Tal como ocurrió varias veces en los gobiernos sucesivos del Comandante Chávez, el anunciado sacudón político-económico del pasado 18 de septiembre, despertó mucha expectación entre chavistas, anti chavistas y observadores de la política venezolana. En medio de una realidad tan peliaguda, especialmente dentro del chavismo, no hay duda que el interés se correspondió con la […]
Tal como ocurrió varias veces en los gobiernos sucesivos del Comandante Chávez, el anunciado sacudón político-económico del pasado 18 de septiembre, despertó mucha expectación entre chavistas, anti chavistas y observadores de la política venezolana.
En medio de una realidad tan peliaguda, especialmente dentro del chavismo, no hay duda que el interés se correspondió con la agudización de problemas, crisis segmentarias, tensiones, demandas sociales y presiones externas que sufre el país caribeño desde hace algunos años, todo ello acelerado con la muerte del Comandante.
El presidente Nicolás Maduro definió como «revoluciones» los cinco ajuste o tareas prometidas: «Las «cinco revoluciones» se harán en materia económica, del conocimiento, en las misiones sociales, en la política del Estado, y la del «socialismo en lo territorial» (Alocución presidencial, 18 de agosto 2014).
Tanto la movida ministerial y sus previsibles efectos económicos, como lo producido en el estado de ánimo del movimiento bolivariano, verificado en múltiples expresiones, convirtieron a este sacudón, que también podría interpretarse como un revolcón en la política nacional, en el más quebradizo modo de adaptarse a una transición que no soporta medias tintas. No definió nada radical en ningún sentido. Ni fue un giro a la derecha, ni fue un giro a la izquierda. Simplemente un reacomodo de piezas del poder en un sistema político en tránsito, para administrar un Estado en crisis y sin remedio.
LAS CONDICIONES DEL SACUDÓN.-
La breve crónica del sacudón de Maduro comenzó el 9 de enero de este año cuando una parte de su Gabinete se puso a la orden para facilitar cambios y reformas, luego del triunfo en las elecciones municipales de diciembre 2013. Ese proceso fue alterado por el levantamiento derechista de febrero-marzo-abril. El 3 de julio, ya derrotada la «revuelta de ricos» liderada por Leopoldo López, el presidente anunció cambios bruscos. Como hiciera Hugo Chávez, en su programa de radio y TV habló de «una revolución en la revolución».
El anuncio no apareció en la fecha anunciada. Es que estaba condicionado por dos pruebas sociales crujientes en la gobernabilidad: las Mesas de Negociación, un espacio donde la derecha opositora le arrancó al gobierno dólares, cupos de importación y nuevos precios comerciales, y simultáneamente, las nuevas demandas de un movimiento obrero que desde la devaluación de enero y por la dislocante inflación, siente la reducción fatal de su capacidad de compra y su peso social y sindical y ha comenzado a salir a la calle.
Este cruce de presiones y exigencias políticas, sociales y económicas, se potenció en términos de debilidad gubernamental desde junio. Las concesiones a los empresarios opositores, en medio de un ambiente de creciente molestia por las góndolas vaciadas, la secuela psíquica por la violencia sufrida desde febrero, una parálisis sustantiva en la producción y circulación de bienes ligeros e intermedios, el malestar obrero y la polarización política, comenzaron a agriar el humor del pueblo chavista de una manera desconocida.
Por primera vez en 15 años, la gente trabajadora y de clase media profesional, bolivariana o contra, comenzó a manifestar estados de angustia social. Este es el dato sensible del proceso en marcha.
El sacudón es una manera de responder a esa base social fragilizada, en medio de fuertes presiones enemigas. Esa manera está atravesada por la contradicción entre lo que sugiere la hiperbólica palabra y sus resultados.
Desde el mes de julio se manifiesta un debilitamiento en términos relativos en el poder político y económico del gobierno. La complejidad de este tipo de tendencia no la retratan las encuestas de opinión, basadas casi siempre en preguntas simplonas y vaciadas de las múltiples determinaciones en realidades riesgosas como la bolivariana. Ningún gobierno estabilizado y seguro, anuncia un sacudón para cambiar gabinete y hacer revisiones tan profundas en su funcionamiento institucional. El presidente venezolano dijo: «Haremos en Miraflores y del Gobierno de Calle un proceso de revisión, de todos los mecanismos de trabajo, consulta, de toma de decisiones, de todo el Gobierno».
SACUDÓN O GOLPE DE TIMÓN.
Antes del 18 de agosto, las expectativas se dividieron en dos. El chavismo esperaba un sacudón hacia la izquierda para salir del embotellamiento del proceso revolucionario. La oposición esperaba lo mismo, pero hacia el lado opuesto, o sea, una profundización del retroceso parcial logrado en las Mesas de negociación. Merryl Linch, la firma imperialista que visitó Caracas en junio, dijo en su Informe que esperaba lo mismo «tras la remoción de los ministros marxistas», Héctor Navarro y Jorge Giordani (Ver en Miradas al sur: La ruptura en el Gabinete de Maduro sacude a los chavistas, 13 de Julio de 2014)
Para las vanguardias y el pueblo más consciente del chavismo, el sacudón podía llamarse revolución si radicalizaba las medidas contra los especuladores comerciales, los ladrones de la banca, los corruptos del gobierno, los acaparadores de la industria, las mafias del sindicalismo corporativo, los traficantes del dólar y los ministros y funcionarios inservibles. Para ellos, no habrá sacudón mientras no sean penados los directores del Banco Central que migraron entre 22 y 29 mil millones de dólares a la banca privada en dos años, y concedieron desde CADIVI, la entidad reguladora del dólar, otras decenas de miles de millones en 10 años, a una veintena de empresas privadas locales, multinacionales de autos, celulares y servicios, se quedarán en sus manos.
Para el chavismo militante y los movimientos de base, el sacudón debe parecerse al Golpe de Timón. Así se llama el encargo del comandante Chávez a su Gabinete y a Maduro en persona, el 29 de octubre de 2012. Con acertada ironía, el economista venezolano Manuel Sutherland, escribió el 5 de septiembre que el promocionado sacudón resultó en un adiós al Golpe de Timón (Tribuna Popular, Caracas, 5 de septiembre 2014)
En cambio, la derecha esperaba un sacudón contra las conquistas del chavismo, expresado políticamente como un retroceso en el tipo de gobierno, el tipo de economía y en los representantes en el Gabinete.
Ni lo uno ni lo otro, aunque tampoco es neutro. El problema es que en situaciones revolucionarias, como la venezolana, la indefinición o el enroque conservador, significan retroceso. En esa medida, el sacudón genera efectos opuestos a los intereses de la revolución bolivariana.
AJUSTAR LAS PIEZAS.
El «sacudón» del 18 de agosto tiene como objetivo reafirmar la economía estatal-burocrática de tipo capitalista. Este modelo económico dio todo lo que pudo en beneficios y redistribución entre 2004 y 2011. Al centrarse en la renta petrolera convirtió en improductiva su potencia como capital y pervirtió al aparato estatal entero. La aparición de nuevos ricos y el crecimiento de las fortunas más tradicionales, fue uno de sus resultados fatales. El derivado social más visible es la voraz rapiñuela de una amplia capa intermedia de funcionarios, sindicalistas, diplomáticos y expertos culturales.
El sacudón intenta reordenar la institución correspondiente a ese tipo de Estado y economía. Darle más equilibrio a las cuatro partes que componen el sistema de poder después de Chávez. Esto explica la redistribución de los mismos ministros en el mismo Gabinete al servicio de la misma economía dentro del mismo tipo de Estado. Las caras nuevas son representaciones tributarias de esas cuatro fuerzas.
Pero tampoco se puede afirmar que la burguesía externa al gobierno obtuvo el cambio más deseado por ella: un cambio de Gabinete que los incluya o represente en forma directa; tampoco logró una des-expropiación masiva de empresas y tierras, o una derogación de la nueva Ley del Trabajo. No por ahora. Para ello se requiere una derrota física de los trabajadores del campo y la ciudad. El sacudón permitió blindar los mecanismos comerciales y bancarios mediante los cuales, el capital y la nueva burocracia fisuró el control estatal de PDVSA desde 2003, para apropiarse de pedazos de la renta petrolera.
Llamar sacudón a un paquete de medidas que no producen sacudidas allí donde deben producirlas, resulta una contradicción en los términos y en la realidad social. Sobre todo cuando se acude a la palabra-concepto revolución para cambios tan mesuraditos y calculados en un gabinete que siguió funcionando al día siguiente, como si nada hubiera cambiado.
En las condiciones de la Venezuela actual, no hay ni habrá sacudón político, social y económico, que no tenga como punto de partida el Golpe de Timón legado por el Comandante Chávez, y como perspectiva transicional la estrategia del Programa de la Patria, un instrumento programático que puede servir para abrir el camino al post-capitalismo.