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El mundo prefiere no ver la próxima crisis fiscal

Fuentes: Clarín

La economía mundial transita recurrentemente por períodos de modificaciones estructurales cuyos contornos novedosos son desechados por los principales actores debido a su presunta irrelevancia. Gobernantes, empresarios y ciudadanos se aferran a las certezas conocidas y soslayan las evidencias de lo que está por devenir.

La incapacidad de percibir mutaciones en el escenario económico mundial goza de afamados precedentes. Fueron poquísimos los que anticiparon que la crisis bursátil de octubre 1929 en Wall Street sería el prolegómeno de la llamada «Gran Depresión». Asimismo, casi ninguno de los líderes políticos o banqueros más importantes previó la pasmosa crisis financiera que se desencadenó durante los últimos tiempos. Aunque no queramos prestar atención, las huellas de un futuro descalabro están desparramadas por doquier. Una crisis fiscal de gran envergadura se abatirá, gradual pero inexorablemente, sobre las economías de los países desarrollados. Las primeras muestras del problema y sus mortificantes consecuencias ocurrieron en Islandia y en Dubai el año pasado y en Grecia en la actualidad.

La crisis fiscal no tardará en llegar a otras economías desarrolladas con cuentas frágiles y endeudamientos excesivos. La causa del gran deterioro en las finanzas públicas fueron las medidas adoptadas por los gobiernos durante los últimos dos años para contener las consecuencias de la gravísima crisis financiera que eclosionó en los Estados Unidos y que luego se diseminó al resto del sistema financiero mundial. Las políticas instrumentadas para salvar a los bancos y sacar las economías de la recesión han generado enormes déficit y forzado a los gobiernos a endeudarse y a asumir compromisos financieros que presionarán las cuentas fiscales por muchos años.

Además, al deterioro reciente hay que añadirle un problema de arrastre que ya amenazaba el equilibrio fiscal de los países desarrollados. Me refiero al incremento de los gastos gubernamentales en salud, seguridad social y jubilaciones como resultado de cambios demográficos inexorables, en particular, la prolongación de la vida promedio y el envejecimiento de la población.

En Europa, la crisis fiscal tiene características particularmente inquietantes. Cuando se diseñó la Unión Monetaria Europea (el euro) no se previó un mecanismo de salvataje para el caso de que uno de los países miembros -y mucho menos varios de ellos sucesivamente- enfrentaran graves dificultades. El potencial «default» de la deuda pública pondría en jaque la estabilidad del sistema bancario, generaría una intensa fuga de capitales y fuertes subas de la tasa de interés. El país en crisis podría abandonar la moneda común. Los riesgos de un contagio hacia otras economías europeas serían altos.

Un salvataje europeo tendría que ser liderado por Alemania. Pero Berlín es renuente a asumir responsabilidades. El conservador establishment alemán teme que los salvatajes se transformen en un barril sin fondo. Además, el otorgamiento de fondos implica necesariamente la imposición de «odiosas condicionalidades» (más impuestos y menos gastos). Difícilmente Alemania -después de la traumática experiencia dell siglo XX- esté dispuesta a liderar un ajuste fiscal que amenazaría reabrir antiguas heridas en otros países europeos. Es en este contexto donde se deben entender los recientes debates sobre la posible creación de un Fondo Monetario Europeo -que no llegará a tiempo para resolver el problema- o sobre la probable participación del FMI en la gestión de las crisis.

El caso norteamericano también es preocupante, aunque reviste menor gravedad. Los Estados Unidos se benefician del rol privilegiado del dólar en la economía mundial y de niveles de gasto público totales -como porcentaje del PBI- muy inferiores a los de los países europeos. De todas formas, la situación norteamericana amerita ser analizada cuidadosamente puesto que el déficit de su gobierno federal durante el año 2009 fue el mayor desde 1945 y excedió el 10% del PBI. La deuda pública total como porcentaje del PBI se ha incrementado a una velocidad alarmante, pasando del 30% en el año 2007 al 60% este año. Además, las finanzas públicas de varios estados y municipios enfrentan serias dificultades.

Por ahora, las bajísimas tasas de interés que prevalecen en la economía internacional han pospuesto la hora de la verdad. Las tasas son bajas porque durante los últimos años ha habido grandes compradores de títulos públicos. Entre ellos, los bancos centrales de los países desarrollados, los bancos centrales de los países con balanza de pagos superavitarias (China, Japón y los exportadores de petróleo) y los grandes bancos comerciales internacionales (repletos de liquidez y poco dispuestos a prestar al sector privado). Pero estas circunstancias son transitorias. Las tasas de interés aumentarán en el futuro y los países desarrollados tendrán que enfrentar un prolongado y doloroso ajuste fiscal.

Además, como los gastos en jubilaciones y seguridad social son un componente esencial de los desequilibrios fiscales de mediano plazo, los gobiernos tendrán que introducir dolorosas reformas estructurales que asistan a contener dichos gastos. Durante los próximos años la suba de impuestos, la reducción de gastos, la disminución de la inversión pública, las privatizaciones y los blanqueos impositivos estarán a la orden del día en los países desarrollados.

El leit motiv de la década de 1990 fue la liberalización de los movimientos de capitales y la eclosión de Internet. El de la década del 2000, el boom de los grandes países emergentes (Brasil, Rusia, India y China). La década actual estará marcada por un intenso proceso de saneamiento de las finanzas públicas en los países desarrollados.

En economía, las cuentas se pagan. La mala gestión, la demagogia y la negación de la realidad tienen patas cortas.