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El saqueo del mundo. Sobre redes mafiosas, paraísos fiscales y crisis capitalista

Fuentes: Rebelión

El financiero Bernard Madoff, que fue presidente del mercado de valores tecnológicos de Wall Street, ha estafado a sus clientes unos 35.000 millones de euros, cifra que equivale a la capacidad inversora anual del Estado español. Una cantidad algo superior parece haber sido malversada por militares y funcionarios norteamericanos de los fondos para la reconstrucción […]

El financiero Bernard Madoff, que fue presidente del mercado de valores tecnológicos de Wall Street, ha estafado a sus clientes unos 35.000 millones de euros, cifra que equivale a la capacidad inversora anual del Estado español. Una cantidad algo superior parece haber sido malversada por militares y funcionarios norteamericanos de los fondos para la reconstrucción de Iraq. La empresa alemana Siemens ha sido condenada a pagar 1.200 millones de euros como castigo por un total de 4.283 sobornos probados… Conforme se multiplican los casos de corrupción empresarial y política, más patética e inversosímil resulta la retórica de la manzana podrida en la cesta llena de manzanas sanas, con la que gobernantes, potentados y comunicadores a sueldo tratan de aplacar la percepción ciudadana, cada vez más extendida a escala planetaria, de que no son las excepciones, sino la regla, lo que falla, y que la corrupción no es un fenómeno que pueda seguir presentándose como una sucesión inconexa de individuos y casos disímiles, sino un sólido y omnipresente estado de cosas.

El desmantelamiento de todos los corsés regulatorios, jurídicos, culturales y morales del capitalismo no sólo ha permitido una pavorosa extensión de las redes globalizadas de la economía criminal. También ha ensanchado esa siniestra zona de penumbra en la que los grandes ejecutivos de la corbata y los grandes ejecutivos del pasamontañas entretejen sus comunes intereses. En su estremecedor reportaje Gomorra [Ed. Debate, 2007], el periodista italiano Roberto Saviano ha descrito la completa y perfecta interacción entre las redes mafiosas y los principales sectores de la economía formal del país: la banca, la construcción, la moda… Grandes empresas legales de todos esos sectores se benefician de la mano de obra barata, las conexiones políticas, la liquidez monetaria o las redes de distribución de la Camorra, la misma organización criminal que surte de armas y heroína a media Europa y que, con sus asesinatos por encargo y luchas por el poder, provoca en el sur de Italia las tasas más altas de muerte violenta de todo el continente. Mientras los camorristas ametrallan a periodistas, fiscales o líderes cívicos incómodos, finos intermediarios, abogados y economistas doctorados en las mejores universidades, limpian todo resto de sangre del fabuloso caudal financiero que fluye desde las arcas mafiosas hacia las industrias del norte italiano, los bancos suizos o las inmobiliarias españolas. Un dinero que, por supuesto, casi nadie en los relucientes y enmoquetados edificios de oficinas del capitalismo legal rechaza por escrúpulo ético. Porque, como decía el impúdico especulador protagonista del filme Wall Street [Oliver Stone, 1987], resumiendo todo el pensamiento y la práctica del capitalismo contemporáneo en un demoledor aforismo, «lo importante es el dinero, lo demás es conversación«.

Relata Roberto Saviano como son los trabajadores explotados once horas al día por 600 euros al mes en los talleres textiles clandestinos controlados por la Camorra los que cosen los lujosos vestidos de gran firma que luego lucirán las estrellas de cine en las fiestas de Hollywood. En el globalizado capitalismo contemporáneo, las fronteras entre los países y los límites entre lo legal y lo ilegal siguen vigentes para las multitudes productivas, pero se han evaporado para permitir el libérrimo y desprejuiciado ejercicio de la riqueza de los más obscenamente ricos. La actividad criminal supone en torno al 20% del comercio mundial, pero contamina, mediante los procedimientos de blanqueo de dinero, un porcentaje mucho mayor. Menos del 5% de los beneficios del mercado de las drogas, el más lucrativo entre los ilegales, retorna a los países productores, mientras el 95% restante (unos 300.000 millones de dólares) fluye líbremente por el sistema financiero mundial, tras su lavado en los llamados «paraísos fiscales», minúsculos territorios como el peñón de Gibraltar, las islas Caimán o la isla de Jersey (la lista completa ronda el centenar, incluyendo algunos atolones deshabitados, pero reconocidos como domicilio fiscal, de la Micronesia), en los que, junto a las delegaciones de los corporaciones más prestigiosas del mercado mundial (entre ellas, la mitad de las cotizadas en el Ibex-35 madrileño y todos los grandes banqueros con los que tan habitual y afectuosamente se reúne J.L. Rodríguez Zapatero), anidan centenares de miles de fantasmagóricas empresas-pantalla, de cuentas numeradas y fondos secretos, de operaciones irregulares en todos los sectores y mercados del planeta, fuera de la vigilancia de cualquier Estado, institución internacional, fiscal o policía y, por supuesto, libres de impuestos. Más del 50% de los capitales en movimiento del planeta circula a través de esas gigantescas centrifugadoras de dinero en las que se recombinan mediante ingeniería financiera los capitales de las hipotecas, de los fondos de inversión o de pensiones con los del narcotráfico, la explotación sexual o la extorsión mafiosa, que se incorporan así, minuciosamente borrada su traza criminal, a mercados de mejor reputación. Todos los porcentajes citados son meras aproximaciones apuntadas por distintos expertos: el viscoso núcleo secreto del capitalismo mundial es tan perfectamente opaco que no existe modo alguno de verificarlos.

Sería oportuno que tuviésemos bien presentes todas estas evidencias la próxima vez que escuchemos a algún político o propagandista afirmando que la mano invisible de un mercado exento de regulaciones convierte los vicios privados en virtudes públicas, y que tenemos que dejar la salida de esta crisis y la refundación del sistema económico en manos de la responsabilidad social y la capacidad de autorregulación de las fuerzas del libre mercado capitalista. El ciudadano bien informado deberá en ese momento distinguir si se encuentra, ya frente a un consumado imbécil, ya frente a otro desvergonzado sicario al servicio del gigantesco saqueo planetario que con la coartada de la crisis se está consumando ante nuestros ojos. Y actuar en consecuencia.

 

Jónatham F. Moriche, Vegas Altas del Guadiana, Extremadura Sur, marzo de 2009

http://jfmoriche.blogspot.com [email protected]

 

[NOTA: una versión resumida de este texto se publicará en el número 54 (marzo de 2009) de La Crónica del Ambroz (Hervás, Cáceres). Edición digital disponible en http://www.radiohervas.es]