A pesar de estar retirado del frente de batalla, Toni Negri no sepultó las armas del pensamiento radical. Hacia fines de los setenta, la persecución judicial de la izquierda extraparlamentaria italiana lo llevó primero a las cárceles de toda la península y después a la clandestinidad en París, con una escala breve en la inmunidad […]
A pesar de estar retirado del frente de batalla, Toni Negri no sepultó las armas del pensamiento radical. Hacia fines de los setenta, la persecución judicial de la izquierda extraparlamentaria italiana lo llevó primero a las cárceles de toda la península y después a la clandestinidad en París, con una escala breve en la inmunidad parlamentaria. Durante las dos décadas anteriores había sido uno de los principales referentes del activismo autonomista, que buscaba profundizar el conflicto de clases por fuera de los sindicatos y los partidos de izquierda, contrapartes del pacto social de la posguerra.
Negri sigue siendo mucho más que un intelectual comprometido o un analista agudo de los cambios económicos y sociales. Su pensamiento busca abrirse paso entre la línea de fuego contra los órdenes establecidos, ya sean las asambleas porteñas de hace una década o los indignados españoles de hoy. De visita en Buenos Aires para participar del ciclo «Debates y Combates», organizado por la Secretaría de Cultura y la Universidad de San Martín, Negri conversó con Debate sobre el desarrollo de la crisis financiera y política de Europa y la manera en que están reaccionando los nuevos movimientos y la izquierda tradicional.
Usted sigue siendo crítico del «populismo», de la idea de pueblo como referente de una acción política emancipadora. No obstante, los principales éxitos de la lucha contra el capital global siguen teniendo lugar dentro de los límites de las soberanías nacionales y han tenido a los pueblos, así definidos, como sujetos principales. Particularmente en América Latina. ¿Qué conclusiones saca de estos desarrollos?
No saco conclusiones. Pienso que, efectivamente, mientras el capital financiero, en sus formas globales, no sea derrotado, no será posible que existan trincheras de resistencia localizada. Ni siquiera en los países de América Latina. En estos países la gran lucha es contra la transferencia de dólares fuera de ellos. En ciertos casos en los países del Tercer Mundo, en particular los asiáticos, los capitales financieros se organizan incluso como fondos soberanos. Es decir, tenemos Estados-nación que se convierten ellos mismos en especuladores. Entonces, desde este punto de vista yo creo que el problema de la lucha contra el capital financiero es un problema que no se cierra en el interior de las situaciones individuales y, sobre todo, en torno a los pueblos-nación. Éstos, incluso el pueblo-nación estadounidense, están amenazados por las calificaciones de Moody’s o de Standard and Poor´s, y la deuda que todavía mantienen en altísimas proporciones está vinculada al apoyo chino. Desde este punto de vista, entonces, es necesario ser muy cautos, muy prudentes. Esto no quita que a nivel del Estado-nación se puedan determinar resistencias extremadamente eficaces, pero dentro de este marco. Sin olvidar este marco general, porque si no se va hacia gravísimos problemas. El día que el mercado de la soja cae algún punto, también la capacidad argentina de resistir como nación cae algún punto.
¿Entonces?
Pienso que, efectivamente, el problema de lo que hace tiempo se llamaba internacionalismo proletario debe ser retomado. Y que cada nación se encuentre en contacto con las otras. No quisiera que se confundieran las cosas en términos de pupulismo. Porque cuando se habla de populismo se habla algunas veces de cosas importantes y otras de cosas que son extremadamente malas. Piense cómo se presentan los populismos en Europa hoy. Se presentan como movimientos racistas, como movimientos disgregadores. A esta altura estamos frente a fenómenos que no tienen parangón sino en el nazismo.
Respecto de las experiencias latinoamericanas que, conducidas por gobiernos democrático-populares, han liderado la búsqueda de vías de salida del neoliberalismo, ¿qué opinión le merece esta renovada centralidad del Estado y su interrelación con los movimientos sociales? Se dio claramente en Bolivia, pero también en países como la Argentina.
Me parece muy extraño que se polemice conmigo sobre este tema cuando, en 2006, publiqué un libro que se llama GlobAL. Biopoder y luchas en una América Latina globalizada (ndr: con Giuseppe Cocco), en el cual se registraba, en primer lugar, el fin de la dependencia de las economías de América Latina del centro global. Y no le cuento todo lo que me han dicho, por ejemplo, las izquierdas argentinas. Hay un señor que se llama Atilio Borón que no ha hecho otra cosa que escribir sistemáticamente en mi contra. Por otra parte, hemos sostenido que en Bolivia, como en la Argentina, se da esto, pero ya se había dado antes en Brasil.
¿En qué sentido?
La formación del PT no puede ser comprendida sino como una profunda síntesis entre movimiento sindical, movimientos populares, movimientos de las favelas, movimientos intelectuales y la fuerza política que se hace gobierno y logra mantener y desarrollar su acción de gobierno con esta fuerza que está en su interior. Ésta me parece que es una teoría nacida en los años setenta en Italia y en Europa y que ha sido retomada aquí donde ha tenido una experimentación muy eficaz. Estoy de acuerdo con usted en que aquí los movimientos han tenido una experiencia exitosa contra la dependencia imperialista. Si piensa que pocos años atrás la Argentina y el resto de América Latina eran considerados una base dependiente de Estados Unidos, el corral donde se alimentaba a los cerdos… Hoy Brasil puede presentarse ante el mercado mundial ofreciéndole a Portugal, en nombre de una comunidad lingüística, ayudas formidables para salir de la crisis. Entonces, estamos en una situación que está completamente invertida. Pero se ha polemizado en mi contra, cuando yo decía estas cosas hace veinte años.
En Europa, la izquierda, en sus formas clásicas de partido y de sindicato, no logra convertirse en el motor de la resistencia política a las respuestas capitalistas frente a la crisis. ¿Cuáles piensa que son los límites, ideológicos o prácticos, que le impiden desempeñar, con nuevos modos, el rol que tuvo en el siglo pasado?
Pienso que, en realidad, la izquierda en Europa se terminó con el 68, cuando no logró reconectarse con la transformación de las necesidades, con la transformación antropológica de la juventud europea. Desde el 1968 la izquierda europea no logra razonar sobre un terreno de innovación real. Ha sido completamente superada por la revolución tecnológica, que se liga a la informática y su defensa de la industria manufacturera y de la estructura industrial fordista. Entonces, desde este punto de vista, no sólo la izquierda europea no ha logrado desarrollar un proyecto adecuado, sino que, cada vez que intenta su propia modificación, está en sí misma castrada. ¿Usted se ha preguntado por qué Barack Obama, con la fuerza que ha tenido el movimiento que lo ha llevado a la Casa Blanca, no ha logrado hacer lo que ha prometido? Porque, evidentemente, existen en la estructura constitucional del Estado democrático límites sustantivos, orgánicos, cuando no se hace actuar a los movimientos en su interior. El límite de la izquierda es que las constituciones son constituciones liberales. Hay que superar las constituciones liberales, hacer constituciones que sean constituciones de la cosa común. Mientras se esté dentro de constituciones liberales no hay más nada que hacer. El gran problema de esas constituciones es el de la representación. ¿Qué vendría a ser la representación de lo común? Ése es un problema enorme.
Entonces, ¿dónde está este poder constituyente que por lo que usted dice no radica en la izquierda europea de los últimos cuarenta años?
¿Dónde está? Se encuentra entre los indignados, en ciertas experiencias de América Latina, en toda la serie de luchas que empezamos a ver por todos lados. Este ciclo de luchas contiene una fuerte demanda de poder constituyente.
Volviendo sobre la cuestión del 68, ¿cuál es el rol político de las generaciones?
Hay generaciones que se instauran sobre ciertos nudos del desarrollo histórico y representan su término. En Italia, la generación de los años 60 y 70 que era nodal en el desarrollo político italiano, fue eliminada y el resultado de esto ha sido Bettino Craxi, primero, y Silvio Berlusconi, después. Y el fin de la izquierda, que se dedicó a reprimir a las juventudes capaces de desarrollar un nuevo pensamiento, una nueva práctica política, nuevas formas de resistencia y de vida.
El atardecer de las capacidades civilizatorias de Europa coincide con la emergencia de las nuevas potencias como las del BRIC, países que han hecho recorridos distintos a los de los capitalismos centrales durante el siglo XX. ¿Cuáles piensa que serán los efectos de la entrada en escena de estas economías y sociedades?
Soy siempre muy cauto cuando se habla de ocaso. Sin dudas, la función de Europa como momento central de civilización está en decadencia, pero también es verdad que lo está Estados Unidos. No obstante, el bloque Europa-Estados Unidos permanece como la más grande potencia mundial. Entonces, no hay que olvidar cuáles son todavía las potencias que, incluso si bien derrotadas, permanecen. El ocaso no es algo fisiológico, es algo que depende de formas de lucha, de capacidad de articulación con los movimientos, de innovaciones constituyentes que podrían siempre darse también en estos países y, por lo tanto, hay que ser muy, pero muy cautos. En particular, porque no es que China o Brasil puedan convertirse en elementos tan importantes como los Estados Unidos. El intento unilateral ha sido hecho por Estados Unidos y las potencias europeas en una época muy precisa y hoy es difícil pensar que alguno de los BRIC pueda sustituirlos o repetir esa experiencia. Entonces hay que pensar a un nivel plural, y este nivel plural no tiene jerarquías internas particulares, es horizontal.
¿Cómo se puede pensar la autonomía obrera en tiempos y en lugares en los que la marginalidad de amplias franjas de la población con respecto a la relación salarial es tan importante? ¿Cuál debe ser la relación entre acción política y trabajo en los nuevos sujetos políticos?
Es claro que se trata de reorientar completamente la producción y de incluir y considerar a la sociedad como productiva. No están, por un lado, las fábricas que son productivas; y, por el otro, el resto de la sociedad, que no lo es. La fábrica es social. La sociedad es fábrica, es productiva. Entonces, cada individuo de la sociedad debe ser recuperado, puesto en condiciones de desarrollar sus propios deseos y posibilidades. Las únicas grandes reformas que hoy se hacen o se pueden hacer, son las que respetan el incremento de la productividad social a través de la movilización de todos sus miembros. El ingreso garantizado para todos, el gran desarrollo de todas las formas de bienestar, pero con participación. No tenemos necesidad de un Estado que nos dé las cosas. Tenemos necesidad de conquistarlas y de gestionarlas.
Han pasado ya diez años de dos eventos que han sido encuadrados en su teoría de la «productividad política de las multitudes». El primero, las protestas contra la cumbre del G-8 de Génova. El segundo, el proceso de movilización social que marcó el principio del fin del neoliberalismo en la Argentina. Ambos tuvieron lugar en 2001, al año siguiente de la publicación de Imperio, en coautoría con Michael Hardt. ¿Qué evaluación hace de la dinámica y de los resultados de cada uno de estos acontecimientos?
En lo que refiere a la primera secuencia, la de las luchas anti-globales o alter-globales, devinieron subterráneas y reaparecieron de nuevo como ciclo de luchas algunos años atrás, en torno a la crisis. Desde este punto de vista, hubo una profunda transformación de los métodos y de las formas de lucha. Mientras antes se formaban en el terreno global, a través de los que eran, en realidad, simbolismos; hoy, en cambio, el carácter concreto de estas luchas y, sobre todo en la forma que le han dado los indignados, la capacidad inmediatamente institucional, democrática, están cobrando mucha importancia. Me refiero a las acampadas, a la crítica contra la representación, al modo en el cual estas luchas se dan en su continuidad, construyendo comités o moviendo toda una articulación social fuerte. En cuanto a la segunda cuestión, ha sido un gran movimiento popular que inventó nuevas formas políticas. Por ejemplo, los piqueteros o las fábricas recuperadas o de gestión directa que le han enseñado mucho al mundo y que, en buena medida, tuvieron cierta continuidad a través de formas políticas del kirchnerismo, que se ha construido a partir de estas luchas.
Asistimos a una nueva ola de protestas contra las instituciones financieras y contra las políticas neoliberales, realizadas en el ámbito extra-institucional. ¿Cree que puede convertirse en la base de nuevas articulaciones entre democracia, Estado y capitalismo?
Lo característico es que estos movimientos se mueven de forma constituyente. Aquí no se trata de repetir las viejas formas en las cuales lo político se presenta como política de lucha y, al mismo tiempo, de gobierno. Estamos en una fase en la cual los movimientos se presentan como protagonistas, no simplemente de protesta, sino también de construcciones institucionales. Una de las cosas más interesantes que encuentro es, por una parte, la gestión de las luchas universitarias, donde la autogestión y la autoformación se convierten en problemas centrales. La otra es la relación con el Estado de Bienestar, que se convierte, por ejemplo, en intentos de gestión autónoma de los hospitales y de toda una serie de servicios públicos y en una participación democrática directa de movimiento, en experiencias comunes. Esta palabra de lo común es el elemento que empieza a modificar, de manera sustancial, la situación en la cual hoy nos encontramos desde el punto de vista de las luchas.