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El Oscar y la homofobia

Fuentes: Rebelión

Hace unos días me comentó un amigo que la parafernalia en torno a los premios Oscar es la frivolidad favorita de los intelectuales. Y lo es. Quienes se sumergen en profundos textos de Heidegger o meditan sobre las potestades del suicidio y los valores de Kierkegaard, abandonan todo eso para hacer conjeturas sobre los ganadores […]

Hace unos días me comentó un amigo que la parafernalia en torno a los premios Oscar es la frivolidad favorita de los intelectuales. Y lo es. Quienes se sumergen en profundos textos de Heidegger o meditan sobre las potestades del suicidio y los valores de Kierkegaard, abandonan todo eso para hacer conjeturas sobre los ganadores de los premios de la Academia de Hollywood.

Cada película que recibe el galardón tiene garantizada una entrada de centenares de millones de dólares. Cada actor o director premiado pasa a una categoría distinguida y en lo sucesivo habrá que abonarle alrededor de veinte millones de dólares por cada filme. En torno al evento se mueven muchos otros intereses. La moda, por ejemplo. Firmas como Versace, Armani, Boss, Dolce & Gabbana, Cerrutti, Gucci, Valentino y Calvin Klein compiten por vestir a las estrellas y dar a conocer los modelos. La publicidad que se genera vale miles de millones. Joyeros como Harry Winston o Tiffany prestan a las figuras del cine deslumbrantes diamantes, rubíes y esmeraldas que serán exhibidas sólo una noche entre los palpitantes pechos de las bellezas.

Al día siguiente llegarán los custodios de seguridad a recuperar las prendas y devolverlas a las bóvedas. Un verdadero ejército de sastres, peluqueros (o estilistas, como se les llama ahora), manicuras, cocineros, músicos y coristas se moviliza para otorgar mayor esplendor a la celebración en los múltiples banquetes y bailes que siguen al otorgamiento.
La Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas se fundó en mayo de 1927 y su primer presidente fue Douglas Fairbanks, padre. Contaba con 36 miembros. Hoy tiene 600. Los integrantes de la Academia sólo pueden acceder a esa categoría por invitación del Cuerpo de Gobernadores, que es la máxima instancia directora de ese colegio. Emiten sus votos con anticipación y los resultados se mantienen en secreto hasta la noche de la ceremonia. Actualmente la Academia tiene un espléndido edificio de siete pisos en Beverly Hills. Durante mucho tiempo fue un evento exclusivamente estadounidense. La fuerza de la globalización cultural ha forzado la entrada de otros candidatos de diversos países.

Los millones de dólares que genera el evento no solamente se miden por las festividades de Hollywood. La casa apostadora de Ladbroke, una de las más activas del mundo, con sede en Londres, recibe cientos de millones de libras esterlinas en apuestas previas sobre los resultados.

Este año la Academia premió Crash, un filme moroso y cargante sobre la violencia racial en Los Ángeles y descuidó Brokeback Mountain, sobre unos vaqueros homosexuales que, según muchos, era la que realmente merecía el premio, pero los jurados no se atrevieron a quebrar tan ciclópeo tabú.

Recientemente el Papa Benedicto prohibió el ingreso en los seminarios de postulantes homosexuales dando muestras de una insospechada homofobia vaticana. En el seno de la comisión de los derechos del hombre en la ONU, Washington bloqueó la adopción de una resolución, propuesta por Brasil y apoyada por los países europeos y Canadá, condenando la discriminación de los homosexuales. Washington consideró que la ONU no era el marco indicado para hablar del tema. Hasta los países musulmanes apoyaban la resolución. Hace poco en Egipto fueron condenados a dos años de prisión veintiún seres humanos acusados de prácticas homosexuales. Pese a los avances realizados en la aceptación de la abierta preferencia amatoria, aún quedan importantes rezagos de puritanismo beato e irracional homofobia.

En la convención republicana que invistió a Bush, un delegado gay pidió la palabra para defender los derechos de sus congéneres y los demás delegados se quitaron sus sombreros machistas y comenzaron a rezar, para repeler a Satanás que se les insinuaba en la supuesta prédica de libre opción sexual.

Los escándalos pedófilos recientes han dañado la imagen de la iglesia y han agraviado el establecimiento docente católico. Por eso el Papa trata de recuperar el prestigio perdido reforzando con limitaciones draconianas el acceso a posiciones de influencia religiosa.

Pero eso no explica que un filme de la excelente calidad alcanzada por el director Ang Lee haya sido discriminado con una homofobia pudibunda y torpe. Los Oscar otorgados este año quedarán como un hito en el mojigato puritanismo de los jueces de la Academia.

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