Al parecer llevan razón los analistas que apuestan a que, a la larga, los precios del petróleo no se mantendrán en el hondón en que se han encontrado de un tiempo a esta parte. En el instante en que pergeñamos estas líneas, la noticia hace aplaudir a unos cuantos y sume en el reconcomio a […]
Al parecer llevan razón los analistas que apuestan a que, a la larga, los precios del petróleo no se mantendrán en el hondón en que se han encontrado de un tiempo a esta parte. En el instante en que pergeñamos estas líneas, la noticia hace aplaudir a unos cuantos y sume en el reconcomio a otros tantos.
La OPEP acuerda congelar la producción entre 32.5 y 33 millones de barriles diarios (mbd), lo que, en opinión de un conocedor, fortalece el compromiso del grupo por promover la estabilidad y el equilibrio del mercado.
Esperanzado, Eulogio del Pino, ministro del ramo en Venezuela, destacaba a TeleSur que la decisión, tomada durante la reunión extraordinaria realizada a finales de septiembre en Argelia, y que antecedió a la Cumbre Mundial de la Energía, en octubre, en Estambul, y a otro encuentro fijado para noviembre, en Viena, ha llegado precedida de diversas citas con vistas a evaluar acciones conjuntas tendentes a recobrar la impronta del trasiego, e impulsar una cotización justa del producto.
Citamos a Del Pino porque, como hace notar la Agencia Venezolana de Noticias (AVN), la república bolivariana ha sido uno de los principales promotores del diálogo y el consenso dentro del seno de la entidad aglutinadora para concertar la coincidencia en no incrementar la extracción y la exportación, y en elevar paulatinamente el valor del oro negro a un promedio que oscile entre los 40 y 60 dólares por tonel, que permite cubrir las inversiones requeridas por el sector en aras de garantizar el suministro oportuno a todas las naciones.
Entre otros asuntos, el directivo explicaba que el pacto de Argelia «contribuirá a drenar el exceso de los inventarios de crudo, que hoy en día supera el promedio de los últimos cinco años y que ha producido esa altísima volatilidad de los precios». Y acotaba que se piensa convocar a la misma acción a los países no integrantes de la OPEP, como Rusia, que tácitamente se daba por aludida, aquiescente, en palabras del titular de Energía, Alexander Nóvak, conforme al cual el hecho devendría provechoso al gigante euroasiático, por lo que llamaba a una generalización de la iniciativa.
Y el asunto se las trae, de veras. No en vano el conocido escritor Luis Britto confesaba que, durante mucho, asumió que cuando las multinacionales restablecieran la producción del devastado Irak inundarían el orbe para hacer caer los precios y quebrar a la organización internacional del sector. Apostillaba el también analista político que a este diluvio se suman otros torrentes:
«Estados Unidos desarrolla frenéticamente su producción local y los hidrocarburos de esquistos, hasta figurar hoy como primer productor mundial. Arabia Saudita viola las cuotas de la OPEP para pagar compras de armamentos, equilibrar su castigado presupuesto y aliviar sus exhaustas reservas financieras. Se retiran las sanciones contra Irán, y éste lanza al mercado cuantiosas reservas.
«El Daesh vende a precio de gallina flaca el aceite de los pozos saqueados en Libia, Irak y Siria. Así cayó vertiginosamente el barril venezolano de $100 en 2005 a $43 en 2015, y sigue en su picada, y no por culpa de un mandatario o partido vernáculo, sino de la oscilante economía capitalista».
Empero, las causas de la situación no terminan ahí. No solo aumenta la oferta, sino que, a la par, disminuye la demanda. «Con la crisis mundial, desde 2009 decrece el consumo de la energía. China, que adquiría más de cinco millones de barriles diarios y era gran cliente de Rusia y Venezuela, desacelera su economía. Los planes de privatización de Pemex quedan en suspenso. La inversión en hidrocarburos se estanca o retrocede. Sería el momento para que las transnacionales inundaran el mundo de petróleo barato para arruinar a las empresas nacionalizadas, quebrar a sus Estados y comprarlas a precio de gallina flaca».
Ahora bien, la baja tiene límites precisos: el costo de producción, por cierto mayor para las naciones desarrolladas, que ven a tradicionales vendedores con una ganancia presente, si bien no tan alta, más abundosa. Según Britto, ello explica en parte las actuales dificultades económicas de Venezuela y de otros sitios del planeta, y añade que la transitoria reducción del consumo acarrea constreñimiento en las inversiones en la producción de combustible fósil, y esta traerá a corto plazo una escasez que disparará de nuevo los precios.
Mas ¿hasta cuándo? Quizás no en balde otro perito, Michael T. Klare, se muestra pesimista y, tras considerar que, aun a 33 dólares el tonel, la oferta continúa sobrepujando a la demanda planetaria, plantea que solo tres acontecimientos «podrían alterar [destacadamente] el actual contexto [de compra y venta] para el petróleo: una guerra en Oriente Medio que eliminara a uno o más de los principales abastecedores de combustibles; que Arabia Saudí decidiera reducir su producción para aumentar los precios; que se produjera un repentino aumento de la demanda mundial».
Además, el hidrocarburo está empezando a perder parte de su atractivo: un elevado número de consumidores de los países industriales tradicionales está mostrando su preferencia por los coches híbridos o eléctricos, y por los medios de transporte alternativos.
De otro lado, a medida que crece en toda la Tierra la preocupación por el cambio climático, cada vez más jóvenes urbanos están optando por una vida sin autos y se mueven en bicicleta o con el transporte público. Asimismo, el empleo de energías renovables -solar, eólica e hidráulica- está en despegue y se disparará aún más rápidamente en este siglo.
Por eso resulta necesario diversificar la economía de los territorios agraciados por natura con el oro negro que han pasado por un shock político como consecuencia de la citada caída. Por ejemplo: «Cuando los precios eran altos, el presidente Hugo Chávez utilizó dinero proveniente de Petróleos de Venezuela S.A., la petrolera estatal, para construir viviendas y distribuir otros beneficios entre los pobres y los trabajadores venezolanos». También ofreció combustible más barato «a países amigos como Cuba, Nicaragua y Bolivia. Después de la muerte de Chávez, en marzo de 2013, su elegido sucesor, Nicolás Maduro, trató de prolongar esta política, pero el petróleo no colaboró y, lógicamente, el apoyo público para él mismo y el PSUV empezó a flaquear. El pasado 6 de diciembre [2015], la oposición de centro-derecha consiguió una victoria electoral y la mayoría de los escaños de la Asamblea Nacional; ahora intenta desmantelar la ‘Revolución Bolivariana’ de Chávez, aunque los seguidores de Maduro han prometido una firme resistencia a cualquier acción en ese sentido».
Tal asevera Klare, para seguidamente aclarar que, por supuesto, algún día los precios volverán a subir. Considerando la forma en que los inversores están cancelando en todo el mundo proyectos en el rubro, resulta inevitable.
Sin embargo, «aun así, en un planeta que se halla en camino de una revolución verde en relación con la energía no hay ninguna seguridad de que alguna vez se recuperen los niveles superiores a los cien dólares, que en otros tiempos se daban por sentado. Pase lo que pase con el petróleo y los países que lo producen, el orden político del planeta -que una vez descansaba sobre un precio elevado del crudo- está condenado. Mientras esto puede significar penurias para algunos, especialmente los ciudadanos de los países dependientes de la exportación de petróleo como Rusia y Venezuela, es posible que [afortunadamente] ayude a allanar el camino de la transición a un mundo movido por las energías renovables».
Empero, insistamos, a la postre. En la actualidad, como señala Alejandro Nadal, columnista de La Jornada, el derrumbe debería ser una buena noticia para el globo. Después de todo, los bajos precios del recurso benefician a los consumidores directos: verbigracia, el sector del transporte y la industria petroquímica. Y ese impacto positivo debería traducirse en una inyección de adrenalina que traería consigo progreso y generación de empleo. Entonces, ¿por qué en lo «irrisorio» de lo que hay que pagar se ve una mala nueva para el mundo en general?, se pregunta el asimismo destacado economista.
«Es cierto que la caída en los precios del crudo debiera tener un efecto positivo sobre los precios de todo tipo de bienes. El petróleo es un insumo crítico que directa o indirectamente entra en la producción de casi todas las mercancías que se producen hoy en día. Pero eso no quiere decir que automáticamente se traduzca el efecto del colapso en el precio de este insumo en reducciones en los precios de los productos finales. Todo eso depende de la importancia del crudo en la estructura de costos de cada producto y, desde luego, de la estructura de mercado en cada rama de la producción».
En sí, añade el especialista, el desplome es percibido más como una mala señal sobre lo que advendrá en la economía universal. El desbarranco acelerado en el último año ha coincidido con reducciones brutales en los índices de cotizaciones bursátiles de las principales plazas financieras. Y aquí se observa algo inédito, subraya:
«Arabia Saudí no pudo escoger un momento más desfavorable para iniciar su guerra de precios con el fin de preservar su [dominante] franja de mercado. En medio de una recesión global, el descenso en los precios del crudo se tiene que intensificar debido a la reducción en la demanda. Por eso hoy en día la caída en el precio del petróleo es una señal de lo mal que se está comportando la economía mundial».
Así que, aunque atinaran quienes apostaron que el crudo saldría del hondón actual, a todas luces habrá que prepararse para un panorama futuro sin el denso rastro del oro negro.
Pero enhorabuena, ¿no?
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