Parece que fue ayer cuándo nos quejábamos del elevado precio del petróleo. Con títulares como «El rápido ascenso del petróleo desata rumores sobre el barril a 200 dólares para este año», la edición del Wall Street Journal del 7 de julio advertía de que precios tan elevados someterían a «tensiones extremas a grandes sectores de […]
Parece que fue ayer cuándo nos quejábamos del elevado precio del petróleo. Con títulares como «El rápido ascenso del petróleo desata rumores sobre el barril a 200 dólares para este año», la edición del Wall Street Journal del 7 de julio advertía de que precios tan elevados someterían a «tensiones extremas a grandes sectores de la economía norteamericana». Hoy, con el petróleo a más de 40 dólares el barril, cuesta menos de un tercio de lo que valía en julio, y algunos economistas han predicho que podría llegar a caer hasta 25 dólares por barril en 2009.
Precios así de bajos -como su equivalente en las gasolineras- los verán como un regalo del cielo muchos consumidores norteamericanos duramente golpeados, aún cuando garanticen graves penurias económicas en países productores de petróleo como Nigeria, Rusia, Irán, Kuwait y Venezuela, que dependen de las exportaciones de energía para buena parte de sus ingresos nacionales. En esto hay, no obstante, una realidad sencilla pero crucial que tener en consideración: no importa lo que cueste, suba o baje, el petróleo tiene profundas repercusiones en el mundo en que vivimos, y eso será igual de cierto en 2009 que en 2008.
¿La razón? En los buenos como en los malos tiempos, el petróleo seguirá suministrando la mayor parte de la provisión mundial de energía. Pese a todo lo que se habla sobre alternativas, el petróleo seguirá siendo la fuente de energía número uno al menos durante varias de las próximas décadas. De acuerdo con las previsiones de diciembre de 2008 del Departamento de Energía (DE) norteamericano, los productos petrolíferos abarcarán el 38% del suministro energético total en 2015; el gas natural y el carbón, sólo el 23% cada uno. Se espera que el margen del petróleo en el total decaerá ligeramente a medida que los biocombustibles (y otras alternativas) ocupen un porcentaje mayor del total, pero incluso en 2030 -la previsión más alejada a la que está dispuesta a llegar el DE- todavía seguirá siendo el combustible dominante.
Un parámetro semejante vale para el resto del mundo: aunque se confía en que los biocombustibles y otras fuentes energéticas renovables desempeñen un papel cada vez mayor en la ecuación energética global, no espere nadie que el petróleo sea otra cosa que la fuente principal de combustible en las décadas por venir.
Sigan con atención la política del petróleo y sabrá siempre así mucho sobre lo que verdaderamente acontece en el planeta. Precios bajos como los actuales son malos para los productores, y dañarán por tanto a una serie de países que el gobierno norteamericano considera hostiles, entre los que se cuentan Venezuela, Irán, y hasta ese gigante del petróleo y el gas natural que es Rusia. Todos los cuales han utilizado en años recientes sus ingresos petrolíferos en aumento para financiar esfuerzos políticos consideradas perjudiciales para los intereses norteamericano. No obstante, los precios menguantes también podrían sacudir los cimientos mismos de aliados petrolíferos como México, Nigeria y Arabia Saudí, que podrían experimentar perturbaciones internas conforme decrezcan los ingresos por el petróleo, y por tanto los gastos del estado.
Igualmente importante es que el menguado precio del petróleo desanima a la inversión en iniciativas petrolíferas complejas como la prospección marítima en aguas profundas, así como la inversión en el desarrollo de alternativas al petróleo como biocombustibles (no alimentarios) avanzados. Acaso de modo absolutamente desastroso, en un momento de petróleo barato, también es probable que disminuya la inversión en alternativas no contaminantes y que no alteran el clima, como la energía solar, eólica y maremotriz. A largo plazo, lo que esto significa es que, una vez comience la recuperación económica global, podemos esperar una nueva sacudida en los precios del petróleo mientras las futuras opciones energéticas se demuestran dolorosamente limitadas.
Está claro que no hay modo de escapar de la influencia del petróleo. Pero es difícil saber qué formas adoptará esta influencia en el curso del año. Sin embargo, vayan aquí tres observaciones sobre el destino del crudo -y por tanto, sobre el nuestro- en el año que tenemos por delante.
1. El precio del petróleo seguirá siendo bajo hasta que empiece a aumentar de nuevo: ya sé, ya sé que esto suena perfectamente inane, pero es que no hay otra forma de expresarlo. El precio del petróleo ha caído esencialmente hasta desfallecer porque, en los últimos cuatro meses, la demanda se ha desplomado debido a la aparición de una pasmosa recesión global. No es probable que se acerque a los precios excepcionales de la primavera y el verano de 2008 hasta que la demanda se reponga y la oferta global de petróleo se frene de modo espectacular. En este momento, ninguna bola de cristal puede predecir cuándo sucederá alguna de estas dos cosas.
La contracción de la demanda internacional ha sido desde luego contundente. Después de ascender durante buena parte del pasado verano, la demanda se desplomó a principios del otoño en varios cientos de miles de barriles diarios, ocasionando un descenso neto en 2008 de 50.000 barriles diarios. Este año, el Departamento de Energía mantiene una previsión según la cual la demanda caerá en 450.000 barriles diarios, «la primera vez en que el consumo mundial descendería por dos años consecutivos».
No hace falta decir que este descenso ha sido inesperado. Creyendo que la demanda internacional seguiría creciendo, -como había sido el caso de casi todos los años desde la gran última recesión de 1980- la industria petrolífera global fue ampliando su capacidad de producción de manera regular y se preparaba para más de lo mismo en 2009 y posteriormente. Ciertamente, sometida a una intensa presión de la administración Bush, los saudíes habían indicado en junio pasado que incrementarían gradualmente su capacidad hasta alcanzar dos millones y medio de barriles suplementarios al día.
Hoy la industria se ve lastrada por una producción excesiva y una demanda insuficiente, una receta que garantiza la caída en picado de los precios del petróleo. Ni siquiera la decisión del 17 de diciembre por parte de los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) de reducir su producción colectiva en 2,2 millones de barriles diarios ha conseguido llevar a aumento significativo de los precios (el rey Abdulá de Arabia Saudí declaró recientemente que considera «un precio justo» los 75 dólares por barril).
¿Cuánto durará el desequilibrio entre demanda y oferta? Hasta mediados de 2009, si no es hasta finales de año, en opinión de la mayor parte de los analistas. Hay otros que sospechan que no se pondrá en marcha una verdadera recuperación global hasta 2010 o más tarde. Todo depende de lo profunda o prolongada que esperemos que sea la recesión o cualquier depresión por venir.
Será un factor crucial la capacidad de China para absorber petróleo. Después de todo, entre 2002 y 2007, este país contabilizó el 35% del aumento total del consumo de petróleo mundial, y de acuerdo con el DE, se espera que reclame para sí al menos otro 24% de cualquier incremento global en la década venidera. El ascenso de la competencia china, combinando con una demanda que no cede en las naciones industrializadas más antiguas, y una significativa especulación en los precios de futuros del petróleo, explicaban en buena medida la forma astronómica en que subieron los precios hasta el verano pasado. Pero con la economía china desfalleciendo a ojos vista, esas proyecciones ya no parecen válidas. La mayoría de los analistas prevén hoy que una brusco disminución de la demanda china no hará más que acelerar el camino descendente de los precios globales de la energía. En estas condiciones, un pronto giro en los precios parece cada vez menos probable.
2. Cuando suban los precios de nuevo, lo harán bruscamente: En la actualidad, el mundo disfruta de una perspectiva (relativamente) poco familiar de excedente en la producción petrolífera, pero hay algo en esto que presenta problemas. Mientras los precios sigan siendo bajos, las empresas petrolíferas no tendrán incentivos para invertir en costosos proyectos de nueva producción, lo que significa que no se añade nueva capacidad a las reservas globales existentes, mientras se continúa extrayendo la capacidad disponible. Dicho de modo sencillo, lo que esto quiere decir es que cuando la demanda comience de nueva a incrementarse, lo probable es que la producción total resulte insuficiente. Tal como ha sugerido Ed Crooks, del Financial Times, «La caída a pico del precio del petróleo es un peligroso analgésico que genera adicción: el alivio a corto plazo se produce a costa de graves daños a largo plazo».
Ya se están multiplicando con rapidez las señales de ralentización en las inversiones en producción de petróleo. Araba Saudí, por ejemplo, ha anunciado demoras en cuatro proyectos energéticos de envergadura, en lo que parece ser una amplia retractación de su promesa de aumentar la producción en el futuro. Entre los proyectos que sufrirán retrasos se encuentra una iniciativa de 1.200 millones de dólares para volver a poner en funcionamiento el histórico campo petrolífero de Damman, el desarrollo del campo petrolífero de Manifa, con 900.000 barriles diarios, y las construcción de nuevas refinerías en Yanbu y Jubail. En cada uno de estos casos, las demoras se están atribuyendo a la reducción de la demanda internacional. «Volvemos a hablar con nuestros socios y discutimos las nuevas circunstancias económicas», explicó Kaled al-Buraik, funcionario de Saudi Aramco.
Por ende, la mayoría de las reservas de «petróleo fácil» ya se han agotado, lo que significa que prácticamente todas las reservas globales que quedan pertenecen a la variedad de «petróleo difícil». Éstas requieren una tecnología de extracción excesivamente costosa como para ser rentable en un momento en el que el precio por barril sigue estando por debajo de los 50 dólares. Entre las principales se cuentan la explotación de arenas bituminosas en Canadá y las plataformas marinas en aguas profundas del Golfo de México, el Golfo de Guinea y la costa brasileña. Si bien esas reservas potenciales albergan suministros importantes de crudo, no producirán beneficios hasta que el precio del petróleo alcance los 80 dólares o más por barril, casi el doble del precio al que se vende hoy. En estas circunstancias, poco puede sorprender que las principales compañías cancelen o pospongan planes de nuevos proyectos en Canadá y en ubicaciones marinas.
Que «los precios petrolífeos bajos son muy peligrosos parta la economía mundial» es lo que comentó Mohamed Bin Dhaen Al Hamli, ministro de Energía de los Emiratos Árabes Unidos, en un congreso de la industria petrolífera en Londres. Con la caída de los precios, hizo notar que «se está reconsiderando un montón de proyectos que estaban en estudio».
Con la industria recortando sus inversiones, habrá menos capacidad de satisfacer la demanda en ascenso cuando la economía mundial repunte. En ese momento podemos esperar que la situación cambie con una rapidez previsiblemente alarmante, a medida que la creciente demanda se encuentre de pronto siguiendo a una oferta insuficiente en un mundo con déficit energético.
No podemos, por supuesto, saber cuándo sucederá esto ni hasta dónde se elevarán los precios del petróleo, pero hay que esperar conmoción en las gasolineras. Es posible que la sacudida energética no sea menos feroz que la actual recesión global y el desplome de los precios energéticos. El Departamento de Energía, en sus previsiones más recientes, predice que el petróleo llegará a una media de 78 dólares por barril en 2010, 110 dólares en 2015 y 116 en 2020. Otros analistas sugieren que los precios podrían elevarse mucho más y mucho más rápidamente, sobre todo si la demanda se reanima con presteza y las compañías petrolíferas actúan con lentitud para reiniciar proyectos que ahora quedan a la espera.
3. Los bajos precios del petróleo, como los altos, tendrán importantes implicaciones políticas en todo el mundo: El ascenso regular de los precios del petróleo entre 2003 y 2008 fue resultado de un brusco aumento de la demanda global, así como de la impresión de que la industria energética internacional estaba teniendo dificultades para introducir nuevas fuentes de suministro. Muchos analistas se refirieron a la llegada inminente del «pico del petróleo», el momento en el que la producción global comenzaría un declive irreversible. Todo ello fomentó feroces esfuerzos por parte de las naciones de mayor consume para asegurarse el control de todas las Fuentes extranjeras de petróleo que pudieran, y en ello se cuentan los frenéticos intentos por parte de empresas norteamericanas, europeas y chinas para engullir concesiones petrolíferas en África y la cuenca del Mar Caspio, lo que constituye el tema de mi último libro, Rising Powers, Shrinking Planet (Potencias en ascenso, planeta menguante).
Con la caída en picado de los precios del petróleo y una sensación creciente (por temporal que sea) de abundancia petrolífera, esta competencia de perro-come-perro es probable que remita. La actual falta de intensa competencia no significa, empero, que los precios del petróleo dejen de tener repercusiones en la política global. Muy al contrario. De hecho, con precios bajos hay la misma posibilidad de que enturbien el panorama internacional, solo que de forma distinta. Aunque la competencia entre estados consumidores puede aminorarse, seguro que se acrecentarán las condiciones políticas negativas en las naciones productoras.
Muchas de estas naciones, entre las que se cuentan, entre otras, Angola, Irán, Irak, México, Nigeria, Rusia, Arabia Saudita y Venezuela, dependen de los ingresos del petróleo para buena parte del gasto del estado, y emplean este dinero para financiar la salud y la educación, la mejora de infraestructuras, los subsidios alimentarios y energéticos y los programas de bienestar social. Los precios de petróleo en alza, por ejemplo, permitían a muchos países productores reducir el elevado empleo juvenil, y así el descontento potencial. A medida que los precios vuelven a caer, los gobiernos se ven ya forzados a recortar los programas de ayuda a los pobres, la clase media y los desempleados, lo que está ya provocando olas de inestabilidad en muchas partes del mundo.
El presupuesto estatal de Rusia solo se equilibra cuando los precios del petróleo se mantienen en 70 dólares o más por barril. Con los ingresos del gobierno menguando, el Kremlin se ha visto obligado a echar mano de las reservas acumuladas y sostener a las compañías que se hundían, así como a un rublo que se venía abajo. La nación saludada como gigante energético se está quedando rápidamente sin fondos.
El desempleo está aumentando, y muchas empresas están reduciendo las horas de trabajo para ahorrar dinero. Aunque el primer ministro Vladimir Putin sigue siendo popular, han empezado a aparecer las primeras señales de descontento público, incluyendo protestas dispersas contra los aranceles a los bienes de importación, el aumento de las tarifas del transporte público y otras medidas semejantes.
El descenso de los precios del petróleo ha resultado especialmente dañino para el gigante del gas natural Gazprom, la mayor empresa de Rusia, fuente (en buenos tiempos) de aproximadamente un cuarto de los ingresos tributarios gubernamentales. Debido a que el precio del petróleo va generalmente emparejado al del petróleo, los menguantes precios del petróleo han golpeado duramente a la empresa: el pasado verano su presidente Alexei Miller estimaba su valor de mercado en 360.000 millones de dólares; hoy es de 85.000 millones.
En el pasado, los rusos han utilizado los cortes de gas a estados vecinos para extender su influencia política. No obstante, dado el descenso brusco de los precios del gas, la decisión de Gasprom de cortar el 1 de enero el suministro de Gas a Ucrania (por no pagar 1.500 millones de dólares de pasadas entregas) tiene, al menos en parte, razones financieras. Aunque la decisión ha disparado la escasez de energía en Europa -el 25% de su gas natural llega a través de los gasoductos de Gazprom que atraviesan Ucrania- Moscú no da señales de echarse atrás en la pelea sobre el precio. «Les hace falta el dinero», ha observado Chris Weafer del banco UralSib Bank de Moscú. «Y ese es el mínimo inamovible.»
El desplome de los precios del petróleo también va a someter a tensiones graves a los gobiernos de Irán, Arabia Saudita y Venezuela, todos los cuales se beneficiaron de los precios excepcionales de los últimos años para financiar obras públicas, subvencionar necesidades básicas y generar empleo. Al igual que Rusia, estos países adoptaron presupuestos expansivos asumiendo que un mundo en el que el barril de petróleo mantenía un precio de 70 dólares o más continuaría indefinidamente. Ahora, como otros productores afectados, deben recurrir a las reservas acumuladas, pedir prestado pagando el precio y recortar el gasto social, todo lo cual supone el riesgo de que surjan oposición política y descontento internos.
El gobierno de Irán, por ejemplo, ha anunciado planes para eliminar los subsidios a la energía (la gasolina cuesta ahora 36 céntimos de dólar por galón), una medida que se espera desate protestas generalizadas en un país en el que las tasas de desempleo y el coste de la vida aumentan apresuradamente. El gobierno saudí ha prometido evitar recortes presupuestarios de momento, recurriendo a las reservas acumuladas, pero también allí crece el desempleo.
El gasto decreciente de estados productores de petróleo como Kuwait, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos afectará también a países no productores como Egipto, Jordania y Yemen, debido a que los jóvenes de estos países emigran a las monarquías petrolíferas cuando los tiempos se presentan prósperos buscando empleos mejor pagados. Cuando los tiempos son malos, son los primeros en ser despedidos y a menudo acaban de vuelta en sus respectivos países, donde les esperan escasos empleos.
Todo esto tiene lugar con el trasfondo de un ascenso de la popularidad del Islam, sin descontar sus formas más militantes que rechazan la política «colaboracionistas» de regímenes pronorteamericanos como los de Hosni Mubarak en Egipto y el rey Abdulá II de Jordania. Combínese esto con los devastadores ataques aéreos recientes de Israel sobre Gaza, así como la respuesta aparentemente tibia de los regímenes árabes moderados al sufrimiento del millón y medio de palestinos atrapados en esa estrecha faja de tierra, y se verá un escenario dispuesto para un considerable arrebato de disturbios y violencia antigubernamental. Si así ocurre, nadie lo pondrá en relación con el petróleo y, sin embargo, se deberá en parte a ello.
En el contexto de un planeta atrapado en un feroz declive económico, es fácil imaginar otras tormentosas perspectivas energéticas que impliquen a países clave en la producción de petróleo. No se puede prever cuándo y dónde surgirán, pero lo que es probable es que esos estallidos hagan mucho más difícil cualquier era futura de precios energéticos en ascenso. Y, desde luego, los precios volverán a subir, quizás pronto un año de estos, con rapidez y batiendo nuevas marcas. En ese momento nos enfrentaremos al tipo de problemas que arrostramos en la primavera y el verano de 2008, cuando una aguda demanda y una oferta insuficiente propulsaron los costes del petróleo al cielo. Entretanto, es importante recordar que, aún con precios tan bajos como los que ahora tenemos, no podemos huir de las consecuencias de nuestra adicción al petróleo.
Michael T. Klare es Profesor «Five College» de Estudios sobre Paz y Seguridad Mundial en el Hampshire College de Amherst, Massachusetts. Su libro más reciente es Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Oil (Metropolitan Books). Un documental con una version de su libro anterior, Blood and Oil, está disponible en bloodandoilmovie.com.
Traducción para www.sinpermiso.info: Antón Lucas