En la conferencia inmediatamente posterior a su liberación el pasado viernes, tras la detención forzada para declarar por orden del juez de primera instancia Sergio Moro, Lula dijo con contundencia: Se ententaram matar a jararaca, nao bateram na cabeca, bateram no rabo (si intentaron matar a la yarará, no lo hicieron en la cabeza, sino […]
En la conferencia inmediatamente posterior a su liberación el pasado viernes, tras la detención forzada para declarar por orden del juez de primera instancia Sergio Moro, Lula dijo con contundencia: Se ententaram matar a jararaca, nao bateram na cabeca, bateram no rabo (si intentaron matar a la yarará, no lo hicieron en la cabeza, sino en la cola). Esta metáfora parece haberse hecho carne en la decisión confirmada hace unas horas, de que Lula asumirá como Ministro Jefe la Casa Civil del Gobierno. La medida es absolutamente significativa en varios aspectos, teniendo en cuenta el inestable panorama político brasileño.
En primer lugar, quizás lo más importante sea el hecho de que Lula retorna al gobierno; vuelve a formar parte de un gobierno del Partido dos Trabalhadores. Y no va a un ministerio más: la Casa Civil tiene la potestad formal de asesorar a la Presidencia pero, en la práctica, se trata de un espacio institucional que oficia de articulador político del gobierno, esto es, respecto del vínculo con los otros Ministerios -en cuanto a los lineamientos prioritarios de gobierno- , respecto de su base de sustentación parlamentaria y, finalmente, en los apoyos políticos en general, aquellos que están por fuera del sistema político estricto y para lo cual la figura de Lula es de un peso y reconocimiento inestimable.
Todos los intentos de la derecha antidemocrática enquistada en el poder judicial, en algunos partidos opositores y en el gran poder mediático para impedir un posible regreso de Lula al gobierno en 2018 se ven ahora frenados, en una situación desconcertante para estos sectores. El hecho que Lula ocupe un Ministerio implica, y en esto consiste el segundo aspecto a tener en cuenta, que el intento de golpe judicial encabezado por Sergio Moro – el juez de la Operación Lava Jato- pierde la fuerza que ha tenido hasta ahora. La ley indica que los todos ministros adquieren fueros privilegiados y, por lo tanto, los requerimientos judiciales que eventualmente los pueden afectar pasan a ser definidos procesalmente por el Supremo Tribunal Federal, cuestión que aleja -en principio- la arbitrariedad con la que se venía manejando el juez Sergio Moro.
Respecto de Lula, lo aleja de un pedido intempestivo de prisión preventiva, de quedar a merced de cualquier tipo de búsqueda de pruebas, tal como parecía encaminarse su expediente hasta ahora, en ese intento coordinado por imposibilitar a cualquier precio la candidatura de Lula en 2018. Tiene que quedar bien en claro que esta circunstancia no anula que los procesos destituyentes sobre el gobierno de Dilma Rousseff sigan su curso -particularmente los iniciados en el Congreso de los Diputados y en el Tribunal Supremo Electoral- aunque la incorporación ministerial de Lula puede ayudar para quebrar el clima político establecido y, con eso, quizás detener los ánimos golpistas.
En tercer lugar, la medida renueva las esperanzas de las históricas bases sociales del PT (Partido dos Trabalhadores). No es un dato menor que buena parte de los apoyos del gobierno estén en contra de la embestida golpista de la oposición judicial, mediática y legislativa; pero han manifestado en reiteradas oportunidades que el rumbo que tomó el segundo mandato de Dilma Rousseff está lejos de constituir la propuesta progresista que se inauguró con Lula en 2003. Con Lula, no sólo reingresan atributos claves para una solidificación de la gobernabilidad sino también, tal como él mismo lo ha dejado trascender, una revisión de la orientación macroeconómica llevada adelante en estos dos últimos años.
Golpe por golpe. En esta maniobra de intensidad equivalente a la que desplegó la oposición el 4 de marzo, el gobierno se juega mucho, por no decir todo. El hecho es que no hay demasiado margen para concesiones a la burguesía reaccionaria y sus brazos institucionales, que ante la menor crisis abandonan cualquier «alianza» de clase que se les proponga, como lo hizo el PT al llegar al gobierno. Ahora la jararaca está de vuelta. Esperemos que la próxima vez que golpeen no deje que lo hagan en su cabeza (y en la de todo el pueblo que asomó junto a él en 2003).
Disponible en: http://www.celag.org/el-regreso-de-la-yarara-por-camila-vollenweider/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.