Recomiendo:
0

El problema de la macroeconomía

Fuentes: CTXT

Los modelos macroeconómicos actuales emplean hipótesis de identidad increíbles para llegar a conclusiones desconcertantes

Portada de la revista Time dedicada a Marx, febrero 1948

Desde hace más de tres décadas, la macroeconomía está yendo marcha atrás. Su actual tratamiento no es más creíble que el que existía en la década de los setenta, aunque nadie lo pone en duda porque es más opaco. Los teóricos de la macroeconomía rechazan hechos probados fingiendo una ignorancia obtusa sobre afirmaciones tan simples como «las políticas monetarias estrictas pueden provocar una recesión». Sus modelos atribuyen las fluctuaciones de los valores a fuerzas causales imaginarias sobre las que no influye la acción de ninguna persona.

Lee Smolin comienza Las dudas de la física en el siglo XXI señalando que su carrera abarcó el último cuarto de siglo en la historia de la física, periodo en el que este campo no realizó ningún progreso en cuanto a la resolución de sus problemas fundamentales. El problema de la macroeconomía es todavía peor, puesto que yo he sido testigo de más de tres décadas de regresión intelectual.

Los modelos macroeconómicos actuales emplean hipótesis increíbles para llegar a conclusiones desconcertantes.

Los macroeconomistas se acomodaron a la idea de que las fluctuaciones de los agregados económicos estaban causadas por una conmoción imaginaria, en lugar de por acciones de las personas.

Si alguien se hubiera tomado los fundamentos en serio nos habríamos evitado las teorizaciones perezosas. Supongamos que un economista cree que un atasco de tráfico es una metáfora de las fluctuaciones económicas o una causa literal de esas fluctuaciones. Evidentemente, lo que habría que hacer después sería reconocer que los conductores toman decisiones sobre cuándo y cómo conducir, y que de la interacción de estas decisiones emergerían fluctuaciones aparentemente aleatorias en el agregado del tráfico. Esta sería una manera razonable de considerar una fluctuación, pero lo que resulta absolutamente contradictorio es suponer que existen conmociones imaginarias de tráfico que no están provocadas por nadie. Como respuesta a esta reflexión. que afirma que las conmociones son imaginarias, la defensa estándar evoca la afirmación metodológica de Milton Friedman (1953) extraída de una fuente anónima que dice: «Cuanto más importante es la teoría, más irreales son sus supuestos». Más recientemente parece que «todos los modelos son falsos» se ha convertido en la frase universal para desestimar cualquier factor que no se ajuste al modelo favorito del momento.

Existen paralelismos sorprendentes entre las características de la teoría de cuerdas establecida en la física de partículas, y la macroeconomía. Reproduciré aquí una lista que Smolin presenta con siete características distintivas de los teóricos de las cuerdas:

1) Una enorme confianza en sí mismos.

2) Una comunidad extraordinariamente monolítica.

3) Un sentido de identificación con el grupo similar a la identificación con una fe religiosa o una plataforma política.

4) Un sentido muy marcado de la frontera entre el grupo y otros expertos.

5) Una falta de interés y hacer caso omiso de las ideas, opiniones y trabajo de los expertos que no forman parte del grupo.

6) Una tendencia a interpretar las pruebas de manera optimista, de creer afirmaciones exageradas o incompletas sobre resultados, y desestimar la posibilidad de que la teoría sea errónea.

7) Una falta de comprensión sobre el grado en que un programa de investigación debe incluir el riesgo.

La conjetura que sugiere este paralelismo es que los avances que se producen tanto en la teoría de cuerdas como en la macroeconomía ilustran un fallo general de un campo científico que depende de la teoría matemática. Las condiciones para el fallo se dan cuando unos pocos investigadores con talento consiguen ser respetados por sus legítimas contribuciones para elaborar modelos matemáticos de vanguardia. La admiración se convierte en deferencia hacia esos líderes y la deferencia causa que otras personas remen en la misma dirección que recomiendan los líderes. La conformidad con los hechos ya no es necesaria como elemento coordinador porque la supervisión de una autoridad puede coordinar los esfuerzos de muchos investigadores. Como resultado, si los hechos se disocian de la visión teórica sancionada oficialmente, se subordinan a ella. Y antes o después las pruebas dejan de ser relevantes. El progreso en este campo se juzga por la pureza de las teorías matemáticas que las autoridades aprueban.

En la distribución de opiniones sobre el estado de la macroeconomía, la evaluación que hago de su regresión hacia la pseudociencia se sitúa en el extremo inferior. Una pregunta natural es por qué hay tan pocas voces que afirman lo mismo que yo, y si mi observación es tan extraña que no merece ser tenida en cuenta.

Parece razonable asumir que todos los economistas tienen las mismas preferencias: a todos nos gusta hacer bien nuestro trabajo. Hacer bien nuestro trabajo significa discrepar abiertamente cuando alguien afirma algo que parece incorrecto. Cuando la persona que afirma algo que parece incorrecto es el líder reverenciado de un grupo con las características de la lista de Smolin, se paga un precio por discrepar abiertamente. Este precio es menor para mí porque ya no soy un académico sino un practicante, y con esto quiero decir que pretendo que el conocimiento de utilidad sirva para algo. Me importa muy poco si vuelvo a publicar en las prestigiosas revistas económicas o si me rinden homenajes profesionales, porque ninguno me ayudará a conseguir mis objetivos profesionales. Por eso, las típicas amenazas que hacen los miembros de un grupo con las características de Smolin no son pertinentes en mi caso.

Algunos economistas que están de acuerdo conmigo con el estado de la macroeconomía, en conversaciones privadas, nunca lo admitirán en público. Aun así, algunos de ellos quieren disuadirme de discrepar abiertamente y esto requiere otra explicación. Puede que piensen que también ellos pagarán el precio si tienen que ser testigos de la desagradable reacción que las críticas a un líder reverenciado pueden provocar. No hay duda de que las emociones están a flor de piel. Algunos economistas amigos míos parecen haber asimilado una norma propuesta de manera activa por los macroeconomistas posrealistas (que criticar abiertamente a una autoridad reverenciada es una gravísima violación de un cierto código de honor), y que ni los hechos son falsos, ni las predicciones son incorrectas, ni los modelos que no tienen sentido son lo suficientemente importantes como para preocuparse. Una norma que sitúa la autoridad por encima de la crítica ayuda a que las personas cooperen como miembros de un campo de fe que persigue objetivos políticos, morales o religiosos.

La ciencia, y todos los demás campos de investigación surgidos de la Ilustración, sobreviven gracias a que «ponemos el indicador a cero» cuando se trata de estos sentidos morales innatos. Sus miembros están convencidos de que nada es sagrado y que siempre se debe cuestionar la autoridad. En este sentido, Voltaire es más importante para la fundación intelectual de los campos de investigación durante la Ilustración que Descartes o Newton. Al rechazar cualquier dependencia de la autoridad central, los miembros de un campo de investigación sólo pueden coordinar sus esfuerzos independientes si mantienen un compromiso inquebrantable por continuar buscando la verdad, definida de manera imperfecta como el consenso aproximado que surge de la evaluación independiente de los hechos y la lógica difundidos públicamente; evaluaciones que realizan personas que honran las discrepancias bien elaboradas, que aceptan su propia falibilidad y que aprovechan cualquier oportunidad de subvertir toda reivindicación de autoridad, por no decir toda reivindicación de infalibilidad. Incluso cuando funciona bien, la ciencia no es perfecta. Nada que tenga que ver con las personas puede serlo. Los científicos se comprometen a buscar la verdad incluso cuando son conscientes de que la verdad absoluta nunca será revelada. Lo único a lo que pueden aspirar es a llegar a un consenso que establezca la verdad de una afirmación de la misma manera aproximada en que el mercado establece el valor de una empresa.

El problema no es tanto que los macroeconomistas digan cosas que son inconsistentes con los hechos. El problema de verdad es que a otros economistas les dé igual que a los macroeconomistas los hechos les den igual. Una tolerancia indiferente hacia el error evidente es algo todavía más destructivo para la ciencia que consagrarse a hacer apología del error. Es triste reconocer que los economistas que hicieron contribuciones tan importantes al inicio de sus carreras siguieron una trayectoria que los alejó de la ciencia.

La ciencia y el espíritu de ilustración son los logros humanos más importantes. Son más importantes que cualquiera de nuestros sentimientos. Puede que no compartan mi compromiso con la ciencia: ¿les gustaría que a su hijo lo tratara un médico que favoreciera a un amigo partidario de las antivacunas y a su otro amigo homeópata, antes que a la ciencia médica? Si no es así, ¿por qué debería esperar que la gente que busca respuestas siga prestando atención a los economistas cuando se den cuenta de que estamos más preocupados por nuestros amigos que por los hechos?

Parece que mucha gente admira lo que dijo M. E. Foster sobre que sus amigos eran más importantes para él que su país. En mi opinión, habría sido más admirable si hubiera dicho: «Si tengo que elegir entre traicionar a la ciencia y traicionar a un amigo, espero tener el valor suficiente de traicionar a mi amigo».

Este artículo en un extracto, editado por Joaquín Estefanía, del ensayo The trouble wich macroeconomics, de Paul Romer.

Paul Romer es economista jefe del Banco Mundial desde el pasado mes de octubre.

Traducción de Álvaro San José.

Fuente: http://ctxt.es/es/20170222/Politica/11262/romer-macroeconomia-neoliberalismo.htm