Recomiendo:
0

El muerto atrapa al vivo

Fuentes: notiminuto.com

¡El muerto atrapa al vivo! Con esta fantástica metáfora Karl Marx describía, en su papel de precursor de la sociología, esa forma inevitablemente terca que tiene el pasado de pervivir en el presente, de no dejarlo existir completamente sin manifestarse, cual ectoplasma errante, por aquí o por allá. Esa suerte de patada de ahogado de […]

¡El muerto atrapa al vivo! Con esta fantástica metáfora Karl Marx describía, en su papel de precursor de la sociología, esa forma inevitablemente terca que tiene el pasado de pervivir en el presente, de no dejarlo existir completamente sin manifestarse, cual ectoplasma errante, por aquí o por allá. Esa suerte de patada de ahogado de la sociedad que nos hace decir, parafraseando a Gramsci, que vivimos una época nueva que no termina de nacer, pero que remplazará a un pasado que no termina de morir. Cuando el cambio social se pone en marcha, hay fuerzas muy poderosas que pesan de todo su peso para que, al final del día, todo cambie para que nada cambie. En política, a estas fuerzas se le define como conservadoras, y son las que obran, con más o menos paciencia, para trabar la rueda del cambio y echar el ancla por la borda. Hay quienes asumen plenamente su conservadurismo, pero tienden a ser los menos. Es más común que el conservador pretenda vender la mercancía vencida disimulándola con un paquete nuevo y rotulándole una nueva fecha de caducidad. La mayor referencia universal en esta materia, que se asemeja a una suerte de estafa intelectual, fue la gran operación de reventa del neoliberalismo, que logró asimilarlo a la idea de reforma e incluso de modernización de la economía. Cuando Thatcher y Reagan emprendieron su revolución conservadora a principios de los años 80 del siglo pasado, lo hicieron en nombre de una teoría económica escrita por un escocés en el siglo XVIII ¿El mismo musiú pero con diferente cachimbo? ¡En efecto! Pero cuando el poder mediático acompaña cual viagra a la voluntad política de erigir una y otra vez lo que ya cayó por su peso histórico, la ilusión y el engaño pueden terminar haciendo efecto.

Muy a propósito de viagra, la reciente Cumbre de las Américas fue la ocasión para que la derecha venezolana reclutara a todo el ancianato político del continente y más allá, y le hiciera firmar una declaración en donde este club de calva y cana manifiesta su preocupación por la situación de Venezuela. Curioso proceder el de movilizar, en América latina, la política de los años 80 y 90 del siglo pasado contra el proceso político progresista del presente. Sobre todo para quienes pretenden encarnar el futuro y niegan, jurando y perjurando, que su proyecto político consista en una restauración de la plutocracia autoritaria y antipopular que gobernó al continente en las últimas dos décadas del siglo XX. Con la «Declaración de Panamá» de los «ex presidentes Iberoamericanos», la derecha venezolana dio un paso más en su proyecto de estafa ideológica con el que piensa echar mano del poder en nuestro país. Hay que reconocerles que hace falta tener agallas para presentar a semejante casting como un areópago de sabios y virtuosos. Primero, por su relevancia. Imaginemos un segundo que los restos inmortales de El Libertador Simón Bolívar pudiesen sentir en su Panteón caraqueño, la vergüenza y el temor que infunde el peso del dedo acusador de un hombre de la estatura de… Nicolás Ardito Barletta. ¿Quién? Nicolás Ardito Barletta. Este prohombre marcó de su impronta indeleble el destino de la República de Panamá durante los 11 meses en los que ocupó la magistratura suprema entre 1984 y 1985. De su brevísima reseña en Wikipedia, la referencia más noble que de él se puede encontrar, podemos retener que su victoria electoral «después se consideró como fraude» en razón de la estrecha ventaja (1713 votos para ser precisos) con los que se impuso, y que «en su corto período como presidente, trató de incrementar el crecimiento económico y disminuir el déficit fiscal existente, que causaron malestar en la opinión pública y tuvieron que ser modificadas». En resumen, ganó con trampa, quiso imponer un paquete neoliberal, y se deshicieron de él en menos de un año. Luego, de autoridad moral. Volteemos la mirada entonces hacia Alfredo Cristiani, otro insigne firmante de la Declaración de Panamá. Cristiani, nacido en una familia de la oligarquía terrateniente de El Salvador, donde de seguro recibió sus primeras nociones de amor por el pueblo y apego a la democracia, consolidó sus firmes convicciones en materia de Derechos Humanos de la mano del general Roberto d’Aubuisson, cuyos trascendentales aportes a las Ciencias y Artes Militares figuran en el capítulo «Escuadrones de la Muerte» de cualquier Enciclopedia seria, con una mención especial para el asesinato de un hombre que la Iglesia Católica tiene a las puertas de la Santidad, Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Fiel al legado inmortal de su mentor, Cristiani estuvo implicado en el asesinato, durante su mandato (1989-1994), de 9 sacerdotes jesuitas entre los que se contaba, un aporte adicional de Cristiani a las luces y las letras de su país, el Rector de la Universidad Centroamericana. Finalmente, de legitimidad democrática. Veamos el perfil del muy mediáticamente activo Jorge «Tuto» Quiroga, quien sólo debe su título de ex-presidente de Bolivia al cáncer de pulmón de su padre político, el General Hugo Banzer, otro pilar de la democracia continental. Quiroga, quien ejerció accidentalmente la magistratura suprema durante exactamente 364 días (¡no logró llegar al año!), quiso ungir su brillante carrera política con el voto popular, el cual solicitó en las Elecciones Presidenciales bolivianas de 2005, resultando aplastantemente derrotado por Evo Morales Ayma.

No permitir que se reescriba la historia es un deber de memoria permanente. No dejar que se repita es, retomando la metáfora de Marx, una cuestión de vida o muerte.

Fuente: http://www.notiminuto.com/noticia/el-muerto-atrapa-al-vivo/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.