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El MST hoy, ayer, mañana, siempre

Fuentes: La Jornada

El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) no nació de la nada. ¡Nació de la lucha histórica del pueblo brasileño! Nació de antecedentes importantes y muchas veces olvidados en ese país sin memoria. Pero ciertamente fue y es, no sólo el más longevo, es decir, el que lleva más tiempo actuando, sino el […]

El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) no nació de la nada. ¡Nació de la lucha histórica del pueblo brasileño!

Nació de antecedentes importantes y muchas veces olvidados en ese país sin memoria. Pero ciertamente fue y es, no sólo el más longevo, es decir, el que lleva más tiempo actuando, sino el que más conquistas ha alcanzado en términos concretos y continúa alcanzándolas.

Vamos a hablar sólo de los pasados 60 años de ese país en que la cuestión agraria de la tenencia de la tierra viene de siglos.

Para empezar, conviene recordar que no se puede hablar de lucha por la reforma agraria en Brasil sin citar a Leonel Brizola.

En 1961, cuando era gobernador de Río Grande del Sur (en portugués Rio Grande do Sul), Brizola dio inicio al master, Movimiento de los Agricultores Sin Tierra, que fue el primer paso concreto que se dio, en Brasil, para implantar una siempre esperada reforma agraria.

Brizola venía del campo, de la violencia del campo, de la miseria y de las aberrantes desigualdades del medio rural brasileño. Y eso en un estado rico.

Se había casado con una heredera poderosa, doña Neuza Goulart, hermana de Jango Goulart, una familia de estancieros, es decir, de grandes propietarios rurales.

Para que su apoyo a la reforma agraria fuera comprobable en su estado, Río Grande del Sur, donó 45 por ciento de las tierras que había heredado su mujer.

Fue, claro, un gesto destinado a causar un impacto en la opinión pública. Pero también fue el primer paso de la primera tentativa de reforma agraria implantada en Brasil.

Durante su gobierno en Río Grande del Sur se entregaron 13 mil nuevos títulos a los sin tierra. Poco, tal vez. Pero fue la primera y ejemplar tentativa de implantar una reforma agraria en nuestro país.

Hubo otro antecedente del que no podemos dejar de hablar: las Ligas Camponesas, una especie de asociación de campesinos creada primero en Paraíba y que después se extendió por Pernanbuco -donde tuvo su principal foco-, y también por Goiás y a Río de Janeiro.

Desde 1955 hasta 1964, las Ligas Camponesas tuvieron una intensa actuación en Brasil. En el master gaucho apoyado por Brizola hubo dos líderes, João sin tierra y Jair Calixto, cuya repercusión fue local. Ya en las Ligas Camponesas hubo dos grandes dirigentes que tuvieron repercusión nacional: Gregório Bezerra y, después, Francisco Julião.

Conocí a Julião -que para mi generación era un nombre mítico- en Lisboa, en 1979. Conversamos mucho, aquella primera vez. Y muchas más veces cuando me mudé de España a México, donde vivía en condición de exiliado.

Y después, en Brasil, cuando volvió, amnistiado, de décadas de exilio. Siempre oí de él lo mismo: mientras no haya una verdadera, profunda, reforma agraria, Brasil no existirá.

Decía aquello con la suavidad de quien es cordial y la convicción de los que tienen una fe insuperable e inquebrantable.

Pues bien, el MST supo apoderarse de esa herencia esencial y avanzar, avanzar mucho. Hoy, es uno de los movimientos sociales más activos y significativos no sólo de Brasil o de América Latina, sino del mundo.

Su raíz está donde debería estar: en los sin tierra, en los que reivindican tierras para plantar, para producir. Para vivir. Para ser lo que deberían ser desde siempre, desde sus raíces más ancestrales, si Brasil no fuese un país de desigualdades e injusticias aberrantes.

A lo largo de su historia, el MST ha establecido parámetros nuevos para la lucha por la tierra, por la reforma agraria, todos ellos olímpicamente ignorados por los grandes medios oligopólicos de comunicación y, muchas veces, por los gobiernos siempre conchabados con uno u otro lado de la moneda, los latifundios.

El MST tiene cooperativas innovadoras en el sistema de plantación agroecológica y la única cooperativa de América Latina que produce semillas de hortalizas agroecológicas. Es el mayor productor latinoamericano de arroz orgánico. Existe una fenomenal escuela -me refiero a la Florestan Fernandes, creada a raíz de las donaciones de Sebastião Salgado, José Saramago y Chico Buarque-, que era una escuela nacional y ahora es latinoamericana e internacional, por la que pasan estudiantes de todo el mundo. La misma que la policía de los golpistas quiso invadir en noviembre de 2016. Uno de los motivos de orgullo, por lo que sé, del MST es que está usando el método «Yo, sí puedo» de alfabetización de adultos, y ahora está ayudando al gobierno de Maranhão a combatir el analfabetismo por allá. Existen un sinfín de ejemplos ejemplares, valga la redundancia, y de iniciativas que señalan y prueban la viabilidad de las acciones positivas.

Todo eso se le oculta a la opinión pública por parte de un conglomerado de medios de comunicación que intentan defender, a cualquier precio, un escenario injusto, aglutinador, inmoral e indefendible. Así están las cosas.

Sin embargo, el MST va más allá, mucho más allá, de ocupar y de reivindicar tierras y exigir, con justicia absoluta, una reforma agraria que por lo menos intente disminuir las aberraciones de la propiedad rural en Brasil.

He estado en ocupaciones, he estado en tierras conquistadas al amparo de la ley, he estado en el sueño alcanzado por los abandonados de siempre.

No, el MST no es sólo un grupúsculo de alucinados que invade tierras ajenas. Eso es lo que dicen los grandes medios de comunicación, los periódicos, las revistas, las redes nacionales de televisión y radio.

El MST, además de devolver la dignidad a los pobres de la tierra, desarrolla, de verdad, una especie de proyecto de vida, de nación. Muchas de sus cooperativas, vale la pena reiterarlo, podrían servir de modelo de transformación de la estructura actual de producción rural. Y, claro, de la convivencia en sociedad.

A estas alturas de la vida me considero un señor mínimamente respetable: nací en 1968. Vengo de una generación que se lanzó por todos sus sueños, que en determinados momentos sintió que podía tocar el cielo con las manos, que en otros pensó que había conseguido, al menos, rozar ese cielo.

Entiendo que ese país que me ha tocado en la lotería de la vida, Brasil, país inmenso y dolorido, jamás llegará siquiera a comenzar a ser lo que puede y debería ser, mientras la cuestión de la tierra siga como está.

Continúa siendo inadmisible, para mí, que tan pocos mantengan intocables en sus manos semejante cantidad de tierra. Incomprensible.

Esta es la primera injusticia, la más injusta de todas, la cuna de nacimiento de todas las demás.

No sé, de verdad, si en la cuestión de la tierra está la raíz de todos nuestros males. Pero sé, de verdad, que en esa cuestión está una de las raíces. Tal vez la más profunda de todas. Tal vez.

Y es en ese punto, en ese aspecto, en el que veo la acción principal, la más profunda, del MST.

No en las ocupaciones (en la inmensa mayoría de las veces justificada), no en los gestos más espectaculares, sino en su acción cotidiana, en la formación, en la concientización, en fin, en la siembra de un país posible, aquel mundo que, en palabras de Eduardo Galeano, «pueda ser la casa de todos, y no la casa de unos pocos», esos pocos que son los beneficiados de siempre, en detrimento de la inmensa mayoría de los abandonados, los olvidados de siempre.
 
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2017/12/28/opinion/015a1pol