En 1897, desde algún lugar de Cuba donde aparentemente se aburría, el corresponsal de la cadena Hearst, Frederic Remington, le comentaba en un despacho a su patrón, William Randolph Hearts, que no tenía nada interesante que informar. El Señor de la prensa estadounidense le respondió en tono imperativo: «¡Usted ponga las fotos, que yo pondré […]
En 1897, desde algún lugar de Cuba donde aparentemente se aburría, el corresponsal de la cadena Hearst, Frederic Remington, le comentaba en un despacho a su patrón, William Randolph Hearts, que no tenía nada interesante que informar. El Señor de la prensa estadounidense le respondió en tono imperativo: «¡Usted ponga las fotos, que yo pondré la guerra!».
Esa contundente expresión previa al desarrollo de la guerra hispanoamericana de 1898 simbolizó los últimos momentos del imperio español y el nacimiento de un nuevo imperio acompañado por una gigantesca y global maquinaria de propaganda. Treinta y nueve años más tarde de la fecha señalada, Orson Wells produjo la película que algunos cinéfilos llaman «la mejor de todos los tiempos»: «Ciudadano Kane». En verdad, es en los Estados Unidos donde se hace la primera gran denuncia contra el poder abusivo de los medios.
Dijo Juan Pablo II: «Cuando los demás son presentados en términos hostiles, se siembran semillas de conflicto que pueden fácilmente convertirse en violencia, guerra e incluso genocidio. En vez de construir la unidad y entendimiento, los medios pueden ser usados para denigrar a otros grupos sociales, étnicos y religiosos, fomentando el terror y el odio. Los responsables del estilo y del contenido de lo que se comunica tienen el grave deber de asegurar que esto no suceda. Realmente los medios tienen un potencial enorme para promover la paz y construir puentes entre los pueblos, rompiendo el circulo fatal de la violencia, la venganza y las agresiones sin fin, tan extendidas en nuestro tiempo».
En el Siglo XXI los venezolanos hemos sufrido las arremetidas del poder mediático nacional e internacional. Desde El Mundo y en El País disparan los hostiles a nuestros cambios democráticos, toman La Vanguardia de la desinformación y nos dictan el ABC del neoliberalismo. Son la negación de La Razón*.
¡Oh Rupert Murdoch, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!. *Se trata de cinco diarios españoles de sistemática línea editorial antichavista Estamos hablando implícitamente de integración y desintegración. Mucho antes de 1898 se habían desintegrado los sueños y proyectos de Simón Bolívar para constituir una América fuerte, actora de primera en los escenarios internacionales. La idea integradora de una anfictionía en Panamá se evaporó entre los calores tropicales estimulantes del caudillismo y los vientos helados que soplaban desde el norte. La frustrada concepción de Bolívar llevaba de suyo el respeto a iguales y diferentes y la voluntad de encontrar espacios comunes en la imbricación de intereses coincidentes, diversos y plurales. El mexicano Leopoldo Zea (¡México lindo y querido!) interpretó que Bolívar procuraba «Comunidad, no asociación, basada en la unidad de los que tienen algo o mucho en común. La unidad para el logro o mantenimiento de la libertad y otros valores humanos no menos altos y nobles; no la asociación obligada para simplemente sobrevivir o imponerse» y «soñó también en una gran comunidad que, empezando por [WINDOWS-1252?]ser hispana, podrá llegar a ser, simple y puramente, humana… La meta, como todas las auténticas metas de los sueños de comunidad iberos, es la «libertad» y la «gloria», no la «extensión» ni el «enriquecimiento».
Un ideal de comunidad soñado para todo el mundo que podría ser iniciado en América».La idea democrática tenía de socialista un compromiso de interlocución e interacción entre los pueblos, constituidos en Estados e independizados del poder español que procuraban una nueva legalidad nacionalista e internacionalista simultáneamente, que hacían de la gente su razón de ser y servir y serían contrapeso a quienes se integraban, no para ser más fuertes y mejores, juntos, sino para ejercer la fuerza, intimidar y desintegrar.
Hoy la historia se repite: el terremoto político que sacudió a Venezuela ha estabilizado su suelo institucional donde florecen ideas y proyectos de redención social y crecimiento económico. El estallido de la creatividad democrática despide esquirlas de ejemplo contagioso que atemorizan a los dueños del poder mundial, quienes se han valido de medios violentos e ilegales para frustrar el cambio y amansar a los espíritus. Por eso proponen esquemas de integración químicamente impuros para dividir y reinar. Quieren vernos, unidos sí, pero no integrados.
Unidos como los anaqueles de un gigantesco supermercado donde las reglas de juego neoliberales dispongan la repartición de migajas disfrazada de prosperidad, como para plagar de miseria nuestro continente americano en nombre de la libertad, como lo predijo Simón Bolívar. Frente a esa concepción de supermercado que nos propone el ALCA, proponemos un camino solidario de integración con la Alternativa Bolivariana para las Américas que es el ALBA y aurora.
El continente americano está despertando; al despertar se levanta y el temor al levantamiento conduce a los intentos de represión de lo social, a la manipulación mediática y a la exaltación del Dios neoliberal, el Dios del mercado.
En Venezuela, nuestro respeto y reconocimiento a la iniciativa privada con responsabilidad social, nos lleva a estimular el surgimiento de una nueva clase empresarial. A lo largo del proceso de descomposición de nuestra democracia representativa llegamos a identificar a quienes me he empeñado en bautizar como «los últimos socialistas del Siglo XX», a los empresarios venezolanos de antes. Vivieron felices con el apoyo del Estado y resistieron heroicamente para evitar que éste los librase a su propia suerte.
Nunca quisieron que el Estado los dejase de la mano; se sentían bien respirando el oxígeno de los mercados cautivos. Tuvimos capitalistas que no arriesgaban, ni competían, ni pagaban impuestos. Para prosperar bastaba tener amigos en el gobierno o entre los dos partidos políticos del status. Las reglas básicas del capitalismo, cuya violación en los países más desarrollados conduce a la bancarrota o a la cárcel, les generaban pánico. Por eso incursionaron contra la ley cuando estimulamos la economía y la iniciativa privada para todos.
La dinámica que vivimos en Venezuela nos lleva a la reinvención del socialismo, conservando su inspiración de solidaridad y deslastrándolo de los errores y las limitaciones del Siglo XX. Por eso propiciamos un debate libérrimo y participativo, para asegurar un grado superior de democracia social que genere pensamiento y pensamientos, que produzca y enriquezca, que sensibilice y solidarice y que nos haga soñar realidades con nombre y apellido: educación, como instrumento de liberación, democracia, alimento para el cuerpo y el espíritu, recreación, salud, generación de riqueza y empleo, seguridad, bienestar, libertad y paz. Nuestras fantasías son realizables.
Nuestras luchas las libramos empuñando un librito azul que nos dice: «Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político». Quizá estas palabras luzcan románticas, porque nada de romántico tiene el mundo al cual nos oponemos; el de la pobreza y la exclusión, el de la violencia y la injusticia social, el de la guerra y el terrorismo.
Nuestro pensamiento y acción, nuestra inspiración y nuestro compromiso, en mi criterio personal, nos identifican con una visión cristiana de la sociedad. Los valores cristianos que nutre la definición política a partir del respeto de la dignidad de la persona humana, con todas sus consecuencias e implicaciones, me permiten opinar, en el debate abierto por el Presidente Chávez sobre el Socialismo en el Siglo XXI, que estamos construyendo una democracia socialista de inspiración cristiana, cuya primera obligación es con la gente (amaos los unos a los otros); que por ello promueve la democracia participativa y lucha por la justicia social para hacernos a todos más libres y más justos. En teoría, muchos cristianos a quienes ya conocemos, abrazarían estos principios y objetivos, mientras se dan golpes de pecho o gritan eufóricos: «alabado sea el Señor». Sin embargo, ocurre un choque entre cristianos cuando algunos se toman en serio la palabra divina y enfrentan a los señores de la guerra, de la violencia, del egoísmo y de la codicia.
Bolívar dijo: «Moral y luces son nuestras primeras necesidades». Aseguremos que en Venezuela ambas marchen juntas; las luces sin la moral son una bomba de tiempo. En otras palabras de Bolívar: «El talento sin probidad es un azote». La justicia social y la democracia son los grandes activadores de la paz y la libertad, pero no podremos acercarnos a esos objetivos mientras estemos sometidos a la dominación monopolar. La comunidad internacional necesita que el mundo sea multilateral, de integración. Las palabras pueden ser ambiguas.
En el diccionario de la comunidad internacional encontramos dos términos aparentemente emparentados, pero que expresan ideas contradictorias: balcanización y multilateralismo. La expresión balcanización es sinónimo de división, de fragmentación, de separatismo, de escisión, y en consecuencia de debilitamiento, habitualmente conflictivo o violento.
La palabra multilateralismo debemos verla en el sentido de multiplicación de alternativas, de acumulación, de yuxtaposición y de fortalecimiento.
Una cultura unilateral o monopolar, caracterizada por un único centro de irradiación y de poder, se puede sentir confortable con un proceso de balcanización que reduzca la pluralidad y asegure el debilitamiento de las contrapartes o socios. La multiplicación de alternativas, de posibilidades, de vías y canales de comunicación asegura un fortalecimiento del colectivo en beneficio de cada singularidad. La definición de singularidades legítimas, dentro de un espacio político y geoestratégico internacional, limita los ímpetus expansionistas y avasallantes de un centro único de poder, contrabalancea el ejercicio arbitrario del poder y facilita la libertad de movimiento y la aparición de opciones. Es la libertad para la integración. De esta manera, los conceptos políticos de balcanización y multilateralismo se excluyen, mientras que los de pluralismo y singularidad, en la realidad política de la comunidad internacional, se tornan complementarios y convergentes. No siempre el multilateralismo es amistoso.
También es balcanización, disfrazada de multilateralismo, la proliferación de organizaciones no gubernamentales, que si bien en conocidos casos responden a intereses legítimos y nobles, gran parte de ellas fueron diseñadas, con visión teleológica, como una alternativa sofisticada, de rostro amable, para debilitar actores intermediarios o protagonistas de la sociedad democrática, como son los partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, gobiernos legítimos, etc. Numerosas ONG son internacionales multilaterales, con sedes principales asentadas en los centros globales del poder. Son una alternativa multilateral al multilateralismo pero no son el multilateralismo del cual estamos hablando. Son un poder por delegación. Su legitimidad es ambigua y misteriosa. Con sus excepciones, nadie sabe cómo eligen a sus directivas, a quién rinden cuenta ni quién los financia. Son sospechosas de monopolarismo.
En nuestro país, donde batallamos en nuestra política exterior por fortalecer las instituciones multilaterales internacionales, hemos constatado a partir de 1999 la progresión geométrica de las ONG existentes para la época y la creación de muchas otras nuevas para crear la ilusión de un colectivo social mayoritario unido y plural que suma su fuerza artificial a una oposición golpista minoritaria que se embarcó en una aventura criminal y hoy plañe la perdida del poder como el bebé a quien le arrancan el biberón. El multilateralismo democrático es a la comunidad internacional lo que la democracia participativa es a la comunidad nacional.
La democracia participativa es superior a la democracia representativa. Garantiza la representación, pero bajo la democracia participativa el representado, o sea el pueblo, acompaña al elegido, lo supervisa o vigila y lo apoya para que éste cumpla los propósitos de su representación, sin menoscabo de sus propios aportes directos.
Unilateralismo
La cultura unilateral es la vanguardia de la dictadura global, con la particularidad de que el ejercicio del poder militar, económico, mediático, etc., no es una representación porque los componentes multilaterales de la comunidad internacional no se la han conferido. Estos componentes son excluidos de la participación por el poder unilateral y como no hay representación, nos encontramos frente a un autonombrado, todopoderoso mandatario sin mandante. Capaz de desencadenar la guerra en contra de la voluntad del colectivo internacional, sin reglas y sin compasión, ejerce la fuerza o amenaza con el uso de la fuerza. La justicia que reconoce es la que aplica a los otros. No acepta ser sometido a la justicia internacional, sin rubor da lecciones de buena conducta a diestra y siniestra.
El poder unilateral balcaniza, fragmenta, dispersa y excluye; no admite disidencias, no reconoce legitimidad que no sea la suya propia, castiga la libertad de expresión adversa, promueve separatismos y separaciones mundiales, regionales y nacionales para desintegrar lo integrado, o impedir la integración.
Venezuela y su vocación integradora
Tendríamos que remontarnos al origen mismo de la República venezolana para encontrar el compromiso permanente de nuestro país con la integración y con políticas de diversificación de socios, de fuentes y de aliados. De allí las primeras misiones diplomáticas venezolanas enviadas en 1810 al Reino Unido, encabezada por Simón Bolívar, y a Estados Unidos por Juan Vicente Bolívar. Pero aún antes debemos recordar a Miranda, El Precursor, en procura de alianzas con Rusia, con Inglaterra y con Francia, todos abriendo espacios en procura del interés nacional. Y si nos vamos más atrás, encontraremos los contactos internacionales del líder de la Revolución de Esclavos de 1795, José Leonardo Chirinos, quien aprovechó los viajes de su patrón por las Islas para establecer vínculos con sus iguales oprimidos en otros territorios del Caribe; pero como hablamos del Caribe, ¿cómo olvidar la vocación internacionalista de nuestros indígenas Caribes que le dieron su nombre y génesis histórica a nuestro mar comunitario y participativo.
Nuestra lucha por la independencia fue multilateral e integracionista. No nos habríamos sentido libres y quizá no habríamos sido libres, si no hubiéramos abrazado con espíritu de integración, con vocación multilateral el compromiso de libertad de nuestros hermanos y vecinos sometidos al poder colonial. El multilateralismo es un compromiso histórico y una respuesta inicial al unilateralismo neototalitario que vio venir Simón Bolívar. Esto es lo que explica la convocación al Congreso de Panamá; para integrarnos y fortalecernos. ¡Fallamos entonces!, y por eso hoy retomamos esta vocación para garantizar nuestra libertad individual y de conjunto. En esta lucha que no acarrea hostilidad contra ninguna nación, no inventamos villanos ni amenazas.
La OPEP, cuya idea primigenia nació en nuestro país hacia finales de los años cuarenta, comenzó a cobrar vida junto a nuestros hermanos árabes y persas al alba de los años sesenta y se hizo Institución en la cuna de la civilización, en Bagdad, en 1961. Allí estuvo el genio visionario de un gran patriota llamado Juan Pablo Pérez Alfonso. Otro visionario venezolano, Manuel Pérez Guerrero, amigo de nuestros hermanos árabes, fue uno de los padres del Grupo de los 77 y también su Presidente. Hoy son muchos más que 77 y a su título original se le agrega siempre «más China». Continuamos librando nuestras batallas multilaterales para unirnos a Mercosur y respaldar a la Comunidad Suramericana de Naciones como interlocutor de peso en las mesas de negociación internacionales. Los acuerdos de cooperación multilateral en el campo energético y petrolero con Centroamérica y el Caribe aseguran beneficios económicos y sociales y pueden fortalecer a la democracia independiente que queremos para todos nuestros países.
La apertura de un canal internacional de televisión Telesur, como una alternativa cultural e informativa frente a los monopolios mediáticos es una iniciativa integracionista de Argentina, Cuba, Uruguay y Venezuela.
En el plano hemisférico son conocidos los esfuerzos que hemos hecho por contribuir a reformar e independizar a la OEA y por defender la democracia y los derechos humanos en este Continente. La Carta Democrática de la OEA, concebida por algunos como un instrumento de protección de la legitimidad democrática y por otros como un arma para frustrar el proceso de cambio democrático en Venezuela, terminó siendo un recurso en respaldo al Gobierno legítimo del Presidente Hugo Chávez, aunque con algunos regateos sospechosos. Ahora, por iniciativa venezolana,nos encontramos en la fase final de negociación de la Carta Social de las Américas, documento que reconocerá el valor de lo social y las obligaciones implícitas en el sistema interamericano.
Terrorismo
La lucha antiterrorista es una obligación ética, jurídica y política de los Estados. No adaptable a necesidades o intereses circunstanciales donde se pretende imponer la idea totalitaria de que «quien no está conmigo está contra mí». El compromiso contra el terrorismo es contra todos los terrorismos y contra todo terrorismo. No podemos dividir a los terroristas entre enemigos y útiles. Todos son enemigos de la humanidad. La lucha contra el terrorismo no puede desligarse de la lucha contra las causas del terrorismo, como la lucha contra la delincuencia no puede separarse de las causas del crimen. Estamos hablando de prevención y represión. Necesitamos de un compromiso nacional e internacional contra la injusticia social, la pobreza, la tiranía, la exclusión, la balcanización y la guerra.
Tenemos que vencer los prejuicios y el pensamiento que nos lleva a señalar a unas culturas y naciones como generadoras de terrorismo y a otras como sus víctimas. Una sola debe ser la solidaridad con los caídos en el holocausto súbito de Nueva York, en Madrid, Londres, Nairobi, Bogotá, Buenos Aires, Caracas, Dar Es Salam, Moscú, Irlanda del Norte, Chechenia, Bagdad, Tel-Aviv, Kabul, Karachi, Arabia Saudita, Egipto, Indonesia, Líbano, Palestina, Jordania, la frontera venezolana con Colombia, etc.
Los crímenes terroristas cometidos por fanáticos musulmanes, no podemos cargarlos a la cuenta del Islam, como tampoco nosotros los cristianos podemos aceptar que se nos clasifique como violentos, dictatoriales o terroristas por los crímenes cometidos por individuos, autoridades u organizaciones fanatizadas o fundamentalistas dentro de nuestra cultura occidental cristiana.
Es inadmisible que mediante la manipulación de la información la gigantesca maquinaria de propaganda monopolar presente a la cultura musulmana como generadora del terrorismo y a la cultura cristiana como inocente de la barbarie. Sin olvidar las Cruzadas y la Inquisición, no fueron musulmanes los que iniciaron, pero si fueron quienes acogieron a la diáspora judía en 1492 en los Balcanes, en Turquía y en el cercano y Medio Oriente, pero si fueron cristianos quienes los acogieron en Holanda, en Aruba, Curazao y Bonaire y finalmente en Venezuela.
No fueron precisamente musulmanes fanáticos los que decidieron el exterminio del pueblo judío, bajo la locura nazi, fueron cristianos. Fue musulmán el Rey Mohamed V de Marruecos quien ofreció refugio y protección a los judíos escapados del holocausto. También son cristianos los únicos que han utilizado la bomba atómica contra seres humanos. Tampoco son musulmanes los que dinamitaron, en 1947, la sede de las autoridades británicas en Jerusalén, ni los terroristas católicos asesinos de protestantes en Irlanda del Norte y en las calles de Londres, ni los terroristas protestantes que matan católicos en Belfast.
En este momento podemos recordar que los terroristas católicos irlandeses durante muchos años recibieron apoyo moral, político y financiero del otro lado del Atlántico Norte. Tampoco musulmanes, los terroristas japoneses o las Brigadas Rojas de Italia, ni la llamada banda Baader-Meinhof de Alemania, ni los terroristas Sikh de la India, ni los miembros de la ETA. También son cristianos los religiosos miembros del Ku Klux Klan. Cristianos los padres del Apartheid, pero cristianos también Nelson Mandela y Desmond Tutú. ¿Y qué decir de los católicos croatas que exterminaron serbios ortodoxos y de los serbios ortodoxos que exterminaron musulmanes en Bosnia Herzegovina? Algo similar dijimos en el ámbito multilateral de la OEA en Santiago de Chile hace tres años. Los medios golpistas venezolanos nos acusaron de anticristo. Una semana después, en Sarajevo, el Papa Juan Pablo II pidió perdón por los crímenes católicos contra los musulmanes.
Recordemos también la historia de crímenes y de terrorismo de Estado cometidos por gobernantes civiles y militares a lo largo de muchos años en América Latina, en algunos casos con los cristianos como cómplices y en otros como mártires. Nosotros los cristianos nos sentiríamos víctimas de una injusticia si algún musulmán o budista o hindú o animista, etcétera, pretendiese que tenemos naturaleza terrorista. Somos cientos de millones de cristianos que no tenemos nada en común con Hitler, con Stalin o con Joseph Mac Carthy; que nos sentimos cerca de Juan pablo II, de Martín Luther King, de la Madre Teresa de Calcuta y de Mahatma Ghandi, del Abate Pierre en Francia, de Monseñor Romero en El Salvador, de Dom Helder Cámara en Brasil, y de Raúl Silva Henríquez, el Cardenal bueno y solidario que en Chile, enfrentó al católico Pinochet.
Por ser falsa una guerra de civilizaciones, idea que nos quiere vender septentrión, debemos permanecer alertas ante la amenaza de una dictadura de pensamiento único en el nombre de un Dios bursátil y belicoso. Lo que debemos procurar, como bien propuso el Presidente Zapatero, es una alianza de civilizaciones; propuesta oportuna y sabia que niega la idea del unilateralismo y coincide en la propuesta multilateralista con países como Francia y Brasil. La alianza de civilizaciones, constructora de puentes que pueden servir para la búsqueda común de la justicia social, la democracia y la paz; para creyentes y no creyentes.
El unilateralismo, además de arbitrario, irracional y dictatorial, es también aburrido. Es monocromático. Tiene un solo pensamiento: el pensamiento único. Por su inspiración religiosa fundamentalista, por su carácter excluyente, por su inmenso egoísmo, el mundo monopolar genera o alborota la pobreza, la guerra y el terrorismo. La globalización, belicista y totalitaria, enemiga del multilateralismo, debe ser neutralizada. Ahora la batalla es por la paz. No la paz de las mordazas ni de la asfixia económica, sino la paz de la tolerancia, de la justicia social, de la democracia y de la integración. Frente a la cultura de los violentos y tontos superhéroes de las historietas monopolares, debemos oponer nuestros propios héroes multilaterales: ¡Asterix, Mafalda y Don Quijote!.