Todo lo conquistado hay que volver a reconquistarlo día a día, porque la sociedad es una relación inestable resultante de los conflictos de clase en todos los terrenos y, por consiguiente, las relaciones de fuerza son cambiantes. Pero también porque lo que en el terreno político y social parece ya afirmado, es amenazado por la […]
Todo lo conquistado hay que volver a reconquistarlo día a día, porque la sociedad es una relación inestable resultante de los conflictos de clase en todos los terrenos y, por consiguiente, las relaciones de fuerza son cambiantes. Pero también porque lo que en el terreno político y social parece ya afirmado, es amenazado por la superior posición de fuerzas del adversario en el campo económico, cultural y de las ideas que forman el «sentido común» (ese contrabando hacia las clases dominadas de las ideas de sus dominadores).
Por ejemplo, buena parte de las empresas recuperadas argentinas (fábricas y compañías ocupadas en autogestión por sus trabajadores) demuestran el peso de la dominación capitalista. Ellas trabajan sin patrón, pero reproducen generalmente el pasado en vez de partir de él para construir un futuro diferente. Al haber escapado de la disciplina carcelaria del capataz y del reloj marcatiempos que les sorbía la vida, muchos obreros, por ejemplo, dejan de lado la puntualidad, el control de calidad, la necesidad de cumplir con los tiempos de producción y con los plazos de entrega de la misma para poder enfrentar la competencia capitalista exterior, descuidan el mantenimiento de edificios y máquinas, y aflojan sus relaciones con sus apoyos sociales -las otras empresas recuperadas, el barrio-, pues creen que lo obtenido hasta aquí, en los últimos seis años, es irreversible. El individualismo, la reaparición de jerarquías, el «egoísmo de taller», las luchas mezquinas por el liderazgo, reproducen así la cultura capitalista en esas empresas capitalistas, sin capitalistas ni capitales, que son las empresas cooperativas autogestionadas. Como, por otra parte, éstas dependen del mercado capitalista en cuanto a sus operaciones financieras, sus insumos, la venta de sus productos, su tecnología, y dependen también del Estado municipal, provincial o nacional en cuanto a su reconocimiento como cooperativas, a los impuestos y a mil presiones y reglamentaciones, en ese conflicto absorben presiones políticas de todo tipo.
Ahora bien, quien en una lucha continua no avanza, está en peligro y retrocede. Lo mismo le pasa a quien no comprende el carácter complejo e ideológico de lo que está en juego. Para avanzar se necesita un trabajo constante de formación de conciencia de los trabajadores y de preparación de sus cuadros (técnicos, políticos) en cada empresa y en el conjunto de las empresas en autogestión para que éstas funcionen como el germen de un poder paralelo, como una escuela en la lucha por la autogestión social generalizada, la cual es imposible sin una conciencia individual y colectiva, y una productividad mucho mayores que en la economía capitalista. En una palabra: no basta con que surja, en la lucha, un germen de doble poder, es decir, el comienzo de un poder popular enfrentado al del Estado; es necesario desarrollarlo en el combate diario por la independencia frente al Estado y también por la supresión de la influencia cultural deletérea del capitalismo. Porque éste se reproduce diariamente mediante el mercado y la hegemonía cultural, pero el anticapitalismo, en cambio, debe ser construido también cotidianamente mediante una lucha tenaz constante de preparación ideológica y de desarrollo de las relaciones solidarias.
Lo que está pasando en Argentina en la moral de los trabajadores de las empresas recuperadas, con la reducción de la masa de desocupados y la elevación del nivel de vida desde hace ya seis años, es el precio del éxito en la lucha por la supervivencia. Pero podría suceder también en Venezuela como resultado del apoyo estatal a las fábricas sin patrón, concedido muchas veces a fondo perdido, pues la iniciativa, la creatividad, la responsabilidad y la solidaridad de clase pueden verse afectadas por el paternalismo. No basta con mantener el puesto de trabajo, por importante que ello sea desde el punto de vista económico y social: también hay que pasar a ser constructores de un país que no esté sometido a las leyes férreas del funcionamiento del capitalismo.
Es indudable la importancia de contar con el apoyo del aparato estatal, y a veces incluso del ejército, en los intentos de construir sectores en autogestión y rudimentos de poder popular. Pero si un andador o un bastón pueden ayudar a fortalecer las piernas y a caminar, lo fundamental es prescindir lo antes posible de ellos para valerse por sí mismo. También es obvio que en la relación entre los aparatos estatales que tratan de organizar gérmenes de poderes populares y los trabajadores que se esfuerzan por hacerlos realidad no todo viene desde arriba hacia abajo, pues estos últimos no son receptores pasivos y no sólo son utilizados sino que también utilizan y malean a muchos de quienes creen organizarlos según su visión de aparato vertical. Si el Partido Único, por ejemplo, se propone excluir «a los corruptos, los ineficientes y los burócratas», eso planteará también el problema de quién determina si un futuro dirigente es o no corrupto, ineficiente y burocrático, o sea, de si el juicio será asambleario y se basará en la experiencia de los trabajadores y pobladores sobre las personas o será individual, la opinión de un cuadro estatal bien o mal inspirado. La independencia política frente al aparato estatal sólo se obtiene cuando se tiene conciencia de que el Estado no son otros, adversarios o amigos paternalistas, sino que el Estado somos todos, depende de nosotros todos. Por lo tanto, no implica oposición al aparato de Estado sino no dependencia, actitud vigilante y crítica. Se trata de tener criterios propios, fuerzas independientes y de formar cuadros que dependan de los compañeros, no del gobierno, por más que, en muchas cuestiones decisivas, sea importante la movilización en apoyo al mismo.