Bilateralismo coercitivo, desacoplamientos estratégicos y la erosión del multilateralismo, un mundo feliz (El Tábano Economista)
Imaginemos, por un momento, que hemos borrado de nuestra memoria todo lo aprendido sobre el presidente Donald Trump y su peculiar estilo de gobernar durante su primer mandato. Es decir, olvidemos su tendencia a atacar a sus contrapartes —aliados, socios o rivales— con la furia de una tormenta, lanzando acusaciones perentorias, amenazas deshonestas y demandas ridículas, muchas de las cuales se retractaban o modificaban casi de inmediato.
Así se construye el personaje, una figura que difumina deliberadamente la frontera entre los hechos y las falsificaciones, entre la lógica y el absurdo, dejando a sus interlocutores en un estado de confusión perpetua. Cuando una oferta relativamente razonable o al menos no del todo descabellada aparece de repente en la mesa de las negociaciones, la contraparte se aferra con entusiasmo a ella como a un salvavidas, deseando, sobre todo, que la pesadilla termine lo antes posible. Por eso la nebulosa en los acuerdos arancelarios no se desvanece.
Hoy, el escenario global está dominado por tres actores cuyos enfoques contrastantes definen el futuro del comercio internacional: un Estados Unidos gobernado nuevamente por ese mismo estilo impredecible y agresivo; una Unión Europea fracturada, dirigida por líderes que parecen más bien mercaderes indecisos, carentes de una visión estratégica clara, y una China metódica, encabezada por un líder sobrio y calculador, cuyo estandarte es la multipolaridad. Estas tres potencias, con sus caminos divergentes, están reconfigurando las reglas de la gobernanza económica global.
A mediados de 2025, el comercio mundial atraviesa una transformación profunda, marcada por un giro hacia el proteccionismo, la competencia estratégica y una reevaluación urgente de las cadenas de suministro globales. Las principales economías están implementando aranceles con una frecuencia sin precedentes, mientras términos como «desvinculación» y «desacoplamiento» dominan los debates políticos. Estos conceptos, antes relegados a círculos académicos, ahora son pilares de las estrategias de seguridad nacional y soberanía económica.
La desvinculación se refiere a los esfuerzos por reducir la exposición a riesgos económicos sin romper por completo las relaciones comerciales. Incluye medidas como diversificar cadenas de suministro, fortalecer regulaciones locales y crear reservas estratégicas. El desacoplamiento, en cambio, es más radical: implica una desconexión deliberada para disminuir la dependencia de un rival estratégico, reubicando producción, invirtiendo en mercados alternativos y adoptando políticas abiertamente proteccionistas. Ambos procesos son lentos, pero su impacto acumulativo está redefiniendo el orden económico.
Uno de los fenómenos más significativos en el comercio actual es el colapso del multilateralismo y su reemplazo por acuerdos bilaterales o plurilaterales. Estados Unidos ha firmado pactos comerciales con la UE, Japón, el Reino Unido, Vietnam, Indonesia y Filipinas, pero estos no se basan en la reciprocidad, sino en la imposición unilateral de aranceles y condiciones por parte de Washington. Mientras tanto, los BRICS —liderados por China— promueven un modelo alternativo: acuerdos bilaterales que priorizan monedas locales.
Este bilateralismo no es neutral; sigue la «ley del más fuerte», donde el poder económico prima sobre las normas establecidas. Las consecuencias son claras: mayor incertidumbre regulatoria, cadenas de suministro fragmentadas y un sistema comercial cada vez más impredecible. Los países se ven obligados a elegir bloques, no por ideología, sino por supervivencia: adherirse a un campo significa acceder a condiciones ventajosas o, al menos, a estructuras defensivas que mitiguen los embates del rival.
Cada una de las relaciones tiene su lógica: EE.UU.-UE, UE-China y EE.UU.-China
1. EE.UU. y la UE: unilateralismo disfrazado de alianza
Aunque en teoría son socios, las negociaciones comerciales entre Estados Unidos y la Unión Europea distan mucho de ser equilibradas. Washington impone aranceles unilateralmente, violando abiertamente los principios de la OMC, mientras Bruselas debilitada acepta concesiones que priorizan los intereses políticos estadounidenses. Para Europa, el costo de mantener la alianza transatlántica parece ser la sumisión económica.
2. UE-China: hipocresía en ambos lados
La UE critica a China por sus subsidios estatales, barreras de mercado y violaciones de propiedad intelectual, pero al mismo tiempo aplica medidas defensivas como aranceles a vehículos eléctricos. Ambos bandos alegan defender el sistema multilateral, pero en la práctica, sus acciones lo erosionan.
3. EE.UU.-China: guerra fría económica
Aquí no hay ambigüedades: es una competencia abierta. Aranceles, restricciones tecnológicas y controles de inversión son las armas. Ninguno de los dos propone un nuevo marco regulatorio global; en cambio, buscan desgastarse mutuamente. El resultado es una «carrera a la baja» donde las normas comerciales son sacrificadas en el altar de la seguridad nacional.
El debilitamiento de la OMC es quizás el síntoma más grave de esta transformación. Su autoridad, otrora incuestionable, ha sido reemplazada por un sistema donde el poder económico bruto y los intereses geopolíticos dictan las reglas. Las implicaciones son profundas:
– Mayor riesgo de conflictos comerciales, sin mecanismos claros de resolución.
– Reducción de la previsibilidad para las empresas, que operan en un limbo regulatorio.
– Dificultad para enfrentar desafíos globales (como el cambio climático) sin cooperación multilateral.
El orden comercial global se está transformando de un sistema multilateral predecible y basado en reglas a uno fragmentado, altamente politizado y asimétrico. El análisis indica que Estados Unidos está utilizando su poder económico a través de una estrategia de doble vía: un modelo de bilateralismo coercitivo-negociado con aliados clave como la Unión Europea (UE) y un modelo punitivo-unilateral con rivales emergentes como la India y Brasil.
La evidencia indica que, lejos de conmocionar a los BRICS, las políticas comerciales de EE.UU. están fortaleciendo su determinación y acelerando su agenda estratégica. Las acciones de EE.UU. sirven como un adversario común, lo que proporciona una fuerza unificadora para el bloque, que de otro modo sería económica e ideológicamente diverso. Los aranceles punitivos contra miembros individuales como la India y Brasil son una herramienta poderosa para que los líderes de BRICS obtengan apoyo interno y regional para sus iniciativas de desdolarización.
La trayectoria actual apunta a un escenario multipolar fragmentado, donde bloques comerciales competirán por influencia. Estados Unidos insiste en un bilateralismo coercitivo; China impulsa la desdolarización, y la UE, atrapada en medio, lucha por no volverse irrelevante.
Pero este sistema no es estable. Las «treguas temporales» entre EE.UU. y China —como las pausas de 90 días— son meros parches, no soluciones. La disociación económica ya no es una teoría: es una realidad que redefine cadenas de suministro, inversiones y alianzas.
En este nuevo orden, la política comercial ya no se disocia de la geopolítica. Los mercados son armas; los aranceles, instrumentos de guerra fría. Y mientras las grandes potencias se enfrentan, el resto del mundo debe elegir un bando… o arriesgarse a quedar atrapado en el fuego cruzado.
Fuente: https://eltabanoeconomista.wordpress.com/2025/08/10/el-nuevo-desorden-comercial-global/