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El país hierve, ¿explotará?

Fuentes: Rebelión

Hasta allá no se puede llegar, tendrán que ir a pie, nos advirtió. Bajamos del carro y seguimos a pie. Eran poco más de las diez de la noche. Muy calurosa. Quedaban dos horas para que terminara el año: «uno de los peores años de nuestra historia reciente», escribió el periodista Marcos Coimbra, de «Carta […]

Hasta allá no se puede llegar, tendrán que ir a pie, nos advirtió. Bajamos del carro y seguimos a pie. Eran poco más de las diez de la noche. Muy calurosa.

Quedaban dos horas para que terminara el año: «uno de los peores años de nuestra historia reciente», escribió el periodista Marcos Coimbra, de «Carta Capital».

Caminamos. Eran pocas cuadras. Al llegar, Copacabana lucía majestuosa. A lo lejos, el Pan de Azúcar, iluminado. Al frente, cruceros. Cinco, seis, siete; otros se iban acercando a medida en que se escurría el año, en espera de los espectaculares fuegos artificiales de una de las celebraciones emblemáticas del año nuevo en el mundo.

El país hierve. Aquí, en la playa de Copacabana, es casi a media noche pero hace más de 35 grados.

Pero todo el país hierve. Resta saber -diría otro periodista, Diego Viana, del «Correio do Brasil»- «si hierve agua para hacer té o si hierve como caldera, lista para explotar». En opinión del autor «existen antagonismos sociales suficientes» para que ocurra la segunda opción.

En todo caso, es difícil encontrar una opinión tranquilizadora, mírese en la dirección en que se mire. Uno de los peores años de su historia reciente; «quizás ninguno, desde el final de la dictadura (en 1985), haya sido tan malo». «No hay, en este fin de año, un solo indicador que sugiera optimismo». Quien habla es, de nuevo, Marcos Coimbra.

Corrupción y política

No se trata (solo) de la crisis política, desatada por las investigaciones de la enorme red de corrupción relacionada con obras públicas y la petrolera nacional Petrobras, por miles de millones de dólares, conocida como Lava-Jato, entre otras muchas denuncias involucrando el presidente del congreso, exministros, gobernadores y altos funcionarios de todo tipo.

Ese es solo el telón de fondo, que debilitó el gobierno, que enredó los hilos de una administración que inició su segundo mandato hace un año, luego de una estrecha victoria en el segundo turno electoral. Los errores de Dilma -la presidente- «se tornaron dramáticos en 2015». Montó «un gabinete débil, muy lejos de las expectativas de la sociedad». El relevo este principio de año del ministro clave, el de Finanzas, Joaquim Levy, representante del sector financiero privado, por el de Planificación, dejó en evidencia esa debilidad.

Pero tampoco parece sostenible la presencia de la empresaria y líder del sector del agronegocio, Katia Abreu, en la cartera de agricultura. Con Levy, representan lo contrario del programa de gobierno que llevó Dilma al poder.

El fracaso del «ajuste Levy», dijo el escritor, político y diplomático brasileño Samuel Pinheiro Guimarães, «creó la recesión y el desempleo, a través de altísimas tasas de interés, del recorte de inversiones auto justificado por la caída de las recaudaciones tributarias. Permitió, a pesar de haber fracasado, que llevasen a cabo sus objetivos ocultos de privatización, flexibilización del mercado de trabajo, reducción de las conquistas y programas sociales y desnacionalización, con el objetivo de agradar al ‘mercado’, siempre insaciable».

Son «los esbirros de las finanzas, tan autoritarios cuando ineptos», en opinión de otro analista, los que terminaron llevando al país al pantano en que está.

Retorno de lo mismo

Se trata del «eterno retorno de lo mismo», a problemas más profundos, como escribió el economista Luiz Gonzaga Belluzo, refiriéndose a la crisis económica que Levy pretendió enfrentar con su programa de ajuste y que terminó profundizando la recesión.

Belluzo hacía referencia a las turbulencias cambiarias en los países emergentes.

Su análisis se basa en un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre Global Financial Stability divulgado en septiembre pasado, en el que se analiza los riesgos de un excesivo endeudamiento.

Aun en un ambiente internacional con tasas de interés negativas en los países desarrollados, la deuda publica y privada de los países emergentes está sometida a la presión de los premios de riesgo, exigidos por los inversores para mantener sus activos en monedas «emergentes» no convertibles. Se impone así a los presupuestos «una carga absurda de gastos con los intereses».

En Brasil, recuerda Belluzzo, el gasto presupuestario del 2014 contempló 978 mil millones de reales (divídase por cuatro, para tener una cifra aproximada en dólares) para el pago de intereses, 45,1% del gasto total.

Esta aberración -afirmó- «obliga a la obtención de superávits fiscales permanentes y reduce la capacidad de gasto en inversiones y políticas sociales, imprescindibles en un país de desigualdades indecentes».

Los datos revelan el impacto de esas cuentas. El ajuste impuesto por Levy «redujo diez veces más las inversiones en el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC)», lanzado en 2007, todavía en la administración del Presidente Luis Inácio Lula da Silva, comparado con las reducciones del gasto corriente.

La desvalorización del real (pasó de dos reales por dólar en 2012 a prácticamente cuatro en la actualidad) favorece las exportaciones, pero el precio de las commodities, que han ido adquiriendo más peso en la economía brasileña, cae sostenidamente desde hace tres años.

DE tofos modos, el problema, para Beluzzo, viene de muy atrás, desde la época del Plano Real, lanzado para combatir la inflación y que llevó a Fernando Henrique Cardoso a la presidencia en 1995.

«Las consecuencias de la forma como se combatió la inflación fue pésima. Dejaron el cambio valorizado, dejaron la economía perder consistencia desde el punto de vista industrial, perdimos cadenas completas de producción y valor agregado y hoy la industria brasileña tiene el mismo peso que tenía en 1947», señala Belluzzo.

Asalto al poder

Enredado en sus propios hilos, el gobierno de Dilma Rousseff se alista para enfrentar el pedido en impeachment con que sectores de la oposición pretenden poner fin a su gobierno. Se trata de un complicado proceso judicial y político que parece tener pocas posibilidades de éxito, por ahora.

El PMDB, un conglomerado de diversas tendencias conservadoras de la política brasileña y principal partido del país (el vicepresidente Michel Temmer y el presidente del Congreso, Eduardo Cunha, pertenecen al PMDB) deberá decidir en marzo si sigue aliado del gobierno o si se pasa a la oposición. Cunha, pastor evangélico, acusado de corrupción luego de revelarse la existencia de sus cuentas en bancos suizos, encabeza la iniciativa para la destitución de Dilma.

Su partido presentó una propuesta -Puente para el Futuro- para salir de la crisis, que Belluzzo estimó «desastrosa».

Ahí se propone eliminar los gastos mínimos en salud y educación previstos en la constitución, la indexación de salarios y beneficios de la seguridad social, mayor privatización de los beneficios de la explotación petrolera y privilegiar los acuerdos comerciales con Estados Unidos y Europa, dando la espalda al Mercosur.

Un esquema muy parecido al que le gustaría también al nuevo presidente de Argentina, el neoliberal Mauricio Macri, políticas que vendrían a consolidar un cambio en algunas de las tendencias prevalecientes en la región en los últimos tres lustros.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.