La jerarquía internacional de una moneda se expresa en la preferencia de los banqueros centrales para denominar en ella sus reservas. Desde este punto de vista, el euro aun está lejos de imponerse como una divisa alternativa a la de Estados Unidos. Según datos del Banco Central Europeo, el euro no representa más de una […]
La jerarquía internacional de una moneda se expresa en la preferencia de los banqueros centrales para denominar en ella sus reservas. Desde este punto de vista, el euro aun está lejos de imponerse como una divisa alternativa a la de Estados Unidos. Según datos del Banco Central Europeo, el euro no representa más de una quinta parte de las reservas mundiales, tres veces menos que el dólar. La tenencia en euros de reservas oficiales se concentra principalmente en los países del este de Europa, las naciones africanas de la antigua zona del franco y, en una menor medida, en Rusia y algunas de las ex repúblicas soviéticas.
Hay una significativa asimetría entre el alto peso relativo de la Unión Europea en la economía mundial y el papel más bien reducido del euro en diversas transacciones financieras y comerciales internacionales. Sólo una tercera parte del acervo mundial de obligaciones de pago se denomina en esta moneda. De las operaciones que se realizan cotidianamente en los mercados de cambio, sólo 37 por ciento la involucran. En el portafolio de los grandes fondos de inversión de Estados Unidos y Canadá, los instrumentos en euros representan menos de un punto porcentual de sus colocaciones totales. Incluso en las transacciones de los bancos comerciales de los países que integran la zona euro, la parte de esta moneda es reducida frente al dólar: sólo 38 por ciento de los préstamos concedidos a no residentes y la mitad de los depósitos recibidos de este mismo tipo de agentes se denomina en la divisa común.
Como es natural, la utilización del euro es mayor en la facturación de los intercambios comerciales de los países europeos. Ello se advierte sobre todo por el lado de las exportaciones, debido a que el poderío industrial europeo permite a una alta proporción de las empresas fijar precios en su propia moneda. Dos terceras partes del valor de las exportaciones se facturan en euros en Alemania, 58 y 55 por ciento en Italia y Bélgica, un poco más de la mitad en Francia.
En cuanto a las importaciones, las materias primas más importante siguen siendo pagadas en dólares estadunidenses. Esto explica en parte que compradores netos de petróleo como Italia y Francia sólo facturen en su propia moneda alrededor de 45 por ciento de sus importaciones totales.
Atenazado entre la pérdida de impulso de las economías europeas y más recientemente la crisis de integración política e institucional de la Unión, el euro dista todavía de ocupar el lugar clave en el tablero monetario internacional al que estaba destinado desde su creación. Una moneda solo se convierte en una referencia mundial cuando los operadores del mercado manifiestan masivamente su confianza endeudándose y colocando sus recursos en instrumentos denominados en ella. Éste todavía no es el caso del euro, y menos aún ante el escepticismo que hoy sostienen algunos círculos europeos frente a su propia moneda