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El periodismo deshonesto y el mito del crimen organizado

Fuentes: Revista Consciência

Traducción de Juan Agulló y Malu Muniz

El telediario de Globo [televisión privada brasileña, de tendencia monopolista] es la guinda en la «estrategia del pánico» de un canal empeñado, como otros, en asustar y desinformar a la gente. El viejo truco de pedir «calma» al tiempo que se emiten imágenes impactantes sobre la violencia en Río de Janeiro es la mejor manera, desde el punto de vista de la cultura del miedo que se está tratando de imponer, de aterrorizar. Es como si usted recibiera en su casa, con todos los honores, a alguien que no conoce muy bien, arriesgándose a que le terminara por caer mal. Este caso es, incluso, peor: lo que está en juego es el imaginario social de millones de brasileños… y precisamente por eso hay consecuencias políticas.

No cabe duda de que los índices de violencia en Rio son muy altos, incluso inaceptables, y de que la policía comunitaria (bautizada UPP [Unidad de Policía Pacificadora] por este gobierno y con otras siglas por gobiernos anteriores) es un proyecto loable porque promueve la participación social en el proceso de toma de decisiones. Actualmente, en la medida en la que se trata de un conjunto de proyectos piloto, hay muchos intereses en juego. A saber:

  1. El gobierno del Estado, sobre todo a través del gobernador Sergio Cabral [militante del centrista -y aliado del Gobierno de Dilma Roussef- PMDB] está tratando de sacar rentabilidad política de la crisis. Cabral pretende presentarse como el tipo valiente que las personas asustadas de las clases medias y medias altas reclaman. Además, haciéndolo, desvía la atención de su incompetencia manifiesta en políticas de educación y de salud amén de, por supuesto, poner a funcionar una cortina de humo alrededor del Caso César Romero (relativo a un presunto caso de corrupción por una sobrefacturación, del 1.000%, en el mantenimiento de las ambulancias del Estado).
  1. Los sectores más violentos de la Policía Militar, que no quieren ni oír hablar de las UPP, tienen carta blanca -en un clima de miedo- para emprender sus viejas y tristemente famosas incursiones en los barrios de chabolas, en las que, supuestamente, se enfrentan al crimen organizado (afectando a ciudadanos inocentes) y realizan ejecuciones sumarias [NDT: extrajudiciales] de simples sospechosos. El Secretario de Seguridad Pública del Estado, José Mariano Beltrame, se ha atrevido a definir eso como efectos colaterales mientras que a los periodistas de planta no les suele interesar más que el número de incursiones y de bajas causadas por la Policía Militar y por las fuerzas especiales de la policía [NDT: BOPE, más o menos equivalente, en España, a los GEO]
  1. La jerarquía de la Policía Militar de Río y de la Secretaría de Seguridad Pública tratan de colar la tesis, miserable, de que los atentados no son más que «consecuencia de las [inadecuadas] políticas públicas asociadas a las UPP». Los medios de comunicación tradicionales, simplemente, se lo tragan. Lo curioso del asunto es que las UPP sólo están presentes en 13 de los cerca de mil barrios de chabolas que hay en el área metropolitana de Río. Imagínense cuando su despliegue alcance a 20 ó 30 barrios de chabolas: ¡sería mejor irse yendo desde ahora a Miami!
  1. Los medios de comunicación están creando un clima de terror, a partir de absurdos sociológicos, como afirmar que el crimen organizado surgió del cruce entre presos comunes y presos políticos en la década de los 70 (con lo que se liga, subliminalmente, a la izquierda con el narcotráfico); segregar la ciudad a partir de dicotomías espaciales maniqueas (ellos-nosotros) o mentir descaradamente afirmando, por ejemplo, que «los índices de violencia se están estancando». Para el periodismo deshonesto no hay límites: de lo único que se trata es de poder desplegar, constantemente, el discurso vacío del «a qué punto hemos llegado» que trae consigo, indefectiblemente asociado, un elogio del endurecimiento de las leyes y de la represión, como único remedio contra el clima de terror creado. Lo peor del asunto es que, además, todo esto no sirve de nada, como reconoció -en el marco de un seminario especializado- el Delegado de la Policía Civil de Río, Orlando Zaccone.

Los intereses creados son, de hecho, tan complejos como los problemas existentes. En la zona sur de la ciudad, por ejemplo, hay tanto miedo que nadie ve las cosas racionalmente. Miles de personas son ejecutadas cada año en Río. ¿Se da a esos sucesos la misma cobertura [que a los casos de violencia en los que las víctimas pertenecen a las clases medias y medias altas]? En absoluto. «La gente, en Río, lidia con la inseguridad de forma cíclica y dramática. Para sobrevivir, la mayoría de las personas hacen como si el problema no existiese… hasta que un suceso de gran repercusión termina provocando una catarsis colectiva», señala el sociólogo Ignacio Cano. «Tener sensación de seguridad es muy diferente a tener seguridad», apunta el diputado local Marcelo Freixo [del izquierdista PSOL, escisión del gobernante PT].

[El problema es que] si la seguridad constituyese, de verdad, una preocupación, [los periodistas] se preocuparían por leer las conclusiones de la comisión de investigación parlamentaria sobre el sicariato, publicadas el 10 de diciembre de 2008. Dicho trabajo contiene un exhaustivo relato sobre las milicias armadas, sobre su funcionamiento, sobre sus ramificaciones e incluso, sobre las relaciones entre sus brazos político y económico y su dominio territorial. Hay ejemplos increíbles en esas conclusiones: mientras que la ONU calcula que el narcotráfico genera unos 200.000 dólares por minuto en el mundo, una de las milicias de Río factura, por sí sola, unos 170 millones de reales al día [unos 100 millones de dólares].

El crimen organizado no es, por consiguiente, más que eso: un negocio muy bien organizado. De hecho, lo que convierte al crimen en organizado es, precisamente, su capacidad de organización. «En cualquier lugar del mundo, el crimen organizado siempre está dentro y no fuera del Estado», apunta Marcelo Freixo, que relata los problemas a los que se enfrentó cuando trató de dar publicidad a las conclusiones de la comisión de investigación parlamentaria sobre el sicariato [NDT: desde hace un año, Amnistía Internacional está denunciando planes para asesinar al diputado].

Lo peor del asunto es que el sicariato ha crecido mucho desde 2008. «El número de territorios dominados por las bandas criminales es, actualmente, mucho mayor que el número de territorios dominados por el narcomenudeo», señala Freixo. «Me resulta muy extraño el silencio de este Gobierno con respecto al sicariato. Se atreve a hablar de pacificación, a pesar de que el crecimiento de las bandas armadas es un hecho».

Y los poderes públicos tampoco ayudan. Las conclusiones en cuestión, por ejemplo, fueron entregadas, entre otros, al prefecto Eduardo Paes. En ellas se le aconsejaba que la licitación de las camionetas [de seguridad] se realizara individualmente y no por lotes. «El prefecto Paes acaba de licitarlas por lotes y no individualmente», denuncia Freixo.

Otro factor que demuestra la negligencia de los poderes públicos en relación con el problema de la seguridad, tiene que ver con los servicios sociales que deberían acompañar al proceso de pacificación. «Fui a Chapéu Mangueira y a Babilonia. Al margen de la policía, no hay ninguna institución que represente al Estado. La guardería ni se sabe cómo funciona: a las puericultoras, por ejemplo, se les adeuda un salario que la Prefectura no parece estar dispuesta a pagar. En el dispensario médico no hay un solo médico ni un dentista del sistema de salud pública. Es el problema, endémico, de la presencia policial, exclusiva, en los barrios de chabolas» relata Freixo.

Por si fuera poco, el proyecto de las UPP traza un recorrido inquietante: sector hotelero de la zona Sur, cercanías de Maracaná, zona portuaria y Cidade de Deus [NDT: famosa por la película homónima] «la única parte de Jacarepaguá que ha sido integrada en el proyecto» [un investigador ha calculado recientemente que, de seguir el crecimiento actual, en 2024 toda el área estará rodeada de chabolas]. El resto de áreas, como suele decir Arnaldo Jabor [NDT: un conocido director de cine brasileño] que se pudran; «de todos modos, ya viven en la lógica de la violencia».

Una cuestión social, de clase

Para aquellos que siguen pensando que hablar de clases sociales ya no tiene sentido, basta con fijarse en cómo se enfrenta el problema del crimen en nuestra sociedad. Cuando, por ejemplo, se trata de delitos de cuello blanco (en el caso de que se persigan, claro) a nadie se le ocurre entrar en las sucursales bancarias ordenando a la gente que se tire al suelo y disparando al aire. Pero en los barrios de chabolas, que son áreas con asentamientos humanos degradados, es distinto.

Uno de los -por usar el lenguaje de Beltrame- efectos colaterales clásicos es el de la estudiante Rosângela Alves, de 14 años. Su padre, Roberto Alves, resumió a la perfección lo sucedido cuando ironizó, aplaudiendo, sobre la presencia de policías militares cerca de su casa: «Felicidades Beltrame; felicidades, Cabral. ¡Miren lo que consiguen! Matar a una pobre niña que estaba en su casa; eso es lo que ustedes consiguen con sus operativos: ¡matar pobres!».

Sin poder salir de su propia casa como consecuencia del intenso tiroteo desatado, la madre de la adolescente, Thereza Cristina Barbosa acusó a la policía -en declaraciones al periódico O Dia– de haber disparado el tiro que mató a su hija: «El tiro que se coló en mi casa vino de abajo. Ahora mi hija está muerta y yo ni siquiera puedo velar su cadáver», se quejó por teléfono.

Como ya sugerí previamente, el narcotráfico no es más que un negocio como cualquier otro. Solamente hay una diferencia: genera mucho dinero. Según datos conservadores de la ONU, las ganancias anuales que genera podrían rondar los 400 billones de dólares. «Contratar a un camello sale barato» afirma Freixo, para quien el narcomenudeo de las chabolas no es más que la punta del iceberg: «[en los barrios de chabolas] no hay proyecto de poder alguno; es más, ni siquiera existe el más mínimo atisbo de organización criminal».

«Pero si nunca nadie de las chabolas formó parte ni de la juventud católica ni de asociación estudiantil alguna ¿cómo puede pretenderse que exista noción de colectividad? -Añade Freixo. ¿Sabe usted cuántos colegios públicos hay en el Complexo do Alemão [NDT: una de las zonas más peligrosas, recientemente intervenidas]? solo dos», se autorresponde.

Según recientes declaraciones de un capitán que, además, es miembro fundador del BOPE: «los batallones de la Policía Militar no tienen la más mínima infraestructura de inteligencia para operar en Río».

El diputado Marcelo Freixo concedió una entrevista el jueves pasado, a GloboNews, en la que sostuvo lo obvio: que el número de personas armadas en los barrios de chabolas no llega al 1% de sus habitantes. A Freixo le gusta ironizar: «A mí me encantaría que en el parlamento ocurriera algo parecido: que menos de un 1% [de los diputados] estuviese confabulado con el crimen organizado. Lamentablemente eso no es así: en los barrios de chabolas, sí». La policía tiene que actuar con responsabilidad ante los ciudadanos… y los ciudadanos fascistas que, por Internet, le piden a la policía que entre en los barrios de chabolas, también.

Freixo, pensando en términos de solución del problema recuerda en voz alta: «las armas no se producen en las chabolas. Vienen de algún sitio. ¿Cuántas acciones policiales tienen lugar en la bahía de Guanabara [NDT: una de las zonas más exclusivas de Río]? ¿Cuántas en la zona del puerto? Yo no me acuerdo de ninguna». Se trata de afirmaciones que avergüenzan a todas las estrellas televisivas a las que lo único que parece gustarles comentar es la valentía de los polis para enfrentar al crimen organizado. Ellos y solo ellos son los promotores de la estrategia de la confrontación permanente.

En su entrevista, Freixo, también recordó que precisamente las áreas de confrontación permanente [NDT: en las que se desarrolló la macrooperación policial-militar de finales de noviembre] son aquellas en las que abunda el narcomenudeo. En las que reina el sicariato, por el contrario, nadie se mete. «Lo ocurrido se parece mucho a lo que sucedió el día de fin de año de hace ya cuatro años. Pero ese no es el problema; el punto es que la inteligencia policial-militar de Río falla más que una escopeta de feria».

Llegados a este punto alguien podría preguntarse por el papel de los movimientos sociales en todo este circo. Simplemente, al no tener capacidad de comunicación, no existen políticamente: tan simple como dramático.

Fuente: http://www.consciencia.net/o-jornalismo-desonesto-e-o-mito-do-crime-organizado/ 

rJV