El principal problema de Venezuela no es la polarización. En el mundo, la mayoría de los países democráticos están polarizados. Casi siempre existe una fracción más conservadora y otra más liberal, una más de derecha y otra con mayor tendencia a la izquierda. En muchos países, las elecciones rara vez se ganan con una diferencia […]
El principal problema de Venezuela no es la polarización. En el mundo, la mayoría de los países democráticos están polarizados. Casi siempre existe una fracción más conservadora y otra más liberal, una más de derecha y otra con mayor tendencia a la izquierda.
En muchos países, las elecciones rara vez se ganan con una diferencia de más de 3 o 4 puntos, y a veces es mucho menos. Lo cual demuestra que la polarización no es un fenómeno exclusivo de Venezuela.
En este sentido, sostengo que el problema de nuestro país no es la polarización, sino la intolerancia. Yo puedo estar en desacuerdo con alguien en cuanto a sus opiniones, a su método para resolver los problemas o en su manera de actuar. Eso es normal, y es válido en un país democrático. Lo que sí no es normal y creo que nos ha hecho mucho daño a todos los venezolanos, es que nos hemos dejado dominar por una intolerancia irracional, que nos lleva a pensar que todo aquel que tenga la más mínima diferencia de criterio conmigo es mi enemigo.
El intolerante no respeta y ni siquiera reconoce
El intolerante es una persona que no tiene la capacidad de respetar a los demás. Es alguien que considera que la única «verdad» válida es la suya, que tiene a Dios agarrado por la chiva, y que todos los demás están equivocados o son traidores si no piensan exactamente como él.
Pero hay algo mucho peor, el intolerante no solo no respeta, sino que ni siquiera es capaz de reconocer al otro como una persona que tiene sus mismos derechos. Es decir, si no piensas como yo, no tienes derecho, ni siquiera, a que te reconozca como un igual.
Cuando una persona le grita a otra: «si tanto te gusta el comunismo, vete para Cuba» o «si tanto te gusta el imperialismo, anda a vivir para Miami», lo que está diciendo, en el fondo es que, como no piensas igual que yo, no tienes derecho a ser ciudadano ni a vivir a «MI» país. Es decir, no lo reconozco como un igual.
La intolerancia en Venezuela se ha convertido en algo tan normal y tan promovido a todos los niveles, que inclusive entre los afectos a una misma tendencia política, si alguien plantea algo un poquito diferente, es crucificado y se le tilda de traidor.
Las redes sociales: principales promotores de la intolerancia
Desgraciadamente las redes sociales, que tanto podrían ayudar a democratizar la comunicación, se han convertido, en el caso venezolano, en una fuente inagotable de extremismo, fundamentalismo e intolerancia, además de que, en muchos casos se utilizan para promover abiertamente la violencia y comportamientos fascistas.
En las redes, muchas personas que se ocultan tras el anonimato de nombres y perfiles falsos, no hacen otra cosa en todo el día que plantear discursos irracionales, cargados de odio. La mayoría de estos escritores de 140 caracteres no salen a la calle, no realizan ningún tipo de trabajo social en beneficio de su comunidad, ni se reúnen con grupos de personas de carne y hueso para discutir, sensatamente, cuáles pueden ser las acciones políticas a realizar. Por el contrario, se la pasan criticando a todo aquel que realmente intenta hacer algo, de un lado o de otro, y lanzando consignas extremas, porque pareciera que mientras más loca es su postura, más retwitts o likes recibe. Entonces, todo aquel que se quiere hacer famoso en las redes sociales, utiliza la intolerancia y el extremismo como método.
El problema más grave con la intolerancia que se promueve principalmente por las redes sociales es que, muchos políticos toman sus decisiones después de leer el Twitter. Hay personas, que supuestamente son líderes, cuyos planteamientos pueden cambian, dependiendo si llegan a estar entre los trendin topics o no.
El diálogo en un país sitiado por la intolerancia
Se pueden dar muchas definiciones de democracia, pero la realidad es que ésta se trata, básicamente, de un esfuerzo social para llegar a acuerdos. Si esto no fuera así, es decir, si no se hiciera lo posible por tener algunos consensos mínimos, estaríamos hablando de un totalitarismo. Y uno se pregunta ¿cuál es el mecanismo para ponernos llegar a acuerdos?
Hablando se entiende la gente, dice el refrán, y es así. Si no escucho al otro y trato de comprenderlo (así no comparta su opinión), si no expongo mis puntos de vista y digo con claridad que es lo que quiero y lo que prefiero y por qué, difícilmente podremos generar mecanismos de consenso.
En otras palabras, lo que estoy tratando de decir es que, un demócrata, obligatoriamente, tiene que ser una persona que esté dispuesta a dialogar.
¿Qué significa diálogo?
Ahora bien, diálogo no significa que yo tenga que dejar de lado mis opiniones y mucho menos que tenga que claudicar en mis principios. Tampoco significa que tenga que dejar de hacer aquello que, en conciencia, considero que está bien.
Lo que sí significa el diálogo es la capacidad de reconocer al interlocutor y de respetarlo en sus puntos de vista, así yo difiera de ellos. Diálogo también quiere decir que, con sinceridad, uno trata de hacer un esfuerzo por encontrar intereses comunes en los cuales podamos trabajar para beneficio de todos.
Quien no está dispuesto a dialogar simplemente no es un demócrata. Se podrá disfrazar detrás de un discurso de supuesto respeto a las libertades civiles e individuales, pero su práctica lo denuncia. Y por ahí hay mucho hipócrita que levanta las banderas de la democracia solo para los discursos, pero con un comportamiento que lo desdice.
Por eso, aplaudimos a todo aquel que esté dispuesto a dialogar, porque en la Venezuela de hoy en día, el diálogo no es opcional, es la única vía para caminar por rutas no violentas.
* Mary Pili Hernández es ex-ministra de la Juventud, ex-viceministra de Relaciones Exteriores para América del Norte y ex-concejal por el Municipio Libertador.