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El nacimiento de la Misión Mercal

Fuentes: Rebelión

En semanas anteriores escribí artículos que en mayor o menor profundidad trataban sobre las misiones Robinson, Milagro y Vuelvan Caras, como diferentes facetas de la revolución bolivariana. Pero así como el enamorarse no es la resultante de la suma de los hábitos de las personas involucradas, sino un estado totalmente diferente, tampoco la revolución es […]

En semanas anteriores escribí artículos que en mayor o menor profundidad trataban sobre las misiones Robinson, Milagro y Vuelvan Caras, como diferentes facetas de la revolución bolivariana. Pero así como el enamorarse no es la resultante de la suma de los hábitos de las personas involucradas, sino un estado totalmente diferente, tampoco la revolución es la suma de sus diferentes aspectos.

Por eso hoy quisiera intentar algo que se bastante difícil desde antes de comenzar, como es transmitirles el ámbito o contexto revolucionario en que estas ideas creativas nacen o florecen, para terminar convirtiéndose en acción transformadora de su entorno. Espero por tanto sepan perdonarme las limitaciones que puedan resultar, pero creo que vale la pena intentarlo.

La sensación de temporalidad no es una constante histórica. De hecho hay encrucijadas históricas a las que podríamos llamarles Tiempo de tiempos, o simplemente revoluciones, aceleraciones de los ritmos evolutivos.

Hoy vivimos una de esas encrucijadas en que diferentes acumulaciones de tiempos confluyen. Por acumulaciones de tiempo entiendo la suma de experiencia, conocimiento, aprendizaje, que el ser humano acopia, en su intento de satisfacer sus necesidades en las diferentes localidades geográfico climáticas en que viene a ser en el mundo.

A esos intentos los calificamos genéricamente como economía y cultura. Pero incluyen también la genética e incluso las producciones religiosas. Hablo de religión en términos de tratar de comprender y darle sentido a nuestras vidas, de intentar darle a nuestras conductas o hechos una dirección que nos conduzca a creciente felicidad, como sea que cada cual la conciba.

Nuestra herencia genética, es decir nuestros cuerpos, transcurren entre el nacimiento y la muerte. Por tanto implícita o explícitamente, conciente o ingenuamente, tenemos un tiempo para realizar nuestras vidas, nuestros proyectos, tenemos una temporalidad que nos condiciona. En consecuencia no tiene nada de extraño y es esencialmente humano, buscar la trascendencia de tal condición o ampliación del tiempo de vida.

Supongo que no les pasará desapercibido ni les resultará puramente casual, el que en el momento en que nuestros avances tecnológicos en comunicaciones y transporte, aceleran o reducen el tiempo de nuestros intercambios y/o desplazamientos en el espacio, estemos simultáneamente en los umbrales de la revolución genética.

Comunicaciones y transporte aceleran, intensifican, cuantifican y cualifican todo tipo de intercambios entre diferentes economías y culturas, modificando nuestras sensaciones habituales de temporalidad o ritmo de vida, confluyendo inevitablemente en una civilización global o planetaria. Afectando también nuestras concepciones religiosas o sentidos de vida.

La gran aceleración e intensificación de intercambios económicos entre todo tipo de culturas y razas de diferente localización temporal y espacial, altera gradual pero profundamente el paisaje habitual al que nacimos y para operar en el cual nos educaron. Nadie nos preparó para enfrentar la transformación de nuestros hábitos y creencias que se suponía eran eternas.

Sin embargo hoy resulta evidente que nuestras instituciones sociales resultan desbordadas e inoperantes, para dar respuesta a las nuevas circunstancias económicas y culturales globales.

Pero tampoco nos educaron para darnos cuenta que el matrimonio, la familia, y en general todas las relaciones económicas, son también instituciones del modelo organizativo social imperante reguladas por legislaciones.

Tal vez te resulte extraño pensar que la mayoría de los problemas que tienes con tu pareja, hijos, trabajo, son resultantes del conflicto de tu intento de buscar la felicidad o una calidad superior de vida, chocando con las formas o hábitos de relación social que heredamos, aprendimos y a los que nos habituamos, incluyendo lo que llamamos machismo y racismo.

Es por eso que hoy en día hablar de revolución sin incluir igualdad de géneros, clases, razas, generaciones, etc., resulta anacrónico. Pero además de la condición de nuestra herencia institucional histórica, sufrimos también la condición genética, que en una visión amplia incluye lo que llamamos leyes naturales que regulan nuestro ecosistema, del cual es parte estructural nuestro cuerpo, y sin el cual se hace imposible la existencia.

Si consideras por un momento el grado de contaminación que nuestra tecnología de producción y servicios acrecentada e indiscriminada, le ha impuesto al ecosistema, creo que queda completo el escenario al que llamé Tiempo de tiempos o revolución.

Es evidente que necesitamos un esfuerzo más allá del habitual, para comprender los motivos y posibles direcciones superadoras de las circunstancias que nos ha tocado vivir. Necesitamos comprender la evolución como algo dinámico, en continua transformación y superación de si misma. Algo para lo cual, como dije, no fuimos educados.

Creo que bastará con dos simples preguntas para poner en evidencia la sacudida de inercia mental, hábitos y creencias, que necesitamos para adaptarnos crecientemente a las presentes circunstancias. Se que estas cosas movilizan resistencias y temores no siempre concientes, pero me parece que la fuerza de los hechos las hace ineludibles.

Frente a las posibilidades de la nueva tecnología biogenética, ¿qué pensarías de ampliar tu tiempo de vida, tu proyecto vital, a cien, ciento cincuenta o doscientos años, reduciendo la enorme presión de que el tiempo se termine? Para expresarlo con mayor claridad, a los cincuenta o cien años te sentirías aún como un niño o un joven en plena potencia vital, con toda una larga vida por delante.

¿De que servirán a corto plazo las luchas de clase trabajadora o sindicatos, cuando la automatización creciente de la producción reduzca a un 25 o 30% de la fuerza laboral, las posibilidades de ocupación? ¿Tendrá derecho a satisfacer sus necesidades el resto de la población o la reduciremos a una condición zoológica y decidiremos que es prescindible?

Puede parecernos muy lejano todo eso, pero también lo parecía el primer vuelo a la luna, no solo lejano sino inimaginable en nuestros más locos sueños. Y no mucho antes de eso el solo sueño de que el hombre volara era una total locura. Todo esto fue posible en solo cien años.

En el centro de todo está la pregunta de si la tecnología es para servir al ser humano, para enaltecerlo y dignificarlo, para ampliar sus posibilidades de felicidad, o para reducirlo a la esclavitud, a la barbarie y la animalidad.

Esa es la dirección que debemos decidir entre todos ahora, por encima de mejoras inmediatas que muchas veces nos ciegan a la condiciones de mayor alcance y significado. ¿Qué dirección le daremos a la tecnología y a la organización social, que no son más que las formas de vida que decidimos darnos?

En medio de estos tiempos, como expresión de y en respuesta a estas circunstancias, surge la revolución bolivariana, que muy pronto será americana y planetaria, es decir, humana. Porque en realidad solo es la punta del iceberg, la isla que no es sino montaña del continente hundido.

Estábamos habituados al creciente conflicto y tensiones. Creado virtualmente por los medios de comunicación desde el principio mismo de la campaña política, atemorizando y enervando desconsideradamente con mentiras descaradas a la gente.

Llegaron al punto de mandar grupos a visitar las urbanizaciones de la clase media, recomendándole que hiciesen acopio de víveres, aseguraran puertas y ventanas y pusiesen vigilancia armada. Porque se esperaba que bajara de los cerros la chusma a robar, violar y matar.

Dentro de tal atmósfera despertamos un día en medio de un boicot petrolero disfrazado de huelga general. Se detuvo toda la actividad sin las más mínimas medidas de seguridad, alterando las temperaturas para que si intentaban ponerlas en marcha estallara todo. Fondearon todos los barcos para bloquear el puerto.

Dejaron de distribuir comida y gas para doblegar por hambre a la clase de bajos recursos que era la columna principal de la revolución. Murió mucha gente porque no había combustible para transporte ni energía eléctrica en los hospitales. Así eran las medidas de fuerza patrióticas y humanitarias a las que se enfrentaban cada día los revolucionarios.

Pero una vez más salieron pueblo y ejército a la calle, igual que en el golpe virtual de estado, y en tiempo record restablecieron las actividades petroleras. Se perdieron decenas de miles de millones de dólares, pero se recuperó la empresa petrolera para el pueblo, y a partir de entonces se comenzó a sembrar petróleo en forma de misiones para pagar la deuda social.

Así fue como reconociendo la enorme dependencia y vulnerabilidad de nuestra revolución, decidimos que la producción y distribución de alimentos y gas no podía estar en manos de corporaciones cuyo único interés era el afán de lucro, que la libertad implicaba soberanía alimenticia y energética. Ese fue el nacimiento de la dirección estratégica de la misión Mercal.

En Venezuela 80% de la alimentación había llegado a ser importada. Por tanto las empresas básicas del estado se encargaron de importar lo necesario y organizar su distribución. Otra vez el ejército y la comunidad organizada en cooperativas cumplieron con tal función.

La misión Mercal se inauguró el 24-4-2003. Hoy llega a unos quince millones de personas, (60% de la población), y distribuye unas seis mil toneladas de alimentos diarios a un 40% promedio por debajo de los precios del mercado. Se han habilitado unos veinte mil establecimientos de distribución al menor y al mayor en todo el territorio nacional.

Se han ido agregando cada vez mayor variedad de alimentos y ya comienzan a ofrecerse otras líneas de artículos. Hoy se dispone de silos de almacenamiento, cámaras frigoríficas y transporte propio. Todo ello atendido y administrado por cooperativas populares, con lo cual se han generado gran cantidad de puestos de trabajo. En pocas palabras, la mayor distribuidora de alimentos en Sudamérica.

Hay además un sector de dos millones de personas considerado de mayor vulnerabilidad, que recibe un 50% de descuento sobre todos los precios. Y están las casas de alimentación o comedores populares bolivarianos, que atienden a seiscientas mil personas, niños, ancianos, madres embarazadas. Hoy brindan ya protección alimentaría, higiene, abrigo, recreación, educación, salud y cultura, gratuitamente. Todo esto en menos de tres años.

Por supuesto esta misión va complementada por otras que estimulan la producción y transformación, las cooperativas agrícolas y las de la pequeña y mediana industria, para entretejerlas a la distribución, sustituyendo las importaciones prioritarias para la soberanía.

Y para finalizar dos misiones recién dadas a luz que son mis consentidas. La Misión Negra Hipólita, que tiene por objetivo coordinar y promover todo lo relativo a la atención integral de niños, niñas, adolescentes y adultos en situación de calle, embarazadas, personas con discapacidad y adultos mayores en situación de pobreza extrema.

El funcionamiento de está misión es garantizado por los comités de protección; organizaciones que diagnostican la situación social en su propia comunidad. Y la más nueva de todas, tanto que aún no me aprendí el nombre, que entrega a las madres sin recursos y a cargo de su familia, un sueldo mínimo mensual por el tiempo necesario para prepararlas e insertarlas productivamente en su propia comunidad.

Todo esto tiene por eje e hilo conductor el sentimiento revolucionario. Nuestra verdadera guerra es contra la pobreza, el hambre, las enfermedades, la ignorancia, la exclusión social en todas sus formas.

Nuestra democracia es participativa, ética, social y económica. Mientras haya un solo esclavo de sus necesidades, un solo niño o indigente abandonado en la calle, una sola madre pasando apuros, nuestra revolución tendrá que mirar al piso avergonzada de su insensibilidad, de su inhumanidad.

De nada nos servirá luchar nuevamente por nuestra independencia sino comprendemos que para elevarnos de la escala zoológica con que hasta ahora nos hemos medido, es necesario comenzar a tratarnos y sentirnos tratados realmente como seres humanos.

No, no podemos liberarnos sin liberar, ni crecer sino ayudando a crecer a los demás. No puede retroceder la barbarie sino avanza la humanidad. No podremos vencer al temor y egoísmo sino con solidaridad. Esos son nuestros verdaderos enemigos y guerra, esos nuestros principios.