José Hernández nació el 10 de noviembre de 1834. Apoyó al Paraguay en la guerra que Alberdi había llamado de la “Triple Infamia” y lo alegraron las rebeliones de Felipe Varela y Ricardo López Jordán, el último montonero, a cuyas huestes se sumó entusiasta y padeció con ellas la derrota.
Por aquellos días de 1872, se alojaba frente a la Plaza de Mayo, en el Hotel Argentino, y se disponía a dar una batalla que dejaría inermes a sus poderosos enemigos, mitristas y sarmientinos, aquellos que llegarían a ponerle precio a su cabeza. Había decidido jugarse a la incorrección de volver protagonistas a los invisibles, a los pobres de toda pobreza, creadores de enormes riquezas a los que los verdaderos haraganes, dueños de todo, sobre todo de la palabra, llamaban vagos y malentretenidos.
No dudaba Hernández de que el gaucho no era responsable de aquella “ignorancia” sino la víctima de una política que había decidido marginarlo en todas las formas posibles, comenzando por negarle las herramientas de la escritura y la lectura para tornarlo aún más indefenso en un mundo cada vez más “ilustrado”.
Dirá Fierro: “Aquí no valen dotores/ solo vale la esperiencia/ aquí verían su inocencia/ esos que todo lo saben/ porque esto tiene otra llave/ y el gaucho tiene su ciencia”. No pensaba el poeta que estaba escribiendo como una apología del gaucho porque, como le dice en una carta a su editor: “el Estado convierte al gaucho en matrero, en delincuente, en asesino y yo me he esforzado, sin presumir haberlo conseguido, en presentar un tipo que personificara el carácter de nuestros gauchos, dotándolos de los juegos de la imaginación llena de imágenes y de colorido, con todos los arranques de su altivez, inmoderados hasta el crimen y con todos los impulsos y arrebatos, hijos de una naturaleza que la educación no ha pulido y suavizado”.
La primera edición del Martín Fierro fue publicada por la imprenta La Pampa el 6 de diciembre de 1872, hace exactamente 150 años. Era un librito de unas 80 páginas que se agotó a los dos meses. Siguieron nueve ediciones sucesivas y una interesante polémica en la que terciaron, entre otros, Sarmiento, que se sintió aludido, y Mitre, quien le escribió una elogiosa carta a Hernández.
Esta primera parte del Martín Fierro respiraba rebeldía, su materia esencial era la injusticia a la que estaban sometidas aquellas vidas, “justicia” a la que el protagonista del poema de Hernández definía taxativamente: “La ley es tela de araña,/ En mi inorancia lo explico;/ no la tema el hombre rico,/ nunca la tema el que mande,/ pues la ruempe el bicho grande,/ y solo enrieda a los chicos”.
Siete años después había encontrado su lugar en el Partido Autonomista, por el que llegó a senador, y sintió que el país estaba cambiando, que Fierro debía volver a la “civilización”, dejar las tolderías y la marginalidad y aceptar el lugar que le asignaba la nueva Argentina que se acercaba al 80.
En La vuelta de Martín Fierro, publicada en 1879 en una edición de lujo de 20 mil ejemplares, su protagonista dirá: “El que obedeciendo vive/ nunca tiene suerte blanda/ más con su soberbia agranda/ el rigor en que padece/ obedezca el que obedece/ y será bueno el que manda”.
José Hernández murió el 21 de octubre de 1886. Los diarios titularon “Ha muerto el senador Martín Fierro”.
Fuente: https://carasycaretas.org.ar/
Otro artículo de Caras y Caretas sobre el Martín Fierro: https://carasycaretas.org.ar/2022/12/10/el-gran-poema-nacional/