En el origen de la ciencia como en el de la filosofía está la capacidad de asombro, la creatividad. Albert Einstein a los cinco años se maravillaba con el movimiento de las agujas de la brújula. El asombro es el principal artífice del pensamiento para Platón y Aristóteles; el motor de la reflexión, de la […]
En el origen de la ciencia como en el de la filosofía está la capacidad de asombro, la creatividad. Albert Einstein a los cinco años se maravillaba con el movimiento de las agujas de la brújula. El asombro es el principal artífice del pensamiento para Platón y Aristóteles; el motor de la reflexión, de la consciencia, del conocimiento. Se han cumplido cien años desde que el padre de la ciencia moderna publicara los artículos que revolucionaron la comprensión de la naturaleza, la luz, el espacio o el tiempo, pero Einstein es sobre todo ejemplo de mente apasionada por el saber en su sentido más amplio y humano, pleno de contenidos interrelacionados insertos en una realidad compleja; a cien mil años luz de los planteamientos educativos contemporáneos basados en un dudoso pragmatismo, parcelados en asignaturas inconexas que soportan al borde del hastío nuestros adolescentes audiovisuales, impermeables a unos tediosos planes de estudio que quieren abarcar tanto en su mera acumulación de datos, fechas y conceptos, que no abarcan nada. Al final: sólo desaliento y el abandono de las aulas.
A los niños de primero de la ESO, antes de que sean capaces de leer, entender y explicar con corrección la idea principal de un texto, se les exige el dominio de conceptos como planetesimal, que es -según el libro de ciencias de mi sobrina-, la mezcla de gas y polvo interestelar que en su choque origina los planetas -o algo así-; asimilar la «teoría del punto caliente» como una de las que describe la formación del Archipiélago, o memorizar -para olvidar al día siguiente del examen- los 87 municipios de Canarias. Y digo yo; ¿no sería mucho más interesante averiguar qué esconde el cerebro de un diseñador de programas escolares?, ¿qué alberga en cada uno de esos departamentos estancos surcado por inescrutables y, seguramente, inconexas neuronas? ¿o es que se trata de meros envases al vacío?.
Hoy el conocimiento se sirve despiezado, como un interminable desfile de carnes sangrantes que colgaran de los ganchos en los mercados. Sin formar parte de un cuerpo único, de un todo. La primera división: la que se establece entre la cultura de las humanidades y la cultura científica. El paso siguiente: la desmembración de los contenidos en asignaturas y temarios que dejan de lado a los verdaderos protagonistas de la enseñanza; el profesor, el alumno y el descubrimiento gradual de una realidad interesante y asombrosa cuyo conocimiento debería atraer y no repeler. Todo un mundo por reconocer con los brazos abiertos, a la medida del ser humano como ente completo, redondo, casi mágico en su incoherencia y sus glorias, en su complejidad, con sus errores y aciertos, y que necesita inevitablemente conocer el todo para comprender las partes, especialmente para no convertirse en una máquina ajustadora de tornillos, en un simple consumidor sin criterio ni valores. Así lo entendieron en la Universidad de Berlín a principios del siglo XIX, revolucionando la educación desde una perspectiva humanista y creativa, defendiendo un sentido de «totalidad» que armoniza el conocimiento; o los padres de la Escuela Libre de Enseñanza en España, que propugnaban el enriquecimiento de la personalidad del alumno, más que la acumulación de los datos que se pueden encontrar en las bibliotecas, como la mejor vía para estimular el aprendizaje. Educar por encima de enseñar para construir una sociedad más ética, crítica y libre.
Una de las mayores paradojas de nuestro tiempo es que las realidades y problemas surgidos de una globalización improvisada y deshumanizada son cada vez más multidisciplinarios, complejos, trasversales, globales. La pérdida de poder de instituciones y gobiernos frente a las grandes empresas, la crisis de valores, la injusticia, el hambre, las migraciones, la desigualdad o el deterioro ambiental afectan, abarcan y entrelazan al planeta en su conjunto. Precisamente cuando más necesitamos un ángulo de visión más amplio y las mayores dosis de creatividad para salir de este atolladero, nuestro saber está más desarticulado, compartimentado y parcelado que nunca. Una contradicción absurda que nos aleja de la luz de los hallazgos, de las flores en el desierto, de las soluciones al caos.