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Cien años después

El marxista-einsteiniano Francisco Fernández Buey y la teoría de la relatividad general (III)

Fuentes: Rebelión

Si en un sistema de referencia supuestamente en reposo se emite un destello luminoso, en dicho sistema su velocidad será c, y si otro sistema se mueve acercándose o alejándose del anterior con una velocidad v, desde ese otro sistema la velocidad del pulso tendría un valor (c + v) o (c – v), según […]

Si en un sistema de referencia supuestamente en reposo se emite un destello luminoso, en dicho sistema su velocidad será c, y si otro sistema se mueve acercándose o alejándose del anterior con una velocidad v, desde ese otro sistema la velocidad del pulso tendría un valor (c + v) o (c – v), según el caso. En la teoría de Einstein eso no es así: su velocidad sigue midiendo c. Es, por así decir, como si cada sistema inercial estuviese en reposo respecto del éter. Para que los distintos observadores inerciales pudiesen medir la misma velocidad, las longitudes y los tiempos tendrían que modificarse precisamente en los valores recogidos en las transformaciones de Lorentz. La llamada «transformación de Galileo» empleada hasta entonces en la mecánica clásica, tenía que ser sustituida por aquélla. Y esto transformaba a la mecánica, en la que como consecuencia se obtenía un aumento de la masa inercial con la velocidad (igual al obtenido en el caso de los electrones, pero sin hacer ningún supuesto sobre su naturaleza), una ley de composición de velocidades según la cual la velocidad de la luz en el vacío constituía un límite infranqueable, o la famosa ecuación E = m.c2, que relaciona la masa de un cuerpo con su contenido de energía. La vieja mecánica se subsumía en la nueva teoría como un caso aproximado cuando las velocidades implicadas eran de un orden muy inferior a la velocidad de la luz.

Carlos Solís y Manuel Sellés (2005)

 

Como se ha comentado en entregas anteriores, Francisco Fernández Buey [FFB] explica en los primeros capítulos de su libro sobre Einstein [2] los años de formación del gran científico y filósofo alemán. Nos habíamos quedado en las siguientes coordenadas.

Einstein daba a Mileva Maric noticia de sus lecturas y comunicaba reflexiones de interés sobre sus estudios y sobre sus hipótesis científicas. Un ejemplo, que nos recuerda FFB, de agosto de 1889

Cada vez estoy más convencido de que la electrodinámica de los cuerpos en movimiento, tal y como se presenta en la actualidad, no se corresponde con la realidad, y que debería ser posible presentarla de un modo más sencillo. La introducción del término «éter» en las teorías de la electricidad ha llevado a la noción de un medio de cuyo movimiento se puede hablar, creo yo, sin ser capaz de vincular esta expresión con un sentido físico.

 

En su correspondencia con Mileva, entre 1898 y 1902, «aparecen como una constante las quejas por la oposición familiar a la relación sentimental que habían establecido -«el espinoso asunto», suele decir el estudiante universitario- y por la escasa ayuda que le prestan aquellos colegas de más edad de quienes esperaba algo». Einstein, tiene entonces algo más de 20 años, «se muestra cariñoso y simpático con Mileva, aunque las expresiones y giros más amorosos de sus cartas no son precisamente los de un poeta enamorado o los de un joven sentimental». El joven Einstein, por lo que parece, no fue el joven Marx aunque también tuvo que vencer algunas oposiciones familiares.

Solía ser, en cambio, prosigue FFB, intransigente con la madre, cuya opinión sobre Mileva no podía soportar. Con razón. «Es rudo y hasta vulgar a veces en la descripción de las actitudes de los familiares y amigos de la madre (por lo general, mujeres)». A pesar de su manejo del violín, que le acompañaría siempre, y de que, por supuesto, sabía qué podía hacer para hacerse querer, no era el joven estudiante, comenta el autor de Leyendo a Gramsci, «que las madres burguesas y bienpensantes están deseando presentar a las amigas».

Eso sí: la opinión de la madre de Einstein sobre Mileva, a la que, además, sólo conocía de oídas por lo que cuenta su propio hijo, tampoco daba para más. Unos ejemplos del decir (más bien, maldecir) maternal recordados por FFB: 1. «Es un libro como tú, y lo que necesitas es una mujer». 2. «Una persona así no puede entrar en una familia decente». 3. «Si ella tiene un hijo, vaya regalo que te va a hacer». 4. «Cuando llegues a los 30 ella se habrá convertido en una vieja bruja».

La afabilidad en la cuneta de los comentarios; la perversidad, el machismo insultante y el realismo sucio en el puesto de mando.

En las cartas de estos cuatro años, apunta FFB, no hay indicios de las preocupaciones socio-políticas que más tarde, a partir de 1914, cuando estalle la Gran Gueera, «serían habituales en el científico ya relativamente conocido». Sí hay, en cambio, «en estas cartas opiniones de valor sobre la moral que empuja, que decía su contemporáneo Karl Kraus» (un autor siempre muy considerado, leído y estudiado por el autor de Poliética).

En una de las cartas, recuerda FFB, después de comunicar a Mileva que entiende a sus viejos, «se distancia enérgicamente de la concepción burguesa dominante que considera a la mujer ‘como un lujo del hombre que éste sólo puede permitirse cuando dispone de una cómoda existencia». Einstein critica esta más que masculina y tradicional visión de las relaciones entre los sexos con la siguiente consideración: «según eso, la mujer y la prostituta sólo se diferencian en que la primera, gracias a sus mejores condiciones de vida, puede conseguir del hombre un contrato de por vida». Solo que, matiza FFB, «en el caso de Einstein su distancia respecto de aquel concepto de las relaciones entre los sexos no implica necesariamente incomprensión: «El hambre y el amor son y seguirán siendo instintos tan importantes de la vida que, si se olvidan otros hilos conductores, casi todo se puede explicar por ellos. Por eso procuro respetar a mis padres, aunque sin abandonar nada de lo que considero bueno; eso lo eres tú, mi querido tesoro». No es el joven Marx, como decíamos, pero no está mal, nada mal el comentario. Y con «mi querido tesoro».

En las cartas del joven Einstein, comenta FFB, hay también sorna y mucho humor, «un rasgo de carácter que conservaría en su madurez». El buen humor aparece en la forma que adopta para tratar a Mileva a medida que la relación con ella va progresando. Hay humor, «a veces un tanto ingenuo y esporádicamente un poco negro, incluso en la forma de tratar las complicaciones de su amor y las dificultades profesionales con que se topan los amantes». Para FFB, este rasgo humorístico se tiene que entender «como el refugio mental de un joven que se reconoce inhábil para las cosas prácticas de la vida cotidiana y que empieza a sentirse extraño incluso en el mundo de los colegas científicos». Extraño, apunta el extraordinario lector que FFB siempre fue (una característica que deberíamos destacar más), es una palabra que aparecerá muy a menudo en la correspondencia. «Y, leyendo aquellas cartas, se tiene la impresión de estar ante un Einstein necesitado no sólo frente a la extrañeza y la soledad (para las que encuentra, cuando no está Mileva, cierto paliativo en la lectura de Schopenhauer) sino también en la comunicación de sus ideas científicas, de las que sabe ya que chocan con lo establecido» [3].

Tal vez por eso, prosigue el marxista sin ismos, Einstein intenta establecer cierta comunión científico-intelectual y no sólo amorosa con Mileva Maric, «compañera de estudios y lecturas; y en ocasiones habla de sus propios proyectos científicos en curso en un plural inclusivo, que la incluye a ella». Así, por ejemplo, el tema ha dado pie en discusiones históricas con aristas feministas como nos recuerda FFB, «en una carta de 1901 a Mileva, Einstein habla de «su trabajo en común sobre la relatividad del movimiento», lo cual ha producido en la comunidad científica algunas especulaciones sobre hasta dónde pudo llegar aquella colaboración intelectual durante los primeros años del siglo».

Otra persona con la que el joven físico estableció en aquel entonces «una relación en la que se unen amistad entrañable e interés científico fue Michele Besso, ingeniero mecánico varios años mayor que él pero compañero en el Politécnico» [4]. En las cartas de Einstein a Mileva pueden verse «abundantes referencias al amigo. Besso» quien fue, además, «la única persona a la que Einstein agradecería su colaboración, al final de su artículo sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento, el primer anuncio de la teoría de la relatividad especial o restringida.

En 1900, como se recuerda, al terminar la licenciatura en física y matemáticas en el Politécnico de Zurich, Einstein trató de obtener un puesto de ayudante en la universidad con la intención de redactar la tesis doctoral. No tuvo éxito. Tuvo que aplazar la presentación de la tesis «y dedicarse inicialmente a la enseñanza por libre o en escuelas secundarias». Mientras tanto, en 1901, obtuvo la nacionalidad suiza, condicionada a la obtención de un empleo fijo. «Ni siquiera H. F. Weber le ayudó a obtener un puesto de ayudante universitario, lo que le dejó cierto regusto amargo que queda igualmente reflejado en las cartas a Mileva». Con los años, comenta FFB, Einstein aún recordaría aquel momento: «Los profesores no me querían por mi independencia, por lo que me apartaron cuando necesitaron un ayudante». También aquí hay un cierto paralelismo con el padre de Tussy Marx.

Después de otros varios intentos fracasados de encontrar un puesto como docente, Einstein logró un trabajo en la oficina federal de patentes. En Berna, en Suiza, en junio de 1902.

Antes, en febrero de 1902, había nacido en Vojvodina la primera hija de Milena Einstein, a la que llamaron Lieserl. «Con este nacimiento pensaban vencer la resistencia familiar y casarse». Pensaron mal, muy mal. La pareja tuvo que aplazar «varios meses el matrimonio debido a que continuaba la oposición tajante de la familia del novio». De este modo, lo que apuntaba inicialmente hacia la estabilidad se convirtió en un momento oscuro-muy-oscuro en la vida de Einstein. Los amantes no pudieron contraer matrimonio hasta después de la muerte del padre, de Hermann Einstein, «quien dio su consentimiento al hijo para la boda prácticamente en el lecho de muerte ya, en el otoño de 1902».

No se sabe si, después de todo esto, la pequeña Lieserl, «que estaba siendo cuidada en casa de los padres de Mileva, en Hungría, murió, fue abandonada por los padres a los pocos meses de nacer o, tal vez, dada en adopción». En la correspondencia anterior a 1903, recuerda FFB, Einstein «menciona varias veces a la hija por nacer y a la hija recién nacida. Todas estas menciones son cariñosas y sensibles. Pero después de esa fecha no hay rastro, en su correspondencia, del destino de Lieserl». ¿Por qué? Lo desconocemos.

Poco después, en mayo de 1904, «nacía el primer hijo varón de Albert y Mileva, Hans Albert; en 1910 tuvieron un segundo hijo, al que dieron el nombre de Edward». Einstein vivió con Mileva en Zurich y en Praga hasta que, en 1914, se separaron de hecho con la oposición inicial de Mileva.

No fue el suyo un matrimonio feliz precisamente, comenta FFB, «al menos desde 1909». Se ha conservado una carta de Einstein de 1914 «en la que trataba de imponer a Mileva condiciones un tanto groseras para prolongar lo que se había convertido en matrimonio de conveniencia. Todo eso y una enfermedad cerebral acentuaron el carácter ya de por sí melancólico de Mileva». Después de cinco años de relaciones tormentosas, que afectarían a la posterior comunicación con sus dos hijos, Einstein consiguió el divorcio legal en 1919.

Podemos dejarlo en este punto. Conviene finalizar esta sucinta aproximación con un breve texto que el amigo y maestro de FFB, Manuel Sacristán (y su segunda compañera, María Ángeles Lizón), prepararon para un calendario de médicos en 1984:

Hombre simple y pacífico, siempre interesado apasionada y activamente por la justicia y la responsabilidad cívica. Judío alemán de origen, trabaja y reside en Suiza, Checoslovaquia y los Estados Unidos. En 1905, siendo un simple empleado de una oficina suiza de patentes, publica el primero de sus importantes estudios sobre la teoría de la relatividad. Realizó, entre otras, investigaciones sistemáticas sobre la teoría cinética de los gases y la de los calores específicos; sobre estadística, mecánica relativista y cálculos de coeficientes de radiación y absorción. Su contribución más importante en el campo de la física fue la teoría de la relatividad restringida (1905) y la teoría de la relatividad general (1915) que supusieron una ruptura con el importante esquema de la física newtoniana. Miembro honorífico de numerosas academias y sociedades científicas, cofundador de la Universidad de Jerusalén, declinó la presidencia de Estado de Israel y continuó trabajando en el Instituto de Estudios Superiores de New Jersey hasta su muerte.

 

Al morir, finalizaba Sacristán y Lizón, ya había cambiado el rumbo de la física. Se había abierto la era atómica.

 

Notas:

[1] Tomado de Carlos Solís y Manuel Sellés, Historia de la ciencia, Madrid, Espasa, 2005, pp. 837-838

[2] Francisco Fernández Buey, Albert Einstein. Ciencia y consciencia. Barcelona, El Viejo Topo, 2005.

[3] En otro orden cosas, véase Antonio Priante, El silencio de Goethe, Barcelona, Piel de Zapa, 2015.

[4] A. Einstein, Correspondencia con Michele Besso (1903-1955), Tusquets, Barcelona, 1994

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.