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El precio del fracaso de las políticas económicas

Fuentes: Frontline

A los responsables de la aplicación de políticas económicas equivocadas e innecesarias nunca se les culpabiliza por ello, y siguen imponiendo su poder y habilidades en las instituciones de gobierno y las políticas económicas. Gran parte de la discusión en los medios acerca de la economía mundial se basa hoy en día en la noción […]

A los responsables de la aplicación de políticas económicas equivocadas e innecesarias nunca se les culpabiliza por ello, y siguen imponiendo su poder y habilidades en las instituciones de gobierno y las políticas económicas.

Gran parte de la discusión en los medios acerca de la economía mundial se basa hoy en día en la noción de lo «nuevo normal» o lo «nuevo mediocre», es decir, el fenómeno de un crecimiento económico lento, estancado o negativo en la mayor parte del mundo. Las noticias sobre generación de empleo son incluso peores, ya que casi no hay creación de empleos de buena calidad y el grueso de la población padece condiciones de creciente inseguridad material. Frente a esta situación se ofrecen todo tipo de explicaciones: que es la contracara de los avances tecnológicos, que se debe al crecimiento demográfico actual más lento, a un nivel insuficiente de inversiones a causa de las variaciones en los precios relativos del capital y la mano de obra, a las «recesiones de hoja de balance contable» generadas en muchos países por el sobreendeudamiento privado, a las políticas fiscales contractivas o restrictivas aplicadas por gobiernos a su vez excesivamente endeudados.

Sin embargo, la verdad es que estas explicaciones que dan cuenta de los procesos económicos como el resultado inevitable del juego de ciertas fuerzas externas al sistema que responden a una lógica propia y que están fuera del control social, son sumamente erradas e inoportunas. Antes que nada, le dan impunidad a las políticas económicas, y esto es tremendamente importante porque eso simplemente inhabilita la consideración de otras estrategias alternativas que podrían producir otros resultados.

Mark Weisbrot denuncia e impugna este engaño efectiva y exhaustivamente en su nuevo libro Failed: What the ‘Experts’Got Wrong About the Global Economy (Oxford University Press, Nueva York, 2015) [Ahora disponible en español: Fracaso: Lo que los ‘expertos’ no entendieron de la economía global (Akal, Madrid, 2016)]. Weisbrot señala: «Detrás de casi cualquier malversación económica prolongada existe una combinación de malas ideas caducas, incompetencia y la maligna influencia de poderosos intereses particulares» (página 2 [versión OUP; páginas 19 – 20 versión Akal). Desafortunadamente, tales pesadillas se prolongan e incluso se repiten en otros lugares, ya que aun cuando las lecciones de una catástrofe se aprendan, «las personas que toman las decisiones» por lo general no las aprenden o en todo caso no se las toman a pecho.

Los costos de este desacierto y fracaso son enormes para la ciudadanía: para los trabajadores que quedan desempleados o con empleos inestables, inseguros y con salarios bajos; para las familias cuyo acceso a los bienes esenciales y servicios sociales se reduce; para los agricultores y otros pequeños productores cuyas actividades simplemente dejan de ser rentables o viables financieramente; para quienes se ven empujados a la pobreza debido a la crisis y la inestabilidad, o quienes sufren más hambre; y para casi todas las personas que viven en sociedad, porque sus vidas se tornan más inseguras en muchos sentidos. A cientos de millones de personas de todo el mundo se les arruinó la vida como consecuencia de la aplicación activa de políticas económicas completamente equivocadas e innecesarias. Sin embargo, como la responsabilidad por estos fracasos no recae sobre quienes deberían asumirla, los culpables no sólo se salen con la suya, sino que pueden seguir imponiendo su poder y habilidades en las instituciones de gobierno y las políticas económicas. Ellos no pagan ningún costo por estos fracasos y desaciertos.

Tragedia en la eurozona

Weisbrot ilustra esto con el revelador ejemplo de la tragedia económica aún en curso en la eurozona. El autor describe las fallas de diseño de la unión monetaria que determinaron que el Banco Central Europeo (BCE) no se comportase como un verdadero banco central para todos los países miembro, ya que no ofició como prestamista de último recurso para los países de la periferia europea que enfrentaban dificultades de pago cuando la crisis se desencadenó en 2009 – 10. Por el contrario, les impuso a estos países las medidas de austeridad más draconianas, que simplemente profundizaron su desplome económico y agravaron aún más sus problemas de sobreendeudamiento, tornándolas impagables.

Pasaron dos años antes que el presidente del BCE, Mario Draghi, prometiese «hacer lo que sea necesario para salvar al euro», y sólo lo hizo cuando la crisis ya amenazaba con sepultar a toda la Unión Europea y llevar a la unión monetaria al colapso. Cuando la sangría financiera se contuvo, quedó claramente en evidencia que las autoridades europeas y el BCE podrían haber intervenido mucho antes para reducir el daño en la periferia de la Eurozona, mediante políticas monetarias y fiscales. En otros países con bancos centrales propios como Estados Unidos y el Reino Unido, tales políticas fueron efectivamente aplicadas, y ese es el motivo que explica porqué esos países se recuperaron más rápidamente y con menos sufrimiento que el que aún persiste en algunos lugares de Europa.

¿Acaso no podría haberse hecho esto antes? ¿Por qué no fueron más realistas los primeros intentos de reestructurar la deuda en Grecia como para reducir la deuda a niveles que el país pudiese pagar? ¿Por qué cada intento de solucionar el problema llegó tan tardíamente, con tanta mezquindad y tan poca convicción que el problema se fue agravando progresivamente hasta llegar a destruir la trama misma de la vida social en los países afectados? ¿Por qué se les impuso a los ciudadanos más desafortunados toda la carga del ajuste, sin que se castigara o siquiera se les hiciera sentir el más mínimo dolor a los agentes financieros responsables de los desequilibrios que llevaron a la crisis?

Weisbrot sostiene que todo este episodio debería haber sido «una lección histórica sobre la importancia del control nacional y democrático de la política macroeconómica, o al menos para no ceder ese poder a personas e instituciones equivocadas» (página 4 [versión OUP; páginas 21 – 22 versión Akal). Lamentablemente, lo contrario parece haber ocurrido, con los medios y otros actores sacando conclusiones muy proclives a culpar a las víctimas. Weisbrot carga de hecho aún más las tintas cuando dice que esta crisis fue aprovechada por intereses particulares (incluso del Fondo Monetario Internacional o FMI) para obligar a los gobiernos de estos países a aplicar reformas económicas y sociales que de otro modo resultarían inadmisibles para sus electores.

El papel de los intereses particulares – especialmente del gran capital y el capital financiero – que presionan al máximo llevando al límite a las economías para imponer reformas neoliberales que operan a su favor, ya fue observado antes en muchos países, particularmente en los países en desarrollo que se vieron forzados a aceptar las condiciones del FMI. Los requisitos convencionales: ajuste fiscal o saneamiento presupuestario basado en recortes a las pensiones y del gasto social y en salud; reducción de funcionarios públicos; «flexibilización» del mercado laboral reduciendo efectivamente la protección a los trabajadores; recorte de los subsidios que benefician a los pobres, tales como los subsidios alimentarios, a la vez que se ofrecen más reducciones de impuestos y otros incentivos fiscales a los ricos, entre otras medidas.

Weisbrot observa que dichas políticas no son necesarias para salir puntualmente de una crisis (de hecho, en la mayoría de los casos son contraproducentes) ni tampoco conducen a largo plazo al desarrollo. El autor ofrece ejemplos concretos de países que optaron por otras políticas muy distintas que resultaron exitosas. El ejemplo más importante que ofrece es el de China, un país que siguió sistemáticamente una estrategia heterodoxa de industrialización liderada por el Estado, con un sistema bancario controlado por el Estado y un papel preponderante de las empresas estatales. Las políticas heterodoxas que siguió condujeron al crecimiento económico más rápido de la historia, sacaron a cientos de millones de chinos de la pobreza y también arrastraron consigo a otros países en desarrollo, debido a la gran demanda china de importaciones, rápidamente creciente.

Influencia del FMI

Weisbrot reseña otros ejemplos exitosos de políticas heterodoxas que ayudaron a los países a salir de la crisis y mejorar las condiciones de vida de su población, como fue el caso de Argentina a mediados de la década de 2000, y de una amplia gama de otros gobiernos explícitamente progresistas en países latinoamericanos que siguieron enfoques alternativos para aumentar los ingresos salariales y el empleo formal a través de la intervención activa del Estado.

Un factor importante que favoreció su capacidad de aplicar políticas económicas heterodoxas fue el declive relativo del FMI y su poder en este período. Weisbrot sostiene que el FMI comenzó a perder influencia en 1998 a raíz de la crisis asiática, cuando se hizo evidente que su evaluación del problema y las soluciones propuestas habían sido completamente equivocadas. Los cambios geopolíticos y económicos ocurridos como consecuencia de esta pérdida de influencia del FMI fueron enormemente beneficiosos para la ciudadanía en estos países y ponen de manifiesto los grandes costos que aún pagan aquellos países que fueron forzados a vivir bajo la ortodoxia económica neoliberal.

Weisbrot cierra su libro con un pronóstico positivo (excepto para la eurozona, donde sugiere que el futuro cercano seguirá siendo de sufrimiento). Considera que «en el mundo en desarrollo, las políticas económicas y el ritmo de mejoría de las condiciones de vida probablemente se traduzcan en índices positivos en el futuro próximo» (página 236 [versión OUP]). Esto responde en gran medida a su confianza en que los instrumentos e instituciones multilaterales que le impusieron políticas ortodoxas a los países en desarrollo seguirán cayendo en decadencia y que estos países tendrán la libertad y la capacidad de fomentar y mantener las políticas heterodoxas que tanto les sirvieron en el pasado reciente.

Desdichadamente, esta confianza parece ahora excesivamente optimista. El año pasado presenciamos el repliegue de los «mercados emergentes» debido a la retirada del capital financiero mundial que emigró de esos países, y el fortalecimiento de instituciones e instrumentos (en los tratados de libre comercio e inversiones y otras agencias financieras) diseñados para reducir drásticamente la autonomía en la formulación de políticas nacionales. Estamos presenciando cambios políticos en varios países que indican un renovado predominio de enfoques económicos neoliberales basados en el ‘libre cambio’, que privilegian los intereses del gran capital. Incluso en China hay señales de confusión a medida que el proceso de crecimiento pierde impulso, con medidas recientes orientadas a una mayor liberalización financiera que podría tener enormes consecuencias para las estrategias económicas independientes en términos de su viabilidad futura.

Esto es hasta cierto punto deprimente, pero hace que la tesis principal de Weisbrot sea aún más relevante y apremiante. Cuando el modelo convencional de política económica fracasa, los costos de ese fracaso son enormes. Por eso es sumamente importante que más personas en todo el mundo sean conscientes de la existencia de otras estrategias económicas más democráticas y justas, y que exijan que sus gobiernos las adopten.

Fuente original: http://www.frontline.in/columns/Jayati_Ghosh/price-of-economic-policy-failures/article8068426.ece