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El Marx tardío

El Marx sin ismos de Francisco Fernández Buey (XXVIII)

Fuentes: Rebelión

«Matices, precisiones, sugerencias: una obra abierta» es el título del último capítulo de Marx sin ismos [1], uno de los más importantes, una de sus cumbres más marxistas. Se abre con una cita de Shanin, un autor muy apreciado por FFB: «Para tratar con la debida consideración al gran estudioso revolucionario debemos verlo tal cual […]

«Matices, precisiones, sugerencias: una obra abierta» es el título del último capítulo de Marx sin ismos [1], uno de los más importantes, una de sus cumbres más marxistas. Se abre con una cita de Shanin, un autor muy apreciado por FFB: «Para tratar con la debida consideración al gran estudioso revolucionario debemos verlo tal cual es, y no como en las caricaturas e iconos levantados por enemigos y adoradores. Conocerle es verle cambiar y comprender en qué sentido no cambió. Estar «de su lado» es luchar para heredar lo mejor de él, su comprensión de los nuevos mundos que iban surgiendo, su capacidad crítica y autocrítica, la despiadada honestidad de su trabajo intelectual, su tenacidad y su moral apasionada».

El primer apartado del capítulo es un homenaje a John Steinbeck: «De ratones y hombres» (Of Mice and Men, 1937, traducida en ocasiones como «La fuerza bruta) [2]. Le siguen las siguientes secciones: «Otra ambivalencia: obra abierta y sistema», «Precisiones sobre fraternidad e internacionalismo», «Precisiones sobre violencia y revolución», «Precisiones sobre comunismo», «Ironías de la historia: Marx, Rusia y los rusos», «Ultimas precisiones». Me centro en el primero de ellos.

Me ubico en el primero de ellos, uno de los relatos biográfico-políticos más hermosos y conseguidos, en mi opinión, de Marx sin ismos.

Los años que van desde la creación de la AIT (1864) hasta la muerte de Marx (1883) se podían dividir en dos fases bien diferenciadas, señala FFB. En la primera de ellas, hasta 1873, Marx había desplegado una actividad casi frenética, tanto desde el punto de vista científico como desde el punto de vista de la acción política. «Además de redactar el libro primero de El capital y de perfilar esa «obra abierta» que es el conjunto de su Economía», Marx había escrito muchos textos de gran interés para la teoría política. Lo había hecho al hilo de su actividad en la AIT; en la Asociación Internacional de Trabajadores, «a través del análisis de los principales acontecimientos de la época, señaladamente de la guerra franco-prusiana y de la Comuna de París, dialogando y discutiendo con otros, como siempre». De este modo, apunta FFB, Marx había revisado su teoría de la revolución formulada en 1848 y había dado concreción al concepto de sociedad alternativa, a su idea de sociedad de iguales, a su idea del comunismo moderno.

1873 marcó una inflexión en la vida de Marx. Seriamente enfermo, psicológicamente agotado, «se vio obligado a seguir el consejo de los médicos y tuvo que reducir de manera drástica todas sus actividades». El agotamiento coincidió con la crisis de la Primera Internacional. Estamos en 1873. En los diez años que le quedaban de vida, Marx, recordaba el que también fuera lector de Leopardi, ya no había publicado nada comparable a las obras de los períodos anteriores. Su Crítica del Programa de Gotha, un documento que FFB consideraba clave para la historia del socialismo [3], sólo vio la luz años después de su fallecimiento.

Esta constatación había llevado a algunos biógrafos a hablar «de una lenta agonía o de la decadencia intelectual del viejo Marx». La idea de que el último Marx, el Marx enfermo, el Marx del período 1873-1883, ya no era lo que fue, había entrado en fase declinante, tiene que ser discutida. FFB la discute en los siguientes términos:

La idea se basaba en la observación, justa en su opinión, de que, durante estos años, Matx había publicado muy poco. Unos cuantos folletos y prólogos: un artículo sobre indiferencia en materia política (1873), la citada Crítica al programa de Gotha (1875), un capítulo del Anti-Dühring (1877: el X si el que suscribe no recuerda mal), algunas cartas de interés político-social y el prólogo (con Engels) a la segunda edición rusa del Manifiesto (1882), un texto muy valorado por él y por Sacristán. Pero, recordaba FFB (que también conoció el nuevo proyecto (monumental) de edición de la obra marxiana), a medida que había ido avanzado la edición crítica de la obra de Marx y se habían recuperado manuscritos que estaban depositados en el Internationaal Institut voor Sociale Geschiedenis de Amsterdam, esta visión del último Marx tenía también que ser revisada. Había motivos para considerar que aquel juicio era precipitado. Por lo demás, «publicar no lo es todo en este mundo, no lo era todo en aquel mundo. Y menos en el caso de un hombre que ya antes había renunciado a editar los Manuscritos de París y los papeles críticos de La ideología alemana (tan apreciados luego: no sólo por los ratones sino también por los hombres cultos)».

La historia del viejo Marx, del Marx «tardío» como se solía decir, era, pues, «otra historia de ratones y hombres.». Para explicarla había que retroceder un poco. Así lo hacía FFB:

1864, el año en que se creó la AIT, había sido también un buen año para los Marx desde el punto de vista de la economía doméstica. Ese año bueno estuvo precedido por dos desgracias: la muerte de la madre de Marx y la del amigo de la familia Wilhelm Wolf -al que Marx dedicó el primer libro de El capital- en el exilio de Manchester. Marx heredó de los dos y con ello «la familia pudo pagar las deudas y trasladarse a una casa grande con jardín, en Modena Villas, que a Jenny von Westphalen le pareció un palacio». De este modo, Marx escribió El capital en un despacho muy luminoso de la casa presidido «por un busto de Zeus y una pieza de tapicería que había sido de Leibniz [4] (regalos ambos del doctor Kugelmann)». La euforia, prosigue FFB, «llegó a tanto que casi mientras se creaba la AIT Marx se decidió a especular en bolsa con valores americanos y ganó 400 libras».

(FFB no comenta nada sobre la faceta inversora usamericana del autor de Contribución a la crítica de la economía política. Tampoco el que suscribe se atrevo a señalar nada sobre consistencias praxeológicas entre teorías explicativas, conjeturas poliéticas, finalidades asumidas y prácticas crematísticas de los sujetos en su ámbito privado).

El optimismo duró poco. Los Marx (o acaso Marx) gastaron tanto en unos meses que un año después Marx ya estaba pidiendo dinero otra vez. A Engels desde luego. Es a partir de datos como éste, con un simple cálculo sobre ingresos y gastos anuales y una referencia al coste de la vida en el Londres de aquellos años, señala FFB, como McLellan, un biógrafo que él estimó mucho [5], llegó a la razonable conclusión de que Marx era bastante inútil en la administración del dinero. La madre de Marx, recuerda FFB, había pensado lo mismo. Una vez se atrevió a decirlo en voz alta: «Tenía que haber hecho capital en lugar de dedicarse sólo a escribir sobre el capital» (FFB toma la cita de McLellan,1983, 410).

Desde 1866 Marx había vivido fundamentalmente de las aportaciones de Engels. También FFB pensaba que la generosidad engelsiana no tenía límites. El mismo Marx había declarado una vez que sin la ayuda de Engels nunca habría llegado a escribir su obra. Tenía razón, apostillaba FFB. «Y la tenía incluso por encima de la situación concreta en la que él pensaba en ese momento: no sólo porque la redacción definitiva del libro primero de El capital seguramente habría sido imposible sin la ayuda económica de Engels, sino también porque los libros segundo y tercero se habrían quedado, sin el trabajo de Engels, en material en bruto para la roedora crítica de los ratones, como La ideología alemana«. Independientemente de la leyenda, que FFB nombra como tal, que luego se fue construyendo acerca de la «total identidad de criterio e ideas» entre Marx y Engels, lo cierto es que aquella relación había sido un ejemplo de lealtad mutua. «Los trabajadores comunistas del siglo XX tenían razón al exaltar esa amistad», hasta provocar la confusión de los ignorantes de la policía política, añadía, que les perseguía y que llegó a creer que Marx y Engels eran dos apellidos de una misma persona. La amistad entre ambos sólo vaciló una vez, en 1863, «en ocasión de la muerte de la compañera de Engels, Mary Burns. Y por culpa de cierta insensibilidad de Marx, egoístamente agobiado por las deudas propias y por la propia situación familiar. El traslado de Engels desde Manchester a Londres en los años siguientes sirvió para anudar aún más los lazos con el trato personal diario».

Cuando Marx publicó el libro primero de El capital, 1867, dos de sus hijas, Laura y Jenny, estaban pensando en independizarse. En los años siguientes, Laura se casó con Paul Lafargue, el autor del Elogio de la pereza, y Jenny buscó un trabajo a tiempo parcial. Las cargas económicas de los Marx fueron disminuyendo y la situación «estabilizándose relativamente, eso sí, siempre con la ayuda de Engels». Sin embargo, precisamente entonces la salud de Marx, que llevaba años sufriendo de forunculosis y que había tenido un cólico biliar en 1865, se deterioró seriamente. El esfuerzo intelectual realizado para terminar la redacción de su obra clásica y el desgaste psicológico que le produjo la actividad desarrollada en la dirección de la Internacional, acabó haciendo crisis en 1873 en opinión de FFB. Como Engels le venía recomendando desde años atrás, «Marx tuvo que cambiar su modo de vida, ahora por prescripción facultativa: una hepatitis latente desde hacía una década le lesionó el hígado. Y desde entonces tuvo que convivir diariamente con diviesos, jaquecas, cefaleas e insomnios. Los médicos le prohibieron que trabajara más de cuatro horas al día». Marx, recuerda FFB, había comentado así la prohibición: «Una sentencia de muerte para todo hombre que no sea una bestia». La situación le obligó a modificar sus hábitos y a revisar todos sus planes, «empezando por el plan monumental que tenía para la Economía».

En la recta final de su vida Marx, prosigue FFB, decidió no perder tiempo con polémicas inútiles y empezó a distinguir con claridad entre amigos políticos y amigos científicos. Llamaba «canallas», recuerda alguien que tenía muy presente esta consideración, «a los que acomodan los resultados de la investigación científica a las propias ideas políticas». Era otra forma de criticar la ideología como falsa consciencia. El contacto obligado con la naturaleza, señala FFB, llevó a Marx a interesarse más por las ciencias de la naturaleza (y también por la teoría evolucionista y sus derivaciones). Algunos de los que le trataron en esa época, señala, «empezaron a decir, en privado. que se había hecho más tolerante». Marx protestaba por ello. Es posible, sin embargo, sostiene FFB, que eso de la tolerancia fuera cierto en lo que hace al trato que tenía entonces con los amigos «científicos». «Él mismo pensaba que, de viejo, había logrado algo así como cierta ecuanimidad. Se hizo menos sarcástico, pero no le abandonó la autoironía»: la vejez, es Marx quien reflexiona, «trae la sabiduría. Por lo menos en el sentido de que uno evita malgastar inútilmente energías».

También se hizo un tanto más escéptico apunta FFB. Solía repetir aquello de «hay que dudar de todo». En cambio, sostiene FFB, él no ha visto documentos que permitan concluir nada parecido en lo referente a sus juicios políticos. Al contrario: «la mayor parte de las intervenciones y declaraciones de Marx en este aspecto, entre 1875 y 1882, dan más bien la impresión de que, con los años, se hizo más radical».

Desde 1875 Marx tuvo que peregrinar a distintos balnearios todos los años, buscando en las curas de aguas y en los climas templados un alivio a sus males hepáticos y bronquiales. Varias veces le había acompañado su hija menor, Eleonor, con la que había tenido una relación excelente en esa época. «En general la vida de Marx, guiado ahora por los médicos, se hizo más regular y ordenada, el vínculo familiar más profundo, aunque, como suele ocurrir en estos casos, a veces también más conflictivo».

Ese mismo año, 1875, los Marx se cambiaron «a una casa más pequeña, aunque también ajardinada, en el mismo barrio londinense». Pero pronto, muy pronto, a la enfermedad de Marx se unió la enfermedad de Jenny von Westphalen, Jenny la roja. Los recuerdos de la compañera de Marx, señala FFB, tienen en esa época un tono melancólico. «En 1879 los médicos la diagnosticaron un cáncer de hígado. Desde 1880 Karl Marx y Jenny von Westphalen estuvieron ya muy enfermos y la relación entre ellos se hizo difícil en aquellas condiciones». Eleanor Marx, recuerda FFB, nos ha dejado una página muy hermosa sobre los últimos momentos de Karl y Jenny. La siguiente: «Fue una época horrible. Nuestra querida madre estaba en la gran sala de enfrente. Moro en la pequeña habitación de atrás. Y los dos, tan acostumbrados el uno al otro, tan próximos entre sí, no podían siquiera estar juntos en la misma habitación […] Nunca olvidaré la mañana en que [Karl] se sintió suficientemente fuerte para ir a la habitación de mamá. Cuando estuvieron juntos de nuevo eran hombres jóvenes: ella una muchacha joven y él un joven amante, ambos en el umbral de la vida, no un viejo devastado por la enfermedad y una vieja agonizante que se separaban el uno del otro para siempre.» FFB recuerda que cuando murió Jenny, diciembre de 1881, Engels comentó: «Karl también ha muerto». Empero «el Moro» aún «vería morir a su primogénita, la otra Jenny, antes de irse definitivamente».

Neus Porta Tallada falleció en septiembre de 2011. Francisco Fernández Buey nos dejó un año después, agosto de 2012.

Notas:

[1] FFB, Marx sin ismos. El Viejo Topo, Barcelona, 1998, pp. 197-226.

[2] Muchos años después, Robert Linhart escribía De cadenas y de hombres, un relato novelado sobre su experiencia en la Renault que interesó y conmovió a muchos jóvenes de los setenta. El que suscribe entre ellos.

[3] Fue uno de los primeros textos marxianos publicados por la editorial Materiales.

[4] El siguiente aforismo de Sacristán, uno de los mejores en mi opinión, es de obligada cita: «Leibniz, como Marx, tiene el encanto de la oscuridad de lo que nace, de las promesas que nunca se podrán cumplir porque cuando la inspiración tenga que hacerse método, se verá que no da para tanta realización como parecía en la confusión del nacimiento.» También FFB valoró altamente este breve texto de su amigo y el estilo y acierto de Sacristán en estos ámbitos.

[5] Escribe FFB (Marx sin ismos, p. 229): «sigue siendo (1998), por lo que conozco, la biografía más competa (salvo, tal vez, para los últimos años de Marx)». Para los puntos en discusión, FFB comparó el texto de McLellan con los ensayos de Rubel, Nicolaesvsky y O. Maenchen-Helfen, y Mehring.

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

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