La izquierda latinoamericana y el pensamiento crítico no deben usar el término «posneoliberalismo» para calificar un proyecto sociopolítico alternativo, porque en realidad, no es más que «la estrategia en curso en América Latina en la que las propias clases dominantes redefinen el neoliberalismo» para fortalecer y apuntalar al capital, sostiene la científica social mexicana, Beatriz […]
La izquierda latinoamericana y el pensamiento crítico no deben usar el término «posneoliberalismo» para calificar un proyecto sociopolítico alternativo, porque en realidad, no es más que «la estrategia en curso en América Latina en la que las propias clases dominantes redefinen el neoliberalismo» para fortalecer y apuntalar al capital, sostiene la científica social mexicana, Beatriz Stolowicz Weinberger.
Sus bien documentados estudios sobre la evolución del capitalismo en Latinoamérica la han llevado a caracterizar las distintas etapas por las que ha transitado el proceso de explotación, aprovechamiento y conculcación al que ha sido sometida la región durante el último cuarto de siglo por parte del capital financiero transnacional y las oligarquías locales a su servicio.
Profesora e investigadora del Departamento de Política y Cultura, Área Problemas de América Latina, de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, México, conferencista internacional y autora de varios libros y ensayos, Stolowicz es un referente del pensamiento crítico y una analista aguda de la realidad socioeconómica y política del hemisferio.
Nueva época de crisis capitalista
En su concepto, el mundo ha «ingresado en una nueva época de crisis del capitalismo como sistema histórico, de un capitalismo que siendo primordialmente especulativo, rentista y expropiador sólo puede reproducirse agudizando contradicciones incurables. Esta es una situación nueva, no comparable a período anterior alguno. Los sectores más lúcidos de la derecha lo saben; están desarrollando una estrategia para enfrentarlo, y lo están haciendo con miras a 50 años. Su estrategia tiene como eje la seguridad, seguridad para el capital, en primer lugar sobre la propiedad; seguridad para garantizar las condiciones de su reproducción, basadas cada vez más en formas de acumulación originaria, es decir, de expropiación, de saqueo, con formas neocoloniales basadas en el control territorial directo sobre las materias primas, los recursos energéticos, el agua, la biodiversidad, además de imponerle a las regiones más débiles sus desechos tóxicos; y seguridad frente a la pérdida irremediable de la cohesión social, eso que llaman «capital social» y que en buen romance implica domesticar a los oprimidos, proclives cada vez más a la protesta y la rebeldía. Los dominantes han logrado socializar su gran problema estratégico de la seguridad como un asunto tan sólo de «hurtos y rapiñas», una trivialización que confunde a no pocos izquierdistas».
Posneoliberalismo, estrategia conservadora
Stolowicz discrepa con colegas suyos como Emir Sader, el secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), quien utiliza el término «posneoliberalismo» para denotar la nueva etapa socioeconómica por la que han entrado algunos países latinoamericanos gobernados por líderes progresistas o de izquierda, y cuyo objetivo es el de «enterrar la larga y triste noche neoliberal», para usar la frase del presidente ecuatoriano Rafael Correa.
En América Latina, explica, el posneoliberalismo no es más que una estrategia táctica conservadora que los ideólogos más lúcidos del sistema, encumbrados en el Banco Mundial, vienen gestando desde hace más de una década.
Lo que ocurre, afirma, es «que se presenta como crítica al neoliberalismo, incluso expropiándole el lenguaje a la izquierda, pero que tiene por objetivo preservar al capitalismo. Es una estrategia esencialmente de control político, que comienza a implementarse desde mediados de la década pasada cuando diagnostican crisis de gobernabilidad por el fracaso del modelo político para impedir la expresión de demandas sociales; que luego busca incidir en el debate de alternativas al neoliberalismo con el propósito de neutralizarlas, y que, cuanto más difícil les resulta impedir que la izquierda gane elecciones, tiene ahora por objetivo hacer que ella se haga cargo de la ejecución de esa estrategia. Los éxitos que ya han tenido es una medida de los problemas en el pensamiento de la izquierda, tanto para pensarse a sí misma como para pensar a los dominantes. Una izquierda que además de vaciamiento teórico muestra un insuficiente conocimiento histórico, lo que la lleva a enredarse en los discursos doctrinarios que dan forma y encubren los objetivos capitalistas; y que tiene déficit investigativos que le dificultan distinguir entre discurso y proyecto dominantes».
Neoliberalismo: intensa intervención estatal a favor del gran capital
Dentro de este contexto, aclara que «el neoliberalismo no es Estado mínimo, sino una intensa intervención estatal a favor del gran capital: disciplinando a la fuerza de trabajo; liberando al capital de toda traba jurídica; transfiriéndole riqueza social e ingresos de los no propietarios; estatizando la política para subordinarla a sus intereses. Tampoco puede ser reducido al «Consenso de Washington», fetichizado por cierto porque existe como consenso real pero con minúscula, no formalizado como para ponerlo con mayúscula. Aun si admitiéramos la reducción del neoliberalismo a ese decálogo de políticas económicas, éstas condensan y reproducen ampliadamente la violenta transformación de las relaciones de poder entre capital y trabajo a favor del primero, que es la esencia, condición y resultado de la reestructuración capitalista. No pueden cambiarse esas políticas sin alterar las relaciones de poder que les dan sustento, y el posneoliberalismo busca conservarlas. Por otra parte, la personalización del responsable «afuera», en Washington, exime de responsabilidades a los capitalistas concretos: a los grandes, también latinoamericanos que son transnacionales, y asimismo a los medianos, que han sido satélites y cómplices del gran capital».
Reestructuración neoliberal
«Estamos asistiendo a un punto de llegada -agrega- de la estrategia ejecutada desde hace veinte años para estabilizar y legitimar la reestructuración neoliberal del capitalismo en América Latina. El «nuevo consenso» cobra relevancia pública desde el Banco Mundial en 1997, tras la llegada de Joseph Stiglitz como vicepresidente y economista jefe del Banco, tras dejar el cargo de jefe de asesores económicos del presidente Clinton».
«Stiglitz es un ideólogo de la Tercera Vía con la que se impulsó la expansión global de Estados Unidos en los noventa. La publicación por el Banco Mundial del Informe sobre el desarrollo mundial 1977: «el Estado en un mundo de transformación» impacta como el primer manifiesto antineoliberal contrario a lo que George Soros denominó fundamentalismo de mercados pocos meses después».
Perry Rubio y Javed Burky, los «gurús» del posneoliberalismo en América Latina
Dos economistas, uno colombiano y otro pakisatní, señala Stolowicz, son los «gurús» del posneoliberalismo en Latinoamérica, cuyas recomendaciones están recogidas en una especie de Biblia.
En efecto, explica, en septiembre de 1998, el Banco Mundial publica el todavía más impactante informe que el de Stiglitz, «Mas allá del Consenso de Washington. La hora de la reforma institucional», dedicado específicamente a América Latina. Sus autores son el ex ministro de Hacienda colombiano Guillermo Perry Rubio, economista jefe para la Oficina Regional de América Latina y el Caribe, y el ex ministro de Finanzas de Pakistán, Shahid Javed Burki, titulado «La larga marcha».
«Su propuesta apunta a convertir a América Latina en un espacio de estabilización del capital trasnacional tras las crisis financieras, haciendo que masas de capital especulativo excedente, en riesgo de desvalorización, se reciclen en la acumulación por desposesión con asiento territorial tanto en la explotación y saqueo de riquezas naturales, como en la explotación de la fuerza de trabajo; así como la recuperación de la acumulación ampliada mediante la construcción de infraestructura -de más lenta rotación pero asegurada por el Estado-, que a su vez potencia la acumulación por desposesión con el abaratamiento de la extracción de esas riquezas naturales».
» La Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Sudamericana (IIRSA) y el Plan Puebla Panamá -ahora Proyecto Mesoamérica-, que tienen ya una década, son algunos de los entramados institucionales para esos objetivos. En esto consiste el «neodesarrollismo», que aunque se presente a veces con discursos nacionalistas es desnacionalizador, y que es criminalmente depredador, aunque a corto plazo reactive las economías».
Está en juego la sobrevivencia humana
Si bien los diseños del capitalismo son de larga duración, afirma Stolowicz, porque sus proyectos se piensan para 30, 50 a más años, este sistema tiene flancos débiles en las contradicciones que terminan estallando y empujan la voluntad de cambio cuando está en riesgo la viabilidad del planeta y la especie humana.
«América Latina es hoy un vivo ejemplo. Nada autoriza al fatalismo, pero tampoco la complacencia, porque en política nadie juega solo. Las exigencias son hoy mayores porque está en juego la sobrevivencia de la humanidad y ese derrotero debe ser efectivamente disputado».
El pensamiento crítico no debe usar el término posneoliberal
Durante su participación en el VII Seminario Internacional Marx Vive, América Latina en disputa, el Observatorio Sociopolítico Latinoamericano www.cronicon.net, dialogó con ella y estas fueron sus impresiones.
– En varios de sus ensayos usted ha venido hablando de la concreción de una fase de posneoliberalismo en América Latina, en medio de los rezagos de las políticas neoliberales. ¿Qué caracteriza al posneoliberalismo?
– Yo no concibo el posneoliberalismo como un proyecto alternativo sino que es la estrategia en curso en América Latina en la que las propias clases dominantes redefinen el neoliberalismo como el monetarismo friedmaniano. En los años 90 del siglo XX plantean el proyecto de crecimiento que desde luego no es monetarista y ya bastaba con eso para decir que eran antineoliberales y posneoliberales. Lo que yo vengo analizando son las estrategias dominantes, incluso discrepo con este uso que se hace ahora muy impreciso como si estos proyectos progresistas debieran llamarse posneoliberales. No entro a discutir los proyectos, lo que digo es que el posneoliberalismo es lo que se viene haciendo en toda la región desde 1998, luego de la crisis asiática de 1997, de de la mexicana en el 95 que tuvo repercusión en Brasil, y desde comienzos de los 90 hay un posnoeliberalismo temprano, como lo estoy definiendo ahora, que se empieza a implementar en tres lugares paradigmáticos: Chile con la Concertación mediante la economía social de mercado; México con Carlos Salinas de Gortari como liberalismo socialismo, esa era la doctrina en ese gobierno; y Colombia como Estado Social de Derecho. Entonces hay que explicar mejor porque esta es una estrategia que desde mi punto de vista y de acuerdo a la investigación que he hecho tiene cuatro patas.
– ¿Y cuales son esas cuatro patas?
– 1. Un tipo de democracia gobernable que produzca consensos moderados. 2. Políticas sociales en la lógica social, liberal y socialcristiana, que no sólo es asistencialismo para neutralizar inestabilidades políticas de corto plazo sino que son políticas que buscan una reestructuración social de largo plazo para que sean funcionales a esta estrategia económica. 3. Como base económica, el neoestructuralismo defendido desde la CEPAL y el BID. Y 4., haciendo funcionar todo esto a través de un Estado desde la lógica del neoinstitucionalismo que opera no solo como garante y facilitador sino que financia transferencias de riqueza social al capital. Por eso, lo digo claramente, discrepo que hoy se use desde el pensamiento crítico el término posneoliberal.
– En ello usted discrepa abiertamente de la concepción académica de Emir Sader, el secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), para quien a partir de la elección de algunos gobiernos progresistas en América Latina se ha avanzado hacia la ruptura con el neoliberalismo, y se pueden ver ya algunos espacios desde los que se practican políticas alternativas, proceso que ha denominado posneoliberalismo…
– Sí y lo he comentado públicamente con él durante una mesa redonda que tuvimos en la Universidad Arcis de Santiago de Chile en 2006 y luego en Bogotá en el 40 aniversario de CLACSO en 2007. En nuestros debates yo le he sugerido que si estamos pensando igual deberíamos buscar otra nombre, porque un problema de las estrategias dominantes es la expropiación del lenguaje de la izquierda y un uso discursivo retórico muy potente hace que la gente se confunda, por eso debemos ser muy cuidadosos con la precisión del lenguaje.
– Su colega, el científico social argentino Atilio Boron al analizar los procesos políticos paradigmáticos de Venezuela, Ecuador y Bolivia señala que son gobiernos reformistas dentro de un sistema capitalista. ¿En su opinión, son experiencias meramente reformistas que se limitarán a impulsar un proyecto neodesarrollista?
– Primero hay que señalar que son tres experiencias bien distintas que no me parece conveniente tratarlas como una sola, aunque coincidan en sus posturas frente el imperialismo norteamericano, su amistad a Cuba, etc. Tampoco me gusta el término reformista como si fuera en sí mismo expresivo, desde luego que hay que hacer reformas, porque las condiciones que existen hoy no permiten llegar a la meta en un solo paso y en periodos tan breves. El problema es qué reformas hay que hacer y qué dirección tienen, porque si hay que ir paso a paso, hay que hacerlo, el punto es hacia dónde se camina. Decir si son gobiernos reformistas o no reformistas tampoco dice mucho, tampoco explica el problema, lo que si diría es que en términos de dirección me parece que en Venezuela hay la voluntad de caminar por una ruta distinta, construyendo o transfiriendo poder económico al pueblo, lo cual es muy lento. Bolivia está en un camino intermedio que en esta fase definió más que nada la reconstrucción del aparato estatal que históricamente estaba pendiente, pero su proyecto económico aún no está claramente definido. En el caso de Ecuador es donde parece que se asocia a una política económica neodesarrollista.
– ¿Cuáles serían los elementos de esa política neodesarrollista?
– Yo preferiría denominar esta política como desarrollista transnacional porque el patrón de acumulación depende fundamentalmente de la inversión de capital transnacional. En este caso puede discutirse el hecho de que cuando un país no cuenta con condiciones de capital propio de inversión a veces no tiene más remedio. Aquí hay que hacer una discusión concreta porque no se puede hacer filosofía abstracta sobre la inversión del capital trasnacional, y hay que preguntarse: con cuál, cómo y para qué. El problema es que este modelo llamado nuevo desarrollo está basado en un patrón de acumulación primario-exportador, extractivista, depredador, de gran transferencia de riqueza al exterior a cambio de activaciones económicas de corto plazo. Los impuestos que se obtienen en algunos casos, no en todos, porque hay mucho de ese capital que está exento, se transfieren a los sectores populares, porque sí hay voluntad de estos gobiernos para ello. Sin embargo, este es un modelo que tiene un impacto social positivo de muy corto plazo, porque a la larga es desnacionalizador y el riesgo siempre es que América Latina en 20 años sea vista como África después de la revolución verde, una vez que se descertifique se van los inversores extranjeros.
– ¿Colombia y México que son países gobernados por mandatarios neoliberales, con proyectos concretos que apuntan al libre comercio y la entrega tanto de su soberanía como de sus principales recursos naturales a potencias extranjeras, son Estados fallidos en su concepto?
– No, de ninguna manera, porque la lógica de la eficacia del Estado es producir gobernabilidad y aunque ésta se logre por métodos que puedan ser raros, no habituales, o que no correspondan a las teorías políticas clásicas, si lo logran son eficaces, y en ese sentido por lo menos lo digo claramente en el caso de México, hay una descomposición del país, ese es el costo, un país desangrado, pero por el momento el capital no ha visto poner en riesgo su proyecto, por lo tanto hay gobernabilidad y no es un Estado fallido.
– Pero es un éxito del capitalismo en detrimento de la sociedad…
– Desde luego, pero el concepto de Estado fallido no viene de los sectores críticos, es un concepto elaborado por la inteligencia norteamericana, y bueno la gobernabilidad la logran a costa de muertos, de hambre, de miseria, de destrucción, de niños abandonados, lo importante es que haya estabilidad para el capital.
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