluyente ni contradictorio actuar en el marco de un partido demócrata, como corriente de extrema izquierda, y potenciar al mismo tiempo la organización autónoma de las asociaciones obreras.» A lo sumo, proseguía FFB, había acentuado su dedicación a una u otra cosa «en función de consideraciones tácticas vinculadas al análisis de la coyuntura». Antes de febrero de 1849 había puesto el acento en lo primero; desde la primavera, en lo segundo. Era dialéctico (no es FFB quien escribe). Fue entonces cuando «decidió retirarse del comité regional de los demócratas renanos para dedicarse a cohesionar las asociaciones obreras de la provincia.»

El siguiente apartado de este capítulo está dedicado a la democracia y a las revoluciones. Vale la pena detenerse un momento en él.

Notas:

[1] FFB, Marx sin ismos. El Viejo Topo, Barcelona, 1998, pp. 145-170.

[2] Las obras de Marx y Engels cuya traducción dirigió Manuel Sacristán a medidos de los setenta. De los 80 volúmenes pensados, se editaron 11 en total (entre ellos los dos primeros libros de El Capital en tres volúmenes). Salvo error por mi parte, FFB no tuvo participar en esos trabajos.

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

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