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El proyecto del capital y su crisis

Fuentes: Brecha

El capital busca siempre ampliar los mercados. Esto se intensificó desde 1970-75. El desarrollo de las fuerzas productivas -revolución científica y tecnológica mediante- generó economías de escala y capacidades de producción que requirieron para su realización de la ampliación sustancial de los mercados. Para facilitarla se implementó un proceso de cambios institucionales que eliminaron las […]

El capital busca siempre ampliar los mercados. Esto se intensificó desde 1970-75. El desarrollo de las fuerzas productivas -revolución científica y tecnológica mediante- generó economías de escala y capacidades de producción que requirieron para su realización de la ampliación sustancial de los mercados. Para facilitarla se implementó un proceso de cambios institucionales que eliminaron las fronteras económicas a mercancías, capitales e inversiones directas. La desaparición del bloque socialista y la transición al capitalismo de China expandieron -como nunca antes- un mercado mundial profundamente interconectado, bajo hegemonía de los Estados Unidos.

UNO.- En el Cono Sur, se aplicó a sangre y fuego desde los 70 la concepción que luego se conocería como Consenso de Washington, con sus preceptos de aperturas, desregulaciones, privatizaciones y reducción del tamaño y papel del Estado. Ante su obvio fracaso, la derecha ha desplegado una intensa ofensiva para neutralizar cualquier «alternativa al neoliberalismo» que no le convenga. En ese marco, las reformas de segunda generación que impulsa el Banco Mundial, desde fines de los noventa, se presentan como una alternativa «progresista» en la medida que reconocen el papel del Estado -aunque impulsan su despolitización a través de unidades «técnicas» autónomas- y su política asistencial de atención a la extrema pobreza.

El bloque dominante logra que la «nueva izquierda» ejecute su «alternativa antineoliberal»: un posliberalismo que postula que es posible ir más allá del neoliberalismo sin tocar el capitalismo, una nueva «tercera vía» que es presentada como alternativa «progresista». Algo así como sacar el mantel sin volcar los vasos: un pase de magia.

Las principales banderas discursivas de este consenso «posneoliberal» son que el Estado es imprescindible para el desarrollo, y el reconocimiento de que el mercado por sí mismo no resuelve la pobreza ni la inestabilidad económica. Para poder afirmar que eso es posliberalismo se asume la falacia de reducir el proyecto del capital de las tres últimas décadas a un estado mínimo que aplica las recetas del Consenso de Washington, bajo la responsabilidad del FMI y el Banco Mundial.

Se oculta que el Estado neoliberal intervino -y sigue interviniendo- intensamente en favor del capital financiero y las empresas transnacionales, en un proceso expropiatorio que reestructuró radicalmente todas las relaciones sociales entre capital y trabajo en beneficio del primero. Ese proceso contó y cuenta con el respaldo de empresarios locales y un conjunto de políticos e intelectuales que reproducen el discurso del bloque dominante.

DOS.-. Los posneoliberales plantean «reformar las reformas» corrigiéndolas y ampliándolas, reafirmando, entre otras, la apertura total de nuestras economías y la eliminación del Estado productor. En esencia sostienen que las medidas en favor de la centralidad del mercado eran buenas pero fueron mal implementadas debido a la ausencia de instituciones adecuadas. Cuestionan tanto las reglas formales (marco constitucional y legal) como las informales (cultura, hábitos e ideología).

Este proceso de reformas institucionales -que implica importantes modificaciones legislativas- tienen entre sus fines, por un lado, políticas públicas asistencialcitas para asegurar la cohesión social y legitimar el sistema; por otro, estabilizar las reglas de juego y «transparentar» el Estado para hacerlo previsible para los inversores transnacionales. Se busca reducir el papel del gobierno a una administración despolitizada, supuestamente neutra frente al capital, aunque en la práctica se subordina el Estado y sus recursos a la inversión extranjera, que se supone es el único motor posible del crecimiento. Esta es la alternativa «progresista» en Brasil, Chile y Uruguay, que se presenta como la «única posible» porque cuenta con el apoyo de los empresarios y de los organismos multilaterales de crédito.

Los posliberales profundizan la ofensiva de las empresas transnacionales sobre América Latina con un discurso que pretende resolver la contradicción capital productivo – capital financiero, fomentando inversiones extranjeras directas. La penetración transnacional es la ocupación física de nuestros territorios en infraestructura petrolera, energética e hídrica; minería, transporte multimodal y todo tipo de recursos naturales. Es un proceso de neocolonización que profundiza la primarización de la economía y se apropia del excedente generado.

Este proyecto del capital incrementa la brecha entre los países del centro y de la periferia, el crecimiento de la pobreza, la desindustrialización, la pérdida del control de los recursos naturales y, sobre todo, un retroceso ideológico en la mayor parte de nuestros países, donde se asume que no existen alternativas al capitalismo.

TRES.- La crisis del sistema capitalista que alcanza amplia visibilidad en estos días puede prolongarse por mucho tiempo. No es posible establecer, seriamente, cuánto se mantendrá y la forma en que se desarrollará, pero se puede afirmar que es la más grave y profunda desde la gran depresión de 1929 y se propaga a una velocidad mucho mayor que aquella por su carácter global.

La hegemonía económica de Estados Unidos está debilitada y cuestionada, pero su hegemonía geoestratégica sobrevive a través de la ocupación y control de territorios trasmitidos por sus empresas transnacionales y sus bases militares.

Los países centrales intentarán trasladar los costos de la crisis a los periféricos y, paralelamente, el capital buscará que el trabajo pague los costos. Ambos procesos agudizaran las contradicciones, pero salvo que la clase trabajadora fortalezca su incidencia y el espectro de sus alianzas, es posible una reconstitución autoritaria del capitalismo, sobre la base de una explotación aun más brutal de los trabajadores a escala planetaria, además de un nivel de exclusión sin precedentes en el Norte y en el Sur.

Los gobiernos del Cono Sur llamados «progresistas», como el de Uruguay, tendrán la posibilidad de rectificar rumbos en favor de sus grandes mayorías o, de mantener su política favorable al gran capital preservando el funcionamiento del «libre» mercado, mantener el dominio de las empresas transnacionales y las ganancias que éstas exijan.

La crisis internacional impactará en nuestras economías por varios lados: reducción del crédito, fuga de capitales, aumento del costo de la deuda, reducción de la demanda externa de bienes y servicios, con directos efectos negativos en el nivel de actividad y empleo.

La respuesta ortodoxa apuntará a reducir la inversión pública y el gasto social, ante la caída de los ingresos del Estado y la profundización la crisis fiscal.

La conjugación de la crisis internacional y de las políticas ortodoxas incrementará el desempleo y la precariedad del trabajo, a la vez que se reducirán el poder adquisitivo de salarios y pasividades. Lo anterior aumentará la pobreza, la miseria y la exclusión social.

Como respuesta inmediata es necesario definir una pauta de política económico-social dentro de una estrategia de contraofensiva de los sectores populares, en particular de los trabajadores, la cual debe ir acompañada de una intensa lucha ideológica por un horizonte socialista contra un sistema capitalista que con esta crisis muestra y demuestra su absoluta incapacidad para atender las necesidades de nuestros pueblos. A nosotros nos corresponde actuar en consecuencia.

* Docente universitario, miembro de la Red de Economistas de Izquierda (REDIU)