De origen aristocrático y procedente de la provincia de Tula, al sur de Moscú, Mijaíl Yevgráfovich Saltikov (1826-1889) quedó marcado en su infancia por la crueldad de su madre con los siervos, que reflejaría en alguno de los caracteres más logrados de su obra literaria. Años después, durante su estancia en San Petersburgo como estudiante […]
De origen aristocrático y procedente de la provincia de Tula, al sur de Moscú, Mijaíl Yevgráfovich Saltikov (1826-1889) quedó marcado en su infancia por la crueldad de su madre con los siervos, que reflejaría en alguno de los caracteres más logrados de su obra literaria. Años después, durante su estancia en San Petersburgo como estudiante y empleado en el ministerio de la Guerra, comenzó a publicar poesía y crítica en «El contemporáneo» y otras revistas, al tiempo que colaboraba con los círculos revolucionarios. En 1848, la aparición de Un asunto confuso, donde expresaba sus simpatías por los socialistas franceses, le valió un destierro a la región de Viatka. Allí fue secretario y consejero del Gobernador, y sus frecuentes viajes por la zona le dieron un conocimiento del medio rural que utilizaría en sus obras posteriores. Tras su regreso a San Petersburgo en 1855, publica con el pseudónimo de Schedrín La vida en provincias (1856-57), que obtiene un éxito resonante. Ocupa por entonces cargos oficiales en los que sus intentos reformistas le causan todo tipo de problemas hasta que en 1862 decide dedicarse por entero a la literatura.
Colaborador habitual y director de importantes publicaciones literarias, Schedrín aportó a las letras rusas sobre todo su talento para la sátira, que se despliega en obras como Historia de una ciudad (1869-70), parodia de la historia de Rusia, Los señores Golovliov (1875-80), que se suele considerar su obra maestra, y Viejos tiempos en Poshejonie (1887-89), al igual que la anterior con rasgos autobiográficos. Es esta una época de oro de la literatura rusa, con Tolstói, Tuerguénev y Dostoievski en plena actividad, pero siguiendo a José Laín Entralgo, que tradujo y prologó en 1972 Los señores Golovliov para Editorial Destino, hay que decir que es a Schedrín a quien debemos acudir para tener una imagen literaria de la crisis que en esos momentos se estaba produciendo en el medio rural con la transición del régimen de servidumbre al capitalismo. Son éstos los ambientes que años antes Gógol había reflejado en sus mejores obras, pero donde éste usaba la risa como arma, Schedrín debe acudir a la crítica más descarnada ante un medio cuya descomposición había llegado a un extremo que no permitía otro tratamiento.
Los señores Golovliov, que el crítico D. S. Mirsky consideraba la obra más sombría de toda la literatura rusa, presenta la descripción objetiva de unos personajes magistralmente trazados. Protagoniza el relato una familia de propietarios rurales cuyos asuntos son dirigidos al principio por la madre, la usurera y autoritaria Arina Petrovna. Los hijos son caracteres muy diversos. El mayor Stepán, «el mastuerzo» es un dilapidador que termina sus días recluido en el domicilio materno, donde es tratado como un perro. La hija Anna hace un matrimonio que no es aprobado por la madre y es repudiada por ésta. Muere joven dejando dos hijas a su custodia. Porfiri, conocido como «Judas» o «el sanguijuela» es un usurero patológico que envuelve sus traiciones en la más almibarada elocuencia. Pável, el más pequeño, vago e imaginativo, se aproxima a una cierta normalidad y termina siendo víctima de Porfiri. Son los tiempos de la emancipación de la servidumbre al comienzo del reinado de Alejandro II, y hábiles maquinaciones hacen que todo el capital de la familia acabe en manos del usurero «Judas». La trama del relato viene a ser una crónica del aniquilamiento sucesivo e ineluctable de todos los protagonistas, víctimas de este siniestro personaje, verdugo de sus propios hijos. Éste termina entregado a la bebida en compañía de una de sus sobrinas que ha regresado enferma a morir en la casa familiar hasta que un destello de lucidez le empuja al suicidio: «¡Hay que perdonarme!-prosiguió-. Por todo… Perdonarme por ti misma… y por los que ya no existen… ¿Qué es esto? ¿Qué ha ocurrido? -exclamó casi estupefacto mirando alrededor-, ¿Dónde… están todos?»
El desastre de esta familia es en realidad el desastre de aquella sociedad corrupta y decadente, férreamente escindida entre la miseria más extrema y la más estúpida opulencia. Seducidos por la perfección de la prosa y la naturalidad de los ambientes que consigue crear, asistimos a la inevitable autodestrucción de un mundo gobernado por la codicia. El paisaje de la estepa, los míseros caseríos y las residencias señoriales son el decorado en que se cumple en este caso la condena. En cierta ocasión escribió Schedrín: «El único objetivo de mi trabajo literario es una protesta incansable contra la avaricia, hipocresía, falsedad, robo, traición y estupidez de los modernos rusos.» Fue Gorki quien dijo que sin la ayuda de Schedrín sería imposible entender la historia de Rusia en la segunda mitad del siglo XIX.