La importancia fundamental del punto de vista: Para el turista es pintoresco el nativo, para el nativo lo es el turista. El riesgo de ser gobernados por el miedo. El sentido de la utopía: hacernos caminar hacia algo que no se puede alcanzar. El mercado, ente supremo que lo administra todo. Aquel plebiscito, que pasó inadvertido, vencido por quienes quieren que el agua sea un «bien público». La revista mensual italiana Una Città entrevista a Eduardo Galeano.
EDUARDO GALEANO, escritor y periodista. Alma crítica de América y figura de esplendor del movimiento «altermundialista». Entre sus escritos más conocidos a nivel internacional y traducidos al italiano: la trilogía Memoria del fuego (1986), El fútbol a sol y sombra (1995), Las venas abiertas de América latina (1971), Patas arriba. La historia del mundo al revés (1999).
Ùna Città: A menudo en tus escritos te detienes en la importancia del «punto de vista»…
Eduardo Galeano: Sí, el punto de vista que se asume es siempre fundamental. En Bocas del tiempo, hay un texto titulado justamente de este modo, «Puntos de vista»: «en cierto momento, más allá del tiempo, el mundo era gris; gracias a los indios Ishir, que robaron los colores a los dioses, ahora el mundo resplandece y los colores del mundo arden en los ojos que los miran». Hace algún tiempo, Ticio Escobar, un amigo mío paraguayo, acompañó a un equipo de la televisión europea que quería filmar escenas de la vida cotidiana de estos indígenas; una niña indígena seguía al director del equipo, sombra silenciosa pegada a su cuerpo, lo miraba fijo al rostro, muy de cerca, como si quisiera entrar en sus extraños ojos azules. El director se valió de la intercesión de Ticio Escobar, que conocía a la niña y entendía su lengua, y ella le confesó: «Quiero saber de qué color ve él las cosas», a lo que el director sonrió: «Del mismo color que vos», «¿Pero qué sabe usted de qué color veo yo las cosas?».
Todo esto nos pone frente al tema de la diversidad…
L a diversidad pasa por la diversidad de los puntos de vista posibles: desde el punto de vista del Sur, el verano del Norte es invierno. Y desde el punto de vista de un gusano, un plato de fideos es una orgía; donde los hindúes ven una vaca sagrada, otros ven una gran hamburguesa. Desde el punto de vista de Hipócrates, Galeno, Maimónides y Paracelso, existía una enfermedad llamada indigestión, pero no existía una enfermedad llamada hambre. Desde el punto de vista del búho, del murciélago, del bohemio y del ladrón, el crepúsculo es la hora del desayuno. La lluvia es una maldición para el turista y una bendición para el campesino. Desde el punto de vista del nativo, es el turista el pintoresco. Desde el punto de vista de los indios de las islas del Caribe, Cristóbal Colón, con su sombrero de plumas y su capa de terciopelo roja, era un papagayo de dimensiones jamás vistas…
La diversidad hoy parece bajo ataque por la capacidad homogeneizadora de la globalización. ¿Qué pasa entonces con las culturas, con las identidades?
En esta civilización que confunde la cantidad con la calidad, la obesidad con la buena alimentación, en la que triunfa la basura disfrazada de comida, la industria está colonizando los paladares del mundo y está destruyendo las tradiciones de las cocinas locales, Los hábitos de la buena cocina que llegan desde lejos. En algunos países, esas tradiciones tienen a sus espaldas milenios de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo, ya que se encuentran en las casas de todos, no sólo sobre la mesa de los ricos. Estas tradiciones, estas señas de identidad cultural, estas fiestas de la vida están siendo aplastadas de manera fulminante por las imposiciones del sabor químico y único. La globalización viola con éxito el derecho a la autodeterminación de la cocina, derecho sagrado, porque la boca es una de las puertas del alma.
¿Qué opinas del modo occidental, hoy, de pensar la inmigración?
También aquí se trata de una cuestión de puntos de vista… Respondo recurriendo a un trabajo de imaginación histórica: la historia como habría podido ser… Cristóbal Colón no pudo descubrir América porque no tenía visado y no tenía ni siquiera pasaporte. A Pedro Alvares Cabral le fue prohibido desembarcar en Brasil porque habría podido llevar consigo la viruela, el sarampión, la gripe y otras pestilencias desconocidas en el país; Hernán Cortés y Francisco Pizarro se quedaron con las ganas de conquistar México y Perú porque no tenían el permiso de trabajo; Pedro de Alvarado fue rechazado en Guatemala; Pedro de Valdivia no pudo entrar a Chile porque no tenía el certificado de buena conducta otorgado por la policía; los peregrinos del Mayflower fueron devueltos al mar porque en la costa de Massachussets no había vacantes abiertas a la inmigración… Pienso siempre que para comprender una situación es necesario hacer este ejercicio del punto de vista. Así, con el tema de la inmigración habría que preguntarse qué habría pasado si América latina hubiera actuado de la misma manera que hoy actúan los países desarrollados frente a la inmigración. Hay muchos casos, no todos, pero son muchos los migrantes que hacen un viaje de retorno al país de origen del abuelo o de la abuela, como en Italia o en España, por lo que es de esperar que sean acogidos como lo fueron en América cuando el viaje se hacía en sentido contrario. Es una tragedia de nuestro tiempo esta inmensa masa migrante que vaga por el mundo buscando casa. Muchos son expulsados por las guerras, muchos por las catástrofes que se llaman «naturales», pero que de naturales no tienen nada, y muchos son expulsados por la miseria, por la pobreza. Cuando yo era joven existía una verdad universal: la pobreza es hija de la injusticia; si existía la pobreza, era porque existía la injusticia. Hoy las cosas han cambiado mucho: el mundo no piensa de la misma manera, y para buena parte de la humanidad o, por lo menos, para buena parte de la minoría gobernante, dominante, la pobreza ya no es hija de la injusticia porque la injusticia no existe, la pobreza es el castigo a la ineficiencia. Por lo tanto, no es injusta. Este tipo de razonamiento, de mentalidad, era inimaginable en el mundo de los años sesenta y setenta. Las cosas han cambiado mucho y la inmigración paga las consecuencias de este cambio. Este es un tema muy importante y probablemente un signo del tiempo, un gran signo del tiempo: esta tragedia de las fronteras que se abren mágicamente al paso del dinero, al paso de las mercancías, pero que se cierran al paso de los seres humanos, al paso de la gente. La mía es una acusación contra todo sistema que prefiere los objetos, las cosas, a las personas.
¿Qué es para ti la pobreza?
Los pobres, los verdaderos pobres, son todos aquellos que no tienen tiempo para perder tiempo. Los verdaderos pobres, son aquellos que no tienen silencio y no pueden comprarlo. Son aquellos que tienen piernas pero se han olvidado de caminar, como las alas de las gallinas han olvidado volar. Son aquellos que comen basura y la pagan como si fuera comida. Son aquellos que tienen el derecho de respirar mierda como si fuera aire. Son aquellos que tienen sólo la libertad de elegir entre un canal de televisión y otro. Son aquellos que viven dramas pasionales con las máquinas. Son aquellos que estando entre muchos, están siempre solos. Los pobres, los verdaderos pobres, son aquellos que no saben que son pobres.
A menudo tus historias hacen las cuentas con la televisión, que tú definiste de manera sagaz como la «ametralladora televisiva». ¿Qué piensas de los medios de comunicación de masas?
La siguiente es un historia verdadera que relató el sultán de Persia miles de años atrás, pero que yo no olvidé, porque es muy poderosa, muy importante. Miles de años atrás dijo el sultán de Persia: «¡Qué maravilla!»; él nunca había probado la berenjena y la estaba comiendo en fetas condimentada con jengibre y hierbas del Nilo. Entonces el poeta de la corte exaltó la berenjena que da placer al paladar y en la cama hace milagros porque para las proezas del amor resulta más estimulante que el polvo de dientes de tigre y que el cuerno rayado del rinoceronte. Un par de bocados después, el sultán dijo: «¡Qué asco!», y entonces el poeta de la corte maldijo la berenjena traidora que retarda la digestión, llena la cabeza de feos pensamientos y empuja a los hombres virtuosos hacia el abismo del delirio y la locura. Alguien malicioso comentó: «Apenas ha elevado a la berenjena al paraíso y ahora la está arrojando al infierno», pero el poeta, que era un profeta de los medios de comunicación de masas, puso las cosas en su lugar: «Yo soy un cortesano del sultán, no un cortesano de la berenjena».
Hoy, en nuestros discursos, en nuestras vidas, en nuestra cotidianidad, el espectro del miedo está muy presente, es invasor, orienta nuestras acciones, nuestros pensamientos…
El miedo global es un tema que no puede faltar en nuestras reflexiones, porque todos nosotros estamos más o menos sufriendo en este mundo una dictadura del miedo. El miedo es poderosísimo, el miedo ha decidido hace poco tiempo la elección del presidente del planeta, este intelectual norteamericano George Bush, el filósofo que ha llegado a ser presidente del planeta… ¿Gracias a qué? Gracias al miedo. Poco antes, en vista de las elecciones, apareció un funcionario del miedo, un profesional del miedo: Bin Laden, una figura con una cara demoníaca, enmascarado como en el carnaval en Uruguay, y que anunció que se comería a todos los niños vivos… Bush venció con cuatro puntos de ventaja. Es muy poderoso el miedo, decide todo: el miedo a ser, el miedo a recordar, el miedo a comer, el miedo a respirar, el miedo a caminar, el miedo de hablar. Sobre el miedo querría leer un pasaje de Patas arriba: «Aquellos que trabajan tienen miedo de perder el trabajo, aquellos que no trabajan tienen miedo de no encontrar nunca trabajo, el que no tiene miedo del hambre tiene miedo de la comida, los automovilistas tienen miedo de caminar y los peatones tienen miedo de ser atropellados, la democracia tiene miedo de recordar y el lenguaje tiene miedo de hablar, los civiles tienen miedo de los militares y los militares tienen miedo de la falta de armas, las armas tienen miedo de la falta de guerras». La nuestra es la época del miedo: miedo femenino a la violencia del hombre y miedo masculino a la mujer sin miedo, miedo a los ladrones, miedo a la policía, miedo a la puerta sin cerradura, al tiempo sin relojes, al niño sin televisión, miedo a la noche sin pastillas para dormir y al día sin pastillas para despertarse, miedo a la multitud, miedo a la soledad, miedo de lo que ha sido y de lo que puede ser, miedo de morir, miedo de vivir.
¿Hay una relación entre las promesas truncas y el miedo?
Es una buena pregunta. Pienso que el mundo está más o menos sometido a una dictadura del miedo que en la mayoría de los casos se expresa a través de los organismos financieros internacionales, que están en condiciones de ejercer una presión extorsiva sobre gobiernos que tienen intención de cambiar la realidad y que aplican lo que yo llamo la «cultura de la impotencia». Esta es una herencia de los viejos tiempos coloniales, una cultura de la impotencia que le ha costado mucho a América Latina, alimentada por curas fatalistas, militares despóticos, doctores imbéciles que han dicho y repetido una, dos, tres y miles de veces: «la realidad es intocable». Y cada vez que un gobierno, un movimiento popular muestra el «peligro» de que la realidad pueda ser tocada y cambiada, interviene un señor invisible que todo lo puede, que es omnipotente y que se llama «mercado». Mercado ya no es el nombre de aquel lugar «doméstico», de los barrios donde la gente se encuentra con la gente y se compra verdura y fruta. No, mercado hoy es el nombre de una potencia invisible, un nuevo dios que dirige nuestros actos y que prohíbe casi todo. En América latina, en los nuevos gobiernos latinoamericanos, tengo muchos compañeros, mis compañeros de muchos años atrás, que me dicen: Sí, sí, está bien, pero no es posible, no es posible porque el mercado no lo permite, y aquí mi pregunta es: «¿Pero quién ha votado por este señor mercado? ¿Tiene una credencial civil? ¿Tiene documentos? ¿Quién es el mercado? ¿Es un diputado, es un ministro, quién ha elegido al mercado?». Nadie eligió al mercado. Es un secuestro de la voluntad popular por el miedo, el miedo de inquietar al mercado… Pienso que en esta tensión entre las promesas y la realidad, el deseo y el mundo, lo que se quiere hacer y lo que se puede hacer y no se hace, el miedo tiene un rol importantísimo porque es una fuente de impotencia. Este es el gran desafío para todos nosotros, no sólo para América latina, también para el mundo entero. Esta resignación ante la realidad es como la aceptación fatalista de un destino. La realidad no es un destino: es un desafío, el tiempo presente no es el tiempo de la eternidad, las cosas, la realidad cambian, están en transformación continua, todo cambia todo el tiempo y nosotros… tenemos el sagrado derecho de imaginar el futuro. No estamos condenados a aceptarlo.
¿Qué representan para ti los libros? ¿Cómo los escribes? ¿Cuál es el sentido que tiene para ti la escritura?
En este momento estoy por publicar un libro titulado «Bocas del tiempo«. Soy muy lento para trabajar, para escribir. Escribo textos breves que relatan historias, historias que pienso vale la pena contar a otros, que merecen ser relatadas, una especie de «contagio». Los libros me escriben, yo no los escribo; me parece estar escribiéndolos, pero no es verdad, son los libros los que me escriben, crecen dentro de mí, se unen a las palabras, tengo la sangre llena de palabras.
En tus escritos a menudo aparecen imágenes de niños, de la infancia, la infancia robada, abolida, imaginada, con la magia que debería atravesarla, sin embargo demasiado a menudo obligada a callar. ¿Nunca has escrito textos para niños?
He escrito un par de libros para niños pero no estoy satisfecho porque la literatura para niños no alcanza nunca la magia de las voces de los niños, por lo que es mejor escuchar a un niño antes que hablarle. Yo escucho mucho a los niños: son sorprendentes, sobre todo hasta una cierta edad, porque tienen mucha magia, son todos poetas o pintores. Son impresionantes los niños, desde los tres a los cinco años son todos genios a todos los niveles sociales.
Deberemos descubrir qué sucede con esta energía creadora que se transforma. En su autobiografía George Bernard Shaw dice una frase que, quién sabe, quizás es una indicación; dice: «A los siete años tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela».
Nuestro mundo corre peligro de perder la magia de la infancia, su energía creadora, quizás ha olvidado también la tensión, la fuerza constructiva de la utopía…
«Ella está en el horizonte» dice Fernando Birri. «Me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos, y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. A pesar de que camine, no la alcanzaré nunca. ¿Para qué sirve la utopía? Sirve para esto: para caminar». «La utopía sirve para caminar», pero hay otra utopía que es la del poder negativo que nos querría hacer vivir sin caminar, quizás se deba decir que dejaremos de morir y reanudaremos con fuerza el camino cuando renunciemos al poder…
Creo que el mejor de mis días es aquel que debe todavía venir. La cosa más bella de la vida es la capacidad de sorpresa. Las cosas que suceden cuando nadie lo espera no son siempre malas noticias, a veces son cosas muy bellas, y este es un modo, un mensaje de la vida para decirnos que vale la pena, que vale la pena esperar estas noticias. Es normal que sea difícil, que haya momentos en que nos caemos, nos levantamos y volvemos a caer. Estos son tiempos difíciles, muy difíciles, pero no hay que tener miedo, no hay que amedrentarse. Debemos saber que no es real sólo la realidad que conocemos, que es real también la realidad de la que tenemos necesidad, que es tan real como la otra, porque está dentro de la panza de la otra. Años atrás visité en Venezuela, sobre el lago Maracaibo, a mi amigo pintor Vargas. Este pintor era también un carpintero analfabeto, era un artista con un talento extraordinario: nació, creció y murió en el mismo lugar, aquel lugar tan deprimente, horrible, que se llama Cabimas. Cabimas fue por mucho tiempo la fuente principal de petróleo de todo el occidente, un tesoro de petróleo que dio millones de dólares a las compañías y a las industrias. Se trataba de un lugar oscuro, tristísimo porque el petróleo había matado todo lo que había tocado, no había más verde en Cabimas, todo tenía el color del petróleo, no había pájaros, no había árboles, no había peces vivos en el agua. Era un cementerio, todo gris o negro… Bien, a pesar de los grises y los negros, el pintor que vivía en este lugar pintaba con colores vistosos, pintaba árboles llenos de hojas, pájaros de dimensiones enormes. Un mundo completamente loco hecho de una estrepitosa alegría de la imaginación. Vargas murió, y sus obras se venden ahora muy bien en las galerías de arte más importantes del mundo como «expresión de la exuberante naturaleza latinoamericana». Vargas es la prueba de que estamos en una tierra besada por los dioses porque tenemos esta naturaleza particular. Vargas murió en la miseria, el pobre no tenía idea del valor de lo que hacía. Yo le decía: «Vargas, tu eres un pintor realista» y él, que no sabía mucho de la historia del arte: «Ah, ¿soy realista?» «Sí», le decía yo, y él: «Ah, bueno». El aceptaba esto, lo creía verdaderamente, porque Vargas no pintaba la realidad que conocía, sino la realidad de la que tenía necesidad y por eso era un pintor realista. Esto lo creo profundamente.
¿Cómo ves hoy la situación de América latina? ¿Todavía es, con los cambios que se están produciendo en este momento, por decirlo de algún modo, «el corral de los Estados Unidos?
En este último período ha habido novedades a nivel político, buenas noticias. Hay gobiernos en América del Sur que tienen ganas de cambiar las cosas, que tienen algún proyecto de cambio de la realidad. Se sitúan frente a un desafío que no es fácil porque las condiciones son muy difíciles, el espacio para el cambio se ha reducido mucho, sobre todo debido al secuestro de la soberanía realizado por la deuda externa. Esto ha transferido la soberanía a las bancas de crédito, que tienen el poder de decidir qué se debe hacer y qué no. Pero, a pesar de eso, hay un compromiso asumido por los gobiernos frente al pueblo que los ha votado y su promesa de cambio. Así que hay una tensión entre realidad y necesidad. Todo esto implica una responsabilidad muy grande porque la democracia está en una situación crítica en América latina, sobre todo entre las nuevas generaciones, que no creen mucho en ella. Yo defiendo este comportamiento, lo comprendo muy bien. Hay compañeros de mi generación que están furiosos contra los jóvenes: «¡Ah!, no tienen conciencia política, son indiferentes». Los jóvenes en América latina tienen todas las razones posibles e imaginables para creer que la democracia los invita a elegir entre lo mismo y lo mismo, porque la experiencia que conocieron o escucharon es una continua traición a la voluntad. Esta es para mí, desde mi punto de vista, una responsabilidad inmensa. A menudo recuerdo a un hombre que ha tenido una gran influencia en mi formación periodística y humana, un viejo periodista uruguayo, fundador y director por muchos años de un cotidiano de altísima calidad llamado Marcha y que fue asesinado por la dictadura militar. Era un diario independiente de izquierda que ofrecía un salario «de peón», pero sus expectativas nos hacían creer que éramos los periodistas mejor pagos del mundo. Para mí esta es una lección de ética profesional importantísima y de allí viene esta enfermedad mía, la manía de corregir y recorregir, hacer y rehacer otra vez, leer no una, sino dos, tres, cinco veces, lo que no es compatible con el ritmo de trabajo normal del periodismo…
Él me enseñó una cosa todavía más importante. Tenía cuarenta años más que yo, yo no tenía veinte y estaba en contra de todo. Entonces, un día me dijo (con un tono que a mí me pareció muy retórico, muy pomposo, pero que después, con el paso del tiempo, comprendí que tenía razón, y que este lenguaje que parecía muy teatral era un lenguaje verdadero): «Se pueden cometer todos los pecados, porque todos los pecados tienen redención, todos, excepto uno: no se puede pecar contra la esperanza». Esto que me parecía un discurso de una solemnidad a toda prueba, era, al contrario, una gran verdad, una verdad que todos los políticos -sobre todo los políticos de izquierda- deberían tener en letras gigantes colgada sobre la pared para no olvidar nunca que está prohibido, terminantemente prohibido pecar contra la esperanza.
¿Qué opinión tienes de países que están viviendo una política socialista en América del Sur como Uruguay, Chile, el Brasil de Lula?
Yo soy uruguayo, he participado siempre de la lucha del Frente Amplio y me siento parte de este gobierno. Vengo del tiempo en que las cosas para la izquierda no eran fáciles. En un país como Uruguay ir a los pueblitos del interior era muy, muy difícil… Recuerdo bien, siendo miembro de la juventud socialista, lo que significaba ir de pueblito en pueblito: sucedía que había que pararse en la plaza principal para hablar de socialismo delante de la mirada atónita de tres o cuatro muchachos que se preguntaban: «¿De dónde habrá salido este marciano?». Hoy las cosas han cambiado mucho y la izquierda ganó las elecciones y también la mayoría en el Parlamento. El mismo día en que la izquierda ganó las elecciones, sucedió otra cosa que no tuvo ninguna resonancia, ningún eco en los medios de comunicación: el único plebiscito popular sobre el tema del agua de la historia universal. El primero y por ahora el único. La pregunta a la población era si quería que el agua fuera un servicio público o una especie de mercadería privada. Y bien, el 65% de la población dijo: «El agua es de todos, el agua es un derecho público». Esto, que desde mi punto de vista es importantísimo, no ha tenido ninguna relevancia, este plebiscito fue mantenido en secreto, como clandestino, en parte porque Uruguay es un país muy chico, pero en parte también -no creo en la inocencia de este silencio- porque algunas noticias son importantes para los grandes medios de comunicación, mientras que otras, tal vez auténticamente significativas, no tienen ninguna importancia. Este era un ejemplo «contagioso», peligrosamente contagioso, era la continuación de otro plebiscito que nosotros habíamos hecho en el año 1992 sobre la privatización de los servicios públicos generales, cuando el 72% de la población uruguaya votó contra la privatización. Que sea el único plebiscito de este tipo en la historia de la humanidad es para mí algo escandaloso, porque cuando un gobierno adopta soluciones que comprometen a diferentes generaciones tiene la obligación de consultar al pueblo, porque son soluciones para el padre, el hijo, el nieto; son soluciones que serán prorrogadas por mucho tiempo. Cuando se hipoteca un país, cuando se privatiza todo, como fue el caso por ejemplo de la Argentina (que es un caso vecino al nuestro, muy importante para explicar esta expresión de la voluntad nacional), no se puede no comprometer al pueblo.
Traducción para www.sinpermiso.info : Ricardo González-Bertomeu
Una Città, septiembre 2005