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El significado de la guerra: Una perspectiva heterodoxa

Fuentes: Rebelión

Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Marina Trillo

I. Introducción

Este documento tratará de las causas sociales, políticas, económicas, psicológicas e ideológicas y los impactos de la guerra sobre la historia contemporánea. Es obvio que no podemos explorar todos estos campos al detalle; así pues nos centraremos en lo que consideramos los aspectos más importantes de estas categorías generales.

La primera pregunta que requiere clarificación es «¿qué guerras?» Hay por lo menos cuatro tipos de guerras que tienen importancia global. Las primeras y más significativas en términos de la presente y futura configuración de las relaciones interestatales, son las guerras imperialistas – como las invasiones estadounidenses de Yugoslavia, Afganistán e Irak, que han conducido a la imposición forzada de gobierno colonial directo o indirecto, al establecimiento de bases militares y a la apropiación de recursos estratégicos, rutas terrestres y/o agua.

El segundo tipo de guerra son los «conflictos étnico-separatistas» como la toma albanesa del yugoslavo Kosovo, o la toma Kurda del norte de Irak. Aunque los conflictos separatistas se libran en el seno de un marco estratégico imperial más grande, los participantes locales le aportan sus propias «demandas históricas» para justificar su guerra contra el gobierno central existente.

El tercer tipo es el de las guerras «coloniales-territoriales», mejor ejemplificado por la expulsión israelí de los Palestinos, la apropiación arbitraria de tierra y de recursos, su denegación de autogobierno y el asentamiento de judíos en tierra Palestina tomada por medio de la fuerza armada.

El cuarto tipo de guerras el de las «guerras regionales», localizadas principalmente en África y en Asia, donde los regímenes agresivos invaden países vecinos, sobre todo los colindantes -que normalmente contienen metales preciosos- Esto es lo que ocurre en Sudáfrica, donde Ruanda ha ocupado una importante zona del Zaire Oriental.

Aunque cada una de estas guerras tiene sus especificidades; surge la pregunta acerca de si estas guerras están vinculadas a los proyectos de construcción imperial de EE.UU., la Unión Europea (UE) u otros poderes imperiales emergentes. La respuesta es compleja y depende del nivel de análisis al que el problema se someta. Muchos de estos conflictos son anteriores a los esfuerzos actuales de construcción imperial estadounidense; en muchos casos, las élites locales visualizan la guerra como una fuente de enriquecimiento de clase, personal o nacional. Podemos especular con que los conflictos de este tipo continuarán en un futuro (distante), en un periodo «post imperial», cuando los sátrapas locales intenten hacerse con los ‘fragmentos’ de un imperio mundial en declive.

No obstante, cualesquiera que sean las ‘demandas históricas’ y los intereses locales implicados, todas estas guerras contemporáneas están vinculadas de modos específicos a la construcción imperial en curso de EEUU y de la UE. EEUU ha apoyado de forma consistente a los movimientos separatistas de base étnica, como el Ejército de Liberación de Kosovo o los terroristas de Chechenia para debilitar a los estados nacionales (Yugoslavia, Rusia) que eran el objetivo de Washington. Como consecuencia Washington consigue un nuevo régimen clientelar, importantes bases militares y ventajas geopolíticas estratégicas mientras va minando a un enemigo de sus pretensiones unipolares. EEUU proporciona armas y ayuda financiera a la expansión colonial israelí y a la guerra contra los Palestinos y los países árabes. Esto ha debilitado a los estados árabes opuestos a la construcción imperial norteamericana a la vez que ha provocado una mayor resistencia popular de masas. La influencia ideológica y el poder político y financiero de las organizaciones e individuos pro israelíes de dentro y fuera del gobierno han reforzado el ala más belicosa y militarista de los constructores del imperio estadounidense, sobre todo en Oriente Medio, a menudo por cuenta de corporaciones multinacionales americanas que buscan entrar en acuerdos con regímenes locales.

El imperialismo americano tiene una relación contradictoria con los separatistas y los estados coloniales: por una parte mina a los nacionalistas anti imperialistas y por otro lado, sus demandas territoriales amenazan con minar los lazos imperiales con los regímenes clientelares (como en el caso de Kurdistán Iraquí y la República de Turquía). Es más, la estrategia imperial de apoyar a los nacionalistas islámicos contra la izquierda secular (como en el caso de Afganistán y Yugoslavia) ha llevado a nuevas confrontaciones violentas entre el imperio y sus antiguos ‘aliados’ islámicos cuando Washington intentó usarlos y desecharlos para sustituirlos por regímenes títere neo-liberales más dóciles.

En las condiciones en que la construcción imperial estadounidense y europea está siendo conducida por una doctrina de guerras permanentes, hay pocas guerras, si es que hay alguna, regionales, locales o separatistas que sean puramente locales – tanto en sus causas o como en sus consecuencias.

II: Fuerza Motriz de la Guerra: Colaboración inter-imperial y Competición.

La clave del acelerado ritmo de construcción imperial durante la última década son los «espacios abiertos» resultantes de la caída de los estados colectivistas (URSS, Europa Oriental y Asia) y sus dependencias extranjeras y aliados en África y en otras partes. EEUU y la UE incorporaron con éxito estos países ‘ex-colectivistas’ a su esfera de dominación; militar, económica y culturalmente. Europa ganó el control sobre recursos estratégicos, mano de obra experimentada barata e importantes industrias, incorporando a estos países, como subordinados, dentro de la Unión Europea. EEUU logró ventajas económicas similares pero también estableció bases militares y reclutó a fuerzas mercenarias militares para sus invasiones imperiales (en Yugoslavia, Afganistán e Irak) así como apoyos políticos en las Naciones Unidas. Washington respaldó la ilegal toma de poder de Yeltsin y así proveyó apoyo a su régimen corrupto, destructivo, oligárquico que literalmente destrozó la economía y la sociedad rusa. En el transcurso del apoyo a Yeltsin, el sistema financiero estadounidense recibió centenares de miles de millones de dólares en transferencias ilegales efectuadas por los oligarcas apoyados por EEUU. Europa y EEUU se asociaron a los oligarcas para el pillaje de los recursos petrolíferos y del gas de Rusia. EEUU consiguió la supremacía militar mundial y procedió a construir un «un arco de cerco» alrededor del debilitado estado ruso, por medio de sus nuevos estados clientelares incorporados a la OTAN. Desde los Estados Bálticos a través de Europa Central y Oriental hasta los Balcanes y desde el Cáucaso hasta Asia Central y del Sur, Washington ha establecido ejércitos locales y bases militares bajo mando estadounidense.

Europa, concentrándose en la dominación económica, penetró estas mismas regiones, apoyándose en la ayuda y financiación de sus multinacionales y a la corrupción de los nuevos políticos capitalistas.

La conquista conjunta ‘cooperativa’ de la UE y EEUU de Europa del Este, los Balcanes y los países Bálticos se basó en «decisiones compartidas y reparto del botín de conquista». Esta redivisión del mundo entre EEUU y la UE se acabó, sin embargo, con la oleada de guerras imperiales más recientes, que empieza con las invasiones estadounidenses de Afganistán e Irak. Washington decidió actuar unilateralmente para monopolizar la toma de decisiones y la ocupación colonial de estos países, relegando a Europa a un papel subordinado bajo mando estadounidense y con muy pocos derechos al botín de conquista. Las dos principales potencias de la Unión Europea, Francia y Alemania, concedieron a Estados Unidos la supremacía en Afganistán pero se opusieron al monopolio estadounidense sobre la riqueza petrolífera Iraquí. El conflicto EEUU-UE sobre Irak ilustra la competición inter imperialista por la redivisión de la riqueza del mundo y las neocolonias. Los estados imperiales de la UE, confiando en sus instrumentos económicos principalmente – bancos, corporaciones multinacionales, comercio patrocinado por el estado y acuerdos de inversión – estuvieron desafiando los intentos estadounidenses del establecimiento de supremacía regional y mundial y la subordinación de Europa a través del monopolio de los recursos energéticos.

En Irán, Irak, Libia, Rusia, el Cáucaso y América Latina, las multinacionales petroleras y gasísticas de la UE habían conseguido suministros energéticos a largo plazo a través de inversiones directas o acuerdos de estado a estado. Los arquitectos del poder global estadounidense decidieron socavar la tensa competición económica de la UE apoyándose en la «ventaja comparativa» del poder militar de Washington – para lanzar la invasión de Irak unilateralmente, monopolizar la riqueza petrolera de Irak y prepararse para futuras guerras por el petróleo en Oriente Medio (Irán y otros) y en otras partes (Venezuela).

La doctrina de guerra permanente de Washington estaba en oposición estratégica a la doctrina de la UE del «imperialismo económico» e intervención militar selectiva y limitada. A pesar de las significativas diferencias sobre Oriente Medio, tanto la UE como EEUU todavía hallan espacio para la cooperación en la imposición de esferas de influencia conjunta en varios países y regiones, a saber, Afganistán, Haití y África. La cooperación y el conflicto entre los grandes poderes imperiales por redividir el mundo en esferas de colonización, dominación e influencia son la clave para entender el significado de la guerra a finales del siglo XX y en el nuevo milenio.

III. Erosión e Inversión de la Memoria Histórica.

La reemergencia de guerras coloniales y gobernación colonial en el siglo XXI y el crecimiento de los movimientos de liberación nacionales y la resistencia anticolonial reflejan la erosión de la memoria histórica en los países imperiales, entre los intelectuales occidentales así como entre sectores de las masas (sobre todo en EEUU) y de las elites.

«La erosión de la memoria histórica» fue evidente en Europa entre las dos guerras mundiales, cuando Alemania se rearmó y se preparó para conquistar y colonizar Europa. La conciencia pacifista de Alemania, incluso revolucionaria y antimilitar que surgió inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial duró unos 15 años, tras los cuales los nazis fueron capaces de lanzar a Alemania a un nuevo frenesí de rearme y de conquista territorial. En el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, el sentimiento anti guerra de las masas norteamericanas, que reflejaba los horrores de la muerte e invalidez ha sido de corta duración. Un breve período de 5 años tras la Segunda Guerra Mundial (1945-49) antes de lanzarse a la guerra en la península Coreana (1950-53); a la que siguió un sentimiento masivo «contra la guerra» desde 1953 a 1963; la invasión estadounidense de Indochina y la guerra de 12 años (1963-1975) llevó a la reemergencia de amplios sentimientos anti guerra de masas que continuó durante 15 años hasta la Primera Guerra del Golfo. Durante los noventa, el sentimiento anti guerra estadounidense resurgió temporalmente justo antes de la Segunda Guerra del Golfo (enero-febrero del 2003) y después virtualmente desapareció, por lo menos de las calles. «La memoria histórica de las masas», nos enseña la historia, que puede ser un sentimiento temporalmente poderoso para imponer restricciones al lado militarista de la expansión imperialista, pero la historia también demuestra que la «memoria» puede ser erosionada y vencida durante un período de tiempo (más corto o más largo) por quienes toman las decisiones imperiales y determinados propagandistas.

La «memoria histórica» juega un papel positivo limitando las guerras imperiales bajo ciertas condiciones y dentro de un marco limitado en el tiempo. La memoria de muertes a gran escala y de las bajas entre los soldados imperiales, de crisis económicas profundas derivadas del gasto militar y la pérdida de mercados comerciales, profundos conflictos políticos internos e inestabilidad, desmoralización y descontento entre los soldados imponen un grave, aunque limitado en el tiempo, constreñimiento sobre la capacidad de ejecución de la guerra imperial. El síndrome anti guerra de las masas es anatema para los ideólogos del imperialismo, los que elaboran las políticas y las corporaciones internacionales. Como consecuencia, es puesto en marcha un proceso deliberado y consciente de erosión. La «memoria histórica» es modificada por un juego acumulativo de acontecimientos, declaraciones ideológicas ambiguas y acciones militares a pequeña escala que con el tiempo llevan al resurgimiento del sentimiento masivo en pro de la guerra y al eclipse de la memoria histórica.

La «memoria histórica» es más fuerte entre aquellos que experimentaron y vivieron de modo más cercano las consecuencias devastadoras de una «guerra imperialista perdedora». El punto culminante de la «memoria» es el momento inmediato que sigue a una guerra imperial destructiva y costosa. A continuación, la memoria se erosiona con el tiempo, cuando surge una nueva generación y la ideología supera las experiencias y creencias transmitidas entre generaciones.

La experiencia norteamericana que siguió a la derrota imperial en la guerra Indochina es ilustrativa de los mecanismos de «erosión de la memoria».

Los primeros pasos hacia la erosión tuvieron lugar justo tras el final de la Guerra de Vietnam durante la presidencia de James Carter (1976-80). Carter desarrolló la doctrina de intervención en los derechos humanos – aplicando selectivamente la retórica «humanitaria» para intentar relegitimar la ‘intervención’ estadounidense en un momento en el que la conciencia de las masas se oponía profundamente a nuevas guerras imperialistas pero que era sensible a los llamamientos por los derechos humanos. En segundo lugar, Carter financió y respaldó una serie de movimientos y regímenes terroristas subrogados en Centroamérica (Nicaragua, África del Sur y Afganistán) que permitieron a Washington continuar su exigencia en la edificación del imperio. En tercer lugar Carter provocó una importante confrontación con Irán al proporcionar asilo al depuesto y despreciado Shah; que llevó a la toma de la embajada norteamericana. Carter usó el incidente para invertir el declive del gasto militar. En cuarto lugar, la administración Carter, con apoyo financiero de Arabia Saudita y logístico de Pakistán reclutó y armó a decenas de miles de fundamentalistas islámicos para que unieran fuerzas con terratenientes, señores de la guerra y mullahs indígenas Afganos, para un ataque al régimen afgano, secular, reformista y pro soviético. El propósito del régimen de Carter fue provocar la ayuda militar soviética a gran escala al asediado régimen Afgano, como pretexto para relanzar una «Segunda Guerra Fría» y acelerar la remilitarización del imperio estadounidense. A través de movimientos de propaganda y del compromiso militar indirecto, Carter empezó el proceso gradual de ganar adherentes a la guerra imperial y erosionar además la poderosa «memoria histórica» opuesta a la guerra.

El presidente Reagan extendió y ahondó este proceso acelerando el rearmamento, implicándose en una guerra mercenaria contra Nicaragua, y ahondando las guerras subrogadas de Afganistán y África del Sur. Bajo Reagan y seguidamente bajo Bush (padre) EEUU lanzó guerras imperiales contra Granada y Panamá – países débiles y pequeños – que Washington logró conquistar con un mínimo de bajas. Dado el ‘bajo costo’ en vidas estadounidenses perdidas y los resultados rápidos y exitosos, la conciencia histórica de las masas fue «modificada» para aceptar o consentir una vez más el uso de la guerra para establecer el poder estadounidense, en circunstancias específicas. La memoria histórica todavía era un sentimiento mayoritario en vísperas de la primera Guerra del Golfo: la mayoría del público estadounidense se opuso a la Guerra del Golfo de 1990 hasta que empezó. Una vez más el aplastante triunfo militar y la pérdida mínima de vidas estadounidenses llevaron a un cambio dramático hacia el apoyo de las masas a la guerra.

El Presidente Clinton continuó la guerra aérea contra Irak y la ocupación militar del norte del país. La memoria histórica se estaba erosionando. Clinton no se enfrentó a ninguna oposición a la guerra aérea pero cuando envió tropas estadounidenses a Somalia y fueron matados casi dos docenas de soldados estadounidenses, los «recuerdos» resurgieron y Clinton retiró las tropas rápidamente.

Uno de los golpes más grandes a la ‘memoria histórica’ y un hecho que despejó el camino para las subsecuentes guerras imperiales contra Afganistán e Irak, fue la guerra de Clinton contra Yugoslavia. Clinton, ayudado por una campaña de propaganda de falsificación masiva, declaró que el gobierno de Yugoslavia estaba llevando a cabo un genocidio contra los musulmanes bosnios y los albaneses de Kosovo. La guerra imperialista se transformó en una «guerra humanitaria». Ciudades, hospitales, fábricas, emisoras de radio y centros de población de civil fueron bombardeados y la alianza de EEUU/OTAN rompió Yugoslavia en mini estados clientelares. Una vez más hubo un apoyo masivo del público, porque el imperialismo «humanitario», el escaso número de bajas estadounidenses y una pronta y rápida victoria erosionaron los últimos rastros de «memoria histórica». La base ideológica y política para el respaldo masivo a las políticas imperialistas estaba en su sitio – pero faltaba un «hecho detonante».

Los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 proporcionaron a la Segunda Administración Bush, integrada por extremistas militaristas civiles y sionistas fanáticos, el pretexto para lanzar las primeras de una serie de guerras en Afganistán y Irak, y para enunciar las doctrinas totalitarias de guerras permanentes, guerras preventivas y extra territorialidad de las leyes imperiales estadounidenses. La mejor evidencia disponible sugiere que la Administración Bush fue profundamente cómplice de los hechos del 11-S que llevaron a la destrucción final de la memoria histórica.

Sin embargo al contrario de otras guerras imperialistas recientes, la Guerra de Irak es una guerra popular prolongada (no existen las victorias rápidas y fáciles) que está causando muertes a gran escala y bajas de soldados estadounidenses y un gasto fuera de control sin un final a la vista. Una nueva «memoria histórica» puede estar forjándose basada en las nuevas realidades de Irak.

IV. La Guerra: Instituciones Políticas y Movimientos Sociales.

La conciencia histórica está encarnada por activistas apoyados por organizaciones políticas. Sobre la base de la experiencia histórica, podemos decir que los movimientos sociales tienen gran capacidad para ‘crear’ la memoria en el curso de movilizaciones dinámicas y encuentros masivos memorables, pero son las instituciones políticas las que mantendrán o erosionaran esa «memoria histórica».

Las principales instituciones políticas (particularmente en los Estados Unidos), incluidos los medios de comunicación, han trabajado de forma consistente para disolver la conciencia histórica de la muerte y destrucción causadas por las guerras imperialistas. Al tiempo que exigen «el honor a los soldados muertos», tan sólo lo hacen en cuanto sirvieron al imperio, su «heroismo» se alaba por haber sacrificando sus vidas para llevar más allá el alcance global de instituciones imperiales. El proceso electoral no se usa para avanzar un plan anti militarista sinó para eliminar las movilizaciones independientes de masas que actúan directamente contra los instrumentos de las guerras imperiales.

Cuando la actividad anti guerra se mueve hacia la política electoral, es absorbida por los partidos electorales establecidos y por los políticos, que oportunistamente se quitan el sombrero ante el sentimiento anti guerra a cambio de diluir la conciencia anti guerra. El proceso electoral implica que los movimientos sociales anti guerra hagan profundos compromisos con los financieros pro guerra que financian las campañas, con políticos que articulan posiciones ambiguas e incoherentes y con partidos políticos que tienen desde hace mucho, alianzas a gran escala con los intereses y las políticas imperiales. Tal es la experiencia en EEUU y en otras partes: Las instituciones políticas establecidas se inclinan lo suficiente para cuestionar una guerra impopular al objeto de atraer a las masas que se oponen, y una vez que han capturado su obediencia, volver a reconstruir la capacidad militar para las guerras imperiales. En el momento en el que los movimientos se disuelven en el seno de los partidos políticos establecidos y compiten en campañas electorales por medio de «disidentes» políticos, la «conciencia histórica» se erosiona severamente.

El ímpetu original por organizar movimientos de masas anti guerra pasó precisamente por el reconocimiento de que los partidos políticos y ‘procesos políticos normales’ existentes están profundamente inmersos y corrompidos por sus lazos estructurales a intereses imperiales. Al volver a estas instituciones, con nuevas personalidades y lemas, la conciencia de masas pierde de vista su visión histórica sobre la naturaleza del poder imperial.

En contraste la «conciencia histórica» surgió con gran poder cuando las masas populares pasaron a la acción colectiva directa, tomando iniciativas locales y vinculando las instituciones económicas y políticas que dirigen las guerras imperiales. La acción y el conocimiento crecieron en conciencia colectiva anti militarista que con el tiempo evolucionó del conocimiento de la actual destrucción cotidiana («conciencia empírica») a la «conciencia histórica», comprendiendo el pillaje sistemático del imperialismo en tiempo y espacio.

Los movimientos de acción directa circunvalan la influencia distorsionada de los «guardianes políticos» (políticos convencionales, ideólogos aceptados y figuras de los medios de comunicación) y directamente articulan las ideas anti guerra y los intereses anti militaristas de las masas populares. Los movimientos actuaron directamente contra las políticas militaristas que impactaron negativamente sobre las poblaciones – reclutamiento, deberes de guerra forzosos y prolongados – y contra los políticos que enviaron a centenares de miles a la muerte y a la invalidez.

En este conflicto entre los movimientos anti guerra y las instituciones políticas en pro de la guerra, la preeminencia de los primeros fue muy evidente en tiempos de derrota imperial, descontento de soldados, y líderes políticos en desgracia por mentiras y promesas rotas. Estos son momentos cruciales, pero efímeros. En pro de la guerra hay instituciones políticas que sobreviven y/o superan la crisis de la guerra imperial, se reagrupan, absorben lo ‘mejor’ de sus adversarios en la oposición anti guerra y vuelven para seguir la política de guerra imperial -hasta la próxima crisis- logrando finalmente una posición dominante. La conciencia histórica se convierte en una «nota a pie de página» para la historia convencional de las «Grandes Guerras.»

La «conciencia histórica» de las guerras antiimperialistas retiene continuidad cuando lleva a una transformación de gran alcance, a largo plazo, de las instituciones políticas. El proceso continuado de lucha enlaza generaciones y la transmisión de ideas anti militaristas. Esta renovación incesante de la conciencia histórica depende, en parte, del papel activo de los intelectuales antiimperialistas.

V. Guerra e Intelectuales.

Los intelectuales de izquierdas han sido, en general, críticos fervientes de la guerra, hasta que se enfrentan a la realidad de que su país se implica en la guerra y entonces la oposición da paso a declaraciones evasivas, ambiguas contemporizaciones morales y, entre los más «valientes», una condena de la violencia del agresor así como de la víctima. Y lo que es incluso peor, muchos intelectuales y progresistas de izquierdas han defendido, propagado y argumentado a favor de la doctrina de «intervención humanitaria (imperialismo)». Esta traición moral fue evidente durante la invasión y destrucción estadounidense de Yugoslavia, el apoyo al terrorista Ejército de Liberación (sic) de Kosovo y la «limpieza étnica» de centenares de miles de Serbios de Kosovo, Croacia y de otras partes. Los intelectuales progresistas estadounidenses estuvieron visiblemente callados. Los «intelectuales progresistas» repitieron su actuación: proporcionando tendenciosas justificaciones políticas para la invasión de Afganistán e Irak – aunque en el último caso, hasta el inicio de la guerra, una minoría de intelectuales condenó la guerra y el victimizado régimen. Incluso esos intelectuales progresistas que criticaron las guerras imperialistas, rehusaron apoyar la resistencia anti-colonial y muchos se opusieron a la retirada inmediata de los ejércitos coloniales.

La cuestión de la guerra y la paz es un problema importante. En los acaecimientos que llevan a una guerra imperialista, toda la maquinaria de propaganda es puesta en movimiento, los medios de comunicación dramatizan sobre la rectitud de la causa imperial y la depravación del país que será invadido. Una legislación represiva («medidas de seguridad») es promulgada por amplias mayorías del congreso. Publicistas, notables religiosos, demagogos, estadistas, y líderes respetables de la sociedad civil hallan propósitos morales elevados para loar «esta guerra». Los latentes instintos chauvinistas de las masas se despiertan. Los intelectuales progresistas se vuelven temerosos; la legislación represiva puede arruinar una carrera y minar rutinas cotidianas – sus clases, seminarios y la terminación de su último artículo o libro. Sus colegas profesionales los miran con suspicacia a menos que muestren abiertamente obediencia – «más allá de cualquier crítica en otros tiempos, en tiempo de nuestra supervivencia, debemos unir fuerzas» – a los invasores militares. No es meramente el miedo a pérdidas materiales o la ruptura de rutinas cotidianas lo que causa que nuestros intelectuales progresistas abracen la guerra o permanezcan callados o (en el caso de la minoría más valerosa) condenen a ambas partes, sinó el sentido de ser omitido de la historia nacional, de ser evitado por vecinos y colegas, de tener que aceptar las consecuencias de vivir en una civilización imperial salvaje que medra con la guerra, sobre todo con una guerra victoriosa. Los intelectuales progresistas responden a menudo mucho más a las presiones de su entorno que al sufrimiento del pueblo colonizado.

El compromiso del intelectual progresista no está grabado en piedra – cambia con las condiciones de su entorno y con la fuerza y fortuna del gobierno imperial. Con la ocupación colonial, y los gráficos visuales de muerte y destrucción de los países colonizados, los intelectuales progresistas defienden una misión humanitaria para corregir los excesos de la guerra. Incluso alzan sus voces unos decibelios ante el abuso y tortura de ciertos de prisioneros en determinadas prisiones. Pero raramente se atreven los intelectuales progresistas a transgredir las fronteras coloniales para apoyar a la resistencia anti colonial públicamente. Afirman que comprometerse con la resistencia pondría en cuestión sus «credenciales morales» con los sectores moderados del poder institucional en ejercicio.

Desde el final de la Guerra de Vietnam, los intelectuales occidentales no han expresado solidaridad con la resistencia popular en ninguna de las invasiones imperialistas. Granada, Panamá, Somalia, Yugoslavia, Afganistán, Irak, Palestina y Líbano, las guerras imperiales son numerosas, pero la lista de intelectuales comprometidos es corta.

La razón principal por la que muchos intelectuales se oponen a las guerras imperialistas prolongadas se debe a las bajas entre los soldados estadounidenses y el coste para el tesoro estadounidense. Hay una especie de narcisismo político en el eslogan «Traed a casa a nuestros muchachos» en el que el centro de atención no está en las tropas invasoras, ni en la resistencia anti colonial. Incluso en la «oposición», los intelectuales occidentales derivan su política desde una visión etnocéntrica del mundo.

En un nivel más profundo este narcisismo político es también una manera de hacer concesiones a la fiebre chauvinista que infesta a muchos de sus compatriotas: «Nosotros también compartimos su preocupación, por nuestro país imperialista – pero no nos permitamos gastar las vidas de nuestros muchachos en esto». Por supuesto siempre y cuando los gobernantes imperiales recluten a mercenarios, regímenes clientelares y colaboradores locales para que maten a los combatientes de la resistencia, nada se dirá sobre ninguna consecuencia porque «nuestros muchachos» estarán seguros en casa…

El cambio histórico de los intelectuales desde la oposición a las políticas pro guerra y al apoyo a los candidatos imperiales no es simplemente una «opción pragmática» de lo menos malo contra el mal mayor. La transformación es el resultado del miedo, miedo de los que están en el poder; aunque no se enfrentan a ninguna amenaza real contra sus vidas, carreras o nivel de vida. Pero los intelectuales se imaginan una amenaza, e inventan salvajes guiones de represión «fascista» para esconder su cobardía moral. Este miedo imaginario es magnificado por la posible amenaza a la seguridad personal, y a la propiedad si la fuerza imperial resulta derrotada y los gobernantes «toman venganza» contra los críticos internos. Apoyar la guerra u «oponerse a ambos bandos» como prefieren los hipócritas morales, es un seguro para el futuro. En el negro mundo de la fantasía de los intelectuales, cuando la investigación estatal imaginada tiene lugar, siempre pueden presentar como prueba a su favor, sus artículos y disertaciones condenando a los «bárbaros morales» que atacaron a «nuestros muchachos».

Pero si hay una verdad universal sobre nuestros intelectuales progresistas es que no «permanecen en un lugar», se mueven con los tiempos, calibrando los vientos cambiantes de la fortuna política.

Cuando aquellos que sufren la guerra, «la gente común» se vuelven en contra de la guerra, cuando el régimen imperial está dividido por conflictos de élite, cuando los soldados cuestionan las órdenes, sus oficiales la guerra, el presidente y los generales, entonces nuestros intelectuales morales preparan un nuevo juego de imperativos morales y agregan sus voces a la de las multitudes que cuestionan la guerra. Una vez que se está seguro, una vez que las ruinas de una guerra imperial perdedora han rasgado las vestiduras de las mentiras oficiales, nuestros intrépidos intelectuales progresistas salen a la palestra, toman el centro de la escena y proclaman su oposición a la guerra. Los intelectuales nunca se venden, se alquilan al partido más fuerte, a la nueva configuración política emergente. A medida que crece la oposición a la guerra imperial, nuestros intelectuales progresistas se vuelven más osados.

En la guerra de palabras, la guerra ideológica en la esfera cultural, nuestros intelectuales progresistas se enfrentan a los neoconservadores, exponen las mentiras de los medios de comunicación, se convierten en la auto-promocionada «cara de la oposición» para el mundo exterior, aun cuando sus declaraciones tengan poco mérito.

Incluso cuando los intelectuales diagnostican las fuentes de las guerras, pasan por alto las configuraciones específicas y concretas del poder en favor de centrarse sobre blancos fáciles, aquellos que no ofrecen ninguna amenaza a sus carreras profesionales ni a su aceptación intelectual.

VI. Guerra y Petróleo.

Volvamos a una guerra imperialista concreta; la invasión estadounidense y su ocupación colonial de Irak para ilustrar cómo la oposición intelectual progresista a la guerra está profundamente influenciada por un único conjunto de lealtades políticas.

El saber convencional entre los intelectuales progresistas defiende que la invasión estadounidense de Irak esta dirigida por las multinacionales petroleras estadounidenses que buscan controlar los recursos petroleros de ese país. Una versión más sofisticada de esta hipótesis defiende que la guerra está dirigida por una política estratégica para monopolizar el petróleo como un arma y, consecuentemente, dominar a sus rivales imperiales de Europa y Asia. En ambos casos, las hipótesis económica y estratégica, no tienen en cuenta las lealtades políticas de los estrategas políticos específicos que diseñaron la guerra, hicieron propaganda a favor de la guerra y se convirtieron en sus ejecutores más fanáticos e influyentes. Pocos, si es que hay alguno, de los intelectuales progresistas examinó las lealtades políticas de estrategas militaristas clave.

La hipótesis de que el «petróleo» y las multinacionales petroleras estadounidenses fueron la fuerza principal que estaba tras la guerra de Irak falla con cada prueba empírica. Si examinamos las declaraciones políticas de las principales compañías petroleras y sus portavoces públicos durante los cinco años anteriores a la guerra no encontramos ninguna campaña sistemática política y de propaganda a favor de la guerra. Uno busca en vano en todas las principales publicaciones financieras y especializadas en petróleo la evidencia de una política organizada en pro de la guerra. La razón es que a las empresas petroleras más importantes les iba bastante bien con el status quo: Los precios y beneficios eran razonablemente altos, las inversiones eran relativamente seguras, el sentimiento anti imperialista era extenso pero no intenso y, lo más importante, las oportunidades para importantes inversiones nuevas se estaban abriendo en Arabia Saudita, Irán, Libia y posiblemente (por medio de terceros) en Irak.

La guerra estadounidense contra Irak y Afganistán invirtió el escenario creando un ambiente muy hostil, aumentando los peligros de ataques destructivos, inseguridad para el personal occidental y aumentando el poder de la OPEP contra las principales compañías privadas estadounidenses. Sólo muy pocas compañías relacionadas con el petróleo puede decirse que se han beneficiado de la guerra -Halliburton, por ejemplo-, la mayoría de las cuales tuvo vínculos directos con el vicepresidente Cheney. Son la excepción que confirma la regla. La industria petrolera como inversora, productora y vendedora realmente no se ha beneficiado de la guerra. Incluso después de la ocupación colonial de Irak, (y aun después de la ilegal privatización de las compañías petroleras estatales Iraquíes) el sentimiento predominante entre las compañías petroleras es, en el mejor de los casos, ambivalente: Aunque las oportunidades futuras puedan haber aumentado también lo han hecho las amenazas actuales al abastecimiento y al transporte.

La guerra ha creado mayor volatilidad, favoreciendo a los especuladores respecto a los inversores petroleros a largo plazo. Es más, el alza de los precios perjudica de parte a parte el desempeño de las economías imperialistas, añadiendo costes, aumentando los desequilibrios comerciales y convirtiendo a las compañías petroleras en un blanco destacado de la ira pública. Además el apoyo incondicional a Israel dentro de la Administración Bush en el contexto de la guerra contra Irak, ha creado un clima difícil para las negociaciones de alto nivel entre los altos ejecutivos petroleros y los líderes árabes ricos en petróleo.

En resumen, no hay ninguna evidencia empírica de que las petroleras más importantes dirigieran la política bélica estadounidense, ni antes ni después de la ocupación colonial.

La segunda hipótesis sostiene que la guerra fue parte de una política estratégica para monopolizar el suministro de petróleo de cara a asentar a EEUU como la indiscutible potencia mundial, subordinando a Europa y Asia a sus órdenes. Un corolario a este argumento es que, en el pasado reciente, los triunfos políticos y militares de EEUU habían ido acompañados por una política de compartir los botines de las victorias imperiales con sus aliados Europeos y Japoneses. La nueva doctrina militar estadounidense de guerras ofensivas unilaterales (eufemísticamente llamadas «guerras preventivas») fue diseñada para tomar ventaja estratégica y exigir el control exclusivo sobre el botín de guerra: Petróleo, bases militares y rutas comerciales. Los estrategas imperialistas calcularon mal, presumiendo una victoria militar fácil sobre «los Arabes» y una rápida toma y privatización de las empresas públicas y explotación sin impedimentos de la riqueza petrolífera.

Esta hipótesis tiene mucho mérito al explicar algunas de las motivaciones – sobre todo al destacar la importancia de quienes toman las decisiones políticas dentro del aparato estatal imperial. No obstante hay varios puntos débiles importantes en esta hipótesis. Para empezar, había y hay marcadas diferencias entre los diferentes centros de poder en el aparato estatal imperial e incluso dentro de cada «centro». Por ejemplo, muchos de los altos mandos militares profesionales se opusieron a la guerra, como lo hicieron también miembros del departamento de Estado. Analistas de la CIA no compartieron las asunciones de que el pueblo colonizado daría la bienvenida a los ejércitos imperiales. Numerosos antiguos mandos militares, funcionarios de la CIA, e inspectores de armamento de las Naciones Unidas desafiaron el pretexto expuesto por los sectores pro guerra del estado imperial estadounidense, de que Irak poseía armas de destrucción masiva y suponía una amenaza para Estados Unidos.

Si el propio estado imperial estaba dividido y algunos sectores no estaban convencidos de la necesidad de ir a la guerra, ¿qué grupo pudo superar esa resistencia, circunvalar los canales de inteligencia establecidos (y crear su propio circuito), fabricar su propia «inteligencia» y, con éxito, llevar a EEUU a la guerra? Si la guerra no fue promovida por y en interés de las compañías petroleras estadounidenses, y en contra de la doctrina militar de luchar en dos guerras simultáneamente, ¿se libró la guerra para favorecer los intereses geopolíticos de quiénes?

VII. La Guerra y la Hipótesis Sionista-Israelí.

La hipótesis que más se ajusta a los datos es la hipótesis Israelí, específicamente que los principales arquitectos y teóricos de la supremacía mundial estadounidense y los principales promotores de guerras secuenciales, particularmente en Oriente Medio, eran influyentes sionistas en las escalas más altas del Pentágono, en el Consejo de Seguridad Nacional y en los bien conectados centros de investigación, «consejeros» del gobierno, al tiempo que actuaban por cuenta de los intereses expansionistas del Estado de Israel.

El autor clave de la doctrina estratégica de EEUU como potencia indiscutible mundial, fue Wolfowitz, ya en la primera Administración Bush (1991). Se unió a otros influyentes sionistas como Richard Perle, Douglas Feith y una hueste de extremistas pro israelíes para preparar un documento estratégico para el estado de Israel (1996) en el que los Palestinos serían sacados físicamente de toda Palestina e Israel se convertiría en la potencia regional de todo el Oriente Medio. Tanto Feith como Wolfowitz, ya al principio de sus carreras públicas, fueron acusados y castigados por entrega documentos del gobierno estadounidense al gobierno israelí. Durante por lo menos veinte años han estado colaborando activamente en la política israelí y, dentro y fuera de gobierno, han trabajado estrechamente con funcionarios israelíes en los Estados Unidos y en Israel.

Los influyentes Sionistas, incluso antes de alcanzar altos puestos en el Pentágono y el Departamento de Estado, eran acérrimos defensores de los ataques militares estadounidenses contra los adversarios de Israel en Oriente Medio, que incluían a Líbano, Siria, Irán, Arabia Saudita y, por supuesto, Irak. Su abogacía militarista era independiente de cómo tales guerras afectarían a los intereses petrolíferos estadounidenses, a la estabilidad regional, a las relaciones con Europa, con los países Musulmanes o con el resto del mundo. Los sionistas del Pentágono fueron los primeros en vincular a Irak con los sucesos del 11-S en un intento de manipular la ira del público estadounidense contra el secular estado Iraquí. Fueron los responsables de fabricar la historia de que Irak estaba importando uranio de Níger con el propósito de desarrollar armas nucleares. Wolfowitz admitió que fue él el que promovió el falso pretexto de que Irak poseía armas de destrucción masiva para crear un «consenso» para ir a la guerra y todos los escritores sionistas importantes y «expertos» empujaron en la misma dirección.

El principal lobby pro israelí en EEUU, el AIPEC, trabajó intensa y estrechamente con el Estado de Israel, con los principales sionistas del Pentágono y con sus grupos asesores, presionando en pro de la invasión estadounidense de Irak. Las mayores organizaciones judías y los propagandistas influyentes de los medios de comunicación, promovieron la guerra, demonizaron a Irak y fabricaron las historias de amenazas inminentes.

El único beneficiario importante de la guerra estadounidense contra Irak es el Estado de Israel: La guerra destruyó a un importante partidario de la Intifada Palestina e Israel consiguió tener las manos libres en su terror y en la colonización territorial de tierra Palestina.

Los EEUU, aislados de casi todas las principales potencias europeas y de los países islámicos, a causa de su agenda en pro de Israel, asumió el estatus de paria del régimen colonial clerical israelí. Todas las predicciones y asunciones de los sionistas pro guerra y anti-árabes se probó que eran falsas. Los árabes iraquíes no se sometieron a la ocupación norteamericana; formaron una potente resistencia que compromete a EEUU en una guerra de desgaste cada vez más prolongada. La intervención estadounidense no logró el monopolio de petróleo; ha arriesgado su propio suministro de petróleo en Oriente Medio al intensificar la inestabilidad en Arabia Saudita. La guerra ha agriado acuerdos petrolíferos estadounidenses en el Cáucaso y ha provocado aumentos especulativos del precio del crudo, incrementando el déficit comercial estadounidense. Es igualmente significativo que, mientras EEUU está inmerso en la guerra de Irak, China, India y Japón consiguen estratégicos contratos de petróleo y gas en Asia e Iberoamérica.

Los sionistas se equivocaron previendo que EEUU procedería a una serie de guerras exitosas contra los otros enemigos de Israel en Oriente Medio – Irán, Siria, Líbano y Arabia Saudita. La invasión de Irak ha atado a la inmensa mayoría de las tropas terrestres activas estadounidenses en una guerra perdedora con numerosas bajas, limitando, así al menos, temporalmente su capacidad para empezar nuevas guerras por cuenta del imperio o de Israel. Esto no ha impedido que los sionistas del Pentágono y sus aliados de AIPEC presionen a favor de un nuevo ataque militar contra Irán y Siria.

Aparte de Inglaterra, Israel ha sido el mayor partidario y aliado en la conquista estadounidense de Irak por una buena razón: Son los principales beneficiarios.

Los sionistas del Pentágono y sus celosos aliados ideológicos han debilitado la economía estadounidense ensanchando el déficit comercial (por precios del crudo más altos) y aumentado el déficit del presupuesto (debido a los gastos de guerra). Israel no ha sufrido en absoluto; al contrario, las ventas militares a EEUU aumentaron así como los ingresos procedentes del Pentágono por asesoramiento y entrenamiento militar, misiones en Irak y en otras partes.

La guerra estadounidense contra Irak tiene varias particularidades así como características comunes con otras guerras. En primer lugar demuestra cómo una minoría muy organizada, ideológicamente coherente, financieramente poderosa, con co-pensadores muy bien situados en la cima de las instituciones creadoras de la estrategia política del estado imperial pueden torcer las políticas de modo que satisfagan las necesidades de una potencia extranjera por encima y en contra de intereses económicos establecidos. En segundo lugar, las decisiones sobre guerras imperialistas, aunque normalmente sirven a intereses a largo plazo de los sectores dominantes de la clase capitalista, son «hechas» por políticos que tienen sus propias agendas, lealtades ideológicas y políticas que pueden o no pueden beneficiar (o perjudicar) a la clase gobernante.

La guerra contra Irak es un caso claro en el que las lealtades de los principales arquitectos de la guerra eran distintas de las de la clase gobernante, que apenas fue tenida en cuenta, y mucho menos se la consultó. La ideología que rige a los arquitectos de la guerra era «Israel primero, último y siempre». Para encubrir los planes de guerra centrados en Israel, los sionistas fabricaron una serie de «amenazas» contra los intereses estadounidenses, que fueron hechas parangonando aquéllas a las que se enfrenta Israel: Amenazas por armas de destrucción masiva, terrorismo y fundamentalismo Musulmán. La literatura del odio anti-Arabe y anti-Musulmán circuló en medios de comunicación, en influyentes periódicos y tertulias como si un ejército de ideólogos sionistas entrara en un frenesí ideológico, infectando el cuerpo político estadounidense – y haciendo sobresalir una ola secundaria de espuma vituperiosa de cristianos fundamentalistas, aliados neoconservadores y congresistas liberales.

El ataque generalizado de los sionistas contra los pueblos y estados Arabes se dirigió hacia la meta estratégica de extender la dominación israelí más allá de Palestina («Gran Israel») no a través de la colonización directa sino por medio de una serie de regímenes clientelares obligados a EEUU; unos EEUU cuyas principales instituciones de política exterior estarían sujetas a la influencia sionista. La formulación ideológica adoptada para promover la dominación de EEUU-Israel en el mundo Arabe era «Un Mercado Común para Oriente Medio» basado en una campaña de «democratizar la región.» Ambas formulaciones sirvieron como base ideológica para la guerra permanente en Oriente Medio, la instalación de regímenes títeres con voluntades duales dispuestos a servir tanto a los intereses energéticos estadounidenses como a la penetración comercial de Israel.

La retórica manipulación ideológica sionista de «mercado libre» y «democrático» resonó ampliamente entre los liberales y los imperialistas conservadores, al tiempo que el estado imperial estadounidense e Israel estaban negando a Iraquíes y Palestinos sus derechos democráticos elementales y los mercados domésticos. Las tácticas de los sionistas influyentes y sus extensas redes en los EEUU se dirigieron a fundir los intereses expansionistas israelíes con las metas imperialistas norteamericanas para legitimar sus objetivos de políticas de estado israelíes; una posición de la que se hizo eco el electo presidente Bush.

En el mundo real sin embargo, conforme EEUU continuó sufriendo numerosas bajas en Irak y la deuda de la guerra creció por miles de millones de dólares al día, y sus «compañeros de coalición» iban abandonado la guerra, los influyentes sionistas de dentro y de fuera del gobierno intensificaron su presión sobre EEUU para escalar el compromiso de sus tropas en Irak e involucrarse en nuevas guerras en Oriente Medio. La prueba decisiva de las lealtades sionistas a los intereses israelíes se encuentra en el hecho de que siguieron la política de guerra aún cuando ésta debilitaba la posición global estratégica de EEUU, aumentaba el descontento en el ejército y los círculos civiles de élite e incrementaba la probabilidad de una crisis económica resultante de los déficits de la guerra y la debilidad del dólar. Los sionistas en el poder están tan adscritos a la matriz israelí, que son totalmente impenetrables a los efectos que sus políticas tienen sobre el imperio estadounidense, sobre la economía doméstica o sobre la sociedad civil.

En efecto el ataque imperial estadounidense contra Irak puede entenderse como una guerra subrogada a favor de una potencia regional, diseñada y ejecutada por estrategas políticos influyentes cuya obediencia primaria es defender los intereses de la potencia regional. Los sionistas fanáticos han incorporado a EEUU el mismo estilo patológico de políticas paranoicas de masas prevaleciente en Israel: la política de amenazas terroristas permanentes, de miedo penetrante, de un mundo hostil, de aliados no fiables… Los sionistas fanáticos han dirigido la acusación ideológica envenenando las relaciones con Francia y otros países Europeos que no responden favorablemente a la represión sangrienta de los pueblos ocupados. Ningún grupo de la política ha hecho más por debilitar el mantenimiento del imperio estadounidense que estos sionistas fanáticos en el gobierno y las numerosas y bien financiadas redes en pro de Israel por todo EEUU. El Congreso, la rama ejecutiva, el gobierno estatal, los gobiernos locales y los medios de comunicación nacionales y locales se han rendido a la influencia de la agenda en pro de Israel del «lobby» judío hasta el punto de que ninguno o pocos se atreven a criticar a Israel o a sus representantes estadounidenses.

La ostentosa fuerza del poder de la configuración en pro de Israel ha provocado una inevitable oposición, principalmente de los funcionarios no electos. El FBI (Oficina Federal de Investigación) está preparando una acusación contra varios altos funcionarios de AIPEC, la institución más poderosa representante de los intereses de Israel en EEUU, por espiar a EEUU para Israel. Casi todas las organizaciones judías importantes se están preparando para defender a AIPEC y su práctica de retorcer la agenda política estadounidense hacia la de «Israel Primero». A principios del 2005, estaba claro que la estructura del poder sionista había paralizado la investigación. Numerosos oficiales del ejército retirados y funcionarios de la CIA han denunciado que el poder sionista está diseñando y promoviendo los intereses de Israel por encima de los intereses imperiales estadounidenses. Entre tanto los sionistas junto a los neoconservadores han purgado o «neutralizado» con éxito a analistas independientes de la CIA, el Departamento de Defensa y el Departamento de Estado que cuestionaron la doctrina de guerras secuenciales contra los adversarios de Israel en Oriente Medio. La segunda administración Bush está completamente controlada por los extremistas neo-conservadores-sionistas.

La sabiduría convencional que percibe a las potencias imperiales mundiales dictando la política a las potencias regionales menores fracasa claramente en lo que atañe a las guerras estadounidenses en Oriente Medio. La razón por la cual esta noción del sentido común es inadecuada es porque no trata con una serie de únicos (por lo menos en la historia moderna) fenómenos que afecten a la estructura de la formulación política del imperio estadounidense – el papel activo de una minoría privilegiada e influyente profundamente empotrada en la estructura de decisión-elaboración y cuya lealtad primaria se debe a otro estado. Es como si el Estado de Israel tuviera ‘colonizadas’ las esferas principales del poder político del estado imperial. Estos ‘colonos’ sin embargo no son exactamente trasplantados o emigrantes de su «madre patria». Más bien han crecido y han sido educados en el centro imperial, han seguido carreras lucrativas en EEUU y han sido, en la mayoría de los casos, firmes partidarios de la expansión imperial y del militarismo estadounidense. Han ascendido e influido en las esferas más altas del poder político. No han sufrido discriminación, ni han sufrido exclusión económica, social o política alguna. No han sido marginados: están integrados en los centros de poder. Incluso ellos mismos se han apartado del resto de los ciudadanos estadounidenses y se consideran portadores de una misión especial – la de ser primero judíos que incondicionalmente apoyan al Estado de Israel y a todas sus proyecciones internacionales de poder. ¿Cómo podemos explicar este abrazo irracional de un estado militarista por un grupo de individuos que sólo indirectamente comparten su vida y destino?

VIII. La Guerra en el Siglo XXI: Conducta Atávica.

Schumpeter en su libro, Imperialismo y Clase Social, escrito poco después de la Primera Guerra Mundial, intentó cuadrar su argumento de que el capitalismo se opone a la guerra citando la reaparición de trazas «atávicas» residuales, incrustadas en sociedades guerreras feudales anteriores, como la causa de la guerra. Aunque no comparto el punto de vista de Schumpeter sobre la evolución pacífica del capitalismo, particularmente ante una serie de guerras imperialistas en Asia, África, Ibero América y Europa, su concepto de la conducta atávica es útil para explicar la adherencia irracional a Israel por parte de unos judíos ricos, educados y altamente influyentes. Su abrazo a Israel no es, ciertamente, por razones de remuneración monetaria, aunque Israel premió financieramente a espías judeo-americanos como Jonathan Pollard. ¿Qué hace que un grupo de la élite moderna o post-moderna exhiba patrones de lealtad fanática hacia una potencia colonial militarista extranjera comprometida en la limpieza étnica?

El movimiento sionista financiado y dirigido por líderes judíos y sus partidarios influyentes y adinerados es un grupo muy cohesionado y disciplinado que exhibe tolerancia cero contra cualquier disidente judío, u otros críticos, al estado guerrero o a sus partidarios en cualquier parte del mundo. ¿Qué considerarían anómalo profesores muy cultos, doctores, abogados, banqueros de inversiones, moguls de los medios de comunicación y magnates multimillonarios de bienes inmobiliarios que dan su apoyo incondicional a un estado implicado en primitivos actos vengativos, de tortura masiva de prisioneros, de castigo colectivo y culpable (destruyendo casas familiares de sospechosos de la guerrilla, tomando como rehenes a los miembros de la familia), destruyendo campos de cultivo agrícola de forma sistemática y desarraigando a centenares de miles de campesinos, a comunidades enteras, durante casi seis décadas?

Sostienen reclamaciones antiguas sobre la tierra y la venganza y humillación gratuita del pueblo subyugado, fundamentadas en creencias religiosas mitológicas. La creencia primitiva en un pueblo «superior» o especial usada para justificar sangrientos crímenes vuelve al punto de partida de las barbaridades rituales de la antigua justicia tribal. Esta conducta atávica está, sin embargo, ligada a la tecnología militar más moderna en manos de técnicos expertos muy entrenados. La combinación de cohesión tribal, mitología religiosa, armamento de alta tecnología y un deseo impetuoso de ejercer el poder por cuenta de un estado militar basado en la exclusividad ‘racial-religiosa’, es un potente brebaje para que lo inhalen los sionistas estadounidenses. Pero hay inmensas satisfacciones psicológicas por ser parte de un grupo cerrado poderoso, con la visión o fantasía de restaurar un ‘reino’ perdido, un sentido de ser parte de un pueblo superior, miembros de una cultura de supervivientes que ha soportado un sufrimiento único, y por consiguiente posee la rectitud para perpetrar violencia y usar el poder para golpear a los adversarios en cualquier parte y no estar sujeto a leyes internacionales convencionales que sólo sirven para limitar las prerrogativas de un ‘pueblo virtuoso’.

Las lealtades tribales tienen reglas firmes de conducta para todos los que son considerados miembros, tanto si son practicantes activos de la política sionista o incluso si son críticos del Estado de Israel – patria del pueblo elegido. Se interpretan las reglas tribales de maneras diferentes por los diferentes segmentos de la diáspora judía. Para los Presidentes de las Principales Organizaciones Judías y sus funcionarios hay Cinco Mandamientos: (1) ‘no criticarás ninguna acción de ningún líder israelí en ningún momento, no importa cuán odioso sea el crimen, ni cuán a menudo se repita, prescindiendo de cuán inmenso o intenso sea el oprobio mundial’, (2) ‘no permitirás que otros critiquen o actúen contrariamente a los intereses del Estado judío o de las organizaciones que abracen el ideal sionista’ (3) ‘Cualquier arma, financiera, física, psicológica, ideológica o económica puede ser empleada legítimamente para debilitar, aislar, desacreditar o estigmatizar a los críticos de la Patria Tribal o de cualquiera de las Organizaciones Tribales exteriores’, (4) ‘Recabarás fondos de todas las fuentes (legales o ilegales), públicas, sociales o privadas para financiar la máquina militar de los líderes Tribales – el tributo obtenido de los «otros» inferiores debe reforzar la seguridad y el nivel de vida del pueblo elegido’ y (5) ‘Declararás lealtad por encima de todo a la identidad tribal, luego a las potencias que apoyan a «nuestra tribu» y por último a los «valores universales»‘.

A pesar de la marcada crítica de una minoría de judíos disidentes, tanto en Israel, como en EEUU y en otras partes, hay ciertos códigos no declarados que incluso son seguidos por los comentaristas más críticos. Uno es no criticar nunca ni identificar el poder de las organizaciones judías en EEUU y su influencia en el gobierno. La denegación de facto de los progresistas judíos, de que el poder judío conforme la política bélica estadounidense en Oriente Medio, restringe gravemente la efectividad del movimiento anti guerra al exonerar a uno de los sostenes ideológicos principales de la maquinaria de guerra imperial. El segundo código no declarado seguido por los intelectuales judíos progresistas «observantes» es rechazar que Israel tenga una influencia importante sobre la política estadounidense global y de Oriente Medio a través de sus leales tribales en EEUU. Los progresistas judíos deliberada y sistemáticamente excluyen cualquier mención al poder e influencia judíos en la conformación de la política estadounidense en Oriente Medio, centrándose exclusivamente en los «intereses petrolíferos» o en los «ideólogos neoconservadores» (quiénes coincidentemente son mayormente tribalistas y del campo de sus seguidores). En deferencia a, o más exactamente porque comparten una identidad subyacente profunda con la tribu, se niegan a incluir cualquier estudio sistemático del ejercicio, muy obvio y evidente, del poder en cada rama del gobierno, en los procesos electorales y en los informes de los medios de comunicación. Del mismo modo que Oriente Medio, Israel es considerado por los judíos progresistas como un «instrumento» del imperialismo estadounidense, incluso cuando juega a dos bandas – porque Israel usa a los EEUU para atacar a sus adversarios, construir su maquinaria militar y fabricar sus sistemas de comercio de armas para venderlas incluso a los competidores de EEUU (por ejemplo, China).

La emergencia del comportamiento atávico y su extensión entre la élite sionista es un desarrollo relativamente reciente (durante las últimas dos décadas) y va en contra de los valores universalistas, seculares y los valores y prácticas socialistas así como los valores religiosos tradicionales y las prácticas y creencias comunales de muchas comunidades judías durante siglos anteriores. El abrazo del poder imperial, el giro desde valores comunitarios religiosos a la adherencia al estado militarista de Israel, el cambio desde el internacionalismo y el socialismo hacia una adhesión incondicional a una ideología exclusivista y estrecha, ha activado la conducta atávica latente asociada a las matanzas vengativas de adversarios y una singular y ciega lealtad a la idea de la supremacía israelí en Oriente Medio. Traducido al contexto estadounidense, significa propaganda virulenta a favor de la guerra, abogacía en pro de campos de concentración para los creyentes islámicos (como propusieron Daniel Pipes y otros) y colaboración con los agentes del Mossad para promover la estrategia militar israelí y sus metas económicas y políticas, utilizando todos los instrumentos de poder dentro de EEUU y con sus clientes extranjeros (regiones Kurdas de Irak, por ejemplo).

La conducta atávica logra sus metas a través de la manipulación sutil y la inflación artificial de los «miedos» que emanan de los enemigos de Israel. El propósito es crear el apoyo de las masas en EEUU a las guerras por cuenta de Israel. Los ideólogos sionistas estadounidenses, incidiendo fuertemente respecto al aislamiento político autoinducido que el Estado de Israel ha atraído sobre sí mismo a través de la destrucción salvaje de la Palestina árabe, han elaborado y predicado una visión paranoica del mundo, en la que todas las organizaciones internacionales (la ONU, la Corte Internacional de Justicia etc.), y los foros, los estudios internacionales de opinión, Europa, Asia, Ibero América y África son acusadas de «antisemitismo» porque reconocen y condenan la violación de Israel de los derechos humanos y políticos de los Palestinos.

Cuando mayor es la «justificable» violencia de Israel, más amplia es la condena por su actuación, más histérico y estridente es el vituperio que emana de los principales centros sionistas, mayores son los esfuerzos concentrados para desacreditar a los cuerpos internacionales y suscitar un incremento del apoyo estadounidense. Lo mismo que un Neandertal imaginario podría bramar ruidosamente y agarrar un potente garrote cuando otros protestaran por haber traspasado su territorio, así también lo hacen los sionistas al alcanzar el garrote del poder militar estadounidense para aporrear a quienes desafíen las transgresiones de Israel.

La «conducta atávica» no se reduce a los influyentes sionistas, también se da entre los militaristas civiles, los cristianos sionistas y otros fundamentalistas religiosos que son defensores y practicantes de la violencia sin restricciones y de las guerras imperiales permanentes. Bajo la capa de un discurso civilizado y de tonalidades moderadas, está la lujuria apenas refrenada por el poder ilimitado, la guerra total y la tortura salvaje sin concesiones. La conducta atávica amenaza cada vez más con aplastar los fundamentos del cálculo económico racional. Los militaristas civiles que originalmente pueden haber sido vistos por muchos capitalistas como una herramienta útil entre otras cosas para conquistar mercados y apoderarse de recursos estratégicos ha ido tomando gradualmente vida propia, subordinando los intereses capitalistas a su exigencia rabiosa de poder ilimitado. La conducta atávica es a la vez el apogeo del poder imperial estadounidense y su último retroceso a la edad de piedra.

Las guerras contemporáneas y futuras en Oriente Medio no pueden ser explicadas meramente recitando un inventario de recursos económicos y emparejándolos con planes estratégicos imperiales. Este reduccionismo racionalista-económico falla al no tener en cuenta específicos determinantes ideológicos, políticos irracionales que han demostrado un mayor poder explicativo.

XIX. Privatización y Guerra.

Una de las metas estratégicas de los políticos imperialistas es la privatización de los recursos públicos como un «fin» en sí misma y como un medio de lograr el control político, social, económico y cultural sobre un país para reforzar la construcción imperial.

Las estrategias de la privatización se siguen por medios políticos así como militares, ya sea a través de invasiones militares o mediante golpes de estado por juntas militares subrogadas. La privatización es un primer paso hacia la desnacionalización y recolonización de la economía y el estado.

La desnacionalización de la economía normalmente sigue la imposición de las agencias prestamistas imperiales de una estrategia macropolítica disfrazada de políticas de ajuste estructural que incluyen entre otras medidas las privatizaciones de las empresas públicas – sobre todo en sectores estratégicos como energía, petróleo, metales, telecomunicaciones, finanzas y banca. Para acometer la desnacionalización se siguen uno de estos dos caminos: O la compra directa por compañías extranjeras de activos nacionales, o un proceso en dos pasos por el cual los capitalistas nacionales compran primero la empresa pública y luego la revenden al capital extranjero.

Tanto directa como indirectamente, la privatización significa control extranjero sobre decisiones económicas esenciales (inversión, mercado, transferencia de beneficios etc.) en sectores estratégicos de la economía. El control extranjero sobre industrias estratégicas significa poder de decisión sobre las industrias locales y explotación de los recursos naturales.

Más allá de las consecuencias económicas de la privatización/desnacionalización (P/D), ésta es un instrumento político de las estrategias de construcción imperial:

  1. La P/D implica la contratación de ‘ejecutivos nacionales’, funcionarios financieros, publicistas, gerentes, economistas que se convierten en una base política activa para respaldar y promover una colonización más profunda y extensiva así como la sumisión política al poder imperial.

  1. Los principales ejecutivos de las empresas de P/D juegan un papel destacado para influenciar y dirigir organizaciones sectoriales (fabricantes de coches y repuestos, asociaciones de banca, propietarios de minas, consorcios etc.), así «hegemonizan» a los capitalistas nacionales dentro de las asociaciones y logran su aquiescencia a los proyectos imperial-coloniales.

  1. Las empresas de P/D pueden trabajar en tándem con el estado imperial para presionar a un régimen para que siga las políticas imperiales disminuyendo la producción económica o desinvirtiendo. Por ejemplo, en los años sesenta el departamento de Estado ordenó a las refinerías de petróleo de propiedad estadounidense que se negaran a refinar las importaciones cubanas de crudo de Rusia para derrocar al gobierno de Castro.

  1. El gobierno estadounidense frecuentemente pone ‘agentes’ (CIA y FBI) en corporaciones multinacionales (CMN) de propiedad estadounidense. Las CMN proporcionan «cobertura legal» a los agentes de la inteligencia dedicados a campañas de desestabilización, espionaje y reclutamiento de negocios locales y de líderes sindicales para que sirvan a los intereses imperiales.

  1. Las empresas de P/D proporcionan una influencia adicional a los políticos imperialistas para presionar a un régimen para que se someta a las políticas de FMI y apoye el gobierno colonial por medio del ALCA.

  1. La P/D proporciona un pretexto para la intervención y conquista imperial, utilizando la excusa de que los invasores están «protegiendo» los derechos de propiedad de los ciudadanos estadounidenses.

  1. La P/D proporciona una «cabeza de playa» para multiplicar las privatizaciones usando aliados locales y la influencia política que sigue a las tomas iniciales. La P/D tiene un «efecto dominó» que lleva a un poder acumulativo, de empresa en empresa, de sector en sector, de la economía a los medios de comunicación y de la economía y los medios de comunicación al control político. La P/D tiene un efecto catalizador fortaleciendo a los políticos imperiales y doblegando a cualquier régimen reticente.

X. Dialéctica de las Privatizaciones/ Desnacionalizaciones y Guerra.

Las guerras están motivadas por, y tienen como consecuencia, la privatización y desnacionalización de propiedades estatales. Igualmente, las privatizaciones llevan a la guerra para proteger y evitar la renacionalización de industrias estratégicas. Las privatizaciones van acompañadas frecuentemente de la autorización de bases militares, fortaleciendo así la presencia colonial y debilitando la soberanía de los países del Tercer Mundo. Como mínimo, las privatizaciones casi siempre van acompañadas de «acuerdos de cooperación» militar y de «acuerdos de defensa mutua» que, en efecto, permiten la presencia militar de consejeros militares estadounidenses en los Ministerios de Defensa, el adoctrinamiento y entrenamiento de oficiales del ejército y una «fórmula legal» que permite la intervención militar estadounidense siempre que un régimen cliente sea amenazado. En otras palabras, la privatización y la desnacionalización debilitan a los estados del Tercer Mundo al privar al estado de los recursos económicos, rentas públicas y resortes de poder al tiempo que restringen gravemente su soberanía. Los clientes debilitados proporcionan a menudo soldados mercenarios para las guerras imperiales futuras y para la ocupación colonial, como en Irak, Afganistán y Haití.

XI: Guerras coloniales en el siglo XXI.

En el siglo XXI, las guerras imperiales, especialmente las múltiples guerras coloniales que requieren la ocupación militar de un país colonizado, solo podrán ser sostenidas reclutando soldados mercenarios de los regímenes clientelares. Las fuerzas armadas imperiales estadounidenses son incapaces de mantener una ocupación colonial frente a una guerra popular prolongada sin un apoyo mercenario a gran escala de los regímenes clientelares. Esto es muy evidente hoy en Irak (y en Afganistán), donde los funcionarios coloniales estadounidenses y su régimen títere están tratando de montar desesperadamente un ejército de mercenarios iraquíes y afganos que asuma el peso de los «deberes de seguridad» (represión del pueblo colonizado). El ejército colonial estadounidense, particularmente los reservistas militares, está desmoralizado y ha experimentado un marcado descenso en el realistamiento.

Dada la implicación imperialista en dos países (Irak y Afganistán), Washington volvió a reclutar mercenarios militares de sus regímenes clientes iberoamericanos que proporcionaron varios miles de soldados y oficiales para sostener al régimen títere estadounidense en Haití. Desde que los estrategas imperiales, particularmente los neo-conservadores y sionistas han hecho de la conquista militar la pieza central de la expansión imperial, es el ejército el que paradójicamente se ha convertido en el «eslabón más débil» de la cadena imperial que se extiende desde la guerra imperial a la ocupación y control colonial, de la P/D al pillaje económico.

En el pasado el estado imperial estadounidense libró guerras internas y externas para P/D industrias estratégicas. EEUU derrocó al régimen de Arbenz en Guatemala (1954), al régimen de Mossadegh en Irán en 1953, el fallido intento de invadir Cuba en 1961, el golpe de estado en Chile maquinado por la CIA (1973), la guerra de la Contra estadounidense en Nicaragua (en los años ochenta) todas ellas estuvieron dirigidas hacia la P/D de las economías así como a servir las estrategias geopolíticas imperiales.

En los últimos años sin embargo, el estado imperial ha utilizado cada vez más la financiación de políticos electorales civiles y presionar desde las instituciones financieras internacionales para implementar la P/D. Sólo en Oriente Medio donde está implantado el poder sionista-israelí la invasión militar se ha convertido en la opción política. La dependencia de la guerra para privatizar y colonizar continúa operando donde las estrategias imperiales de financiación electoral a civiles han fallado. Dos casos recientes vienen a la mente.

La guerra ‘interna’ estadounidense en Venezuela, donde un golpe financiado y dirigido por EEUU brevemente (48 horas) derrocó al Presidente electo Chávez elegido, es un caso destacado. En ese breve periodo de tiempo, el régimen títere de Carmona inmediatamente rompió relaciones con Cuba, se retiró de la OPEP y empezó a preparar los planes para privatizar la compañía de petróleo estatal antes de que el poder popular restaurara a Chávez y rescindiera los decretos. El golpe patrocinado por Estados Unidos y el subsecuente ‘cierre empresarial de los jefes’ de la industria petrolera fueron parte de una estrategia de guerra interior diseñada para circunvalar una puesta en escena desfavorable de cara a un resultado electoral manipulado.

Igualmente en Yugoslavia, EEUU, en alianza con el imperialismo Europeo, lanzó una invasión militar sin provocación alguna, usando a terroristas croatas y kosovares para destruir la nación yugoslava y montar mini estados en los que las empresas anteriormente autogestionadas fueran P/D, se establecieron importantes bases militares y se reclutaron tropas mercenarias para las guerras coloniales de Oriente Medio.

La privatización y desnacionalización tanto si ocurren a través de guerras imperiales, como mediante subvenciones a clientes políticos electorales, implican sin embargo, competición inter-imperialista y conflictos a raíz de los cuales los estados imperiales se apoderarán de las que antes eran empresas públicas más lucrativas. La experiencia en Europa Oriental e Ibero América sugiere que los éxitos políticos estadounidenses tuvieron como resultado que las potencias Europeas consiguieron la mayoría de las empresas privatizadas y las más lucrativas empresas petroleras, de telecomunicaciones y financieras. Similarmente en la ruptura Yugoslava, los Europeos afianzaron la influencia y el control sobre los mini estados más ricos, Croacia y Eslovenia, mientras que EEUU colonizó los más pobres, los estados-mafia (Kosovo, Macedonia, Montenegro y Bosnia).

La vuelta a las guerras imperialistas unilaterales reflejó esta realidad de beneficios desiguales de las guerras imperiales cooperativas EEUU-EU. La invasión unilateral estadounidense de Irak fue diseñada para aumentar al máximo el control estadounidense de la privatización subsiguiente y la desnacionalización de la industria petrolífera Iraquí y socavar los beneficios Europeos de la «reconstrucción» posguerra así como para privilegiar los intereses israelíes en Oriente Medio.

Si la expansión imperialista está vinculada a la P/D, la competición y conflicto entre los imperialismos de EEUU y de la UE moldea las formas y métodos a través de los que esa expansión tiene lugar. El recurso estadounidense a lo unilateral (formas) y al militar (medios) está relacionado con su «ventaja comparativa» en armamento militar y en el predominio estrategas militaristas civiles. Las doctrinas de «guerra total», «guerras ofensivas», y supremacía unipolar mundial fueron todas diseñadas y llevadas a cabo por una élite especial de ideólogos políticos, con un conjunto específico de atributos políticos – carecen de lazos directos con la jerarquía militar tradicional y han demostrado desprecio por los mandos del ejército y del espionaje. Estos militaristas civiles se consideran una élite escogida para llevar a cabo la misión de aterrorizar a enemigos exteriores reales o imaginarios y castigar, expulsar o silenciar al ejército y agencias de espionaje tradicionales rivales dentro del estado. Su militarismo extremista se relaciona directamente con su distancia real a la «sangre e intestinos» de las masacres de civiles y las bajas militares sobre el terreno, y a su proximidad al Estado Israel.

Su arrogancia ejerciendo el poder se empareja con su abyecta ignorancia de las condiciones políticas y económicas y consecuencias de sus decisiones. Su ciega subordinación a servir los intereses de Israel les lleva a «calcular mal» el grado masivo de oposición Iraquí a la guerra y la ocupación. Su búsqueda de la dominación mundial llevó a invasiones militares insostenibles y múltiples y conduce al debilitamiento del imperio estadounidense. Su lógica militarista revela su ignorancia abismal de la enorme destrucción de lucrativos recursos Iraquíes y el coste de la guerra para la economía estadounidense. Estas políticas forzaron divisiones agudas en el seno del estado imperial. En contestación, los extremistas del Pentágono han tomado el control de las funciones de espionaje y fuerzas operativas especiales, que implican operaciones clandestinas. La segunda administración Bush es más extremista y aun más agresiva que la primera. El conflicto político dentro del Estado está extendiéndose a la sociedad civil donde más de la mitad de la población se opone a los planes para nuevas guerras. En lugar de adoptar una estrategia de construcción imperial mezclando presiones económicas, políticas y diplomáticas con guerras selectivas, los militaristas civiles han recurrido, en Oriente Medio, exclusivamente a estrategias militares. Incluso dentro de esta aproximación unilateral militarista, han escogido las medidas más extremas, guerras permanentes unilaterales, en oposición a las coaliciones (y botines de guerra conjuntos) y guerras limitadas (en tiempo y lugar). El extremismo militar que busca una guerra colonial insostenible no es una virtud.

La pequeña y sucia guerra colonial de Israel, a pesar de sus asesinatos diarios de civiles, bombardeos de terror y tortura ritual y humillación de los palestinos no ha tenido éxito en 60 años de guerra contra 3 millones de Palestinos aun con alistamiento universal forzoso y soldados reservistas durante toda su vida. Los militaristas civiles del estado imperial no han aprendido nada de los fracasos de Israel: Para ellos Israel no puede cometer ningún error, nunca puede fallar, es su modelo ideológico viviente de voluntad militar para conquistar. Nuestros propios militaristas civiles, en su arrogancia exaltada creen que 150.000 efectivos coloniales podrían derrotar a 200.000 combatientes de la resistencia armados y respaldados por más de 20 millones de compatriotas.

XII. La Mente de los Militaristas Civiles.

Uno de los aspectos clave del ascenso al poder de los militaristas civiles ha sido su habilidad para aplicar principios orgánicos que van más allá de sus programas políticos. Sus procedimientos, aunque no aparecen habitualmente especificados en un documento escrito, pueden deducirse de su conducta organizativa. Para resumirlo brevemente, podemos explicar su modus operandi:

  1. Precipitar la guerra evitando así el debate público y el análisis sistemático de a quien beneficia y quien pierde, y los logros tácticos y costes estratégicos. Dado que los militaristas civiles llegaron al poder con una doctrina ya fijada y una corte disciplinada, no les fue difícil imponer sus puntos de vista a sus fragmentados y dispersos rivales y antagonistas dentro de la burocracia militar y gubernamental. Tomando ventaja de la noción de «supremacía civil», pudieron imponer sus doctrinas militaristas bélicas extremas a sus críticos dentro de la jerarquía militar tradicional, a quiénes atacaron por ser «demasiado burocráticos y cautos». En efecto sus doctrinas militares ultra-voluntaristas chocaban con las políticas más calculadas y racionales de los estrategas militares establecidos.

  1. Facilitar un hecho apocalíptico fue un elemento esencial en el ascenso del militarismo civil a puestos de estrategia política imperial y la toma de poderes para hacer la guerra. Numerosa documentación y análisis críticos deducidos de las fuentes de inteligencia oficiales revelan que los militaristas civiles eran conocedores y estuvieron activamente implicados en facilitar el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. Los militaristas civiles, el día del acto terrorista, pusieron en marcha su plan de guerra para Oriente Medio y procedieron a proponer y llevar a cabo su plan extremista de «guerra ofensiva». Indujeron deliberadamente y magnificaron un estilo paranoico de política que se centró en una amenaza terrorista mundial inmediata para millones de civiles indefensos basada en la guerra nuclear, biológica y química (a pesar de que los hechos del ataque terrorista del 11-S se llevaron a cabo con cuchillos de plástico baratos). Esta rara e inaudita «campaña de terror» ideológica orquestada por los militaristas civiles resonó fuertemente con la política paranoica del régimen israelí que urgió a una Cruzada judeo-cristiana contra una amenaza terrorista islámica mundial.

  1. Las misiones mesiánicas son una componente constante de la mentalidad de los militaristas civiles. Éstas son en parte ejercicios cínicos de manipulación de los ideales democráticos universales y en parte son resultado de un fervor por la supremacía mundial estadounidense. El celo misionero mesiánico tiene la consecuencia intencionada de proporcionar una auto justificación para las graves violaciones de derechos humanos y leyes internacionales y domésticas. Los militaristas civiles saben que sus invasiones militares destruyen intencionadamente los derechos democráticos de autodeterminación, que su abogacía por la ocupación militar conduce a la denegación de los derechos de autogobierno democrático, aunque proclamen que su meta es «democratizar Oriente Medio», una afirmación de la que se hace eco en los medios de comunicación. Cinismo aparte, la misión mesiánica alimenta los ataques vituperiosos contra críticos reales o imaginados que se acompaña de medidas represivas autoritarias destinadas a intimidar a los críticos, incitando a arrestos arbitrarios, encarcelamiento indefinidos y el uso de tortura contra sospechosos.

  1. Las campañas militares moralistas tienen la virtud de no tener que proporcionar hechos para justificar los ataques violentos contra pueblos y naciones. La cuestión para los militaristas civiles no es si un ataque o una amenaza militar existe realmente. El elemento esencial para ellos es que hay un mundo autodefinido como «bueno» y otro como «malo» — una potencia mundial virtuosa (EEUU) unida a su cómplice regional (Israel) contra un diabólico «otro» (Musulmán, Tercer Mundo, estado independiente) hostil a la construcción imperial estadounidense y a la colonización israelí. Los cruzados morales que hay entre los militaristas civiles creen que es necesario engañar a las masas con una «Mentira Noble», porque las masas son incapaces de comprender la «verdad más alta», de las virtudes de la guerra permanente para lograr la supremacía mundial de EEUU y un mini imperio regional, el «Gran Israel». Muchos críticos progresistas han derramado litros de tinta refutando las mentiras de los militaristas civiles respecto a las armas de destrucción masiva de Irak y la relación de Saddam con Al Qaeda. Es un empeño meritorio pero resulta irrelevante para los militaristas civiles, porque, para ellos la «verdad» esta encarnada en sus acciones (militares) y no en el pretexto (mentiras) que expusieron. En la medida en que las mentiras «funcionaron», es decir, en la medida en que lograron lanzar una guerra, preparar otras guerras, aterrorizar a la población para que apoye la guerra, y tomar el control de los resortes del poder, una «verdad más alta» se ha convertido en realidad: El comienzo de la guerra ofensiva permanente.

  1. La doctrina del «espacio vital» está íntimamente relacionada con la práctica militarista civil de guerra permanente. En su visión paranoica voluntarista, ningún lugar ni ningún tiempo son seguros. Las amenazas existen en una serie de círculos concéntricos desde los pueblos islámicos de Oriente Medio (que rodean a Israel) hasta Asia, África Norte, y Europa Occidental… Las amenazas a la seguridad están presentes entre los «Estados de la vieja Europa» y países del tercer Mundo que se niegan a subordinarse a las fuerzas de seguridad estadounidenses. Para lograr «espacio vital» en EEUU y en donde quiera que sus intereses comerciales, bases y operaciones militares puedan (o deban) tener una presencia dominante, el tema de la «seguridad» se convierte en una palabra clave para la guerra abierta o clandestina, militar, política e ideológica. Finalmente, para los militaristas civiles, sólo un mundo en el que EEUU ejerza un poder imperial absoluto y supremo resultará en un espacio vital seguro.

Para reforzar su poder en el estado imperial, los militaristas civiles han seguido varias reformas orgánicas. Con propósitos ilustrativos, podemos citar al menos tres tipos de «reformas», su razón declarada y su intención real:

  1. Descentralización orgánica: Los militaristas civiles sostienen que hay demasiados constreñimientos burocráticos y políticos para la toma de decisiones oportunas y eficaces en un tiempo de amenazas terroristas inminentes. En tiempos de emergencia nacional, la «burocracia» establecida se convierte en parte de la amenaza en vez de en parte de la solución. Este es el razonamiento formal para enmascarar el propósito real que es concentrar el poder en las manos de los militaristas civiles en la élite del Pentágono y entre los neoconservadores del Consejo de Seguridad Nacional. La «reforma» está diseñada para puentear las líneas de mando existentes hasta que puedan purgarse y ser reemplazadas por leales a los militaristas civiles.

  1. El establecimiento de fuentes no tradicionales de información (inteligencia): Los militaristas civiles defienden que las agencias tradicionales de espionaje existentes son ineficaces, inexactas y embarazosas. Defienden «ensanchar» la base de recopilación de inteligencia, «diversificar» las fuentes y circunvalar las burocracias embarazosas afianzando «líneas directas» desde el terreno para tomar una acción firme de modo. El propósito real de los militaristas civiles es crear sus propias «fuentes» paralelas para fabricar una inteligencia en pos de su doctrina de guerra permanente.

  1. Mayor ‘cooperación’ con reconocidos estados amigos con experiencia antigua y amplia en el área de la guerra terrorista: El razonamiento formal para esta «reforma» que invoca «relaciones especiales» con expertos extranjeros es que el estado imperialista pueda ahorrar tiempo, aprovechar la experiencia existente, evitar cometer errores actuando a boleo y duplicación creando nuevas burocracias. Además los militaristas civiles, sobre todo los sionistas, ven el aparato «antiterrorista» israelí como un modelo exitoso, a pesar del hecho de que Israel es probablemente el principal lugar donde se dan acciones terroristas. El propósito real es fortalecer lazos con el Estado de Israel, para aumentar el flujo de información tendenciosa y desinformación al objeto de amoldar las políticas imperiales estadounidenses en torno a los intereses de Israel en Oriente Medio. Puesto que los sionistas del Pentágono tienen la mejor y más intensa relación con Israel, ¿quiénes están mejor posicionados para facilitar la cooperación conjunta que estos mismos ideólogos?

XIII. Conclusión.

La doctrina de guerra, específicamente de la guerra imperialista estadounidense, se compone de varias subpruebas e importantes conceptos como el de «mundo unipolar», guerras ofensivas, permanentes, y jurisdicción extra territorial. La doctrina está basada en la creencia en la invencibilidad imperial – apoyada por la imaginería de los medios de comunicación, de victoriosos guerreros-superhombres estadounidenses que representan a una virtuosa superpotencia.

La clave para entender el origen y a los practicantes de estas doctrinas se encuentra en el ascenso de una «nueva clase» de militaristas civiles (MC) y sus auxiliares de los centros de pensamiento y partidarios de la sociedad civil que han activado actos catastróficos para facilitar su posición dominante en el estado imperial. La ascensión de los militaristas civiles no ha sido incontestada, tanto desde dentro del estado imperial como desde fuera, sobre todo por el anterior ejército tradicional y líderes del espionaje.

En el nuevo milenio una combinación de circunstancia y oportunidad así como el calculado posicionamiento a largo plazo, ha permitido que un grupo determinado de militaristas civiles logre posiciones estratégicas en el estado imperial – principalmente ideólogos sionistas íntimamente implicados en relaciones con el estado de Israel desde hace tiempo.

Estos ideólogos y su corte de militaristas civiles han presionado al límite su guerra psicológica diseñada para aterrorizar a la masa de la población para que siga su doctrina extremista y haga sacrificios financieros y humanos para las guerras en curso.

Este papel demuestra que las decisiones de lanzar guerras imperiales hoy no son simplemente el resultado de los intereses económicos de las multinacionales de EEUU (petroleras o de otra clase). En el caso de Oriente Medio, muchos de que toman las de decisiones no consultaron ni fueron influenciados por intereses petroleros u otros intereses económicos – la mayoría de las multinacionales tenían en marcha operaciones lucrativas estables y relaciones con las élites árabes productoras de petróleo. A lo sumo, a algunas compañías petroleras se les prometieron futuros beneficios a través de la privatización de infraestructuras petroleras públicas.

La guerra imperial fue diseñada y dirigida por un puñado de estrategas políticos con escaso interés o ninguna noción sobre los costes económicos de la guerra. La fuerza motriz de la guerra se halla entre los militaristas civiles que favorecieron y capitalizaron un hecho catastrófico (11-S) que les permitió circunvalar al ejército tradicional y a las jerarquías de las agencias de espionaje. El consentimiento interno para el militarismo extremista fue inducido a través de propaganda masiva, intensa y continua propaganda del miedo, fomentada por los militaristas civiles para consolidar su poder. La campaña psicológica-ideológica permitió inmensos gastos de recursos y el monopolio de los militaristas civiles sobre la política imperial. La guerra asumió un significado especial para el componente sionista de los militaristas civiles – sirviendo de sostén para reforzar el poder regional de Israel.

Aunque la dominación ideológica y el control psicológico ejercidos por los militaristas civiles sobre las masas son formidables, también son profundamente vulnerables. Las derrotas constantes e irreversibles sufridas por el ejército colonial estadounidense en Irak han demostrado que las tropas imperiales estadounidenses no son invencibles. La incapacidad de EEUU para continuar con nuevas guerras ha desafiado temporalmente la doctrina de guerras ofensivas permanentes. El descontento masivo dentro del ejército colonial ha socavado y dejado al descubierto la irracionalidad de los militaristas civiles. Sus propuestas para incrementar el nivel de tropas en Irak, aumentando el reclutamiento de soldados, es decir, ahondando la implicación estadounidense en un una guerra inganable está llevando a mayores bajas, un más profundo descontento doméstico, una mayor resistencia en Irak, y agotando gravemente la economía estadounidense a caballo de una crisis. La escalada bélica contra Irán basada en un voluntarismo irracional acarreará a los militaristas civiles un conflicto mayor con los centros de poder económicos y militares tradicionales. Es probable que la racionalidad capitalista, basada en cálculos de coste-beneficio, desafíe el comportamiento atávico de los señores de la guerra civiles y lleve a mayores divisiones internas dentro y fuera del imperio.

Los conflictos internos de la élite pueden servir para activar sectores de la clase media ‘racional’ preocupados por los antiguos y vastos intereses del imperio contra los militaristas civiles y sus asociados devotos en el poder. Las doctrinas de seguridad del «espacio vital» continuarán siendo utilizadas pero en situaciones más selectas y dentro de los límites de la capacidad imperial para reclutar clientes y aliados imperiales. Las guerras, que ponen en peligro el estatus militar del estado imperial, serán reasignadas en términos de esferas de influencia – en las que los intereses de las grandes potencias marginarán el papel exagerado e inflado de Israel en el mundo y en la política regional. Hoy el futuro del Imperio estadounidense y particularmente el futuro de sus militaristas civiles depende de lo decisivamente que sea derrotado el imperio en Oriente Medio. Según vaya la guerra en Oriente Medio, así irán los futuros métodos de expansión imperial.

El desastre militar total de los militaristas civiles y de su núcleo sionista en Oriente Medio probablemente dé como resultado volver a pensar el significado, propósitos y metas de las guerras imperiales. Probablemente, los costos económicos y beneficios de las guerras imperiales volverán al centro del debate de la élite, sin el sesgo de los intereses de países terceros. Estos debates de la élite intentarán forjar un nuevo modelo de imperio mundial, más limitado y ‘racional’.

El asunto de llevar el imperio hacia un estilo de políticas más «republicano» solo puede ser planteado en otro escenario, en el seno de los movimientos anti imperialistas de base popular que empezarán entre los sujetos coloniales de los centros imperiales pero que pueden incluir a los excluidos y explotados de dentro de las capitales imperiales.

Febrero de 2005