Traducido del portugués por Susana Merino
La integración entre 12 de los países de América del Sur ya ha sido importante en los sectores de infraestructura, seguridad, economía y política. A pesar de las declaraciones públicas del presidente brasileño Jair Bolsonaro sobre la creación de una moneda común con su vecina argentina, el momento actual es de reflujo de las inversiones y de pérdida de protagonismo de Brasil, una de las mayores economías del mundo y la mayor potencia regional. Tal es la valoración que hizo el politólogo, profesor de relaciones internacionales e investigador de la Universidad de Harvard, Hussein Kalou, el jueves pasado por email a Nexo. Kalout, que fue Secretario Especial de Asuntos Estratégicos de la Presidencia de la República (2017/18) en la gestión del presidente Michel Temer, afirma que la política exterior brasileña esta actualmente «a la deriva y sin un proyecto claro para la región». La idea de que la integración regional vive un momento de reflujo deriva de compararla con la primera década de este siglo. Una época en que el elevado precio de las materias primas incrementaba la riqueza de los países de la región. Los contratistas brasileños – luego señalados por sus corruptas transacciones con los gobiernos de la región – ampliaban su accionar a los países vecinos y a África. Brasil aumentaba su cantidad de embajadas, se postulaba para un puesto en el Consejo de Seguridad y reclamaba para sí un claro papel de árbitro y de líder regional. Aunque también ese período estaba marcado por su afinidad ideológica con los gobiernos de izquierda de la región, Kalout considera que ese aspecto fue solo secundario: «No es correcto atribuirlo a una dinámica impulsada por una macro gobernanza bolivariana regional. Se trata de algo impreciso. También había gobiernos de derecha en ese período, como en Chile, Uruguay, Paraguay y Colombia, y las relaciones en el contexto regional avanzaron», dice en la entrevista. Hoy en día, afirma el investigador, hay dificultad para definir, como país, «qué queremos, porqué lo queremos y cómo lo queremos». Tal indefinición ha dejado un «vacío de poder que está siendo arrebatado por potencias extrarregionales como China, Estados Unidos y ahora Rusia en Venezuela»
João Paulo Charleaux.- ¿Qué le hace creer que actualmente existe un reflujo en los proyectos comunes de integración entre los países suramericanos?
Hussein Kalout.- El espacio suramericano es parte fundamental e inescindible de la seguridad nacional del Estado brasileño tanto desde la perspectiva económica como política y de seguridad. Si Brasil no es capaz de liderar y de ejercer cierto grado de influencia en su propia zona geográfica, perderemos capacidad de tracción y poder en el contexto global. Difícilmente tendremos capacidad de proyectar nuestro poder en otras áreas internacionales si no somos capaces de liderar a nuestra propia región. Y liderar no es precisamente imponer nuestra voluntad por la coerción o la fuerza sino un país que provee bienes públicos regionales, articulando soluciones compartidas.
Por eso debemos tener una política externa específica hacia América del Sur anclada especialmente en tres vectores cooperación, influencia y disuasión. Hoy en día estamos a la deriva y sin un proyecto claro para la región. Lanzar cualquier otra iniciativa en lo que respecta a la integración regional dependerá fundamentalmente de lo que queremos, por qué lo queremos y del cómo lo queremos. Sin respuestas claras y efectivas, que requieren un planeamiento estratégico coherente, nos quedaremos a remolque de otros, inclusive de las potencias extrarregionales.
Reemplazar la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) de 2008 por el Prosur (Foro para el Progreso de América del Sur) no es una solución para el anacronismo existente en el ámbito del proceso de integración suramericana. Mientras no se sepa bajo qué égida quiere Brasil integrar la región, en su condición de mayor nación suramericana y como una de las diez economías más grandes del mundo, no avanzaremos efectivamente en ninguna dirección.
João Paulo Charleaux.- ¿Cuáles son las consecuencias de ese reflujo en la economía regional y cuales lo son específicamente para Brasil?
Hussein Kalout.- Estamos dejando un vacío de poder que está siendo ocupado, como acabo de decir, por potencias extrarregionales como China, Estados Unidos y ahora Rusia en Venezuela.
Todo y cualquier proyecto de integración debe hallarse anclado en nuestros intereses estratégicos y en particular en nuestra plataforma económica comercial y en la seguridad de nuestras fronteras.
Parte de la proyección de nuestro poder regional estaba fundado en la inserción de nuestras empresas en países de nuestro alrededor fronterizo. Actualmente eso ya no sucede. Un verdadero proyecto de integración exige inversiones, liderazgo y dirección. Nuestras inversiones en América del Sur han fracasado, nuestro comercio está por debajo de sus posibilidades y nuestra influencia se halla declinando.
Nuestra actual capacidad de aprovechar inversiones para la integración de la infraestructura física con el fin de crear sinergia y desarrollo regional también está, como mínimo, en declive. Tenemos prácticamente superávit en la balanza comercial con casi todos los países suramericanos cuando en realidad debería suceder todo lo contrario. Nuestros vecinos deberían depender de nuestras inversiones y de nuestra capacidad de importación. Debemos revertir este escenario para poder ejercer un poder real en lugar de mantener una política exterior en pies de barro, que se agota en elucubraciones ideológicas y no ayuda a construir con ámbito de paz, de seguridad y de prosperidad.
João Paulo Charleaux.- La región vivió un momento de sintonía entre gobiernos de izquierda de la década de 2000. Hoy en día esos líderes son de derecha. ¿La afinidad ideológica que sacudió la integración bolivariana no encarna ahora una integración con un perfil liberal? ¿Por qué?
Hussein Kalout.- El proyecto de Brasil para América del Sur tiene que ser del Estado y supraideológico. El Estado brasileño no puede mirar a América del Sur desde una visión de izquierda o de derecha. Nuestra seguridad nacional no puede hallarse anclada en conveniencias gubernamentales circunstanciales, en simpatía político-ideológicas o en teorías conspiratorias. El riesgo de hacerlo así significa perder influencia y dejar que otros actores modelen lo que es mejor para la región, según sus propios intereses, y no que lo modele Brasil desde la perspectiva de los suyos.
Es importante tener en cuenta que la dinámica política y económica de la década de 2000 en el contexto internacional y hasta posteriormente obedecía a su propio ciclo. Creo, por lo tanto, que las claves que permiten decodificar ese período están en observarlo desde un lado más pragmático. No es correcto referirse a una dinámica envasada por una macro gobernanza bolivariana en la región. Había también gobiernos de derecha en la región, como Chile, Uruguay, Paraguay y Colombia, y sin embargo avanzaron las relaciones en el contexto regional. Al margen del aspecto ideológico, había sobre todo una cierta convergencia entre los principales proyectos económicos y hasta complementarios en ciertas áreas.
Además, no veo que exista ningún problema en la existencia de un proyecto de integración orientado en sentido liberal, siempre que se preserven nuestros intereses estratégicos. Brasil es el nexo de cohesión y de desarrollo de la región. Y es con este enfoque con el que debemos dimensionar nuestra actuación estratégica en América del Sur. Tanto hacia la derecha como hacia la izquierda, Brasil está en condiciones de imprimirle el tono y delimitar la dimensión del proceso de integración regional. Esa debe ser nuestra misión.
João Paulo Charleaux.- ¿Tiene el actual gobierno algún proyecto internacional? ¿Cómo lo definiría usted?
Hussein Kalout.- Por ahora no logro vislumbrar un proyecto internacional coherente y uniforme. Lo que hemos visto hasta ahora es un conjunto de acciones tácticas dictadas por una percepción excéntrica que define como principal desafío la «globalización» en tanto tenemos muchas más cosas concretas que resolver.
Plantear un proyecto de desarrollo y de seguridad amazónica es vital para nuestro futuro. No se puede modelar la política exterior a partir de una visión mesiánica del mundo, por ideologías o por teorías conspirativas. La política exterior debe ser pragmática, analizar intereses concretos y, sobre todo, contar con una visión estratégica y de Estado, puesto que los gobiernos pasan y permanecen nuestros intereses y nuestros objetivos de largo plazo. El pragmatismo es el alma de cualquier diplomacia que se pretenda exitosa y longeva. Decir que durante los últimos cien años todo estuvo equivocado es como mínimo una insensatez.
Existe un cambio claro de eje, pero recurrir a un caballo de madera para establecer nuevas alianzas y afincar nuevos proyectos, sin bases históricas y coyunturales, es un suicidio. La confiabilidad y la credibilidad del Estado brasileño a nivel internacional se hallan en caída libre. La formulación de cualquier proyecto de política exterior debería contribuir a mejorar nuestro desarrollo nacional, y ofrecer a la sociedad y al país dividendos concretos y cuantificables, como crecimiento económico, redistribución y aumento de los ingresos, reducción de las asimetrías sociales, lucha contra la pobreza, aumento de la productividad, incremento de la competitividad, expansión de la riqueza nacional a través de una inserción más calificada en la economía global, desarrollo sostenible y modernización del parque industrial, expansión objetiva, expansión de las sociedades comerciales, calificación educativa y profesional, consolidación de la innovación científica y del avance tecnológico, lucha contra los ilícitos transnacionales y el crimen organizado, seguridad y defensa del territorio y de las instituciones nacionales, respeto a los dictámenes sobre derechos humanos.
Si una política exterior no logra que el país alcance esos resultados, habrá fracasado en la más elemental de sus funciones, que es el de la protección y el desarrollo del Estado y de la sociedad.