Los actores de la nueva economía entendieron muy bien los preceptos de la antigua: los siguieron al pie de la letra, los adaptaron, los profundizaron y terminaron creando una casta feudal y numérica que se ha lanzado en una expoliación planetaria de la vida íntima de los usuarios de Internet. A la sombra de la […]
Los actores de la nueva economía entendieron muy bien los preceptos de la antigua: los siguieron al pie de la letra, los adaptaron, los profundizaron y terminaron creando una casta feudal y numérica que se ha lanzado en una expoliación planetaria de la vida íntima de los usuarios de Internet. A la sombra de la ignorancia de los Estados, de su complicidad con los grupos de poder, de su histórica inclinación a dejar sin protección a los ciudadanos y crear espacios de impunidad para beneficiar a las grandes industrias, se fue gestando un sector juvenil y progresista que acabó en un fiasco estrafalario.
Muchos de los actuales actores de las nuevas tecnologías surgieron como polos de oposición contra la ambición universalista de Microsoft de poseerlo todo. Algunos años más tarde, aquellos subversivos de la red se volvieron presidentes de monopolios más peligrosos que los de Bill Gates. Comparados con los de-safíos a la intimidad y a la expoliación de los capitales íntimos que plantean hoy Google, Yahoo, AOL o Facebook con sus políticas unilaterales de posesión de los derechos personales, los debates y los procesos judiciales entre la Comisión Europea y Microsoft por la instalación obligada del navegador Internet Explorer en las computadoras dotadas del sistema de explotación Windows son un modesto aperitivo.
El banquete preparado por Google, Yahoo, Facebook y AOL rebosa de las violaciones más elementales de la privacidad humana. Frente a ellos, los gobiernos cierran los ojos. En cambio, prefieren legislar para cortar el acceso a Internet o mandar a la cárcel a quienes bajen música y películas de Internet antes que penalizar la utilización de datos personales con fines de lucro. Bajar cosas de Internet es un robo y un crimen, hurtar datos de usuarios y venderlos a los publicistas es un derecho premiado.
Estos mastodontes de Internet parecen tener como única ambición desposeer de su esencia a los individuos, sacarles hasta la última gota de sus secretos para transformarlos en un perfil de oportunidades publicitarias y en dinero. El último dispositivo ideado por Google, que se suma a los elaborados por Yahoo y AOL, es de una perversidad antológica. La firma lo describe como un servicio, pero no es más que un revólver pegado en el corazón de los usuarios cuya meta comercial es crear un perfil comportamentalista del usuario en beneficio de Google. La técnica es ya conocida: se trata de almacenar datos sobre las páginas que recorren los usuarios y elaborar luego un perfil de preferencias para que el usuario reciba publicidades en función de sus centros de interés.
El objetivo de Google consiste en personalizar los anuncios publicitarios que se ofrecen al internauta según las páginas web que el usuario visita y cómo se comporta con ellas. Tendremos así un destino enganchado con Google. Si algún día compramos un pasaje de avión para ir a La Paz seguiremos recibiendo ofertas de viaje a Bolivia, o si se nos ocurre buscar información sobre Teherán recibiremos promociones de hoteles y viajes. La versión de este dispositivo estrenada por Google tiene una diferencia con respecto al anterior: la publicidad que Google presentaba antes estaba relacionada con los portales que el internauta visitaba o con las consultas realizadas a través del buscador «en ese momento». Desde ahora, el dispositivo estará dotado de memoria: recabará todos los datos de la navegación, pasados y presentes. El sistema googleano funcionará no sólo en las páginas de su propiedad -el mismo buscador, Gmail, Blogger, etc.-, sino también en aquellas que utilizan su programa de anuncios AdSense, la estructura publicitaria más importante en el mundo de Internet.
El problema de este dispositivo radica en que Google introduce un vicio gravísimo. Quien habla de memoria se refiere a conservación de datos, es decir, de cookies. Ahora bien, los cookies son embriones temporales que se borran cuando se cierra la sesión. Ya no. Google los conservará durante dos años. La compañía dice que esos cookies no contienen datos personales (correo electrónico, dirección IP de la computadora, identidad del usuario), sino únicamente la huella de las navegaciones. Con ellas se crea la publicidad comportamentalista, calcada según las andanzas de los internautas. La empresa permite una elección: mediante un «administrador de preferencias de usuarios», éstos podrán decidir, entre otras cosas, desactivar el servicio. Los estudios han demostrado que la gente hace click con más frecuencia cuando las incrustaciones publicitarias fueron elaboradas gracias a la publicidad comportamental.
Esta nueva forma de comprometer la privacidad de los usuarios se agrega a los escalofriantes intentos de Facebook por apoderarse de los contenidos personales que transitan a través de su servicio de red social. A principios de febrero, Facebook modificó las condiciones de utilización de su servicio y con ello se autoadjudicó un derecho «irrevocable, perpetuo, no exclusivo, transferible y mundial de utilizar, copiar, publicar, difundir, almacenar, ejecutar, transmitir, escanear, modificar, editar, traducir, adaptar, redistribuir cualquier contenido depositado en el portal». En suma, ello equivale más o menos a que una compañía telefónica se proclame propietaria de las conversaciones o de los SMS enviados con un móvil.
La decisión de Facebook levantó una ola planetaria de protestas y la compañía tuvo que dar marcha atrás. Pero el espionaje a los usuarios de Facebook es una estrategia diaria que cualquier usuario puede constatar. Basta con abrir una cuenta y establecer un perfil. Las publicidades que llegan corresponden a ese perfil, por ejemplo alguien casado, con hijos, de cierta de edad, que viven en tal lugar, etc. Pero si el casado se divorcia y otros datos de su estatuto evolucionan, automáticamente cambiarán las publicidades que se reciben. Dime lo que te gusta y quién eres y colmaré tu espacio de ofertas y tentaciones.
Para realizar esa política hay que violar la privacidad, espiar día y noche la respiración de los teclados, el sigiloso desplazamiento del ratón. Feudalismo policial moderno, sin posibilidad alguna de que exista un contrato social, un mediador, entre la empresa y el individuo. Este es sólo un punto más entre millones y millones de puntos que contribuyen a enriquecer a los amos del castillo en el nuevo reino de la modernidad, que es la era de los intrusos impunes.
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-121537-2009-03-15.html