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El sangriento asalto militar al complejo de favelas del Alemão, bastión de la organización narco Comando Vermelho y sus consecuencias políticas

Fuentes: Revista Debate

Los helicópteros policiales abren paso con el intenso fuego de las ráfagas de ametralladora para que los «caveirões», esos carros blindados que parecen indestructibles, suban la cuesta del morro, asestando disparos hacia puntos que ven como sospechosos. Los tanques militares M113, Mowag Piranha y Claanf, de las Fuerzas Armadas, transportan a los agentes al centro […]

Los helicópteros policiales abren paso con el intenso fuego de las ráfagas de ametralladora para que los «caveirões», esos carros blindados que parecen indestructibles, suban la cuesta del morro, asestando disparos hacia puntos que ven como sospechosos. Los tanques militares M113, Mowag Piranha y Claanf, de las Fuerzas Armadas, transportan a los agentes al centro de las barriadas. Unos mil policías y militares cercan el contorno del complejo para evitar el escape, en una acción dirigida por el Batallón de Operaciones Especiales (BOPE). Ilustran el escenario de una entrada espectacular. Tienen suerte, la resistencia del enemigo es prácticamente nula. Como broche, una secuencia casi cinematográfica que cualquier filme bélico envidiaría: la bandera de Brasil y la del estado de Río de Janeiro flameando, triunfantes, en lo alto del complejo de favelas del Alemão, en la zona norte de la ciudad, donde viven unas cuatrocientas mil personas distribuidas en doce barriadas. Es la imagen de la conquista territorial del mayor bastión del Comando Vermelho -el grupo narco más poderoso del país-, en el operativo bélico urbano más grande de la historia carioca. La guerra, tal el sustantivo reinante, tiene un vencedor. ¿O no?

«Vencimos, trajimos la libertad para el complejo de Alemão», declara el eufórico comandante de la Policía Militar de Río de Janeiro, Mario Sérgio Duarte, minutos después de la incursión en la que participan 2.600 efectivos, con ochocientos integrantes del Ejército y 106 de la Marina incluidos. La ofensiva comenzó a las 7.59 del 28 de noviembre, con el asalto al complejo de Alemão, al expirar el ultimátum policial.

Más de cuarenta toneladas de marihuana, cuatro de cocaína y pasta base, 132 cartuchos de dinamita, uno o dos misiles antitanque, numerosas y sofisticadas armas, municiones antiaéreas capaces de voltear un helicóptero y, según datos extraoficiales, cerca de un millón de dólares fueron secuestrados en las fastuosas mansiones de los jefes narco, escondidas entre la miseria de las favelas. Otra imagen del contraste que ofrece la «Cidade Maravilhosa».

Aunque el temido choque con unos ochocientos hombres bajo las órdenes de los líderes narco no ocurrió, el presunto escape de unos quinientos cabecillas por los desagües aporta otro ingrediente cinematográfico. Sólo unos treinta de ellos fueron apresados.

Cronología

Los primeros incidentes habían comenzado una semana antes, el domingo 21, con la quema serial de vehículos, más de cien en esos siete días. 

La trama puso al desnudo, una vez más, el laxo régimen penal de reconocidos traficantes, que instigaron a los incendiarios desde las cárceles, y sugiere la complicidad de un sector policial con los líderes de estas organizaciones. Al parecer, los ataques comenzaron como reacción a la decisión de transferir a los detenidos a unidades carcelarias de estados más alejados de la ciudad. A la vez, el martes 23, la Secretaría de Seguridad Pública anunció que las dos principales facciones criminales en Río acordaron unir fuerzas para destruir la política de instalación de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) en los barrios marginales.

Las UPP, en funciones desde hace dos años, son un grupo policial creado especialmente a los fines de instalarse en los pasillos de las favelas. También representan una presencia activa del Estado desde lo social, terreno muchas veces ganado por los narcos que, como forma de reclutamiento y en busca de legitimación, emprenden tareas que mejoran la calidad de vida de los habitantes. «El talón de Aquiles de las UPP es la falta de una adecuada política penitenciaria nacional. Desde el interior de las prisiones llegaron órdenes para la promoción de los ataques destinados a sembrar el miedo entre la población y desmoralizar a las autoridades estatales», describe Wálter Maierovitch, en Carta Capital. «Los soldados del Comando Vermelho detonan bombas y queman coches. Se trata de una represalia de las organizaciones criminales especiales, disconformes con el éxito de las UPP y su pérdida de ingresos. El objetivo, nada original, es abrir el camino para negociaciones a fin de aliviar la situación de los líderes de las facciones en la cárcel», interpreta.

El operativo se da también, oportunamente, en momentos en que la seguridad en Río está en los ojos del mundo. La ciudad será una de las sedes principales del Mundial de Fútbol en 2014 y anfitriona olímpica en 2016.

Por este motivo, la colaboración del gobierno nacional, que el miércoles 24 puso a las fuerzas armadas a disposición del gobernador carioca Sérgio Cabral, fue fundamental para una incursión victoriosa en las favelas. El jueves 25, la nueva política de seguridad pública incluyó el ingreso de los agentes en 28 asentamientos. El más espectacular fue el de Vila Cruzeiro, un territorio considerado inquebrantable, donde la televisión registró en directo cómo más de cien narcotraficantes con armas pesadas huían por la selva para reagruparse y organizar la resistencia con sus pares del complejo de Alemão, sitiado días más tarde.

Pobreza

Entre el 21 y el 28 de noviembre últimos, 37 personas murieron y hubo 130 detenidos. Rosângela Barbosa Alves, de catorce años, murió alcanzada por un tiro en el pecho mientras estudiaba frente a la computadora, en su vivienda de la favela do Grotão.

Por estos días, muchas organizaciones de la sociedad civil denunciaron el accionar policial. El Observatório de Favelas consideró un «retroceso en la política de seguridad pública la reanudación de la intervención policial guiada por la lógica de la confrontación y el discurso de ‘guerra'», y evaluó que «parte de la población espera que la policía entre a las favelas para matar». Además, esta organización publicó: «La letalidad no puede, de forma alguna, ser presentada como un criterio de eficiencia de la actuación policial, ni como ‘daño colateral’ de una operación. Nada justifica la pérdida de vidas en una intervención del Estado. No podemos presenciar una repetición de acciones como la ocurrida en junio de 2007». La organización trae el recuerdo, todavía fresco, de la «Chacina do Alemão» (Masacre de Alemão). Allí, al menos 19 personas murieron, muchas de ellas con pruebas de ejecuciones sumarias, en un operativo de seguridad previo a los Juegos Panamericanos que se desarrollaron en Río. Luego, la policía se retiró.

Un informe de enero del Programa de las Américas ofrece datos sobre la brutalidad policial en esa ciudad, tomados del libro Tropa de Elite: «En 2003 murieron 1.195 personas en acciones policiales, el 65 por ciento tenía signos de haber sido ejecutado. En 2004 fueron 983. En 2005, 1098. En 2006, 1063. En 2007, 1.330. En 2008, 1.137. Estamos hablando de 6.806 muertos en seis años». En su mayoría, negros pobres de entre quince y 29 años, residentes en las barriadas marginales. Casi dos millones de personas viven en las 750 favelas de Río de Janeiro. Representan casi un tercio de la población del distrito, según la Federación de Asociaciones de Favelas del Estado de Río de Janeiro.

El director de seguridad pública carioca, José Beltrame, advirtió que el operativo continuará en la Rocinha, la favela más famosa de la ciudad. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva habló de «optimismo y esperanza» y alentó el clima bélico: «Quiero decirle al pueblo de Río de Janeiro: mucha tranquilidad porque ganaremos esta guerra». Además, anticipó que dos mil nuevos soldados controlarán la zona por alrededor de un año, hasta que las UPP puedan instalarse definitivamente en Vila Cruzeiro y el complejo de Alemão. El panorama indica que apenas se ganó una batalla y que esta película, probablemente, tendrá su secuela.

Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar//2010/12/03/3407.php

El violento filme Tropa de Elite (2007), de José Padilha, fue el más visto de la historia de Brasil. Discutido y aclamado por igual, transcurre en 1997, cuando el BOPE libra una batalla contra un grupo narco que operaba en una zona lindera a la residencia arzobispal de Río, con el objetivo de asegurar el lugar de cara a una breve visita del Papa Juan Pablo II. El público, según las crónicas del estreno, aplaudía de pie cuando el protagonista, el capitán Nascimento, gritaba: «¿Cuántos niños pobres deben morir para que un estudiante rico ‘playboy’ tenga su droga para ser popular?». El policía de elite interpelaba a los consumidores de marihuana y cocaína de las clases medias y altas como responsables de la existencia de los narcos. También, según una encuesta de la revista Veja del momento, el 72 por ciento de los espectadores consideraba que los traficantes eran tratados en el filme como merecían. Es decir, justificaban la violencia extrema, las balas perdidas y la tortura. Criminalización de la pobreza y daños colaterales.