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El mercantilismo político

Fuentes: Rebelión

No voy a decir nada nuevo si afirmo que los verdaderos culpables del clientelismo político no son otros que los mismos que lo promueven. No podrían instalarlo sin embargo si no contaran con algunos requisitos básicos: la desigualdad social, la pobreza, el desempleo, la miseria, la excesiva y obscena concentración de la riqueza, factores todos […]

No voy a decir nada nuevo si afirmo que los verdaderos culpables del clientelismo político no son otros que los mismos que lo promueven. No podrían instalarlo sin embargo si no contaran con algunos requisitos básicos: la desigualdad social, la pobreza, el desempleo, la miseria, la excesiva y obscena concentración de la riqueza, factores todos que no se presentan de un día para otro,sino que son la consecuencia del desinterés por el honesto ejercicio de la política y la falta de responsabilidad de sucesivos gobiernos a lo largo de muchas décadas.

Los gobiernos clientelistas, también llamados populistas, no son de izquierda ni de derecha, pueden darse en muy diferentes marcos y se basan en los mismos principios: detectar las carencias más sentidas por la sociedad y elevarlas al nivel de verdaderos e irrenunciables ideales, pero no para proponerse alcanzarlos sino para mantenerlos como objetivos capaces de convocar, durante el mayor tiempo posible, la adhesión esperanzada de las multitudes insatisfechas. En realidad los liderazgos carismáticos que son diestros en aglutinar gran cantidad de fieles e incondicionales seguidores no solo se yerguen como intérpretes de las necesidades más elementales de la gente, sino que también desarrollan la habilidad de detectar los sentimientos y las aspiraciones de grupos de jóvenes propensos a descubrir caminos alternativos y deseosos de encontrar soluciones a los problemas que los rodean no solo porque los afecten sino también porque se sienten ávidos de seguir liderazgos atractivos, novedosos y convocantes.

De allí la formación de grupos de lealtad juvenil, fácilmente manipulables e incondicionales corifeos de las actividades masivas de sus líderes que pueden conducirlos a la irracionalidad y a la violencia. Decía José Ingenieros «juventud sin rebeldía es servilismo precoz«. Pero si esa rebeldía es instrumentada por caudillos irresponsables que esconden sus verdaderos y personales objetivos tras un discurso revolucionario, reivindicativo y justiciero, que por otra parte no está en sus planes cumplir, puede transformarse en un arma muy peligrosa y frustrante para esa misma juventud.

Cuando esos líderes llegan al poder, que una vez logrado difícilmente se resignan a perder, se vuelven amnésicos, olvidan su enunciado propósito de cambiar las condiciones de pobreza, marginación y abandono de aquellos sectores de la población a los que dirigieron sus discursos preelectorales y lo disfrazan otorgando dádivas, subsidios y beneficios de corto plazo que se vuelven clientelares, es decir intercambiables por votos pero que en modo alguno cambian el sustrato que ha originado esos estados de pobreza y de miseria.

Estos sistemas despectivamente llamados «populistas» nada tienen de populares, como por otra parte deberían serlo todos los gobiernos democráticos, sino que se convierten en remedo, en eufemismo que suele ocultarse detrás del pretexto de atribuir la omisión o el evidente incumplimiento de sus promesas a una oposición personificada por terceros: capitalistas, clase media, transnacionales, prensa, buitres a quienes curiosamente endosan más poder que el que ellos mismos alardean detentar.

Resulta bastante esclarecedor advertir que en los discursos electorales no figuran nunca los problemas o las situaciones que ponen de relieve la necesidad de realizar cambios profundos en las relaciones de poder, que en definitiva son las que verdaderamente perfilan el presente y el futuro del país. ¿A qué mencionar la megaminería, la deforestación, la contaminación y el deterioro ambiental, la situación de abandono de los pueblos autóctonos, por citar solo unos pocos, si esos problemas afectan solamente a sectores pequeños de la población, por lo general aislados y que jamás son sujetos de grandes titulares en los diarios de mayor circulación? Nadie pone de relieve la interrelación que existe por ejemplo entre la pobreza urbana y las desmedidas ganancias del extractivismo minero, sus prebendas, sus exenciones impositivas y los beneficios directos que reciben quienes se las otorgan. ¿Qué político va a matar a la gallina de los huevos de oro mientras en la sociedad no exista conciencia de la medida en que el turbio y discrecional manejo de los recursos del país es el responsable directo de sus propias carencias?

Súmese a este panorama la insistente y desmedida mercantilización de los más variados aspectos de la vida humana que tampoco es percibida como un instrumento de subordinación a intereses ajenos pero que en realidad ha venido generando la pérdida de la propia e individual capacidad de decidir sobre la elección de otros objetivos, de otras metas y de otras formas de vida menos alienantes,

«Pero que extraño es que yo perdido ande…» diría Lupercio Leonardo de Argensola, ante tales engaños porque si no fuera por el persistente maquillaje a que nos someten sin pausa los prolíferos medios audiovisuales realizándole el «photoshop« a la FELICIDAD transformándola en algo solo y exclusivamente alcanzable a través del consumo y provocando muchas de las indeseables consecuencias que enfrentamos, la corrupción, la violencia, la inseguridad y hasta el mismo narcotráfico que de otro modo ocuparían seguramente un lugar menor dentro del panorama que actualmente nos acecha con obstinada presencia.

Porque, ¿quién podría negar que esa incitación al consumo permanente no genera mayores y más generalizadas situaciones de insatisfacción que la menos evidente exhibición de la riqueza, algo más oculta y en cierta medida más discreta? Comprar, comprar, comprar se ha transformado en el objetivo más perseguido, aquí o en Miami, en la avenida Santa Fe o en el Once, en los «malls», en los «shopings» en esas gigantescas catedrales de hoy en día, con sus cientos de capillas dedicadas a las más diversas devociones: calzado, ropa, bisutería, lencería, electrónica… a través de las más variadas, imaginativas y tentadoras promesas de descuentos, bonificaciones, rebajas, cuotas, liquidaciones y diferentes y engañosas formas de pago. ¿Y por qué no pensar entonces en la compraventa de votos a través de la palabra y de créditos de mediano y largo plazo, de dádivas y de subsidios, que a la corta o la larga generaran apetecibles réditos a una clase política que ha perdido el rumbo, la ética, el básico sentido de sus responsabilidades, de sus funciones primordiales al servicio del pueblo y de la comunidad a la que dice y debería representar?

¿No será acaso que es nuestra misma indolencia, nuestra misma silenciosa aceptación de esa manera invasora de incitar al consumo sin límites lo que en mayor medida genera lógicas y variadas formas de inseguridad y de violencia? ¿Es posible creer que la represión, el incremento de las fuerzas de seguridad, las alarmas y toda clase de precauciones podrían desalentarlas?

Me parece mucho más importante reflexionar sobre las raíces del clientelismo, de todo tipo de generación clientelar tanto política como comercial y actuar en consecuencia considerándola en el primer caso totalmente condenable y en el segundo tratando de convertir la propaganda, la publicidad, los reclamos en que se basa en instrumentos más mesurados que cumplan con su objetivo sin transformarse, como actualmente sucede, en un agente incontroladamente ilimitado e invasivo de todo espacio, ámbito o territorio tanto público como privado. Tal vez así podríamos restablecer un razonable, equilibrio diferenciando lo socialmente justo de lo injustamente incitante y erradicar además mínimamente las tentaciones de ese círculo vicioso que ha transformado a la política en uno de los más lucrativos negocios de los últimos tiempos. Nada que no emprendamos consciente y colectivamente podrá dar los añorados frutos de un futuro mejor.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.