Los mercados y los gobiernos, guiados por esa broma pesada de gobernanza económica llamada neoliberalismo, han dejado a la mayoría de la ciudadanía colgada de un hilo muy fino
Llueve sobre mojado. El autoritarismo, o, mejor dicho, el fascismo, en sus diversas vertientes, se expande como una mancha de aceite por las otrora democracias occidentales. La ruta “turística” del nuevo auge del totalitarismo, se inicia en la bella Italia, donde las desavenencias y odios entre los distintos líderes de la izquierda transalpina posibilitó tal hazaña.
Después, el “viajero” puede continuar su “tránsito” por dos itinerarios distintos. En el primero, se adentraría en una Francia, donde la extrema derecha superaría por primera vez el listón del 30% en una primera vuelta; y continuaría vía Holanda, donde la victoria de la ultraderecha gestó sus cimientos en el odio al emigrante, “único culpable” de que durante las últimas dos décadas la derecha clásica desmantelara el estado de bienestar tulipán. Se terminaría, este primer itinerario, con una visita a los países nórdicos, cuyos votantes se han quitado la careta socialdemócrata y han superado con creces la paranoia de los lúgubres personajes de la novela negra y sórdida nórdica.
El segundo itinerario se adentraría, previo paso por una Austria controlada por el neoconservador Sebastián Kurz, en una Alemania completamente desnortada sin Ángela Merkel –menudo desastre sin paliativos el de la actual coalición de gobierno-, y terminaría, igual que el primero, en los países nórdicos. Ambos itinerarios ofrecen la posibilidad de ampliar el “maravilloso viaje”, haciendo escala en unos Estados Unidos donde probablemente Donald Trump, esta vez sin asalto al Capitolio, retomaría el poder.
En estos dos itinerarios propuestos seguro que ustedes se encontrarán con unos extraños personajes, mezcla entre anarcoliberales y fascistas, que sorprenden por el carácter psicopático
En estos dos itinerarios propuestos seguro que ustedes se encontrarán con unos extraños personajes, mezcla entre anarcoliberales y fascistas, que sorprenden por el carácter psicopático de sus propuestas distópicas. No muestran el más mínimo atisbo de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno, y mucho menos una compasión ante los más débiles. Su individualismo extremo, y la ausencia en sus postulados del bien común los han convertido en una ideología tremendamente perniciosa. Se refleja en su visión de los salarios, del acceso a la vivienda, de las pensiones, de lo que está sucediendo con los precios de la luz, de la energía, de los alimentos… ¿Verdad que, en algún lugar del centro de España, de cuyo nombre no puedo acordarme, pululan algún ejemplar de este tipo?
El capitalismo ha dejado de proveer a las masas
Y es por eso que los demócratas debemos empezar por decir la verdad, y reconocer las enormes crisis que enfrentan las vidas de las personas. No podemos engañarlas durante más tiempo. ¡Lo que vemos en los distintos países es tan deshonesto! No hay debate sobre un sistema de salud que se desmorona, no hay debate sobre el cambio climático, no hay debate sobre la desigualdad de riqueza, no hay debate de cómo poner freno a la escalada del precio de la vivienda, de los alimentos… El capitalismo ha dejado de proveer a las masas. En el trasfondo, la falta de oportunidades, la desigualdad extrema, y cómo los mercados y los gobiernos, guiados por esa broma pesada de gobernanza económica llamada neoliberalismo, han dejado a la mayoría de la ciudadanía colgada de un hilo muy fino.
Las razones últimas del auge de un nuevo totalitarismo, sin complejos, es una consecuencia lógica del sistema político surgido al albor del neoliberalismo
Las razones últimas del auge de un nuevo totalitarismo, sin complejos, es una consecuencia lógica del sistema político surgido al albor del neoliberalismo. Nos referimos a la farsa de la democracia actual, donde lo que importa es la opinión de unos pocos, eso que Sheldon Wolin denominó Totalitarismo invertido. Los medios de comunicación dominantes han actuado como el brazo tonto del establishment, con sus medias verdades, infundiendo miedo en la ciudadanía. Y es ahí donde nos encontramos.
El papel de los economistas en el aumento del autoritarismo
Como economista, inmediatamente me surge una duda, ¿qué papel hemos podido jugar nosotros, los economistas, en estas dinámicas distópicas? La respuesta cada día la tengo más clara, especialmente tras escuchar y ver al estrambótico, por decir algo suave, nuevo presidente de Argentina, el tal Milei. Tenemos una parte muy importante de culpa en lo que estamos viviendo.
Permítanme refrescarles un libro y dos artículos académicos, alguno de los cuales seguro he compartido alguna vez con todos ustedes porque suelo citarlos con frecuencia. Hace muchos años, allá por 1995, el economista e historiador del pensamiento económico Robert Heilbroner y su pupilo William Milberg publicaron un libro premonitorio con un título muy sugerente, The Crisis of Vision of Modern Economic Thought. Heilbroner y Milberg afirmaban ya en 1995 que una demoledora crisis, más amplia y profunda que nunca, estaba afectando a la teoría económica moderna. La crisis en cuestión era consecuencia de la ausencia de una visión, de un conjunto de aquellos conceptos políticos y sociales compartidos, de los que depende, en última instancia, la economía. A la decadencia de la perspectiva económica le siguieron diversas tendencias cuyo denominador común era una impecable elegancia a la hora de exponer los términos, acompañada de una absoluta inoperancia en su aplicación práctica.
En esta misma línea, hubo quien desde el olimpo de los dioses economistas, sorprendentemente, dio un paso adelante y abandonó el lado oscuro y tenebroso de la ortodoxia, el premio Nobel de economía 2018, Paul Romer. Al poco tiempo de recibir el máximo reconocimiento a su carrera académica, decide quitarse la careta, para sorpresa de muchos, y abandonar el pensamiento económico dominante. Para ello nos obsequió con un artículo, abierto todavía, imprescindible para todo estudiante de economía, The Trouble with Macroeconomics. En él, Paul Romer critica la falta de progreso sustancial en el campo de la macroeconomía, a la que considera que se ha transformado en una pseudociencia, y señala deficiencias en la metodología y las prácticas de investigación. Argumenta que la disciplina ha perdido de vista su objetivo central de explicar y predecir fenómenos económicos a largo plazo. Cuestiona el énfasis en modelos matemáticos complejos que a menudo carecen de realismo y relevancia para la toma de decisiones en el mundo real. Aboga por un cambio en la forma en que se aborda la macroeconomía, implorando un enfoque más empírico, basado en la evidencia y abierto a nuevas ideas y aproximaciones. Su crítica busca estimular una reflexión profunda sobre la dirección futura de la macroeconomía y fomentar un enfoque más pragmático y orientado hacia la solución de problemas en lugar de una dependencia excesiva de modelos abstractos y formalismos matemáticos.
Paul Romer, tal como nos explicó el economista postkeynesiano australiano Steve Keen en un artículo hilarante, The WHO warns of outbreak of virulent new ‘Economic Reality’ virus, fue de los escasos economistas ortodoxos que tras la Gran Recesión inoculó un nuevo virus, llamado Realidad, que desactivó temporalmente el gen Milton Friedman, absolutamente dañino para nuestra salud. Ciertamente si el gen Milton hubiese sido inocuo no hubiese pasado nada.
El problema es que el daño que ha ocasionado a la humanidad esta mutación genética conocida como gen Milton hace necesario hoy más que nunca que el virus Realidad se acabe extendiendo e imponiendo definitivamente. De momento, debo reconocerlo, el equipo médico de la ortodoxia ha conseguido, para nuestra desgracia, aislar el capítulo de la Realidad Romer de los departamentos académicos de economía donde se originan y forman los economistas ortodoxos. Como resultado, continúa la enorme contribución de todos estos departamentos a la expansión del autoritarismo de corte fascista.