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El mensaje de la inclusión social y sus efectos positivos

Fuentes: Rebelión

Es frecuente que hoy la gente se pregunte porque se ve tanto pueblo en las calles de las ciudades venezolanas. Dicen que antes no se les veía tanto. Algunos se sienten molestos, reaccionan con rechazo, porque piensan que dan una visión depauperada de nuestras ciudades. Quisieran tenerlos escondidos, encerrados en ghettos, que no se mostraran […]

Es frecuente que hoy la gente se pregunte porque se ve tanto pueblo en las calles de las ciudades venezolanas. Dicen que antes no se les veía tanto.

Algunos se sienten molestos, reaccionan con rechazo, porque piensan que dan una visión depauperada de nuestras ciudades. Quisieran tenerlos escondidos, encerrados en ghettos, que no se mostraran mucho por los distintos lugares de nuestros núcleos urbanos.

Me pregunto si lo que ocurre es que estos sectores de la sociedad, lo que llamamos pueblo, o clases «D» y «E» para simplificar, vivían sumidos en las sombras, excluidos y marginados. Se sentían afectados por un grave complejo de inferioridad que hacía que se sintieran escoria, piltrafas, seres irrecuperables. He tenido contacto con personas que exteriorizan esta percepción de sí mismos. Otrora su relación con los gobernantes era distante, muy lejana, y eran sometidos a represión sólo por su situación de exclusión. Su culpa: Ser pobres. Su responsabilidad: Nacer y crecer en la extrema pobreza.

Hoy, en cambio, han ido paulatinamente recuperando su autoestima, al contar con un gobierno cuyo discurso los coloca en primer plano, los saca de su enclaustramiento, los revitaliza como personas capaces de prosperar tanto en lo material como en lo espiritual. De sentirse piltrafa, basura, escoria, hoy se sienten verdaderos seres humanos, tomados en cuenta, estimulados a producir para el bien de la sociedad. Es como si se les tendiera la mano, se les diera un afectuoso y sincero abrazo, y se les dijera: ven, te necesito, sin ti este país no funciona, sin tu trabajo y tu esfuerzo nada puede marchar eficientemente. Te necesito sano, bien alimentado, estudiando, trabajando. Porque sin ti no hay patria. Y perciben que ese discurso no es demagogia barata que se exterioriza en épocas de elecciones, sino que es lenguaje cotidiano, a tal punto que los funcionarios que no respeten el mensaje, se les exige que se adecuen a los nuevos principios que orientan la acción gubernamental.

Quizás por eso vemos más al pueblo recorrer las calles de nuestras ciudades, con la frente en alto, sin temor a pasear su humildad por nuestras urbanizaciones. El orgullo circula por sus venas y saben que sin ellos no se construye ningún país. Habrán algunos que les moleste este bullir continuo de pueblo, habrán los que se sientan afectados y crean que su sola presencia daña la estética de nuestras ciudades, pero tendrán que acostumbrarse y aceptar que ese pueblo-pueblo, que constituye la mayoría de nuestra población merece ser incluido a la hora de distribuir equitativamente los beneficios sociales.

Ojalá y cada vez más personas de los sectores socioeconómicos elevados, dejen de construir muros para alejarlos del pueblo y se percaten que sin ellos no hay tarea que pueda realizarse plenamente. No hay la menor duda de que una sociedad armónica, pacífica, con una delincuencia reducida a su mínima expresión, sólo puede alcanzarse en el contexto de un sistema social que no obstaculice los procesos de redistribución justa de las riquezas sociales, sino que, por el contrario, los estimule y favorezca.
¿No es oprobioso el muro que construye Estados Unidos para evitar que ingresen inmigrantes del lado de México? Igual a ese muro, es el que construimos diariamente cuando discriminamos, y etiquetamos negativamente a ese pueblo que se faja duro para conseguir su sustento diario, cumpliendo toda clase de tareas en el seno de nuestra sociedad.
Por ello las expectativas favorables que ha generado el actual gobierno no sólo hay que desear que se cumplan, sino que hay que exigir que se materialicen y profundicen de manera contundente. Lo que menos queremos es un pueblo frustrado nuevamente por el incumplimiento de tantas promesas.

Manuel Feo La Cruz  . Profesor de la Maestría de Ciencia Política y Administración Pública. Universidad de Carabobo. Venezuela