Los acontecimientos dicen, pero esconden los intereses reales sustituidos por el lenguaje sensiblero y moralista de la política de «políticos». La democracia, si es mandato popular, queda arrinconada a una cuota opinadora que queda abierta a las mentes inquietas donde se disputan las posiciones confrontadas; son las libertades sin libertad para decidir nada, en definitiva, […]
Los acontecimientos dicen, pero esconden los intereses reales sustituidos por el lenguaje sensiblero y moralista de la política de «políticos». La democracia, si es mandato popular, queda arrinconada a una cuota opinadora que queda abierta a las mentes inquietas donde se disputan las posiciones confrontadas; son las libertades sin libertad para decidir nada, en definitiva, solo para hablar y hablar; eso también es un gran negocio, su parte del festín «democrático».
Obviamente que en la medida en que avanza un conflicto que ya dejó de ser histórico, algunos dirán, revolucionario, para convertirse en una disputa monumental de una facción de desfalcadores públicos netos, heredera de la historia chavista en el poder, y los viejos y nuevos opositores, hijitos de mamá pendientes de las órdenes del amo imperial, las cosas se ponen muy interesantes y a la vez muy peligrosas. Lo decimos pal pendejo, como parte de la pendejera que somos, que tiene y seguirá sufriendo sus consecuencias en hambre y a balazos. Una y otra fracción no descansarán hasta acabar con el contrincante o al menos arreglar una jugosa negociación donde el inmenso botín rentista, ofrecido hoy en su parte y, descaradamente, al capital transnacional, sea repartido de acuerdo a las cuotas de poder que cada uno demuestre tener en los próximos días.
Dentro de un complot evidente, como dirá Freddy Gutiérrez, entre cuatro estúpidos tribunales penales y el CNE, manipulados desde arriba por los carteles políticos hegemónicos dentro del PSUV, (respecto a Freddy Gutiérrez, nuestro saludo a hombres de verdadera virtud política y revolucionaria), que acabó con el referéndum y los derechos democráticos que suponía, la oposición descarga su disposición a proceder al «alter golpe o complot», en este caso parlamentario, destituyendo simbólicamente todo el poder constituido establecido y eligiendo el suyo (TSJ, CNE, referéndum propio). Sin la fuerza militar para sostener la decisión de choque, prueba con la de masas.
Los acontecimientos se suman en cantidad e intensidad. Los jesuitas detrás de puertas, con Maduro pidiendo cacao al papa, buscan mediaciones conciliatorias; a las iglesias siempre les gusta ser el poder de última hora, es su llave desde que desapareció el Sacro Imperio medioeval, y nada mejor que los jesuitas. Nadie negociará con el otro hasta no ver al otro ceder, ¿y quién cede?, el que se sienta arrinconado. Bajo ese contexto, las hordas de lado y lado empiezan a calentarse, y las lealtades a sus respectivos fanatismos encontrados las puede llevar a mucha violencia.
Por supuesto esto no es solo fuerza bruta interna. Una ronda internacional derechista está por dejar aislado a un gobierno que ha sido tan descarado en su impunidad al saqueo ejercido burocráticamente, que ya el 80% de la población lo rechaza y hasta odia. Las consecuencias han sido calamitosas, nuestros pueblos de lucha quedaron silenciados entre los remiendos de la manipulación y administración política sumisa y clientelar. Frente a semejante desarme evidentemente que es la hora de los sifrinos a la cabeza, eso se aprovecha, y la millonada de gente que ante la ausencia de foco rebelde de fuerza, se ponen de su parte. Diosdado, su patanerismo y acólitos, le regaló la «revolución» a la derecha, fundiendo la política y los originales deseos de liberación en el más profundo nihilismo inducido: nadie cree en nada gracias a ti papito, y no dejen de poner a Cilia, Nicolás y todos los etc., que son parte de lo mismo.
¿Quién gana? El que mueva mejor sus fuerzas claro está, el que arrincone con mayor rapidez, el que vea más lejos, el que negocie solo cuando logre debilitar todo lo que pueda a su adversario. Lo que sí es cierto es que ese nosotros que bullía de esperanzas e iniciativa hasta hace unos años, no va a ser sino el gran perdedor de esta historia, al menos la de ahora. En definitiva, poco importa quien gane la partida, a sabiendas del riesgo mayor que implica una derecha retomando el poder en este paisito, lo que pasa es que los otros se pasaron de nepóticos, corruptos, autocráticos, fascistas rojitos ¡qué vergüenza! Estado siempre será Estado, un centro vital a la defensa del capital, pero estos son su centro por la cloaca más inmunda y desarmante. Son indefendibles y hablamos por la inmensa mayoría de la clase trabajadora que ya lo grita en cada esquina.
No somos nadie para estar proponiendo nada especial en estas circunstancias. La resistencia tiene que pronunciarse, a las mutuas dictaduras en potencia y ya acrecentándose día a día, de patanes burocráticos y generalatos o de patiquines neoliberales, no importa cuán izquierdistas o no sean esas caras del pronunciamiento. El «escenario Siria en Venezuela», que no pocos halcones yanquees y su cónsul colombiano Álvaro Uribe tienen ganas de experimentar aquí con mercenarios que ya están entrando, es lo que hay que evitar a como dé lugar, con una condición: ¡respeto al pueblo!, a su memoria, a su presente, a sus espacios de vida y lucha.
Si hay algo que este periodismo del deseo que ejercemos, y no del marketing y la competencia publicitaria, ¡DESEA!, es que nadie nos utilice por favor, que no nos hagan los mártires de los actuales o los nuevos amos desencadenados (triste y estúpido lo que pasó en la Asamblea Nacional el domingo, perdonen las palabras ero no eran más que un grupo de negritos esclavizados salvándole fortuna y corona a sus jefes) que se restituya si no una profunda voluntad de poder que serán años para reconstruirla, al menos una inmensa voluntad de ser, y una dignidad que como trabajadores y pueblo auténtico no podemos perder… vaya compatriotas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.