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Algunas reflexiones sobre la crisis actual a partir de una hipótesis de Kant

El mercado o la «República de los demonios»

Fuentes: http://iohannesmaurus.blogspot.com

 Quaerebam unde malum et non erat exitus («Buscaba el origen del mal y no encontraba solución») San Agustín, Confessiones, 7,7.11) El problema de la relación entre política y moral se plantea de dos maneras en el pensamiento de Kant. Antes de la revolución francesa, en la Idea de una historia universal desde una perspectiva cosmopolita […]

 Quaerebam unde malum et non erat exitus («Buscaba el origen del mal y no encontraba solución») San Agustín, Confessiones, 7,7.11)

El problema de la relación entre política y moral se plantea de dos maneras en el pensamiento de Kant. Antes de la revolución francesa, en la Idea de una historia universal desde una perspectiva cosmopolita (1785) la solución del problema político, esto es la búsqueda de un ordenamiento político acorde con la dignidad humana y la libertad individual, se cifraba en alcanzar una sociedad regida por el derecho en la que se respetasen los derechos de los individuos y estos pudieran ser los legisladores de las normas que se les aplican. Para obtener este resultado era necesario, según Kant, que las semillas de moralidad que la naturaleza ha puesto en el hombre se desarrollasen progresivamente. Ahora bien, este desarrollo, en un ser hecho de una «madera curva» como es el hombre, no puede ser directo ni rápido. Las pasiones humanas, la violencia, la competitividad, la propia guerra, serán los impulsores de este progreso, pues gracias a ellos el ser humano comprenderá la necesidad de alcanzar mediante el contrato social el estado jurídico como mejor modo para preservar la libertad de cada uno. Así, el avance hacia la libertad a través del derecho es un proceso lento e imprevisible como las grandes revoluciones de los sistemas planetarios.

La perspectiva de Kant se modifica, radicalmente con la revolución francesa, en la cual ve cómo la política ha permitido acelerar de modo antes inimaginable el proceso de instauración del orden jurídico, sin recurrir necesariamente a un desarrollo de la moralidad en el hombre. La política se presenta para Kant como un espacio con su propia autonomía, basado en el interés bien entendido de los individuos. A fin de ilustrar la hipótesis de una política pura, dotada de su propia racionalidad independiente de la moral, Kant formulará la hipótesis de una sociedad de demonios organizada por el derecho: «»El problema del establecimiento del Estado tiene solución, incluso para un pueblo de demonios, por muy fuerte que suene (siempre que tengan entendimiento), y el problema se formula así: «ordenar una muchedumbre de seres racionales que, para su conservación, exigen conjuntamente leyes universales, aun cuando cada uno tienda en su interior a eludir la ley, y establecer su constitución de modo tal que, aunque sus sentimientos particulares sean opuestos, los contengan mutuamente de manera que el resultado de su conducta pública sea el mismo que si no tuvieran tales malas inclinaciones». Un problema así debe tener solución. Pues no se trata del perfeccionamiento moral del hombre sino del mecanismo de la naturaleza; el problema consiste en saber cómo puede utilizarse este mecanismo en el hombre para ordenar la oposición de sus instintos no pacíficos dentro de un pueblo de tal manera que se obliguen mutuamente a someterse a leyes coactivas, generando así la situación de paz en la que las leyes tienen vigor.» (Immanuel Kant, La Paz Perpetua, Suplemento primero).

De lo que se trata, por consiguiente en la hipótesis de Kant es de que personajes absolutamente amorales e insolidarios lleguen a constituir un orden de derecho teniendo en cuenta simplemente su propio interés. Aquí Kant no puede no estar pensando en las formulaciones paralelas del mismo problema que se encuentran en Adam Smith. Para Smith, como se sabe, el problema de la sociedad consiste en que, si bien existe por momentos simpatía de unos individuos hacia otros, esta no llega a compensar el egoismo que es permanente. La sociedad tiene, pues que fundarse sobre el egoismo y no sobre la solidaridad y la virtud moral y cívica. Como afirma Smith en la Teoría de los sentimientos morales, la sociedad La sociedad «puede subsistir entre los hombres, tal como subsiste entre los mercaderes, por el sentimiento de su utilidad, sin ningún vínculo afectivo: aunque ningún hombre estimase a otro por los deberes y lazos de la gratitud, la sociedad puede seguir manteniéndose mediante el intercambio interesado de servicios mutuos a los que se ha asignado un valor convenido.» La solución de Smith se basa en el juego recíproco de los egoismos que termina produciendo resultados acordes al intereses general. La república de los demonios de Kant se basa en principios semejantes, con la diferencia de que los demonios convienen, no en una transacción comercial, sino en una constitución política. Pero esto no constituye una enorme diferencia, pues la constitución política de los demonios sólo podrá ser aquella que dé libre curso a sus egoismos, esto es la que permita que el mercado se autorregule libremente sin interferencias del poder político que no estén destinadas a restablecer el correcto funcionamiento del propio mercado según leyes de protección de la propiedad y de la competencia.

La república de los demonios de Kant tiene la particularidad de ser formalmente indistinguible de una república que tuviera por principio la virtud. La virtud cívica y la máxima depravación, cuando se integran en el juego de los mecanismos de mercado dan resultados semejantes. La radicalidad de Kant le conduce a tener que reconocer este hecho. En ello coincide con el principio básico de la teoría política liberal que se ha presentado como la teoría política del «mal menor» (Cf. Jean-Claude Michéa, L’empire du moindre mal). Para el liberalismo, el buen gobierno no es el que propugna un bien o una felicidad imposibles y erradica el mal, sino el que fomentando determinados equilibrios entre males parciales evita los males mayores que son la miseria y el despotismo. El instrumento privilegiado de esa búsqueda del mal menor será el mercado. Al abrir y reproducir constantemente el espacio del mercado, el Estado liberal permite a los canallas dar libre curso a sus pretensiones, a condición de que lo hagan en condiciones formalmemente iguales a las de los demás canallas. En último término, esta lógica obliga a las personas decentes a comportarse como canallas y permite estos actuar con toda la libertad posible.

La teoría del mal menor no es patrimonio exclusivo de los clásicos del liberalismo a los que se refiere Michéa, pues es también una inspiración fundamental de los neoliberales. Esta teoría llega en efecto a una cima de cinismo en la obra del premio Nobel de economía Gary Becker, quien sostiene que el delito debe considerarse como una actividad económica normal, con sus riesgos propios y sus ventajas y desventajas sociales. Según afirma Becker en su artículo de 1968 Crime and Punishment: an economic approach (Crimen y castigo: un planteamiento económico): «Se puede considerar que una multa es el precio de un delito, pero también puede considerarse así cualquier otra forma de castigo; por ejemplo, el precio de robar un coche pueden ser seis meses de cárcel. La única diferencia son las unidades de medida: las multas son precios medidos en unidades monetarias, las penas de prisión son precios medidos en unidades de tiempo. A fin de cuentas aquí son preferibles las unidades monetarias, pues se les suele dar preferencia a efectos de cálculo y contabilidad.» A este respecto, Roberto Saviano nos ha informado con precisión en su documentado libro Gomorra de cómo la mafia es un elemento fundamental en la agilización de los mecanismos de mercado y una útil palanca de la mundialización capitalista.

En la actualidad nos econtramos con otro fenómeno, derivado de esta misma lógica, que ilustra el funcionamiento del orden constitucional de la república de los demonios. Se trata de un tipo de títulos financieros cuyos efectos la mayoría de los griegos y de los españoles y portugueses empiezan a sentir de manera brutal, los CDS (del inglés Credit Default Swaps traducido por «permutas de incumplimiento crediticio»). Estos títulos financieros son el equivalente de una apuesta sobre la quiebra de un deudor. Su valor depende, por lo tanto, de las posibilidades de suspensión de pagos del deudor. El interés de quien los detenta consiste en que la suspensión de pagos se produzca. Son, como han dicho destacados economistas, el equivalente a una póliza de incendio sobre la casa del vecino, en la que el titular cobraría una indemnización de producirse el percance. Estas pólizas, de momento están prohibidas en el ámbito del seguro por las criminales tentaciones que podrían suscitar, pero no lo están en el de la finanza y aún menos en el de la finanza internacional donde se juega con los títulos de deuda pública de los países y se apuesta a la quiebra de las finanzas públicas.

Conforme a las teorías de Gary Becker, este tipo de títulos debe considerarse como otro cualquiera, del mismo modo que el atraco, el asesinato o el secuestro deben verse como actividades económicas equiparables a las demás. Esto nos muestra, sin embargo, los límites de un sistema, como el liberal que pone teóricamente en pie de igualdad a los demonios y a los santos, suponiendo que el equilibrio de los egoismos produciría un mal menor. En realidad lo que ocurre es que de la mera suma de egoismos no surge nada común que no sean las leyes mismas que rigen el infierno. El mal menor se convierte así en un mal ilimitado. Si se aspira a una sociedad solidaria, lo común no podrá obtenerse nunca como resultado de mecanismos de mercado o de formas de representación política articuladas con el mercado, sino establecerse como presupuesto. Lo común es el fundamento último de toda sociedad. Una sociedad basaba en la propiedad, esto es en la expropiación de lo común -poco importa que la propiedad sea privada o pública: los socialismos históricos han conducido a una forma caricatural de lo mismo- sólo puede constituirse como una república de los demonios. No se trata aquí de una crítica moral, sino de una crítica dirigida a la constitución material del Estado capitalista. Si aquí hablamos de demonios es por acompañar a Kant en su útil metáfora del orden de mercado y no porque creamos en Dios ni en los demonios. Los demonios realmente existentes no son sino los tiburones de la finanza y del capital y su infierno, nuestro infierno, se llama mercado.

Fuente:http://iohannesmaurus.blogspot.com/2010/05/el-mercado-o-la-republica-de-los.html