La presencia de El oficial y el espía en las carteleras obliga a una doble examinación ética y racional: por un lado debido a la respuesta tanto colectiva como individual de cada uno al ver el nombre de Roman Polanski asociado a una obra artística; por otro, tras considerar el mensaje contenido en este filme […]
La presencia de El oficial y el espía en las carteleras obliga a una doble examinación ética y racional: por un lado debido a la respuesta tanto colectiva como individual de cada uno al ver el nombre de Roman Polanski asociado a una obra artística; por otro, tras considerar el mensaje contenido en este filme de corte histórico y sus implicaciones actuales. El oficial y el espía, en ambos casos, es una necesaria incomodidad.
«Yo no separo al hombre de la obra» expuso en rueda de prensa Lucrecia Martel, presidenta del jurado de Venecia de la pasada edición, al ser preguntada por la inclusión de El oficial y el espía en la competición. Martel anunció que no acudiría al pase oficial de la película y añadió que «la presencia de Polanski [en el programa del festival] me resultó muy incómoda», iniciando unas declaraciones que se vio obligada a matizar posteriormente, especialmente tras la repuesta del director del festival, Alberto Barberá, quien afirmó estar «convencido de que hay que distinguir entre el artista y el hombre» y que no le corresponde a él ejercer de juez. Pese a la controversia, el festival terminó galardonando al filme de Polanksi con el León de Plata, entre otros premios. Ambas cabezas visibles del festival de Venecia bocetan dos de las principales posiciones en un debate imprescindible que se está desarrollando actualmente y de compleja respuesta. Lucrecia Martel, con toda validez argumental en su posición, valoró que éstas «son conversaciones pendientes de nuestro tiempo, sacar o meter a Polanski nos obliga a conversar, no es algo sencillo de resolver».
En absoluto la resolución se atisba simple y fácil. La cuestión va más allá de utilizar mero biografismo en la interpretación de una obra, una práctica condenada al infierno hermenéutico hace más de un siglo. Sin embargo, el escudarse en la independencia de una obra de arte más allá de cualquier otra consideración hoy en día resulta un ejercicio de malabares más que un argumento con peso propio. Es una conversación difícil y, en vez de caer en la simple polémica, es necesario defender la validez del debate en sí mismo y defender voces como la de Lucrecia Martel y de Alberto Barberá que ponen este debate en las portadas de los periódicos y ofrecen un espacio esencial para que se desarrolle.
En el centro de la trama de El oficial y el espía se encuentra otra voz que cuestiona por encima del ruido e inicia un debate incómodo. El filme vuelve a narrar el caso Dreyfus, un conocido episodio de la historia de Francia ocurrido a finales del XIX donde un oficial del ejército francés fue injustamente acusado y condenado por traición. Para esta reelaboración, Polanski y el novelista Robert Harris colaboran juntos una vez más tras El escritor (2010), firmando Harris de nuevo un guion basado en su propia novela homónima. El resultado es una descripción fría y detallada de todo el proceso contra Dreyfus, donde la sutileza se ve abandonada por una rigidez estoica que no deja nunca de reiterar una acusación de antisemitismo contra Francia. La película, sin ser una de las máximas muestras del cine de Polanksi, es un firme acto de memoria histórica que deja al desnudo la apariencia de concordia social y muestra que el antisemitismo -aunque sería aplicable a cualquier «ismo»- no es solo un mal sistémico sino férreamente arraigado históricamente. El título de la película, sin embargo, diluye el acto de confrontación que propone la película al haberse preferido tanto para el mercado anglosajón como español el de la novela de Harris, El oficial y el espía. El título original francés presentaba el mensaje del filme sin equívocos, al tomar prestado el título de uno de los escritos más conocidos e importantes de Emile Zola, su J’accuse, el cual juega un papel central en el caso Dreyfus.
En primera página de un periódico, Zola publicó una carta abierta donde acusaba al presidente de la República Francesa y a oficiales del ejército y del Gobierno, del encarcelamiento ilegal de Alfred Dreyfus y de antisemitismo. Zola fue condenado por su texto y huyó a Inglaterra para evitar su ingreso en prisión, pero J’accuse puso sobre la mesa no solo una acusación ante un atropello sino que abrió un debate social sobre el antisemitismo y el abuso de poder.
Las consecuencias del caso Dreyfus resonaron durante años y sigue siendo punto de referencia hoy en día. Años después, en el acto de traslado de las cenizas de Zola al Panteón, Alfred Dreyfus fue disparado por un periodista que le acusaba de haber infligido un daño irreparable al ejército francés. Hoy en día el caso Dreyfus sigue siendo un punto de referencia. Transcurridos más de cien años, el escritor Tahar Ben Jelloun, eterno candidato al Nobel, escribía para El País el 25 de febrero de 2019 que, en referencia a Francia, «[e]l país está volviendo a los años en los que se toleraba el odio a los judíos» y abría su artículo de opinión analizando el antisemitismo actual haciendo hincapié en el caso Dreyfus: «Francia tiene una vieja tradición antisemita. El caso Dreyfus, que lleva el nombre del oficial francés acusado de traición por ser judío y absuelto tras la famosa carta Yo acuso que escribió Émile Zola, dividió a Francia y puso en evidencia el fondo racista y antisemita de la Tercera República.»
Pero ésta es una película firmada por Roman Polanski. Hay críticas de El oficial y el espía que lanzan una acusación más o menos velada contra Polanski basada en un grotesco paralelismo de ser éste intencional -que el director ha negado vehemente- indicando que Polanski pretende equiparse con Dreyfus, un judío injustamente acusado por el Estado y la opinión pública. Conviene matizar que la madre del director falleció en Auschwitz, su padre fue enviado a Mauthausen, y él, nacido en 1933, sobrevivió un Holocausto donde el 90% de los judíos polacos fueron asesinados. Centrar el mensaje del filme en un constante enjuiciamiento de la persona de Roman Polanski es desactivar toda la carga que la película contiene. Al mismo tiempo es altamente perturbador que un hombre que se ha reconocido culpable del abuso sexual de una menor de 13 años, huido de la justicia, eleve un tono acusatorio contra la sociedad en general desde la aparente impunidad. Por su mensaje y por el portavoz del mensaje, la presencia de este filme es doblemente incómoda.
La solución de disociar a Polanski-hombre de su obra puede parecer que es el único ejercicio posible para salvar la obra. No obstante, le hace un flaco favor al hombre ya que, en el caso de Polanski, priva al hombre de la producción de varias de las obras maestras del séptimo arte. Al mismo tiempo, separa la responsabilidad de los actos creativos frente a los destructivos. En ese sentido habría que entender la renuncia a diferenciar entre obra y persona expresada por la también realizadora Lucrecia Martel. El resultado, en cualquier caso, es una posición incómoda. Mientras debatimos las soluciones posibles, voces como la de Lucrecia Martel y Emile Zola tanto para el caso Polanski como el caso de Dreyfus necesitan un espacio protagonista, se esté o no de acuerdo con su mensaje, y es necesario aplaudir que las personas comprometidas en el moldeamiento de la cultura se involucren en cuestiones colectivas, que no huyan hacia una posición de neutra comodidad. Es en la comprensión de la incomodidad generada por estos debates donde quedan de manifiesto las conversaciones pendientes.
Ficha técnica: Director: Roman Polanski. Intérpretes: Jean Dujardin, Louis Garrel y Emmanuelle Seigner. Año: 2019. Duración: 132 min. Idioma original: Francés.
Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/el-oficial-y-el-espia/