Como es sabido, este 7 de octubre se impuso en una peleada elección el presidente Chávez con el 55 por ciento de los votos frente al candidato opositor Henrique Capriles Radonski (44 por ciento) de la Mesa de Unidad Democrática (MUD). El resultado reafirma el proceso conducido por Chávez, el cual ha producido desde un […]
Como es sabido, este 7 de octubre se impuso en una peleada elección el presidente Chávez con el 55 por ciento de los votos frente al candidato opositor Henrique Capriles Radonski (44 por ciento) de la Mesa de Unidad Democrática (MUD). El resultado reafirma el proceso conducido por Chávez, el cual ha producido desde un comienzo -con la aprobación de una nueva Constitución, con las políticas sociales de las Misiones, entre muchas medidas- la institución de reformas que cambiaron profundamente la sociedad venezolana. Resulta evidente apreciar que la mayoría ha ratificado el rumbo asumido con la reelección del presidente para el período 2013-2019.
A pesar de ello, una novedad en estas elecciones resulta el desempeño de una coalición heterogénea como la Mesa de Unidad Democrática, compuesta por partidos de izquierda y de derecha, la cual ha obtenido representación en el electorado venezolano: en este punto, el análisis no resulta escindible del nuevo liderazgo emergente de Capriles, el cual constituyó su candidatura a partir de una retórica «progresista» -identificación con la figura de Lula, promesa de preservar las Misiones- que oponía una supuesta «mesura» y la no confrontación como forma de diferenciación de su contrincante Hugo Chávez. Esta modalidad podría marcar una nueva tendencia para la constitución de espacios de oposición frente a los gobiernos progresistas que, al mismo tiempo que incorporan y se apropian de las reformas que cuentan con gran consenso popular, se ofrecen como alternancia «domesticada». La estrategia presenta diferencias con el oposicionismo radicalizado asumido años atrás por la oposición venezolana, que incluía el golpe de Estado de 2002 y la abstención en 2005 a presentar candidatos parlamentarios para restar legitimidad al chavismo. La nueva modalidad es astuta puesto que, una vez logrados los importantes avances que los gobiernos progresistas han producido a partir de la movilización popular y el conflicto con los sectores dominantes de estas sociedades, los candidatos de oposición se presentan como los reconciliadores «herederos» de estas conquistas.
Más allá de las estrategias, a partir de estos nuevos resultados podrían cambiar las características del escenario político, que ahora posee un liderazgo con capacidad de aglutinar el espacio opositor. En este sentido, la polarización -que ha sido una característica distintiva de la política venezolana de los últimos años- podría incrementarse si el gobierno reelecto no interpreta su diferencia de más de un millón y medio de votos con respecto al candidato opositor más como la expresión de una reorganización del escenario político -que preserva la hegemonía del gobierno venezolano- que como un triunfo avasallador.
Desde su llegada al poder, el gobierno de Chávez instituyó transformaciones que cambiaron la sociedad venezolana. Ahora que la oposición también ha cambiado, pues ha logrado cierta representación, el próximo desafío resulta su incorporación en este escenario, a la vez que el chavismo preserva su capacidad de transformación. Posiblemente, ésta haya sido la orientación buscada por el carácter conciliador que asumió el primer discurso pos-electoral del presidente venezolano.
* Ariel Goldstein es sociólogo (UBA), becario del Conicet.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-205592-2012-10-15.html