Oírlo en la voz de Rafael Martínez Arteaga (El Cazador Novato) es uno de esos acontecimientos que no se olvidan. Me tocó escucharlo (y lamentar no haber encendido una maldita cámara o grabador) en ese bonito pueblo que en la alborada del estado Barinas fue su primera capital. *** Se lo llevaron unos amigos de […]
Oírlo en la voz de Rafael Martínez Arteaga (El Cazador Novato) es uno de esos acontecimientos que no se olvidan. Me tocó escucharlo (y lamentar no haber encendido una maldita cámara o grabador) en ese bonito pueblo que en la alborada del estado Barinas fue su primera capital.
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Se lo llevaron unos amigos de Barinas: un tipo flaco y jipato que respondía al nombre de Diego. La casa de Rafael Martínez, El Cazador Novato, es de esas que permanecen abiertas a la espera de amigos, conocidos y curiosos. Este Diego no entraba en ninguna de esas categorías, pero bastó una conversa de pocos minutos y la declaración de que él y su esposa querían un espacio suficiente para dormir y dedicarse a trabajar la tierra, y Rafael les indicó un cuarto detrás de su casa, allá en el sector La Quinta, a un par de kilómetros de Altamira de Cáceres. Diego y su mujer echaron un ojo y eso fue todo: el Cazador tenía nuevos vecinos (y no sólo inquilinos).
Para completar el cuadro y la entrada en armonía, el Diego (quien se presentó como abogado ecuatoriano) resultó ser cantor y compositor. Muy buen cantor y mejor compositor. El Cazador, quien carga encima la fama esa de escopetero sin puntería, pero que cuando le pone el ojo y el oído a un cantor éste termina convirtiéndose en cantante fundamental, emblema o leyenda de la canta llanera (Reynaldo Armas, Dámaso Figueredo, Reyna Lucero, docenas más) todavía hoy se lleva la mano a la nuca cuando se acuerda de las melodías que su nuevo vecino le sacó a la garganta y a la guitarra: «Yo me preguntaba de dónde había salido ese señor y por qué no estaba sonando en todas las radios. Tenía a Alí Primera en un pedestal y componía varias canciones al mes».
Lo otro que conmovió al Cazador fueron las reflexiones y análisis políticos del visitante. Cualquier tema o comentario simple sobre las relaciones entre Colombia y Venezuela que se ponía en la mesa, el Diego la desmenuzaba en mil fragmentos que al juntarse daban cuenta de un rompecabezas geopolítico complejo pero clarísimo. El Cazador le mostraba una enredadera en el monte y el otro la picaba en trocitos y detrás aparecía la selva completa. «Y por qué este carajo que sabe tanto se vino a este pueblo a pelar bolas», seguía preguntándose el Cazador. Mala puntería. Más de una vez Diego le preguntó a su anfitrión qué opinión le merecía la guerrilla colombiana. El Cazador se lo decía claramente: «Me gusta más la revolución que estamos haciendo en Venezuela. Aquí no necesitamos secuestrar a nadie para hacer la revolución». Diego escuchaba y guardaba silencio.
Los demás vecinos de La Quinta también se fueron convirtiendo en asiduo auditorio para oírlo decir sencillos y complejos discursos, y cantar. Otro dato insólito: su sencillez, la forma en que se ganaba la vida: recogía los cambures de un conuco que él mismo trabajaba dentro de la parcela del Cazador, y los subía a la orilla de la carretera para venderlos. Con el producto de esa venta iba a Altamira y compraba alimentos para él y su mujer en Mercal. A veces la venta de los cambures no le alcanzaba para comprar para todo el mes y el Cazador le completaba o le prestaba el dinero que le faltaba. «Ese conuquero era muy trabajador y muy inteligente, yo lo ayudaba con mucho gusto». Varios meses tuvieron para compartir saberes y canciones.
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Rafael Martínez, El Cazador, nos muestra la habitación para completar una imagen que no se puede decir con palabras: «Aquí vivía Diego con su mujer. Con esto se conformaba ese hombre para vivir. De aquí se lo llevaron de madrugada». Un cuarto de 4 por 6, una cama, un estante y a un costado un túnel por donde baja el agua cuando llueve. Un cuadro que uno llamaría pobreza si no conociera la diferencia entre ésta y la humildad.
La madrugada de la que habla el Cazador Novato es la del 31 de mayo de 2011. Ese día llegaron dos camionetas Hilux y de ellas se bajaron diez hombres con armas automáticas. Entraron a la casa, dieron con la pequeña habitación donde dormían el conuquero y su mujer y se los llevaron. El Cazador estaba entonces en Barinas pero su hermano le contó todo; a la mujer la soltaron en el puente, a unos kilómetros del pueblo, con las manos atadas a la espalda con alambre. Al día siguiente comenzó a difundirse por Internet la noticia de que la División de Inteligencia Militar había capturado a un guerrillero de las FARC en Barinas. Más específicamente en Altamira de Cáceres. Exactamente: en el cuartico trasero de la casa de Rafael Martínez, El Cazador Novato. Y el guerrillero capturado era conocido por su alias, Julián Conrado.
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Días después los cuerpos de seguridad del estado le hicieron una visita domiciliaria al Cazador. Le hicieron varias preguntas, respetuosamente y sin violencia por tratarse de un personaje importante de la cultura llanera. Él respondió todo con franqueza y claridad. No sabía que Diego se hacía llamar Julián Conrado ni que era guerrillero. Hasta que le hicieron la pregunta que parecía crucial:
–¿Usted sabe la clase de problema en el que está metido?
–No sé, dígamelo usted.
–Usted tenía escondido en su casa a un fugitivo de la justicia colombiana.
–Bueno -ripostó el Cazador-, entonces dígame una cosa. ¿Ese señor estaba armado cuando lo capturaron?
–No, no estaba armado.
–Ah bueno, entonces no tengo ningún problema, porque yo estaba cumpliendo con una orden del comandante Chávez: soldado de cualquier fuerza regular o irregular que ingrese al territorio necesitado de ayuda médica o humanitaria, estamos en la obligación de dársela.
Desde entonces ya nunca más han vuelto a la casa del Cazador Novato.
Fuente: http://tracciondesangre.blogspot.com/2012/12/el-peligroso-vendedor-de-cambures-que.html