El título de este artículo es una mera especulación. Lo he puesto así porque sonaba bien, y porque el pasado día 15 estrené Libranda a primera hora de la mañana. El libro pude leerlo a eso de las 5 de la tarde, después de pasarme todo el día haciendo experimentos. Mi conclusión sorprenderá a muchos: […]
El título de este artículo es una mera especulación. Lo he puesto así porque sonaba bien, y porque el pasado día 15 estrené Libranda a primera hora de la mañana. El libro pude leerlo a eso de las 5 de la tarde, después de pasarme todo el día haciendo experimentos. Mi conclusión sorprenderá a muchos: repetiré la experiencia el 15 de septiembre.
Quiero comprar libros electrónicos, y lo digo de verdad. Quiero financiar el trabajo de los escritores y traductores españoles, de la única forma posible: comprando sus libros el mismo día que salgan al mercado. El problema es que ellos no me los quieren vender.
A lo largo del fin de semana, se han multiplicado los artículos, posts y tweets echando pestes de Libranda. Las opiniones mayoritarias provenían del bando lector, frente a alguna tímida defensa del engendro por parte de sectores próximos al bando editorial. Pero ha habido un silencio especialmente significativo: el de aquellos que se tienen que ganar la vida escribiendo o traduciendo, que no han dicho ni una palabrita sobre el tema.
Escritor/a: me gusta cuando callas porque estás como ausente, y no estás de tertulia, ni de firmas, ni nada. Y no eres producto, y no eres de nadie, y puedes dedicarte a crear esperanza.
El proyecto de Libranda, que no es sino el proyecto de la industria editorial que está detrás, no puede aspirar a competir ni con Apple, ni con Amazon, ni con Google. Ni lo pretende: sus impulsores no entienden en absoluto el mercado digital, y lo despreciarán mientras queden suficientes compradores de libros en papel. El único objetivo de Libranda es mantener sojuzgados a los escritores y traductores, españoles y latinoamericanos, durante el tiempo necesario para aprender cómo reciclar su negocio.
Un libro electrónico se tiene que poder comprar desde el dispositivo donde se vaya a leer, y en su defecto, la plataforma de ventas debe ser compatible con todos los lectores del mercado. La experiencia de compra ha de ser un placer en sí misma, que al menos genere la ilusión de pasear por una librería. Que permita pasar páginas al azar, mientras se contemplan las portadas de los volúmenes expuestos. Algo como lo que tiene Amazon en blanco y negro, o como lo que ya tiene preparado Google en color: cualquiera que haya comprado una aplicación para Android puede imaginarlo.
Los editores lo tenían fácil. Sólo tenían que preguntar a cualquiera de los escritores que tienen en nómina, puesto que todos ellos son lectores empedernidos: «¿Cómo te gustaría que se vendiesen tus libros?» Pero desgraciadamente, la industria ha preferido escuchar a los expertos en marketing, y los resultados están a la vista.
Personalmente, creo que el tema no tiene solución, a menos que los escritores tomen cartas en el asunto, y empiecen a pensar que su futuro sólo depende de ellos mismos, porque aquellos que les explotaban ya han demostrado que no saben vender libros a través de Internet.
El 15 de septiembre, coincidiendo con el final de la fase beta, volveré a intentarlo. Para entonces estaré bastante desesperado, porque sólo me quedan por leer tres títulos de los veinte que componen la serie Aubrey-Maturin. Para entonces, espero que algún escritor haya levantado la voz: a Patrick O’Brian le da lo mismo que lo lea en papel, en Kindle, en iPhone o en Android, pero a los escritores y traductores españoles vivos sí que les debería importar.
www.elmundo.es/blogs/elmundo/jaqueperpertuo/2010/07/19/el-primer-comprador-de-libranda.html