En las actuales circunstancias, cuesta acertar quién comenzó primero la campaña que no repunta en Estados Unidos sobre la calidad y seguridad de los productos chinos que llegan al territorio estadounidense. Por lo visto, el punto de referencia fue el ‘dialogo estratégico económico EEUU-China’ iniciado por representantes de ambos países el pasado mes de mayo, […]
En las actuales circunstancias, cuesta acertar quién comenzó primero la campaña que no repunta en Estados Unidos sobre la calidad y seguridad de los productos chinos que llegan al territorio estadounidense.
Por lo visto, el punto de referencia fue el ‘dialogo estratégico económico EEUU-China’ iniciado por representantes de ambos países el pasado mes de mayo, y que avanza en condiciones que no satisfacen del todo a la delegación estadounidense.
Después, sobre el asunto de los productos chinos se vino encima una serie de casualidades muy previsibles, si se tiene en cuenta que Estados Unidos arrancó la campaña electoral.
Una campaña muy difícil porque ha puesto en debate asuntos clave para la supervivencia nacional. Y que de paso, ha permitido ventilar otros temas más neutrales como por ejemplo, los juguetes importados.
Hillary Clinton, candida favorita a la presidencia de EEUU por el partido demócrata, hace llamamientos para ‘ser fuerte frente a China’. Su colega de partido, Dick Durbin senador por el estado de Illinois, más categórico, se manifestó a favor de una prohibición total a las importaciones de los juguetes chinos a su país.
Entre tanto, la administración republicana preocupada por lo que ocurre intenta llevar la situación por un cauce más o menos racional pero sin mucho éxito.
En todo caso, el que comenzó primero, aquel que torció la conversación hacia un control sobre la calidad de la política pública ha ocasionado un gran perjuicio a su país.
Porque una vez más se ha puesto en evidencia no tanto la debilidad y vulnerabilidad de la economía estadounidense, sino algo que es otra cosa, su creciente dependencia a las economías clave del mundo, en primer lugar su dependencia a la economía china.
En épocas pasadas esa dependencia fue considerada casi como una mala palabra.
Ahora se denomina integración, o la transformación de la economía nacional competitiva (realidad del siglo XX), al sistema global unificado de mercancías y servicios (realidad actual).
Particularmente, esta integración no supone nada malo para EEUU.
Lo malo es cuando se hace juego con los sentimientos del elector mal informado, que como en toda parte siempre vive en el siglo pasado, y de la forma que le es más cómoda.
Ahora, ese elector puede leer cosas de poco agrado (que abundan en la prensa mundial) puede incomodarse, y adoptar actitudes impredecibles.
Y entre esas cosas que pueden desagradar figuran las siguientes: según valoraciones de la Unión Europea (UE) en comparación con el año anterior el para finales de 2007 las exportaciones chinas crecerán el 24% hasta 1,2 billones de dólares, y su superávit comercial aumentará el 43%.
Por ahora, no queda claro si esas cifras mejorarán la ‘tabla de posiciones’ de China, que según la Organización Mundial de Comercio (OMC) ya ocupa el tercer lugar entre los exportadores líderes del mundo tras adelantar hace poco a Japón.
China también dejó a atrás a Gran Bretaña, que desde hace poco quedó el cuarto lugar entre las economías más fuertes del mundo después de EEUU, Japón y Alemania.
Es evidente que alcanzar esas posiciones con la exportación de artículos de baja calidad y peligrosos es una empresa imposible.
Estamos ante un resultado inesperado de la distribución mundial del trabajo emprendido por las economías estadounidense y europea ya en los años 80.
Entonces, se trasladaron las cadenas de producción a los países de Asia sin perder con ello los derechos de propiedad intelectual sobre los artículos producidos.
Como resultado de ese proceso, China se convirtió en uno de los principales ‘talleres mundiales’ donde se fabrican esos productos.
Según datos citados por la revista china Renmin Ribao apenas el 20% las exportaciones chinas con destino a EEUU generan ingresos al fisco chino relacionados con el IVA.
Expresados en precios de costo, el 23% de esas mismas exportaciones se produce con piezas y componentes extranjeros introducidos a China.
Esto significa que la marca Made in China prácticamente no tiene sentido, los productos de exportación china se fabrican parcialmente con piezas y componentes que algunas veces provienen de Estados Unidos.
Y a Estados Unidos regresan.
Es decir, aquellos mismo juguetes que se venden en las tiendas estadounidenses, las empresas norteamericanas consideran que es más racional fabricarlos en China e incluso para ello invierten en tecnología y maquinaria.
Las relaciones comerciales chino-estadounidenses comenzaron una nueve tapa cuando se trasladó a China la mayor parte de la producción de la famosa muñeca de marca estadounidense Barbie.
Fue un episodio que estuvo revestido de mucha carga emocional, ya que más que un juguete Barbie era un símbolo.
¿Y cómo permitir que se convierta Barbie en producto de marca china?
Después se pasó a los ordenadores, más adelante a los componentes para el consorcio Boeing y al final, se pasó a fabricar prácticamente de todo y para todos.
Más o menos de la misma forma es el esquema del intercambio comercial que tiene ahora China con Europa, con Rusia y con otros socios.
A China se le presenta un pedido con los correspondientes criterios de calidad y precio, un proceso más racional que escoger productos de un depósito.
Al respecto de este tema, el profesor estadounidense Tom Plait en un artículo publicado en la revista Japan Times comentó: ‘la histeria y demagogia puede ayudar a ganar algunos combates electorales, para después contribuir a la derrota en una guerra económica de enormes dimensiones’.
Probablemente, aquí se hace alusión a la atractiva idea de contener el crecimiento económico chino (11 % anual), algo que EEUU intenta conseguir hacer por todos los frentes.
Bien forzando a China para que eleve la cotización del Yuan, permitiendo el desplome de la cotización del dólar, o con amenazas de vetar sus exportaciones bajo la pretexto de su baja calidad.
Lo importante aquí es no excederse, porque la estabilidad del sistema financiero estadounidense, ya de por si debilitado, depende de las reservas de divisas chinas (en su mayor parte en obligaciones públicas de EEUU) y del eslabón chino que forma parte integral de su cadena comercial.
En lo que se refiere a la calidad, cuando la nomenclatura de componentes y piezas que importa EEUU pasa de los seis millones, no hay duda de que este asunto deba ser objeto del trabajo de las agencias oficiales correspondientes.
Es pura demagogia trasladar a otros medios ese trabajo que le corresponde solo a profesionales que distinguen qué son los fenoles y los formaldehídos.
Es muy fácil engañar el público que a estos niveles del debate ignora muchos aspectos de la situación planteada.
Cuando la calidad y seguridad de los productos se condicionan a la observancia de los derechos humanos y se mezclan con la política exterior solo se consigue el engaño masivo de la opinión pública.
Es como si los importadores chinos de los productos estadounidenses comienzan a comprobar la calidad y seguridad del proceso electoral en Estados Unidos.