Juan Luis de la Cruz es un doctor en Filosofía y Letras, profesor del Departamento de Filología Hispánica, Románica y Teoría de la Literatura de la Universidad del País Vasco. Un día de este año vino a Bilbao con su nuevo libro «…Según María», que es el evangelio de un cristo solo humano contado por […]
Juan Luis de la Cruz es un doctor en Filosofía y Letras, profesor del Departamento de Filología Hispánica, Románica y Teoría de la Literatura de la Universidad del País Vasco. Un día de este año vino a Bilbao con su nuevo libro «…Según María», que es el evangelio de un cristo solo humano contado por la madre. Breve, muy breve y bellamente narrado, como lo que escribe este profesor:
«( Dice María) Tenía yo tanto miedo que el miedo que yo tenía era mi patria. Y tanta, tanta pena. Manuel yacía todo sangre, sólo espasmos, acurrucado como un seis. Me dejaron asistirle. Lo recogí y pegué sus pedazos. Era de loza. Pobre María, yo, claro, pobre alfarera. Alfarera de amor. Cómo habían roto el barro de mi niño. La arcilla rota. La terracota rota. El légamo primero vuelto fango sucio y coágulo. Pobre Manuel. Manuel silencio. Afónico. Sin labios. Sin dientes. Sin son. Algunos de los esbirros de palacio reconocieron a algunos de los seguidores de Manuel y les acorralaron. Aterrados, juraban a voz en grito que no conocían a ese hombre. Que no conocían a ese hombre. Que no conocían a ese hombre».
«… Según María» es un relato literario de este profesor a punto de los 50, simple ficción, un diálogo inventado de sentimiento y poesía, como el Testamento viejo y el nuevo. Pero éste nos transmitieron ya amasado divino desde niños como papilla sin tropiezo, cucharada a cucharada. La Biblia como escritura sagrada, palabra de Dios y amén. Y cuando Dios habla tú te callas, obedeces y te arrodillas.
Pero hace ya tiempo que las gentes descubrieron tropiezos en la papilla y en el relato, que en la Biblia encontraron sueños de hombre, prédicas de místicos, historias inventadas y un largo chantaje de siglos. La Biblia es un libro viejo prieto de huella humana, y con el polvo de sus páginas se levantaron castillos de inmortalidad en el aire y en las gentes, con el vacío a sus pies. Y en uno de ellos vive el obispo Munilla, creyendo un oasis lo que tan sólo es fatamorgana, creyendo ver en su santísima voluntad al espíritu santo.
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