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El petróleo no es de Chávez

Fuentes: Argenpress

Digámoslo francamente: la manzana de la discordia en Venezuela no es que Chávez se haya apoderado del petróleo sino que lo ha perdido la oligarquía que durante más de cien años se lo robó a sacos. La nacionalización del petróleo venezolano fue una farsa, hija de un falso nacionalismo, aprovechado por un demagogo histrión llamado […]

Digámoslo francamente: la manzana de la discordia en Venezuela no es que Chávez se haya apoderado del petróleo sino que lo ha perdido la oligarquía que durante más de cien años se lo robó a sacos.

La nacionalización del petróleo venezolano fue una farsa, hija de un falso nacionalismo, aprovechado por un demagogo histrión llamado Carlos Andrés Pérez, que maniobró para poner los fabulosos lucros producidos por ese recurso natural en manos de las elites dependientes de las transnacionales.

Los ingresos petroleros, administrados con decencia y repartidos con equidad, pudieron haber convertido a Venezuela, un país de geografía y clima perfectos, bendecido con todos los dones de la naturaleza, con una población de número razonable y de una magnifica historia, en una próspera Nación de economía diversificada, con sus necesidades sociales cubiertas y con un alto estándar de vida para todos sus ciudadanos.

No ocurrió así porque el petróleo venezolano, el famoso «rabo que mueve al perro» nunca, ni en la época de las «concesiones» a las compañías extranjeras, ni después de la fraudulenta nacionalización, fue un patrimonio nacional ni sus ingresos estuvieron en función del bienestar de las mayorías.

En cierto sentido, hasta la Revolución Bolivariana el petróleo que dominó la economía venezolana, polarizó el debate nacional e introdujo brutales deformaciones en el estilo de vida de una sociedad subdesarrollada y dependiente, puede haber sido más una maldición que un don. Los hidrocarburos no auspiciaban el desarrollo de la Nación ni permitía que otras ramas lo intentaran.

Venezuela que en su momento fue el segundo exportador mundial de petróleo, el país del Tercer Mundo con una renta per cápita más alta, la Nación latinoamericana que producía más dinero por kilómetro cuadrado y que suministró el 60 por ciento del combustible conque los aliados derrotaron a Hitler, se convirtió en paradigma de la riqueza mal empleada, mal administrada y burdamente robada, por las transnacionales y la oligarquía.

Nadie me lo contó. Un ministro venezolano en los tiempos de CAP, en tarde de copas, con orgullosa fanfarronería, me refirió que en Venezuela se consumía más whisky que en Escocia y proporcionalmente rodaban más carros del último año que en California. Tan frívola cháchara en un bar del Hilton, tuvo lugar a la vista del gigantesco almacén de pobreza y de paradojas que eran los Cerros de Caracas.

La política de entrega petrolera de la oligarquía convirtió al pueblo venezolano en el clásico sediento que posee una montaña de oro y carece de un sorbo de agua. Una de las naciones más ricas del planeta nunca pasó de ser un país extremadamente pobre, exportador de materias primas e importador de todo lo demás, gobernado por una oligarquía miserable que adoptó el peor de los estilos de vida de las elites que pueblan el Tercer Mundo.

Chávez no hizo otra cosa que mandar a parar y servirse del poder para hacer lo único que en estas tierras es legítimo: imponer la justicia social y trabajar por el bien común, usando para ello lo único que el país posee que son sus recursos naturales. El presidente venezolano no se apoderó del petróleo sino que hizo lo debido y con transparencia, a puertas abiertas, sin misterios, pactos ni concesiones y honestidad visible, lo administra en beneficio de la Nación.

En unos años la política petrolera de la Bolivariana ha promovido un dinámico desarrollo de la economía interna e impulsado a todas las ramas, acompañándolas del más gigantesco y exitoso esfuerzo de desarrollo social realizado nunca en Sudamérica. Esa política ha convertido a Venezuela en el más importante polo de desarrollo regional que haya existido en América Latina. Nunca antes ningún país influyó de una manera tan decisiva en la economía de la región ni prestó a los países que la integran un apoyo tan sustantivo en áreas tan estratégicas.

Para Venezuela, que no es una entidad filantrópica, sino un país en revolución, inmerso en las contradicciones internas y externas que esos procesos generan, se trata de una inversión en seguridad nacional. La solidaridad energética, aun cuando no se ejerza con ese fin, deviene escudo. Cada día que transcurre, en la medida en que maduran los proyectos de integración concebidos por Venezuela, una agresión a ese país o la frustración del proyecto bolivariano impulsado por el presidente Chávez, perjudicará a más naciones.

En buena parte de América, países grandes y pequeños, ricos y pobres, se benefician con la estabilidad y el progreso de Venezuela. La tan anhelada unión latinoamericana, la solidaridad y la integración, no serán resultados exclusivos de la predica ideológica, sino de una combinación de convicciones e intereses.

Sin argumentos, el imperio que sabe a donde conduce la estrategia de la Revolución Bolivariana, acude a la calumnia. Es cierto que el petróleo no es de Chávez, tampoco era de la oligarquía y no es más del imperio. Esos son los asuntos. Lo demás, puros cuentos de caminos.