El pasado 23 de marzo el partido Frente Nacional (FN) logró importantes avances en las elecciones municipales en Francia. Nada sorprendente para quien haya observado un poquito la campaña electoral, en la cual los medios dedicaron una especial y muy elaborada atención al FN, un partido que promueve un rancio chovinismo y el racismo. Los […]
El pasado 23 de marzo el partido Frente Nacional (FN) logró importantes avances en las elecciones municipales en Francia. Nada sorprendente para quien haya observado un poquito la campaña electoral, en la cual los medios dedicaron una especial y muy elaborada atención al FN, un partido que promueve un rancio chovinismo y el racismo. Los medios audiovisuales y los diarios le dieron mucho espacio al FN, muchísimo más que al Frente de Izquierda (FI), que electoralmente tiene un peso superior o similar al del FN, como destacó Jean-Luc Mélenchon, dirigente del FI.
El resultado de estas elecciones es importante porque confirma la amplia pérdida de confianza de los electores frente a los partidos políticos tradicionales. Los votantes saben por experiencia que esos partidos no cumplen ni cumplirán con lo que prometen porque todos siguen el mismo guión, el elaborado por los organismos de la Unión Europea (UE) para consolidar las políticas neoliberales, o sea los programas de austeridad y desmantelamiento de los aparatos y programas estatales, regionales y municipales. Pruebas de esta situación las encontramos en la elevada tasa de abstención y en la numerosa presencia de listas no identificadas con los partidos tradicionales en estas elecciones municipales.
Pero lo esencial, para este análisis, es el esfuerzo de los medios de prensa del sistema (porque así hay que definirlos) para reforzar en la opinión pública francesa durante la campaña electoral la idea de que el FN iba para arriba, y que en algún momento debería producirse una alianza electoral entre esa extrema derecha de corte fascista con la derecha neoliberal.
Creo que es importante analizar esta fascinación mediática, y por lo tanto de quienes tienen en sus manos las palancas del poder real, por la extrema derecha, por partidos cuya vertiente nacionalista es claramente racista, para tener una imagen completa en este momento histórico desde todos los puntos de vista posibles, porque el sistema neoliberal en su conjunto, en la UE y en Estados Unidos (EE.UU.) y Japón, o sea en los centros del capitalismo avanzado, está completamente atascado en lo económico, en lo social y en lo político.
Y en todo esto el racismo, como el nacionalismo (de pacotilla porque en el sistema neoliberal la soberanía nacional es cosa del pasado), son quizás elementos de importancia para entender la coyuntura actual del imperialismo, incluyendo el caso de Ucrania, entre otros más.
El racismo forma parte del colonialismo y el imperialismo
El racismo es criticado y en algunas de sus manifestaciones es considerado como un delito por los sistemas legales en la mayoría de los países, pero en la práctica cotidiana, en los «sobrentendidos» políticos, sociales y económicos el racismo es moneda corriente, un simple «prejuicio» más, aceptable hasta para quienes no lo practican, y de ninguna manera es visto como un peligro mortal para las sociedades y la humanidad.
Empero, el racismo, como el machismo, es algo más que un prejuicio. En realidad ha sido y sigue siendo un poderoso elemento ideológico al servicio de algún sistema de dominación.
El machismo busca preservar el sistema de dominación patriarcal, para ventaja del hombre y en detrimento de la mujer, por ejemplo, y aun en ese terreno los avances de las últimas décadas son en muchos casos tan sólidos como un castillo de arena, dicen muchas mujeres.
El racismo ha servido desde finales de la Edad Media, desde las cruzadas, de justificativo ideológico, disfrazado según la circunstancia con supuestos valores religiosos o morales, pero al servicio de objetivos bien terrenales, como los de apropiarse de riquezas y conquistar territorios. Y tuvo su papel durante las luchas para la formación de los Estados-naciones en Europa, en muchos casos como fuerza de exclusión para forzar la homogeneidad étnica, lo que explica la triste herencia de guerras y conflictos en el Viejo Continente.
Por ejemplo, hasta no hace tanto tiempo se nos enseñaba en las escuelas de algunos países latinoamericanos que los conquistadores españoles vinieron a América «con la espada y la cruz». Lo de la espada nunca se explicaba bien por qué razón, aunque al final entendíamos que vinieron a conquistar por la fuerza para llevarse el oro y la plata y dominar los territorios, pero en las imágenes y en los textos se enfatizaba que la cruz representaba la «gran misión» evangelizadora para incorporar a los indios salvajes, porque así se hablaba de nuestras poblaciones amerindias, al reino de Dios, y así «salvarlos».
Sin la deshumanización implícita en el racismo, que permite ver al otro como un «no-ser», un subhumano que puede ser maltratado, explotado, esclavizado y al que se puede violar o matar, no habría sido posible, o sea aceptable para los mismos pueblos conquistadores, la extrema brutalidad de las conquistas que sometieron a tantos pueblos y dejaron estelas de decenas o cientos de millones de muertos, decenas de millones de esclavos, y tantas sociedades y culturas aplastadas.
Sin esas conquistas y crímenes tampoco habría sido posible la acumulación del capital, como no lo sigue siendo actualmente si vemos el empeño del imperio neoliberal en conquistar los territorios donde no reina con absoluto poder.
Es por eso que debemos ver el racismo no como algo menor, un «mal residual de la civilización europea» que fue transmitido al resto del mundo, sino como un componente esencial del sistema de dominación del capitalismo, en todas sus etapas, desde las conquistas y el esclavismo hasta el momento actual.
El racismo es mucho más peligroso de lo que creemos cuando es parte de una ideología nacionalista o ultranacionalista al servicio de intereses imperialistas. Sin una ideología que incluya el concepto de superioridad racial, de superioridad social, política, cultural o religiosa que provoque una desensibilización total, no es posible llevar a cabo la «empresa» colonial e imperial.
Ese tipo de ideología es necesaria tanto para lanzar como para justificar la «empresa» colonial e imperial, para crear en el pueblo conquistador las desinhibiciones que permitan llevar a cabo y vivir en la consciencia colectiva con tales atrocidades contra seres humanos, tan humanos y seres como ellos.
Los británicos «aportaron sobre sus hombros la civilización del hombre blanco» a los países de Asia, África y otras regiones, dura «carga» para el hombre blanco, escribió R. Kipling, cuando en realidad lo que hacia el «hombre blanco» era robar todo lo que podía ser robado, destruir o aplastar las culturas y organizaciones sociales existentes para poder explotar a los pueblos, esclavizarlos para servir a los comerciantes y a los intereses de los rentistas, de la burguesía y la aristocracia de Londres.
Los holandeses, portugueses, franceses y belgas no fueron diferentes, en todos los casos hubo matanzas y crueldades indescriptibles para robar y explotar, para esclavizar, lo que no quita que de vez en cuando se escuche en Europa que esos colonizadores llevaron «la civilización y la lengua» a los países que colonizaron.
Cada pueblo conquistador creó su caparazón ideológica para poder ignorar y negar sistemáticamente todo lo que los pueblos colonizados sufrieron en Asia, el Oriente Medio, África, Oceanía, el Caribe y América latina, y también negar que el objetivo de esas conquistas era apropiarse y repatriar las riquezas que podían, y garantizar los flujos de las materias primas que necesitaban sus comercios e industrias y que producían sus esclavos en las plantaciones, como el azúcar en Haití, por ejemplo.
Una tarea necesaria pero incumplida es la descolonización del pensamiento de los pueblos conquistadores e imperialistas. Nada podrá avanzar si estos pueblos no se despojan de esa caparazón demasiado bien conservada -por intereses de clase-, que les impide ver las múltiples, ricas y complejas realidades del mundo actual.
Es en este contexto que es importante reconocer la decisiva importancia que ha jugado el racismo en la sociedad estadounidense, en especial para justificar en lo interno, y hacia el exterior, el «excepcionalismo» del «destino manifiesto», un invento de los colonos blancos para hacer invisible las matanzas de amerindios y la apropiación de sus tierras, luego la «importación» de esclavos africanos para las plantaciones y más tarde el imperialismo.
El racismo tiene raíces profundas y extendidas en EE.UU., porque en ese país prácticamente fueron exterminados los pueblos amerindios, y los que sobrevivieron fueron segregados en reservas y sometidos a brutales controles de natalidad. Fueron víctimas del eugenismo y del ensayo de métodos genocidas que más tarde Adolf Hitler utilizó para exterminar a judíos, gitanos, eslavos y a los opositores comunistas y socialistas, como revela el importante trabajo del estadounidense Edwin Black, titulado War Against the Weak, eugenics and America’s campaings to create a master race (1).
Y es en EE.UU. donde se desarrolló una impresionante «economía de plantaciones» con esclavos traídos de África, y donde se aplicó un rígido sistema de segregación racial hasta mediados de los años 60 del siglo 20, pero que no ha desaparecido totalmente y sigue siendo practicado hoy día en el terrenos económico, social y político contra los afroamericanos e hispanos.
¿Cómo explicarnos la actual rusofobia en la UE y EE.UU.? ¿Acaso no es eso una forma de racismo destinado a invalidar todo lo que Rusia diga o haga para seguir aplicando las agresivas políticas de la OTAN y convertir a Rusia en un vasallo más del imperialismo?
¿Quién se recuerda del «peligro amarillo», ese racismo nacido en el siglo XIX para justificar la penetración del liberalismo comercial en China, para que entrara en China el opio que Gran Bretaña producía en India? La rusofobia es un hecho y el «peligro amarillo» una realidad en todas las actitudes del imperialismo contra China, devenida una potencial industrial que no controlan efectivamente.
En Ucrania el racismo de los grupos neonazis (ultranacionalistas según la definición de la prensa comercial) se manifiesta contra los rusos y los ucranianos de habla rusa y religión ortodoxa, y contra los judíos ucranianos.
El racismo es un instrumento para poder justificar la dominación de pueblos enteros. A los árabes no se les discrimina en varios países europeos porque sí ni por su religión, sino para poder seguir justificando todas las acciones pasadas, y en particular las que desde hace un siglo las potencias imperialistas han tomado para apropiarse del Oriente Medio y de sus riquezas, y justificar las que siguen aplicando en el presente con el mismo objetivo.
¿No es racismo que desde las colonizaciones se haya implantado y aun se ejerza por parte de las potencias imperialistas dominantes el principio de castigo colectivo cuando un dominado, sea rebelde o huelguista, ataca a un militar o personero de la fuerza dominante?
¿Por qué se acepta hoy día sin chistar que por un soldado -o civil- herido o muerto de una fuerza de ocupación, sea estadounidense, israelí o de un país de la OTAN, haya una represalia desmedida que provoca la muerte de decenas de oprimidos, generalmente inocentes civiles y muchas veces niños, mujeres y ancianos? ¿Que es eso sino racismo puro al servicio de la dominación imperial?
Es claro que el sistema imperialista, en sus diversas formas, genera una forma de «excepcionalismo» que sirva de justificativo a todas las atrocidades que desde hace largo tiempo cometen en cualquier parte del mundo.
Racismo y nacionalismo agresivo son ingredientes siempre presentes en el imperialismo, en los del pasado, exitosos o aplastados, y en el actual.
Es por eso que hay que prestar atención a la manera como el imperialismo y sus servidores presentan a los neofascistas o neonazis, como los definen o, para ser más claro, como los banalizan para hacer «razonable» su racismo, signo de que serán incorporados a la ideología dominante para salvar el sistema neoliberal del atascamiento en que se encuentra. Así sucedió en los años 30, recordemos.
Nota
1.- Edwin Black escribió varios libros muy importantes, el citado y también «IBM and the Holocaust». Para más información consultar su portal www.edwinblack.com
Alberto Rabilotta es periodista argentino-canadiense
Fuente: http://alainet.org/active/7239