Las cifras del aumento del desempleo en nuestro país resultan no solo preocupantes sino alarmantes. Ante esta situación tan grave siempre hay quien quiere pescar en río revuelto y aprovechar una circunstancia tan compleja y difícil para simplificar los problemas y hacer propuestas que supongan el abaratamiento del despido, la bajada de los salarios y […]
Las cifras del aumento del desempleo en nuestro país resultan no solo preocupantes sino alarmantes. Ante esta situación tan grave siempre hay quien quiere pescar en río revuelto y aprovechar una circunstancia tan compleja y difícil para simplificar los problemas y hacer propuestas que supongan el abaratamiento del despido, la bajada de los salarios y facilitar la flexibilización del mercado laboral en su conjunto. Esto es muy propio de los empresarios y de los políticos conservadores. Asocian que haya tanto paro en nuestro país con la existencia de un mercado laboral al que consideran excesivamente rígido.
En realidad, las cosas no son tan simples porque el mercado de trabajo no ha hecho otra cosa que flexibilizarse desde los años setenta del siglo pasado, y lo que se ha conseguido es una gran dualidad, entre los trabajadores estables y los precarios, que han aumentado en exceso en los últimos tiempos. El mercado de trabajo español es bastante más flexible de lo que empresarios y partido popular dicen, por lo que ese no es el motivo principal de que haya tanto paro. En todo caso, estas propuestas no nos deben extrañar pues son las de siempre.
Lo más llamativo ha sido la aparición en escena de cien economistas que proponen también, aunque no en los mismos términos, la reforma del mercado laboral. Se consideran a sí mismos independientes de la política, excelentes académicos y profesionales, y plantean que las proposiciones que realizan se basan en el rigor económico. Se han dignado bajar de la atalaya de la excelencia en donde se encuentran instalados a la arena de la realidad, conducidos sin duda por su sentido del deber público, para preocuparse por nuestro bienestar futuro y facilitar la salida de la crisis en las mejores condiciones.
Hay que agradecerles, sin lugar a dudas, esta preocupación que sienten por todos nosotros, siendo a su vez, como son, cabezas tan privilegiadas y con tan buena formación académica. Que nos sirvan de guía en momentos de tanta penumbra debe de ser motivo de satisfacción y de tranquilidad. Pero a veces me pregunto por qué estos economistas tan brillantes suelen bajar a la cruda realidad sólo cuando se trata de reformar el mercado laboral, las pensiones, siempre a la baja, eso sí, y de reducir todas aquellas conquista sociales logradas en beneficio del buen funcionamiento de la economía. Pero, ¿de qué economía están hablando? Pues ya se sabe que de la economía en general, cuyo estudio responde a un instrumental técnico y neutro, que beneficia a todos por igual en el caso de que las cosas vayan bien. También se sabe que no hay clases sociales, pues esto no deja de ser una antigualla, sino sujetos que trabajan, consumen o emprenden con riesgo empresas y negocios.
Por si fuera poco reconocen que el mercado laboral no es la causa de la crisis, pero eso no es óbice para que haya que arreglarlo con los argumentos que dan. ¿No hubiera sido mejor que trataran de explicar cuáles son para ellos las cusas de la crisis? Pues difícilmente se puede arreglar una enfermedad si no se sabe la causa que la origina. Lo demás es poner parches calientes sin que resuelvan nada, sino que a lo sumo pueden servir de paliativos.
Estos economistas, que siempre dicen lo mismo y siempre dan las mismas recomendaciones, han permanecido en cambio mudos, complacientes sin duda con la situación que se estaba dando en la expansión económica, ante el incremento de la desigualdad que se estaba produciendo, ante el creciente aumento de la especulación y la corrupción, o ante el auge de las finanzas, la desregulación del mercado financiero, los escandalosos beneficios de determinados grupos económicos-financieros y ante los elevados sueldos de los ejecutivos. Nada dicen acerca del deterioro ecológico. Lo importante, ya se sabe, es el mercado laboral. Ni siquiera son capaces de mencionar minimamente y denunciar con rigor cuestiones que señalan Stiglitz o Krugman, por cierto, aunque cueste creerlo, economistas más reconocidos que ellos en el mundo académico.
Lo que ha sucedido, y deberían saberlo nuestros brillantes economistas, es que como muy bien analiza Andrew Glyn en «Capitalism Unleashed» (Oxford University Press, 2006) es que hemos pasado del capitalismo controlado o domesticado a un capitalismo desatado o sin freno. Por cierto, hay una excelente recensión de esta obra en la REVISTA ECONOMÍA CRÍTICA, nº 7, realizada por Jordi Roca. Esta revista ha editado seis números en papel y este último sólo se puede encontrar en formato electrónico, yo lo recomiendo vivamente. En este libro, como en otros que ya he citado, se puede encontrar la explicación acerca de cómo en los años de euforia del crecimiento se estaban sembrando las semillas de la crisis actual. Este análisis de Glyn, junto con otros, nos aporta más luz para entender lo que sucede que el de los cien grandes economistas españoles.