Traducido para Rebelión por Marina Trillo
Los medios de comunicación más importantes de Estados Unidos y Europa se unieron a la celebración de la Casa Blanca por la captura de Saddam Husein. Previsiblemente las masas Occidentales se unieron al júbilo – ante la perspectiva de un fin rápido y exitoso de la guerra colonial. En Irak, sin embargo, la cólera va en ascenso por todo el país a medida que los EEUU y las tropas satélites, están intensificando el allanamiento violento de millares de casas, la voladura de hogares de «terroristas sospechosos» como forma de castigo colectivo, y las redadas indiscriminadas de centenares de jóvenes en sus incursiones nocturnas. Las actuales injusticias estadounidenses de arrestos arbitrarios, destrucción de hogares, muros tipo ghetto de alambre de espino alrededor de aldeas y pueblos y asesinato diario de niños y civiles preocupan mucho más al pueblo Iraquí que la captura de Saddam Husein. Para Washington procesar a Saddam por violación de los derechos humanos es una jugada muy peligrosa, porque los mismos crímenes de los que sea acusado son igualmente aplicables a la administración colonial anglo-estadounidense.
La captura de Saddam Husein, en contra de lo que dicen los medios de comunicación estadounidenses, no es un golpe a la resistencia popular sinó un importante revés a la base completa de la ocupación colonial (del mismo modo que el fracaso en descubrir las armas de destrucción masiva socavó el pretexto imperialista para la guerra). Todos los argumentos para la ocupación y violenta represión estadounidense de millones de Iraquíes giraron en torno a la amenaza del «regreso de Saddam Husein». Nos contaron que «robó miles de millones de dólares» que «estaba financiando a una red de terroristas Baasistas y ex especialistas militares» para atacar a las fuerzas de «liberación» estadounidenses.
El descubrimiento de Saddam en una choza de aldea, enterrado en un hoyo de 3 metros sin comunicaciones, e incluso sin instalaciones higiénicas elementales, señala a un fugitivo que se oculta para asegurarse su supervivencia individual, no señala a la mano secreta que dirige un movimiento de resistencia de ámbito nacional.
Su captura se produjo gracias a un delator, no fue resultado de la diligencia, tortura o habilidades investigadoras de sus perseguidores estadounidenses y sus asesores del Mossad. No se produjo ninguna ofensiva general lanzada por leales seguidores tras su captura – sólo las docenas de ataques «habituales» y dos bombardeos importantes de la resistencia Islámica. Los limitados fondos que encontraron en poder de Saddam y su ubicación remota e inaccesible señalan la mentira de que las acciones de la resistencia estaban financiadas y dirigidas por el ex presidente. En resumen, la captura de Husein y su estado físico indican a las claras que virtualmente no jugó ningún papel de liderazgo y a lo sumo era un símbolo para algunos sectores del partido Baasista que, a su vez, son una pequeña minoría de la resistencia.
Hay muchas razones para pensar que la captura de Saddam aumentará la resistencia a la ocupación estadounidense. Porque en primer lugar, los EEUU se quedan como único y principal enemigo para muchos Iraquíes, uniendo a nacionalistas seculares, Islamistas, izquierdistas y otros que puedan haber tenido diferencias de opinión sobre el liderazgo de Saddam en el pasado. En segundo lugar el descubrimiento de un Saddam «aislado» refuerza la hipótesis de que la resistencia es un movimiento descentralizado con libertad para desarrollar sus propias iniciativas, sin control centralizado. En tercer lugar la pobreza que rodeaba a Saddam sugiere que el «aparato Baasista» fue inoperante e incapaz de funcionar para proporcionar seguridad al ex dictador. En cuarto lugar el aislamiento de Saddam subraya el hecho de que la actual resistencia nacional no es un movimiento «restauracionista» sino un movimiento para renovar la soberanía nacional y establecer un sistema electoral viable libre de líderes seleccionados por el imperio.
¿Qué es probable que ocurra si llevan a Saddam a juicio? Puede presentar alguna evidencia condenatoria por sus relaciones duraderas e íntimas con el gobierno estadounidense hasta la primera Guerra de Golfo. Podría incluso requerir como testigos principales a Bush Padre, Rumsfeld, Baker y líderes israelíes de los años 1980. Podría proporcionar detalles adicionales y demostrar la ausencia de armas de destrucción masiva – clavando así otro clavo en el ataúd de letanías de mentiras de Washington e Israel para justificar la guerra. O quizás Saddam sufrirá una imprevista enfermedad fatal durante su interrogatorio e internamiento y no será capaz de proporcionar la prolija evidencia que pudiera poner en un aprieto las aspiraciones presidenciales de Bush.
Lo más probable es que la lógica de la resistencia anticolonial polarizará aún más a la sociedad Iraquí en gran menoscabo de los EEUU. A medida que la resistencia aumente, concretamente sus ataques contra colaboradores locales, en especial contra la policía, va a haber probablemente menos «voluntarios» y más infiltración por parte de militantes de la resistencia, colaboradores renuentes y agentes dobles entre las fuerzas de seguridad. La respuesta fuera de Irak revela también una mayor polarización. Sharon ha indicado a sus protectores sionistas del Pentágono que, después que Saddam, es momento de apuntar a Siria, Irán y Líbano, mientras por otra parte, la UE firma acuerdos de la amplio alcance con el régimen de Assad. En el seno del régimen de Bush crecen las diferencias entre los sionistas extremistas (Wolfowitz, Feith, Abrams) y sus influyentes colaboradores de Washington (Perle, Kagan, Cohen, Kristol, Pipes) por una parte y los «realistas» del Departamento de Estado y la Casa Blanca sobre el asunto de un «cambio de régimen» a nivel mundial. Los sionistas del Pentágono bajo el pretexto de una «campaña global para imponer la democracia» pretenden intensificar y extender la intervención de EEUU para destruir a los adversarios de Israel. Los realistas son cada vez más conscientes de los costes políticos de cara a las próximas elecciones presidenciales y el peligro de seguir las pautas de estrategas políticos que tienen duplicidad de lealtades, verdaderas o aparentes.
La captura de Saddam y la elevación de la resistencia anticolonial aumenta la probabilidad de que algún candidato demócrata a la presidencia arguya que la «meta» de la intervención era la captura de Saddam y que es momento de convocar elecciones anticipadas y retirar las tropas. Es probable que esto resuene en amplios sectores del electorado que están hartos de los crecientes costes políticos y económicos de la invasión, la corrupción y el robo por parte de los contratistas de guerra y el empeño fanático de los grupos de presión israelíes en pro de su plan especial a costa de los intereses nacionales estadounidenses.
Es típico de los medios de comunicación estadounidenses inflar la propaganda de victorias, como la captura de Saddam, durante unos pocos días, captar la atención del público, estimular una euforia artificial y, después, cuando emerja de nuevo la realidad de la prolongada lucha Iraquí de liberación nacional y aumente la lista de soldados estadounidenses muertos y heridos es usual que el público estadounidense busque a alguien a quien culpar, acusar y rechazar.