En este artículo el autor analiza el papel del ministro José Múcio como representante y defensor de la cúpula militar brasileña golpista en el seno del gobierno de Lula, es decir: ‘el enemigo en casa’.
Más que como ministro de Defensa, José Múcio Monteiro actúa como abogado de la dirección militar y embajador de los intereses de los cuarteles ante el poder político y la sociedad civil. Desde el punto de vista civil-republicano, por lo tanto, es un anti ministro.
Múcio es un personaje trágicamente ridículo y simulador que insulta el proceso de memoria, verdad y justicia que es esencial para que Brasil reconstruya eficazmente la democracia.
Se burla de quienes lo critican por su indulgencia con la familia militar y exige acciones legales con respecto a conspiradores militares y golpistas que han participado del ataque a la democracia. “Creo que me gustaría que dijeran más. Porque cada vez que dicen eso, las Fuerzas Armadas se sienten satisfechas”, dijo, orgulloso de ser jocosamente llamado general sin uniforme.
Contrariamente a todas las pruebas de la realidad y los hechos documentados, Múcio sostiene que quienes acamparon en el cuartel durante meses, cometieron actos terroristas en diciembre de 2022 en Brasilia y despreciaron la sede de los poderes de la República el 8 de enero… eran mujeres, niños, niñas… Como si fuera un gran picnic, un botellón o una macro fiesta en la Plaza de los Tres Poderes.
Hoy se sabe que las jerarquías militares, especialmente el Alto Mando del Ejército, no lograron llevar a cabo el proyecto golpista únicamente porque el gobierno de Joe Biden de EEUU ni lo aprobaba ni lo apoyaba, además de que promovería sanciones.
En contra de esos hechos probados, no obstante, el ministro Múcio, con señales evidentes de padecer algún tipo de delirio, afirma que «podría ser, quizá, que algunas personas en la institución armada lo quisieran [el golpe de Estado], pero las Fuerzas Armadas no querían un golpe».
Las posiciones del ministro Múcio son altamente dañinas para el esfuerzo del país por establecer la verdad histórica alrededor del 8 de enero de 2023, lo que ha significado el momento culminante de la empresa golpista tramada por los militares desde al menos el proceso de desestabilización del gobierno de Dilma Rousseff… o incluso antes.
Los conspiradores generales Sérgio Etchegoyen y Eduardo Villas Boas, que formaban parte de la alta jerarquía del Ejército en ese momento, traicionaron a Dilma, que los habían nombrado siendo presidenta, y conspiraron en secreto con Michel Temer su derrocamiento, como el propio usurpador reveló en un libro.
Los planes militares de tomar el poder civil estaban trazados desde hace mucho tiempo. La candidatura del boleto militar liderado por Jair Bolsonaro para las elecciones de 2018 se lanzó cuatro años antes, el 29 de noviembre de 2014 en la Academia Militar de Agulhas Negras (AMAN).
En ese momento, la Academia estaba en manos del actual comandante del Ejército, el general Tomás Ribeiro Paiva, otro miembro de la actual generación conspiradora, que era jefe de Estado Mayor de Villas Boas cuando el general publicó el twitter en el que el Alto Mando del Ejército obligó al Supremo Tribunal Federal a arrestar a Lula.
En los cuatro años del gobierno fascista-militar presidido por Bolsonaro, los militares revisaron el Código Penal brasileño y, mientras tanto, estuvieron involucrados en multitud de actos ilícitos: desviaciones de dinero, genocidio de pueblos indígenas, contrabando de joyas robadas, tráfico internacional de cocaína, corrupción, desastre durante la pandemia, ataques a instituciones, ataques al Estado de Derecho, desprecio por el resultado de las elecciones y sedición.
Mucio, a pesar de toda esta evidencia, dice que para castigar a los militares, se necesita saber quiénes son los culpables, pero hasta este momento no ha exigido a los comandantes de las tres Fuerzas la apertura de investigaciones sobre la participación de varios oficiales y mandos en crímenes comunes y contra la democracia.
Por lo tanto, con la acción eficiente de Múcio -su embajador, el general sin cargo-, los militares llegan al 8 de enero, beneficiados por una amnistía tácita y todavía más fuertes. En la primera crisis institucional o inestabilidad política que se les presente, volverán a golpear a la democracia, porque conocen el atractivo sabor de la impunidad.
Desde el punto de vista del poder civil y de la República, Múcio es la persona equivocada que ocupa el lugar equivocado en el momento equivocado. Desde el punto de vista militar, sin embargo, Múcio sienta como un guante.
Jeferson Miola es miembro del Instituto de Debates, Estudios y Alternativas de Porto Alegre (Idea), fue coordinador ejecutivo del V Foro Social Mundial y colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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