El principio de gobierno para bien del pueblo nació cuando la democracia ateniense. Sin embargo, entonces, el pueblo se restringía a los ciudadanos y excluía a cautivos, libertos, extranjeros. La Revolución de 1789 procuró buscar institucionalizar el salto de calidad en lo relativo a los derechos, al gobierno y a la ética republicana. En Europa, […]
El principio de gobierno para bien del pueblo nació cuando la democracia ateniense. Sin embargo, entonces, el pueblo se restringía a los ciudadanos y excluía a cautivos, libertos, extranjeros. La Revolución de 1789 procuró buscar institucionalizar el salto de calidad en lo relativo a los derechos, al gobierno y a la ética republicana. En Europa, partidos socialistas, expresando a los trabajadores, radicalizaron sus programas levantados por fuerzas burguesas en la lucha contra el absolutismo. Recuperábamos, al proponer sus limitaciones, por no revolucionar el corazón del mundo social: la propiedad y las relaciones de producción.
En la discontinuidad cualitativa, hay mucho de confluencia entre el programa republicano y el programa socialista. El primero propone que lo segundo va mucho más allá de los deseable; el segundo defiende que, hasta incluso hacer la realización de los preceptos republicanos y democráticos, es necesario revolucionar los fundamentos sociales, de donde emanan -para reproducirse- las desigualdades de todo tipo.
El republicanismo exigía honestidad estricta en la administración, con respeto sagrado a los bienes públicos. Y su precepto mayor la separación radical de las actividades públicas y privadas, con destaque para la vida civil y doméstica. El administrador republicano debe tener un comportamiento ejemplar. A él se le pide recato, sobriedad y austeridad, pública y personal. Él debe ser intransigente defensor del laicismo, de la separación de la religión y Estado, espacio de convivencia de la sociedad como un todo.
La educación pública de calidad fue referencia primordial del orden que se pensó republicano. En Francia, en Italia, etc., en general, los colegios privados son todavía para alumnos adinerados que no soportan las exigencias elevadas de la enseñanza pública. En el contexto de una visión de que los derechos civiles mínimos debían ser garantizados para todos, se aseguró el acceso a la educación superior a todos los jóvenes que terminaban la educación secundaria.
El programa republicano secularizó los cimientos y los registros civiles y, actualizándose, avanzó el reconocimiento de los derechos de las mujeres al voto, al mismo salario, a la autonomía en el casamiento, a decidir sobre sus cuerpos, o sea, de interrumpir la gestación. En países de fuerte catolicismo -Italia, España, etc.-, republicanos y socialista lucharon por esa conquista. El derecho a la expresión y a la igualdad de la homo-afectividad gana enorme espacios en los últimos años, apoyado en la tradición de tales embates.
PT: de lo que fue a los qué es
En sus inicios, el Partido de los Trabajadores se dio como programa la realización de los principios republicanos y democráticos, en el proceso de lucha por una sociedad socialista. Muy temprano, en la lucha por la conquista y la permanencia en la gestión del Estado, la dirección petista abandonó la defensa de los puntos programáticos iniciales. Primero, rechazó la propuesta de la revolución de la estructura social y pasó a proponer la ampliación -que algunos prometían radical- de la sociedad capitalista.
Algunos teóricos del desbande programático anunciaron una próxima «economía social de mercado». O sea, un capitalismo social donde todos, explotadores y explotados, se sentarían a la mesa del consumo, con platos y cubiertos, diversos, es claro. En los últimos años para festejar esa conquista, se definió arbitrariamente a Brasil como una sociedad dominada por una nueva «clase media» llamada «emergente». Milagro obtenido con la ayuda de institutos públicos de estadísticas, que promovieron familias hundidas en la necesidad a núcleos acaudalados, por tener refrigerador, televisión, computador.
Para los que querían ver, no hubo sorpresas en la descomposición incesante del petismo, al servicio del gran capital desde el primer gobierno presidencial. La enfermedad de adhesión al Estado ya se revelaba en las administraciones de los municipios y estados; concejales, diputados, senadores, funcionarios, etc. El socialismo ya no era propuesto, ni en los días de fiesta, ni siquiera en el horizonte más distante. La gran sorpresa fue la ruptura con el programa republicano. La política como forma de ascenso social se expandió como un virus en las huestes petistas. Las coimas fueron distribuidas y disputadas como en los partidos de la derecha tradicional.
Con el pasar de los años, la corrupción general, los favores, los apadrinamientos, las afinidades extrañas, el «es dando que se recibe», etc., alcanzarían niveles inimaginables. Ascendían esposas, hijos, sobrinos, amantes. El lujo explícito pasó a ser cualidad, en perjuicio del militante social. Automóviles, apartamentos, sitios, restaurantes, cirugías plásticas, viajes en jets privados, hoteles deslumbrantes, contubernio con los mayores dueños de la riqueza y del poder del país. Todo era poco, nada era demás. La fiesta parecía no tener fin.
En el templo de Salomón
En la lucha insana por mantenerse en el gobierno, las concesiones comenzaron a ser hechas en esferas antes inimaginables. Las religiones y sus ministros, en sus expresiones más elevadas y en las reconocidamente más prostituidas, fueron cortejados y cubiertos de favores y privilegios. Para elegirse, los mayores líderes del petismo besaron las manos de papas, de obispos, de sacerdotes, de pastores, algunos de ellos de estrellato internacional. Ante los ojos de un Brasil republicano perplejo, Dilma Rousseff se arrodilló en el Templo de Salomón.
Para ganar las elecciones, los recursos públicos fueron incinerados en renuncias fiscales faraónicas: en intereses subsidiados, a costa de la población, en beneficio del gran capital; en programas de asignación miserable de recursos para los necesitados, en tanto se estimaban valores miserables para el salario mínimo; en la concesión de todos los favores y facilidades para el capital bancario. No hubo sector que no fuese irrigado, sabiéndose que, sería la población y los trabajadores quiénes pagarían la cuenta. Cómo ahora ya la pagan.
En la búsqueda de asegurar el maridaje promiscuo con el poder, se mercadeó con el fundamentalismo religioso los derechos civiles y republicanos más elementales. No hubo exigencia del integrismo religioso que no fuese facilitado. Se mantiene a la mujer al margen del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, incluso cuando la despreocupación en los servicios sanitarios del país, amenaza a los fetos en los propios úteros maternos. No se reconocen los más mínimos derechos a la homo-afectividad.
En la conversión en partido del orden y de gobierno a cualquier precio, el PT renunció, sin ninguna vergüenza, al programa socialista y, a seguir, los principios democráticos y republicanos, para transformarse en organización populista pro-capitalista. En este momento, para no ser defenestrado del reparto federal, emprende un ataque general contra los salarios, el consumo popular, el empleo, los derechos civiles, la legislación laboral, etc.
Pasa, por lo tanto, a depender esencialmente de la burocracia que construyó en su larga trayectoria y de la indiscutible satisfacción del gran capital, que comprende que vuelven los tiempos de Collor y de Fernando Henrique Cardoso, donde todo era posible.
Mário Maestri, Historiador, nacido en Porto Alegre. Participó en la fundación del Centro de Estudios Marxistas de Río Grande del Sur y de la revista Historia & Lucha de Clases. Autor entre otras obras, de «O escravismo antigo», Editora Atual, San Pablo, 2010. (Redacción de Correspondencia de Prensa).
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Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa